Juan  8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 59 versitos |
1

Perdona a la adúltera

Jesús se dirigió al monte de los Olivos.
2 Por la mañana volvió al templo. Todo el mundo acudía a él y, sentado, los instruía.
3 Los letrados y fariseos le presentaron una mujer sorprendida en adulterio, la colocaron en el centro,
4 y le dijeron:
– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio.
5 La ley de Moisés ordena que mujeres como ésta sean apedreadas; tú, ¿qué dices?
6 Decían esto para ponerlo a prueba, para tener de qué acusarlo. Jesús se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo.
7 Como insistían en sus preguntas, se incorporó y les dijo:
– El que no tenga pecado, tire la primera piedra.
8 De nuevo se agachó y seguía escribiendo en el suelo.
9 Los oyentes se fueron retirando uno a uno, empezando por los más ancianos hasta el último. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí en el centro.
10 Jesús se incorporó y le dijo:
– Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?
11 Ella contestó:
– Nadie, señor.
Jesús le dijo:
– Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más.]]
12

Jesús, luz del mundo

De nuevo les habló Jesús:
– Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
13 Le dijeron los fariseos:
– Tú das testimonio a tu favor: tu testimonio no es válido.
14 Jesús les contestó:
– Aunque doy testimonio a mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adónde voy; en cambio ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
15 Ustedes juzgan según criterios humanos, yo no juzgo a nadie.
16 Y si juzgase, mi juicio sería válido, porque no juzgo yo solo, sino con el Padre que me envió.
17 Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido.
18 Yo soy testigo en mi causa y es testigo también el Padre que me envió.
19 Le preguntaron:
–¿Dónde está tu padre?
Jesús contestó:
– Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre. Si me conocieran a mí, conocerían a mi Padre.
20 Estas palabras las pronunció junto al lugar del tesoro, cuando enseñaba en el templo. Nadie lo detuvo, porque no había llegado su hora.
21

Yo me voy

En otra ocasión les dijo:
– Yo me voy, ustedes me buscarán y morirán en su pecado. A donde yo voy ustedes no pueden venir.
22 Comentaron los judíos:
–¿Será que se piensa matar y por eso dice que no podemos ir a donde él va?
23 Les dijo:
– Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo.
24 Yo les dije que morirían por sus pecados. Si no creen que Yo soy, morirán por sus pecados.
25 Le preguntaron:
–¿Tú quién eres?
Jesús les contestó:
– Esto es lo que les estoy diciendo desde el principio.
26 Tengo mucho que decir y juzgar de ustedes. Pero el que me envió dice la verdad, y lo que escuché de él es lo que digo al mundo.
27 No comprendieron que se refería al Padre.
28 Jesús añadió:
– Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, comprenderán que Yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como mi Padre me enseñó.
29 El que me envió está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.
30 Por estas palabras muchos creyeron en él.
31

La verdad libera

A los judíos que habían creído en él Jesús les dijo:
– Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos,
32 conocerán la verdad y la verdad los hará libres.
33 Le contestaron:
– Somos descendientes de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices que seremos libres?
34 Jesús les contestó:
– Les aseguro que quien peca es esclavo;
35 y el esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece siempre.
36 Por tanto, si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres.
37 Yo se que ustedes son descendientes de Abrahán; pero tratan de matarme porque no aceptan mi palabra.
38 Yo digo lo que he visto junto a mi Padre; ustedes hacen lo que han oído a su padre.
39

El padre de ustedes

Le contestaron:
– Nuestro padre es Abrahán.
Replicó Jesús:
– Si fueran hijos de Abrahán, harían las obras de Abrahán.
40 Pero ahora intentan matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Eso no lo hacía Abrahán.
41 Pero ustedes obran como su padre.
[Entonces] le responden:
– Nosotros no somos hijos bastardos; tenemos un solo padre, que es Dios.
42 Jesús les replicó:
– Si Dios fuera su padre, ustedes me amarían, porque yo vine de parte de Dios y aquí estoy. No vine por mi cuenta, sino que él me envió.
43 ¿Por qué no entienden mi lenguaje? Porque no son capaces de escuchar mi palabra.
44 El padre de ustedes es el Diablo y ustedes quieren cumplir los deseos de su padre. Él era homicida desde el principio; no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando dice mentiras, habla su lenguaje, porque es mentiroso y padre de la mentira.
45 Pero a mí no me creen, porque les digo la verdad.
46 ¿Quién de ustedes probará que tengo pecado? Si les digo la verdad, ¿por qué no me creen?
47 El que viene de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso ustedes no escuchan, porque no son de Dios.
48

Antes que Abrahán

Le contestaron los judíos:
–¿No tenemos razón al decir que eres samaritano y estás endemoniado?
49 Jesús contestó:
– No estoy endemoniado, sino que honro a mi Padre y ustedes me deshonran a mí.
50 Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga.
51 Les aseguro que quien cumpla mi palabra no sufrirá jamás la muerte.
52 [Entonces] le dijeron los judíos:
– Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abrahán murió, lo mismo los profetas, y tú dices que quien cumpla tu palabra no sufrirá jamás la muerte.
53 ¿Por quién te tienes?
54 Contestó Jesús:
– Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, el mismo que ustedes llaman nuestro Dios,
55 aunque no lo conocen. Yo en cambio lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería mentiroso como ustedes. Pero lo conozco y cumplo su palabra.
56 Abrahán, el padre de ustedes disfrutaba esperando ver mi día: lo vio y se llenó de alegría.
57 Le replicaron los judíos:
– No has cumplido cincuenta años, ¿y has conocido a Abrahán?
58 Jesús les dijo:
– Les aseguro, antes de que existiera Abrahán, existo yo.
59 Recogieron piedras para apedrearlo; pero Jesús se escondió y salió del templo.

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Introducción a Juan 

Juan

El más puro y radical de los evangelios. También el originalísimo libro de Juan es un evangelio. Y si Evangelio es proclamar la fe en Jesús para provocar la fe del oyente, éste es el más puro y radical. Si en el Antiguo Testamento la existencia humana se decidía frente a la ley de Dios (cfr. Dt 29), en Juan ésta se decide frente a Jesús: por Él o contra Él, fe o incredulidad.

Jesús, camino que conduce al Padre. La persona de Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es intencionadamente realista, quizás como reacción contra los que negaban la realidad humana del Hijo de Dios -docetismo-. Juan nos lleva a «ver y palpar» a su protagonista. Pero su realismo es simbólico, cargado de sentido, que la fe descubre y la contemplación asimila. El evangelista se propone desvelar el misterio de Jesús como camino para descubrir el rostro de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de Dios a partir del bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción, Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Desde allí, desciende y entra en la historia humana con la misión primaria de revelar al Padre.

El camino de Jesús. Para captar el alcance de la misión histórica del Jesús que nos presenta Juan, hay que sumergirse en el mundo simbólico de las Escrituras: luz, tinieblas, agua, vino, boda, camino, paloma, palabra. O en sus personajes: Abrahán, Moisés, Jacob-Israel, la mujer infiel de Os 2, David, la esposa del Cantar de los Cantares, mencionados explícitamente o aludidos en filigrana para quien sepa adivinarlos. Pero, por encima de todo, resuena en su evangelio el «Yo soy» del Dios del Antiguo Testamento, que Jesús se apropia reiteradamente.
Juan utiliza sus materiales y sus recursos con libertad y dominio. Su patria es la Escritura, que hace presente en unas cuantas citas formales -lejos de la abundancia de Mateo-, en frases alusivas que se adaptan a otra situación, en un tejido sutil de símbolos apenas insinuados, como invitando a un juego de enigmas y desafíos. Sobre este trasfondo, Juan hace emerger con dramatismo la progresiva revelación del misterio de la persona de Jesús, luz y vida de los hombres, hasta su «hora» suprema en que se manifestará con toda su grandeza. Simultáneamente, junto a la adhesión de fe, titubeante a veces, de unos pocos seguidores, surge y crece en intensidad la incredulidad que provoca esta revelación. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas hasta esa «hora», la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se desvanece ante la luz gloriosa de la resurrección. Entonces, Padre e Hijo, por medio del Espíritu, abren su intimidad a la contemplación del creyente.

Destinatarios. La comunidad de Juan muestra conocer familiarmente el Antiguo Testamento y el judaísmo. Pero está separada de él, no por cuestiones de observancia, sino por la fe en Jesús. Es una comunidad preparada ya para caminar en la historia entre dificultades y persecuciones esperando la definitiva venida del Señor, de la que ya participa en esperanza por la experiencia mística y por la acción del Espíritu. El evangelista deja entrever a unos cristianos y cristianas que viven la presencia de Jesús en los sacramentos: el bautismo en el diálogo con Nicodemo y los símbolos del agua (3); la eucaristía en el milagro y discurso de los panes (6,1-58) y en el lavatorio de los pies -acto humilde de solidaridad ejemplar- (13,1-17); el perdón de los pecados en el don del Espíritu, después de la resurrección (20,22s). Pero los destinatarios de Juan son los hombres y las mujeres de todos los tiempos para quienes Jesús se hizo hombre a fin de revelarles el verdadero rostro de Dios. O como lo dice el mismo evangelista al final de su narración: estas señales «quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (20,31).

Autor, fecha y lugar de composición. Una tradición antigua ha identificado al autor con el apóstol Juan. Hoy día es muy difícil mantener esta opinión. La mayoría de los biblistas atribuye el evangelio a un discípulo suyo de la segunda generación. Por su familiaridad con el Antiguo Testamento y el sabor semítico de su prosa, debió ser judío. En cuanto a la fecha de su composición se propone la última década del s. I; y respecto al lugar, Éfeso.

Plan del evangelio: la «hora» de Jesús. Es esta «hora» la que aglutina y estructura todo el evangelio de Juan, marcando el ritmo de la vida de Jesús como un movimiento de descenso y de retorno.
El evangelista comienza con un prólogo (1,1-18) en que presenta a su protagonista, la Palabra eterna de Dios, que desciende a la historia humana haciéndose carne en Jesús de Nazaret con la misión de revelar a los hombres el misterio salvador de Dios. Esta «misión» es su «hora».
A este prólogo sigue la primera parte de la obra, el llamado «libro de los signos» (2-12), que describe el comienzo de la misión de Jesús. A través de siete milagros a los que el evangelista llama «signos» y otros relatos va apareciendo la novedad radical de su presencia en medio de los hombres: el vino de la nueva alianza (2,1-11); el nuevo templo de su cuerpo sacrificado (2,13-22); el nuevo renacer (3,1-21); el agua viva (4,1-42); el pan de vida (6,35); la luz del mundo (8,12), la resurrección y la vida (11,25).
A continuación viene la segunda parte de la obra, el llamado «libro de la pasión o de la gloria» (13-21). Ante la inminencia de su «hora», provocada por la hostilidad creciente de sus enemigos, Jesús prepara el acontecimiento con el gesto de lavar los pies a sus discípulos (13,1-11), gesto preñado de significado: purificación bautismal, eucaristía, anuncio simbólico de la humillación en la pasión. Luego realiza una gran despedida a los suyos en la última cena (13,12-17,26) en la que retoma y ahonda los principales temas de su predicación. Por fin, el cumplimiento de su «hora» y el retorno al Padre a través de la pasión, muerte y resurrección (18-21).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Juan  8,1-11Perdona a la adúltera. Esta narración se ubicaría muy bien después de Luc_21:37s. En su actual contexto literario rompe el discurso que el evangelista está realizando. El tema y el vocabulario son muchos más cercanos a Lucas que a Juan. No se encuentra en los manuscritos más antiguos, y en los que se encuentra, a veces está desplazada al final o marcada con asteriscos marginales. La Iglesia católica enseña que es una historia inspirada y que tiene el mismo valor que los demás textos del evangelio. La narración nos recuerda que todos tenemos el techo de cristal, por lo que no debemos tirar piedras al del vecino. Jesús llama a la compasión y al perdón de los pecados.


Juan  8,12-20Jesús, luz del mundo. Ésta es la revelación central del evangelio. En la primera carta de Juan se anuncia solemnemente que Dios es luz (1Jn_1:5). Como lo explicará en el capítulo siguiente, Jesús (Dios) es luz y salvación para los que le siguen. Es «luz del mundo», y no sólo de los judíos (1Jn_1:4s.9). En muchas religiones orientales, la divinidad estaba asociada con el sol y con la luz. En la Biblia, la luz es aquello que ayuda a encontrar el camino a seguir, a apreciar la voluntad de Dios y a evitar los peligros. El que camina en la oscuridad tropieza. El que tiene la luz de Jesús puede apreciar el valor del sacrificio, la humildad y la caridad; también puede ver peligros en la ambición, las riquezas, los placeres y los honores del mundo. El mundo que no tiene la luz de Jesús aprecia las cosas a su modo, en la oscuridad.
Juan  8,21-30Yo me voy. Los judíos siguen sin entender a Jesús. Sus comentarios se acercan a la verdad, pero no logran descubrirla. Jesús no se va a matar, pero se va a dejar matar; Jesús va a morir, entregando su vida por todos. El cristiano no sacrifica a los demás, sino que se sacrifica por los demás; no sabe matar, pero sabe morir cuando es preciso. Solamente cuando Jesús inocente vaya a la pasión aceptando su suerte en silencio, muchos se darán cuenta de que se ha puesto en todo momento en manos del Padre.
Juan  8,31-38La verdad libera. Esta discusión también es un eco de las disputas de los cristianos con los judíos de la sinagoga cuando Juan escribía su evangelio. Los cristianos se consideraban verdaderos hijos de Abrahán, hijos de la promesa, como lo había sido Isaac. Para Juan, los judíos se comportaban como Ismael, el esclavo que había perseguido a Isaac. El esclavo fue echado fuera de casa junto con su madre. Los judíos, al no aceptar a Jesús, se estaban excluyendo a sí mismos del reino de Dios; se creían libres y no se daban cuenta de que eran esclavos de sus tradiciones, prejuicios y pecados. Sólo el que acepta la plenitud del mensaje de Jesús y lo vive en acciones concretas tendrá la verdadera libertad y la paz interior que Él trae a los suyos.
Juan  8,39-47El padre de ustedes. Juan y los cristianos se reconocen como verdaderos hijos de Abrahán, de acuerdo a los planes y promesas de Dios cumplidas en Jesús. El que quiera ser hijo de Abrahán tendrá que obrar como él; tendrá que creer como él y estar dispuesto a aceptar el sacrificio que Dios le pida. El que no es hijo de Abrahán no será hijo de Dios, acabará siendo hijo del Diablo, el padre de la mentira.

Juan  8,48-59Antes que Abrahán. Los cristianos son hijos de Abrahán porque saben que Jesús es hijo de Dios. Los judíos recurren a los insultos al no tener respuesta a los argumentos de Jesús. Él les habla a un nivel espiritual elevado, y ellos siguen aferrados a sus intereses y prejuicios bajos. Juan hace referencia a la creencia judía de que Abrahán recibió una visión del futuro y de la gloria del Mesías, en premio a su obediencia en el sacrificio de Isaac. Jesús habla teológicamente; no dice que Él vio a Abrahán, sino que Abrahán lo vio a Él. Jesús es la Palabra que existía desde el principio (1,1). Los judíos son incapaces de entender a Jesús y recurren a las piedras y a la violencia.