Juan  9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 41 versitos |
1

Sana a un ciego

Al pasar vio un hombre ciego de nacimiento.
2 Los discípulos le preguntaron:
– Maestro, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres?
3 Jesús contestó:
– Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios.
4 Mientras es de día, tienen que trabajar en las obras del que me envió. Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar.
5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
6 Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, se lo puso en los ojos
7 y le dijo:
– Ve a lavarte a la piscina de Siloé – que significa enviado– .
Fue, se lavó y al regresar ya veía.
8 Los vecinos y los que antes lo habían visto pidiendo limosna comentaban:
–¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?
9 Unos decían:
– Es él.
Otros decían:
– No es, sino que se le parece.
Él respondía:
– Soy yo.
10 Así que le preguntaron:
–¿Cómo [pues] se te abrieron los ojos?
11 Contestó:
– Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme a la fuente de Siloé. Fui, me lavé y recobré la vista.
12 Le preguntaron:
–¿Dónde está él?
Responde:
– No sé.
13 Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego.
14 Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
15 Los fariseos le preguntaron otra vez cómo había recobrado la vista.
Les respondió:
– Me aplicó barro a los ojos, me lavé, y ahora veo.
16 Algunos fariseos le dijeron:
– Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado.
Otros decían:
–¿Cómo puede un pecador hacer tales milagros?
Y estaban divididos.
17 Preguntaron de nuevo al ciego:
– Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?
Contestó:
– Que es profeta.
18 Los judíos no terminaban de creer que había sido ciego y había recobrado la vista; así que llamaron a los padres del que había recobrado la vista
19 y les preguntaron:
–¿Es éste su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
20 Contestaron sus padres:
– Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego;
21 pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí.
22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos; porque los judíos ya habían decidido que quien lo confesara como Mesías sería expulsado de la sinagoga.
23 Por eso dijeron los padres que tenía edad y que le preguntaran a él.
24 Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron:
– Da gloria a Dios. A nosotros nos consta que aquél es un pecador.
25 Les contestó:
– Si es pecador, no lo sé; de una cosa estoy seguro, que yo era ciego y ahora veo.
26 Le preguntaron de nuevo:
–¿Cómo te abrió los ojos?
27 Les contestó:
– Ya se lo dije y no me creyeron; ¿para qué quieren oírlo de nuevo? ¿No será que también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?
28 Lo insultaron diciendo:
–¡Tú serás discípulo de ese hombre nosotros somos discípulos de Moisés!
29 Sabemos que Dios le habló a Moisés; en cuanto a ése, no sabemos de dónde viene.
30 Les respondió:
– Eso es lo extraño, que ustedes no saben de dónde viene y a mí me abrió los ojos.
31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que escucha al que es piadoso y cumple su voluntad.
32 Jamás se oyó contar que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
33 Si ese hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.
34 Le contestaron:
– Tú naciste lleno de pecado, ¿y quieres darnos lecciones?
Y lo expulsaron.
35 Oyó Jesús que lo habían expulsado y, cuando lo encontró, le dijo:
–¿Crees en el Hijo del Hombre?
36 Contestó:
–¿Quién es, Señor, para que crea en él?
37 Jesús le dijo:
– Lo has visto: es el que está hablando contigo.
38 Respondió:
– Creo, Señor.
Y se postró ante él.
39 Jesús dijo:
– He venido a este mundo para un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos.
40 Algunos fariseos que se encontraban con él preguntaron:
– Y nosotros, ¿estamos ciegos?
41 Les respondió Jesús:
– Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero, como dicen que ven, su pecado permanece.

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Introducción a Juan 

Juan

El más puro y radical de los evangelios. También el originalísimo libro de Juan es un evangelio. Y si Evangelio es proclamar la fe en Jesús para provocar la fe del oyente, éste es el más puro y radical. Si en el Antiguo Testamento la existencia humana se decidía frente a la ley de Dios (cfr. Dt 29), en Juan ésta se decide frente a Jesús: por Él o contra Él, fe o incredulidad.

Jesús, camino que conduce al Padre. La persona de Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es intencionadamente realista, quizás como reacción contra los que negaban la realidad humana del Hijo de Dios -docetismo-. Juan nos lleva a «ver y palpar» a su protagonista. Pero su realismo es simbólico, cargado de sentido, que la fe descubre y la contemplación asimila. El evangelista se propone desvelar el misterio de Jesús como camino para descubrir el rostro de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de Dios a partir del bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción, Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Desde allí, desciende y entra en la historia humana con la misión primaria de revelar al Padre.

El camino de Jesús. Para captar el alcance de la misión histórica del Jesús que nos presenta Juan, hay que sumergirse en el mundo simbólico de las Escrituras: luz, tinieblas, agua, vino, boda, camino, paloma, palabra. O en sus personajes: Abrahán, Moisés, Jacob-Israel, la mujer infiel de Os 2, David, la esposa del Cantar de los Cantares, mencionados explícitamente o aludidos en filigrana para quien sepa adivinarlos. Pero, por encima de todo, resuena en su evangelio el «Yo soy» del Dios del Antiguo Testamento, que Jesús se apropia reiteradamente.
Juan utiliza sus materiales y sus recursos con libertad y dominio. Su patria es la Escritura, que hace presente en unas cuantas citas formales -lejos de la abundancia de Mateo-, en frases alusivas que se adaptan a otra situación, en un tejido sutil de símbolos apenas insinuados, como invitando a un juego de enigmas y desafíos. Sobre este trasfondo, Juan hace emerger con dramatismo la progresiva revelación del misterio de la persona de Jesús, luz y vida de los hombres, hasta su «hora» suprema en que se manifestará con toda su grandeza. Simultáneamente, junto a la adhesión de fe, titubeante a veces, de unos pocos seguidores, surge y crece en intensidad la incredulidad que provoca esta revelación. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas hasta esa «hora», la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se desvanece ante la luz gloriosa de la resurrección. Entonces, Padre e Hijo, por medio del Espíritu, abren su intimidad a la contemplación del creyente.

Destinatarios. La comunidad de Juan muestra conocer familiarmente el Antiguo Testamento y el judaísmo. Pero está separada de él, no por cuestiones de observancia, sino por la fe en Jesús. Es una comunidad preparada ya para caminar en la historia entre dificultades y persecuciones esperando la definitiva venida del Señor, de la que ya participa en esperanza por la experiencia mística y por la acción del Espíritu. El evangelista deja entrever a unos cristianos y cristianas que viven la presencia de Jesús en los sacramentos: el bautismo en el diálogo con Nicodemo y los símbolos del agua (3); la eucaristía en el milagro y discurso de los panes (6,1-58) y en el lavatorio de los pies -acto humilde de solidaridad ejemplar- (13,1-17); el perdón de los pecados en el don del Espíritu, después de la resurrección (20,22s). Pero los destinatarios de Juan son los hombres y las mujeres de todos los tiempos para quienes Jesús se hizo hombre a fin de revelarles el verdadero rostro de Dios. O como lo dice el mismo evangelista al final de su narración: estas señales «quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (20,31).

Autor, fecha y lugar de composición. Una tradición antigua ha identificado al autor con el apóstol Juan. Hoy día es muy difícil mantener esta opinión. La mayoría de los biblistas atribuye el evangelio a un discípulo suyo de la segunda generación. Por su familiaridad con el Antiguo Testamento y el sabor semítico de su prosa, debió ser judío. En cuanto a la fecha de su composición se propone la última década del s. I; y respecto al lugar, Éfeso.

Plan del evangelio: la «hora» de Jesús. Es esta «hora» la que aglutina y estructura todo el evangelio de Juan, marcando el ritmo de la vida de Jesús como un movimiento de descenso y de retorno.
El evangelista comienza con un prólogo (1,1-18) en que presenta a su protagonista, la Palabra eterna de Dios, que desciende a la historia humana haciéndose carne en Jesús de Nazaret con la misión de revelar a los hombres el misterio salvador de Dios. Esta «misión» es su «hora».
A este prólogo sigue la primera parte de la obra, el llamado «libro de los signos» (2-12), que describe el comienzo de la misión de Jesús. A través de siete milagros a los que el evangelista llama «signos» y otros relatos va apareciendo la novedad radical de su presencia en medio de los hombres: el vino de la nueva alianza (2,1-11); el nuevo templo de su cuerpo sacrificado (2,13-22); el nuevo renacer (3,1-21); el agua viva (4,1-42); el pan de vida (6,35); la luz del mundo (8,12), la resurrección y la vida (11,25).
A continuación viene la segunda parte de la obra, el llamado «libro de la pasión o de la gloria» (13-21). Ante la inminencia de su «hora», provocada por la hostilidad creciente de sus enemigos, Jesús prepara el acontecimiento con el gesto de lavar los pies a sus discípulos (13,1-11), gesto preñado de significado: purificación bautismal, eucaristía, anuncio simbólico de la humillación en la pasión. Luego realiza una gran despedida a los suyos en la última cena (13,12-17,26) en la que retoma y ahonda los principales temas de su predicación. Por fin, el cumplimiento de su «hora» y el retorno al Padre a través de la pasión, muerte y resurrección (18-21).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Juan  9,1-41Sana a un ciego. Esta narración trae a la memoria el salmo 27. Como el salmista, el ciego podrá decir: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré...? Mis enemigos y adversarios tropiezan y caen... Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá» (Sal_27:1s.10). Juan ofrece una catequesis bautismal para su comunidad. El milagro es una iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavatorio ordenado por Jesús. La ceguera no era un castigo por pecado alguno; va a servir de ocasión para revelar la obra y la gloria de Dios. Jesús respalda sus palabras con sus acciones: es pan, luz y vida que alimenta, ilumina y resucita. El ciego se lava según el mandato de Jesús y queda transformado, de modo que sus vecinos que lo conocían bien tienen dificultad en reconocerlo. Cuando el ciego habla, lo hace como Jesús, diciendo «Soy yo» (9). Al lavarse, había quedado transformado en Jesús, y ya no vive o habla él, sino que Jesús vive y habla por él. El ciego va descubriendo quién es Jesús a lo largo del diálogo: «Ese hombre que se llama Jesús»; no sabe quién es Jesús ni dónde está (11s). Viene de parte de Dios, aunque los fariseos lo nieguen (16). El ciego lo confiesa como profeta; luego, al reconocerlo como Mesías es expulsado de la sinagoga (22.34; cfr. 12,42). El ciego es ya una nueva persona que ha nacido de Dios (1,13), por eso sus padres, según la carne, lo abandonan. Los judíos, especialmente los fariseos, pretenden saberlo todo; el ciego se aferra a su experiencia: antes era ciego y ahora ve. Es expulsado de la sinagoga corriendo la suerte de los judíos que se convertían al cristianismo cuando se escribió el evangelio; pero Jesús viene a su encuentro y se le revela como el Hijo del Hombre; el ciego se postra ante Él y lo adora. El Hijo del Hombre es la figura divina que viene para juzgar, de manera que los que creen ver se queden ciegos. El que acepta a Jesús, tarde o temprano, será rechazado por el mundo de las tinieblas; y si no es rechazado tendrá que salirse de allí, porque pertenece al nuevo mundo de la comunidad cristiana que no se apega a las cosas, sino que se centra y reúne en torno a Jesús.