Hechos 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 37 versitos |
1

Pedro y Juan ante el Consejo

Mientras hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos,
2 irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de Jesús.
3 Los detuvieron y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente.
4 Muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil.
5 Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los letrados,
6 también Anás el sumo sacerdote y Caifás, Juan y Alejandro y todos los familiares de sumos sacerdotes.
7 Hicieron comparecer a los apóstoles y los interrogaban:
–¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso?
8 Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió:
– Jefes del pueblo y ancianos:
9 por haber hecho un bien a un enfermo, hoy nos interrogan para saber de qué manera ha sido sanado este hombre.
10 Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitó de la muerte. Gracias a él, este hombre está sano en presencia de ustedes.
11 Él es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular.
12 En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados.
13 Al ver la seguridad de Pedro y Juan y notando que eran hombres simples y sin instrucción, se admiraban; también sabían que habían sido compañeros de Jesús
14 pero, viendo junto a ellos al hombre que había sido sanado, se quedaron sin réplica.
15 Ordenaron entonces que salieran del tribunal y se pusieron a deliberar:
16 –¿Qué hacemos con estos hombres? Han hecho un milagro evidente, todos los vecinos de Jerusalén lo saben y no podemos negarlo.
17 Pero, para que no se siga divulgando entre el pueblo, los amenazaremos para que no vuelvan a mencionar ese nombre a nadie.
18 Los llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en nombre de Jesús.
19 Pedro y Juan les replicaron:
–¿Juzguen ustedes si es correcto a los ojos de Dios que les obedezcamos a ustedes antes que a él? Júzguenlo.
20 Nosotros, no podemos callar lo que hemos visto y oído.
21 Repitiendo sus amenazas los dejaron en libertad, ya que no encontraban la manera de castigarlos, por temor al pueblo, que daba gloria a Dios por lo sucedido.
22 El hombre beneficiado con la señal de la sanación tenía más de cuarenta años.
23

Oración de la comunidad

Al verse libres, se reunieron con sus compañeros y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los letrados.
24 Al oírlos, íntimamente unidos a una voz oraron a Dios diciendo:
– Señor, que hiciste el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen;
25 que por boca de tu siervo David, inspirado por el Espíritu Santo, dijiste:
¿Por qué se agitan las naciones
y los pueblos planean en vano?
26 Se levantaron los reyes de la tierra
y los gobernantes se aliaron
contra el Señor y contra su Ungido.
27 De hecho, en esta ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel,
28 para ejecutar cuanto había determinado tu mano y tu designio.
29 Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu mensaje con toda franqueza.
30 Extiende tu mano para que sucedan sanaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.
31 Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban reunidos, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.
32

Comunidad de bienes

La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común.
33 Con gran energía daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados.
34 No había entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían campos o casas los vendían,
35 y entregaban el dinero a los apóstoles, quienes repartían a cada uno según su necesidad.
36 Un tal José, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa Consolado, levita y chipriota de nacimiento,
37 poseía un campo: lo vendió, y puso el dinero a disposición de los apóstoles.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 4,1-22Pedro y Juan ante el Consejo. Aparece un elemento nuevo en la vida de la comunidad: la persecución, que ya no abandonará a los testigos/misioneros del Evangelio a lo largo de todo el libro de los Hechos. Se realiza lo que había anunciado Jesús: sus discípulos serán perseguidos, pero el Espíritu Santo hablará por ellos ante sus perseguidores (cfr. Luc_12:4-12; Luc_21:12-19). La predicción de Jesús la escenifica magistralmente Lucas en este episodio. El escenario es impresionante: por una parte, la sala del Gran Consejo con todo el poder policial, político, económico y religioso de Israel; y por otra, los acusados Pedro y Juan, hombres sencillos y sin cultura. La acusación no podía ser más grave a los ojos de aquellos poderosos señores de Israel: anunciar el nombre de Jesús al pueblo en el templo, «su» templo. Normalmente, las personas humildes agachan la cabeza, piden perdón y esperan el castigo. Aquí ocurre lo inaudito; los acusados se convierten en acusadores. Pedro no pierde ocasión de dar testimonio de Jesús y esta ocasión es única. Como en sus anteriores discursos, anuncia de nuevo el mensaje de la muerte y resurrección de Jesús. Pero esta vez dice más: afirma enfáticamente que «no se ha dado a los hombres sobre la tierra a otro Nombre por el cual podamos ser salvados» (12). El paralítico sanado estaba presente como prueba. Los acusadores se sienten desarmados y vencidos. Por otra parte, puntualiza Lucas, el pueblo estaba con los acusados y daba gloria a Dios. Al final, para no sentirse del todo desautorizados, los poderosos les prohibieron hablar en nombre de Jesús, pero Pedro tiene la última palabra que repetirán ya en adelante todos los hombres y mujeres que, haciendo suyas las causas de los empobrecidos, se han de enfrentar a los poderes constituidos: «no podemos callar lo que hemos visto y oído» (20). La persecución en la comunidad cristiana será de ahora en adelante un signo de fidelidad al mensaje de Jesús.


Hechos 4,23-31Oración de la comunidad. El episodio del Gran Consejo lo cierra Lucas con la oración de la comunidad. Pedro y Juan vuelven a ella. Allí comparten, interpretan lo sucedido y rezan. Es una oración para tiempos de persecución. No se elaboran proyectos para escapar del peligro ni se piden castigos para los perseguidores, sino que piden, en primer lugar, la libertad de seguir anunciado el mensaje de Jesús, y en segundo lugar, que la liberación, por la fuerza de su Nombre, continúe en sanaciones, señales y prodigios.
Hechos 4,32-37Comunidad de bienes. Este nuevo sumario amplía la información sobre la comunidad, esta vez centrado en la comunicación de bienes. Las tres afirmaciones con que nos describe Lucas la comunidad de Jerusalén nos dejan sin saber qué pensar: «tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios» (32) y «no había entre ellos ningún necesitado» (34). ¿Se puede ser más utópico e idealista? Sin embargo, Lucas era un hombre realista y con los pies en la tierra. Él mismo recoge en su evangelio las palabras de Jesús de que los pobres estarán siempre con nosotros. Cometeríamos, sin embargo, un gran error si no tomáramos en serio su testimonio sobre aquellos primeros cristianos. Lucas no pretende ofrecernos un sistema evangélico de reforma social; presenta una exigencia radical del mismo Evangelio que comenzó a hacerse ya realidad entre los primeros creyentes aunque fuera de un modo limitado, tímido, que no funcionaría por mucho tiempo y quizás no muy de acuerdo con las leyes de la economía. En la comunidad había un problema serio de pobreza y la comunidad respondió a las necesidades de los pobres de un modo heroico. Su ejemplo está ahí cuestionando y apelando a los creyentes de hoy para que construyamos otro tipo de sociedad más justa y equitativa. Es la fuerza de la utopía iluminando y empujando cada momento histórico. Hay que tomar las palabras de Lucas como lo que son: ejemplo, llamamiento, denuncia, aguijón y condena evangélica.