Hechos 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 47 versitos |
1

Pentecostés
cfr. Jn 20,22

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos.
2 De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban.
3 Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
4 Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse.
5 Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo.
6 Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma.
7 Fuera de sí por el asombro, comentaban:
–¿Acaso los que hablan no son todos galileos?
8 ¿Cómo es que cada uno los oímos en nuestra lengua nativa?
9 Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, Ponto y Asia,
10 Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes,
11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios.
12 Fuera de sí y perplejos, comentaban:
–¿Qué significa esto?
13 Otros se burlaban diciendo:
– Han tomado demasiado vino.
14

Pedro, testigo de la resurrección

Pedro se puso de pie con los Once y levantando la voz les dirigió la palabra:
– Judíos y todos los que habitan en Jerusalén, sépanlo bien y presten atención a lo que voy a decir.
15 Éstos hombres no están ebrios, como ustedes sospechan, ya que no son más que las nueve de la mañana.
16 Sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel:
17 En los últimos tiempos – dice Dios–
derramaré mi espíritu sobre todos:
sus hijos e hijas profetizarán,
sus jóvenes verán visiones
y sus ancianos soñarán sueños;
18 también sobre mis servidores
y mis servidoras
derramaré mi espíritu aquel día
y profetizarán.
19 Haré prodigios arriba en el cielo
y abajo en la tierra:
sangre, fuego, humareda;
20 el sol aparecerá oscuro,
la luna ensangrentada,
antes de llegar el día del Señor,
grande y glorioso.
21 Todos los que invoquen
el nombre del Señor se salvarán.
22 Israelitas, escuchen mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben.
23 A éste hombre, entregado conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley.
24 Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo.
25 David dice refiriéndose a él:
Pongo siempre delante al Señor:
con él a la derecha no vacilaré.
26 Por eso se me alegra el corazón,
mi lengua canta llena de gozo
y mi carne descansa esperanzada:
27 porque no me dejarás en la muerte
ni permitirás que tu devoto
conozca la corrupción.
28 Me enseñaste el camino de la vida,
me llenarás de gozo en tu presencia.
29 Hermanos, permítanme que les diga con toda franqueza: el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros.
30 Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono,
31 previó y predijo la resurrección del Mesías, diciendo que no quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción.
32 A este Jesús lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello.
33 Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo.
34 Porque David no subió al cielo, sino que dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
35 hasta que ponga tus enemigos
debajo de tus pies.
36 Por tanto, que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Jesús crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.
37 Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
–¿Qué debemos hacer, hermanos?
38 Pedro les contestó:
– Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
39 Porque la promesa ha sido hecha para ustedes y para sus hijos y para todos aquellos que están lejos a quienes llamará el Señor nuestro Dios.
40 Y con otras muchas razones les hablaba y los exhortaba diciendo:
– Pónganse a salvo, apártense de esta generación malvada.
41 Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas.
42

Segundo informe:
la primera comunidad cristiana

Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
43 Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos.
44 Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.
45 Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno.
46 A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera.
47 Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba.
El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 2,1-13Pentecostés. En estos versículos, Lucas relata el acontecimiento más importante de los Hechos: Pentecostés o el nacimiento de la Iglesia. El lector de hoy que lee y medita este episodio puede preguntarse si efectivamente así sucedió todo... O quizás fue de otra manera. Para dar respuesta a esta interrogante, debemos tener en cuenta lo siguiente: Lucas quiere contarnos un hecho evidente en las comunidades cristianas de su tiempo: el Espíritu Santo, prometido por Jesús, estaba actuando en y por ellas. La gente que oía su testimonio se convertía. Las persecuciones confirmaban su fe y su decisión de seguir anunciando el Evangelio. Estaba surgiendo, pues, una nueva comunidad de hombres y mujeres que vivían como hermanos y hermanas, unánimes en la oración, solidarios en el día a día, pues lo compartían todo, y alegres por el Evangelio. Estaban convencidos de estar inaugurando los tiempos nuevos prometidos por Jesús. ¿Cómo describir esta venida transformadora del Espíritu Santo que dio origen a la Iglesia y seguía animando a las comunidades de aquel entonces? Los demás autores del Nuevo Testamento hablan de esta realidad, pero ninguno de ellos se atrevió a describirla. Lucas lo intenta; pero, ¿cómo lo hace? A Lucas no le interesa el cómo y el cuándo. Su narración va más allá de las circunstancias concretas en que aquellos hombres y mujeres se sintieron llenos del Espíritu. A Lucas le interesa transmitirnos el sentido, el alcance y las consecuencias de la venida para aquella comunidad de creyentes y para el mundo entero. Para eso construye este relato que conserva su frescura y actualidad dos mil años después de haber sido escrito. No sólo narra un hecho del pasado, es decir, la primera venida del Espíritu, sino que podría servir de modelo para contar e interpretar lo que el Espíritu sigue haciendo en las personas y en nuestras comunidades cristianas de hoy.
En primer lugar, Lucas propone para esta primera venida del Espíritu una fecha muy significativa para los judíos: el día en que terminaban las siete semanas de celebraciones después de la Pascua, es decir el día cincuenta, que en lengua griega se dice «pentecostés», un día asociado al recuerdo de la Alianza de Dios con el pueblo judío en el monte Sinaí. Éste es el primer mensaje de Lucas: la venida del Espíritu inaugura una nueva alianza de Dios con todos los hombres y mujeres de la tierra.
A continuación nos presenta el primer escenario de su narración: la casa donde la comunidad estaba reunida en oración desde hacía nueve días con María, la madre de Jesús. El Espíritu viene y se apodera de todos ellos. ¿Cómo contar un acontecimiento tan extraordinario? Lucas recurre a las imágenes clásicas usadas en el Antiguo Testamento para describir las intervenciones de Dios. Habla de un ruido, como de viento huracanado, que invadió toda la casa. La lengua griega usa el mismo término para designar «viento» y «Espíritu». Después aparecen como lenguas de fuego que se reparten y se posan sobre cada uno de los presentes quienes, llenos ya del Espíritu, comienzan a hablar en lenguas extranjeras. Hoy diríamos, en términos modernos, que Lucas nos presenta una composición audiovisual para comunicarnos cómo el Espíritu de Dios tomó posesión de aquellos hombres y mujeres.
Seguidamente cambia de escenario. Los discípulos parecen no estar en una casa, sino ante una multitud congregada, venida de muchas naciones que, asombrada, escucha a los apóstoles hablando en su propio idioma. La pluralidad de la multitud, que Lucas presenta con insistencia, nos revela la apertura del Evangelio a todas las naciones, a todas las culturas. Hoy hablamos de inculturación del Evangelio o evangelización de las culturas como de algo impuesto por los signos de los tiempos. ¿Es posible que hayamos tardado tanto tiempo en comprender lo que nos dice Lucas sobre la pluralidad de la Iglesia en el primer día de su nacimiento?
Lucas prosigue su narración con una nota de ironía. Algunos de los presentes afirmaban que aquellos hombres que les hablaban estaban borrachos.


Hechos 2,14-41Pedro, testigo de la resurrección. Entonces Pedro y los once se pusieron de pie. Hemos llegado a la parte más importante de la narración de Lucas, que interpreta a través de las palabras de Pedro todo lo que está sucediendo. ¿Se trata del mismo Pedro que conocimos en el evangelio? No. Audacia y atrevimiento serían las palabras para describir al nuevo Pedro que surge de la experiencia de Pentecostés. Habla con autoridad. Como los antiguos profetas, asume el papel de jefe del nuevo pueblo de Dios que acaba de nacer y sus palabras abren el tiempo del testimonio que ha de recorrer el mundo. Su mensaje es de denuncia y esperanza. Les dice que se está cumpliendo lo que los profetas anunciaron para el final de los tiempos: «derramaré mi Espíritu sobre todos: sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños» (17) y «todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán» (21). A continuación presenta al que ha abierto las puertas a la presencia y poder del Espíritu: Jesús de Nazaret a quien «ustedes lo crucificaron y le dieron muerte... pero Dios lo resucitó» (23s), y «exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo» (33). «Dios lo ha nombrado Señor y Mesías» (36). He aquí, en boca de Pedro, la confesión esencial de la fe cristiana que no dejará ya de anunciarse hasta el final de los tiempos.
El efecto del testimonio de Pedro fue inmediato. «¿Qué debemos hacer, hermanos?» (37), exclamaron muchos de los allí presentes. Ésta es la pregunta que debemos hacernos todos los oyentes del Evangelio. A este interrogante universal responden las palabras de Pedro que recogen las exigencias del Evangelio válidas para todos los tiempos: «Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo», es decir, una nueva vida, la de hijos e hijas de Dios.
Termina Lucas su relato diciendo que aquel día se convirtieron unas tres mil personas. Más que el número, Lucas quiere resaltar la fuerza irresistible del Evangelio y la presencia operante del Espíritu. La Iglesia, como nuevo pueblo de Dios, había comenzado aquel día de Pentecostés su andadura histórica. Los protagonistas del libro de los Hechos han sido presentados: El Espíritu Santo, la Palabra de Dios llevada por los testigos misioneros a todos los pueblos y la comunidad que nace de la Palabra y del Espíritu como el nuevo Pueblo de Dios.
Hechos 2,42-47Segundo informe: la primera comunidad cristiana. Lucas cierra este episodio de Pentecostés con su segundo sumario en que nos cuenta brevemente la vida interna de la primera comunidad de Jerusalén como efecto inmediato del don del Espíritu. Describe las actitudes y prácticas que expresan y mantienen esa vida: la escucha de las enseñanzas de los apóstoles, la oración continua y la «fracción del pan», término con que la Iglesia primitiva designaba a la eucaristía, que es el sacramento de la comunión con Cristo, palabra y pan de vida (Jua_6:34.51). Añade algo más: esta unión se manifiesta en la comunión de bienes. Los ricos vendían sus propiedades y las repartían entre los pobres. Se ha dicho que el evangelio de Lucas es el evangelio de los pobres. Esa preocupación por los desposeídos aparecerá de nuevo a lo largo de todo el libro de los Hechos. De momento, en una frase escueta nos indica que la comunidad practicaba algo tan revolucionario y tan nuevo entonces como ahora, es decir, que los ricos repartieran sus bienes entre los pobres. Finaliza esta sección describiendo el crecimiento rápido de la comunidad cristiana como signo de la presencia del Espíritu y también como fruto de su fidelidad a Jesús. El testimonio de vida de los cristianos ayer y hoy es el impacto mayor que acompaña todo proceso de evangelización.