Hechos 26 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 32 versitos |
1

Discurso de Pablo

Agripa dijo a Pablo:
– Puedes hablar en defensa propia.
Pablo, haciendo un gesto con la mano, pronunció su defensa:
2 – De todo lo que me acusan los judíos tengo hoy la satisfacción de defenderme ante ti, rey Agripa;
3 especialmente porque eres experto en costumbres y controversias judías. Por lo cual te pido que me escuches con paciencia.
4 Mi vida entera desde mi adolescencia, pasada desde el principio en el seno de mi pueblo, la conocen todos los judíos de Jerusalén.
5 Y, como me conocen desde hace tanto tiempo, pueden dar testimonio de que yo pertenecía a la secta más estricta de nuestra religión: era fariseo.
6 Ahora me están juzgando porque espero en la promesa que Dios hizo a nuestros padres.
7 Y nuestras doce tribus, en su culto noche y día, aguardan impacientes que se cumpla esa promesa. Majestad, de esa esperanza me acusan los judíos.
8 ¿Por qué les parece increíble que Dios resucite a los muertos?
9 En un tiempo yo pensaba que mi deber era combatir con todos los medios el nombre de Jesús Nazareno.
10 Es lo que hice en Jerusalén, con autoridad recibida de los sumos sacerdotes, metiendo en la cárcel a muchos consagrados. Y cuando los condenaban a muerte, yo añadía mi voto.
11 Muchas veces en las sinagogas yo los maltrataba para hacerlos blasfemar; y mi furia creció hasta el punto de perseguirlos en ciudades extranjeras.
12 Viajando en este empeño hacia Damasco, con autoridad y encargo de los sumos sacerdotes,
13 un mediodía nos envolvió a mí y a mis acompañantes una luz celeste más brillante que el sol.
14 Caímos todos a tierra y yo escuché una voz que me decía en hebreo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? De que te sirve tirar coces contra el aguijón.
15 Pregunté: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor respondió: Soy Jesús, a quien tú persigues.
16 Ponte en pie; que para esto me he aparecido a ti, para nombrarte servidor y testigo de que me has visto y de lo que te haré ver.
17 Te defenderé de tu pueblo y de los paganos a los que te envío.
18 Les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la luz, del dominio de Satanás a Dios, y para que reciban, por la fe en mí, el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los consagrados.
19 No desobedecí, rey Agripa, a la visión celeste, sino que me puse a predicar:
20 primero a los de Damasco, después a los de Jerusalén, en toda la Judea y a los paganos, que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, con prácticas válidas de penitencia.
21 Por este motivo se apoderaron de mí los judíos e intentaron acabar conmigo.
22 Pero, protegido por Dios hasta hoy, he podido seguir dando testimonio ante pequeños y grandes, sin enseñar otra cosa que lo que predijeron los profetas y Moisés, a saber,
23 que el Mesías había de padecer, resucitar el primero de la muerte y anunciar la luz a su pueblo y a los paganos.
24 Cuando Pablo terminó su defensa, Festo dijo con voz firme:
– Estás loco, Pablo. Tanto estudiar te ha vuelto loco.
25 Replicó Pablo:
– No estoy loco, ilustre Festo, más bien pronuncio palabras verdaderas y sensatas.
26 El rey entiende de todo esto y a él me dirijo con franqueza; porque no creo que ignore nada de esto, ya que son cosas que no sucedieron en lugares ocultos.
27 ¿Crees a los profetas, rey Agripa? Sé que les crees.
28 Agripa respondió a Pablo:
– Por poco no me convences de hacerme cristiano.
29 Respondió Pablo:
–¡Quiera Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino todos los oyentes fueran hoy lo que yo soy, pero sin estas cadenas.
30 Se levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los asistentes,
31 y al retirarse comentaban:
– Ese hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.
32 Agripa dijo a Festo:
– Podría haberse marchado libre si no hubiera apelado al emperador.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 26,1-32Discurso de Pablo. Se trata del último discurso del libro de los Hechos, en el que Pablo narra por tercera vez su conversión y vocación. El punto de arranque es su vida pasada como miembro del pueblo judío y del rígido partido fariseo. ¿Ha roto ahora con sus raíces judías? De ninguna manera. Va a mostrar que su vida presente es la consecuencia última de su identidad judía. Todo se remonta, según Pablo, a la esperanza de la promesa que Dios hizo «a nuestros padres» (6) y que han mantenido viva las doce tribus de Israel. De esta esperanza le acusan a él. ¿De qué esperanza se trata? Aunque Pablo no lo dice explícitamente, su intención es clara: el radical deseo humano de vivir es esperanza de resurrección. Pues bien, esto es lo que Dios tenía prometido y lo ha cumplido ahora resucitando al Mesías Jesús. Son sus acusadores los que habiendo aceptado la promesa, no aceptan ahora su cumplimiento en la resurrección de Jesús. A continuación narra su vida de cruel perseguidor de los cristianos. En ningún otro texto describe el Apóstol su ensañamiento fanático. Sigue su testimonio sobre el cambio radical sufrido en el camino de Damasco. Es la tercera vez que habla del acontecimiento, pero en esta ocasión difiere llamativamente de las anteriores. No menciona la ceguera ni la sanación ni la intervención de Ananías ni la fuga de Damasco. La conversión se transforma en vocación, al estilo de las vocaciones proféticas (cfr. Isa_42:7; Isa_61:1). Su testimonio, sin embargo, siempre es el mismo: Jesús, el primer resucitado de entre los muertos, es ahora luz universal sin distinción para judíos y paganos. Así termina el bellísimo discurso de Pablo. Para el gobernador romano, encerrado en su mentalidad, el testimonio de Pablo no es delito, sino demencia. El estudio ha trastornado al acusado, comenta. Ante el escepticismo del romano, Pablo apela a los conocimientos del judío Agripa. El rey se evade con una salida cortés. Vibrando de pasión misionera, Pablo se dirige ahora a todos los presentes. A todos los querría cristianos y sin cadenas, libres de verdad. El veredicto final no se pronuncia en el tribunal, sino en privado. El narrador se encarga de que el lector lo escuche antes de que Pablo se embarque. Agripa no entiende que, en el designio de Dios, el viaje a Roma se paga con la prisión.