Hechos 16 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 40 versitos |
1

Timoteo acompaña a Pablo y Silas

Así llegó a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de madre judía convertida y de padre griego,
2 muy estimado por los hermanos de Listra e Iconio.
3 Pablo quería llevarlo consigo; así que lo circuncidó, en consideración a los judíos que habitaban por allí, porque todos sabían que su padre era griego.
4 Al atravesar las poblaciones, les encargaban que observaran las normas establecidas por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén.
5 Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número cada día.
6 Como el Espíritu Santo no les permitía predicar el mensaje en Asia, atravesaron Frigia y Galacia.
7 Llegados a Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús se lo impidió.
8 Así que dejaron Misia y bajaron hasta Tróade.
Visión de Pablo
9 Una noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba: Ven a Macedonia a ayudarnos.
10 Apenas tuvo esa visión, intentamos ir a Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba a anunciarles la Buena Noticia.
11 Nos embarcamos en Tróade llegamos rápidamente a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis;
12 de allí a Filipos, la primera ciudad de la provincia de Macedonia, colonia romana. Nos quedamos unos días en aquella ciudad.
13 Un sábado salimos por la puerta de la ciudad a la ribera de un río, donde pensábamos que habría un lugar para orar. Nos sentamos y nos pusimos a conversar con unas mujeres.
14 Nos escuchaba una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura en Tiatira y persona devota. El Señor le abrió el corazón para que prestara atención al discurso de Pablo.
15 Se bautizó con toda su familia y nos rogaba:
– Si me tienen por creyente en el Señor, vengan a hospedarse a mi casa.
Y les insistía.
16

Presos y liberados

Una vez que nos dirigíamos a la oración nos salió al encuentro una muchacha que tenía poderes de adivina y daba muchas ganancias a sus patrones adivinando la suerte.
17 Caminando detrás de Pablo y de nosotros gritaba:
– Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y nos predican el camino de la salvación.
18 Esto lo hizo muchos días, hasta que Pablo, cansado, se volvió y dijo al espíritu:
– En nombre de Jesucristo te ordeno que salgas de ella.
Inmediatamente salió de ella.
19 Viendo sus dueños que se les había escapado la esperanza de negocio, tomaron a Pablo y Silas, los arrastraron hasta la plaza, ante las autoridades,
20 y, presentándolos a los magistrados, dijeron:
– Estos hombres están perturbando nuestra ciudad; son judíos
21 y predican unas costumbres que nosotros, romanos, no podemos aceptar ni practicar.
22 La gente se reunió contra ellos y los magistrados ordenaron que los desnudaran y los azotaran.
23 Después de una buena paliza, los metieron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
24 Recibido el encargo, los metió en el último calabozo y les sujetó los pies al cepo.
25 A media noche Pablo y Silas recitaban un himno a Dios, mientras los demás presos escuchaban.
26 De repente sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la prisión. En ese instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros.
27 El carcelero se despertó, y al ver las puertas abiertas, empuñó la espada para matarse, creyendo que se habían escapado los presos.
28 Pero Pablo le gritó muy fuerte:
–¡No te hagas daño, que estamos todos aquí!
29 El carcelero pidió una antorcha, temblando corrió adentro y se echó a los pies de Pablo y Silas.
30 Los sacó afuera y les dijo:
– Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?
31 Ellos le contestaron:
– Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú con tu familia.
32 Enseguida le anunciaron a él y a toda la familia el mensaje del Señor.
33 Todavía de noche se los llevó, les lavó las heridas y se bautizó con toda su familia.
34 Después los llevó a su casa, les ofreció una comida y festejó con toda la casa el haber creído en Dios.
35 Cuando se hizo de día, los magistrados enviaron a los inspectores para que soltaran a aquellos hombres.
36 El carcelero informó del asunto a Pablo:
– Los magistrados han mandado que los deje en libertad; por tanto, váyanse en paz.
37 Pablo replicó:
– De modo que a nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado en público y sin juicio, nos han metido en la cárcel, ¿y ahora nos echan a ocultas? De ningún modo. Que vengan ellos y nos hagan salir.
38 Los inspectores lo comunicaron a los magistrados, los cuales se asustaron al oír que eran ciudadanos romanos.
39 Acudieron, se excusaron, los hicieron salir y les rogaron que se marcharan de la ciudad.
40 Al salir de la cárcel se dirigieron a casa de Lidia, saludaron, animaron a los hermanos y se marcharon.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 16,1-8Timoteo acompaña a Pablo y Silas. Entra en escena Timoteo, que llegará a ser uno de los colaboradores favoritos del Apóstol. Lucas dice que Pablo hizo circuncidar a Timoteo, con el consentimiento de éste, por supuesto. ¿Incoherencia de Pablo que tanto luchó por la abolición de la circuncisión como requisito para ser cristiano? Más que incoherencia, lo que probablemente quiere indicarnos Lucas es la absoluta libertad del Apóstol para hacer lo que más convenía a la propagación del Evangelio. Si la circuncisión era tomada como requisito necesario para ser cristiano, Pablo la rechaza absolutamente, como hace en la carta a los Gálatas. Si sólo se trata de un rito externo que puede traer ventajas legales o sociales, la acepta sin más problemas, como en el caso de Timoteo.
El nuevo equipo misionero se adentra en Asía Menor camino, probablemente, de las grandes ciudades greco-romanas de la provincia asiática, como Pérgamo y Éfeso. Por el camino recorren en visita pastoral las comunidades ya establecidas. El proyectado viaje, sin embargo, se ve truncado por la intervención del Espíritu Santo -Lucas lo llama aquí «Espíritu de Jesús»- (7), quien cambia radicalmente los planes de los evangelizadores. Su destino será un nuevo continente: Europa.


Hechos 16,9-15Visión de Pablo. El uso de los sueños para comunicar mensajes divinos es más frecuente en el evangelio de Mateo. Lucas, de ordinario, hace intervenir a ángeles. Esta vez, un macedonio anónimo, huésped de un sueño, es la voz de Europa pidiendo auxilio. Detrás de este recurso literario de Lucas para insistir, como siempre, en el protagonismo del Espíritu Santo, podemos percibir lo atentos que estaban aquellos misioneros a lo que hoy llamaríamos «los signos de los tiempos». Sus ojos iluminados por la fe veían en personas, circunstancias y acontecimientos al Espíritu de Jesús que dirigía sus pasos abriendo nuevos caminos de misión.
El Espíritu, pues, les encaminó a Filipos, la primera ciudad europea que iban a visitar, conquistada el 355 a.C. por Filipos, padre de Alejandro Magno. Allí se dirigen a un lugar de oración donde había también mujeres, lo que nos induce a pensar que no se trataba de una sinagoga judía. El relato de Lucas se centra en una mujer, Lidia, la primera creyente de Europa. No podía ser de otra manera en un narrador que tanto promocionó a la mujer en su evangelio. Los misioneros rompen la costumbre de hospedarse en casas judías y, ante la insistencia de Lidia, lo hacen en su casa que se convirtió en «Iglesia domestica», célula original de una de las comunidades más fervorosas de Pablo. Lucas no se olvida de apuntar que la conversión de Lidia fue obra de Dios.
Hechos 16,16-40Presos y liberados. Lo que motivó la prisión de Pablo y sus compañeros fue el encuentro de éstos con una esclava que proporcionaba abundantes ganancias a sus amos ejerciendo el arte adivinatorio y otras magias. Importunaba a los misioneros con supuestos elogios. ¿Es alabanza y recomendación, burla y parodia o desafío a los presuntos salvadores? Sea lo que sea, la explotación de la esclava por el dinero que proporcionaba a sus amos es suficiente para que Pablo vea en esa manifestación seudo-religiosa un negocio instigado por un mal espíritu. Lucas no dice si era el mal espíritu quien producía el negocio o era el negocio quien inventaba el espíritu. En cualquier caso, Pablo invocó el nombre de Jesús y la esclava quedó libre.
La reacción de los amos, violenta e ilegal, no se hizo esperar. Hoy diríamos que la acusación está basada en anti-semitismo y xenofobia: opone romanos a judíos, costumbres extranjeras a las propias. Intervinieron las autoridades y, después de una buena paliza, los metieron en la cárcel. Y aquí Lucas echa mano de su arte de narrador y compone un relato novelado de liberación en el que Pablo sigue las huellas de Pedro (12,1-19).
El realismo con que describe los acontecimientos de aquella noche de cárcel hace resaltar más las incongruencias que la verosimilitud de los hechos. ¿Qué terremoto es ése que abre puertas y suelta cadenas sin producir daños a los presos? Hay que entrar en el espacio fantástico del relato para escuchar lo que verdaderamente nos quiere decir Lucas. Ante todo, la serenidad de los dos cautivos que transforma la cárcel en casa de oración. El terremoto es manifestación de Dios en acción. Se abren las puertas, como promete el profeta (cfr. Isa_45:1) y salen libres (cfr. Sal_124:7). El efecto más maravilloso es la conversión del carcelero, que se bautiza con toda su familia. Al día siguiente, las autoridades quieren dar el asunto por terminado y les dicen que se vayan. Pablo, sin embargo, pide justicia y les acusa del tratamiento injusto e ilegal infligido a ciudadanos romanos. Exige y obtiene una discreta reparación.