Hechos 6 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 15 versitos |
1

Los siete diáconos

Por entonces, al aumentar el número de los discípulos, empezaron los de lengua griega a murmurar contra los de lengua hebrea, porque sus viudas quedaban desatendidas en la distribución diaria de los alimentos.
2 Los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron:
– No es justo que nosotros descuidemos la Palabra de Dios para servir a la mesa;
3 por tanto, hermanos, elijan entre ustedes a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia, y los encargaremos de esa tarea.
4 Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.
5 Todos aprobaron todos la propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía.
6 Los presentaron a los apóstoles, y estos después de orar les impusieron las manos.
7 El mensaje de Dios se difundía, en Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos, y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
8

Esteban detenido

Esteban, lleno de gracia y poder, hacía grandes milagros y señales entre el pueblo.
9 Algunos miembros de la sinagoga de los Emancipados, gente de Cirene y Alejandría, de Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban;
10 pero no conseguían contrarrestar la sabiduría y espíritu con que hablaba.
11 Entonces sobornaron a algunos para que declararan haberlo oído blasfemar contra Moisés y contra Dios.
12 Amotinaron al pueblo, incluidos ancianos y letrados, y llegando sorpresivamente lo arrestaron y lo condujeron al Consejo.
13 Allí presentaron testigos falsos que declararon:
– Este hombre no para de hablar contra nuestro lugar santo y contra la ley;
14 lo hemos oído afirmar que Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos dio Moisés.
15 En ese momento todos los que estaban sentados en el Consejo fijaron la vista en él y vieron que su rostro parecía el de un ángel.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 6,1-7Los siete diáconos. Con este capítulo comienza otra parte del libro de los Hechos en la que aparece un nuevo grupo en la Iglesia de Jerusalén: «los helenistas». La comunidad ha sido quizás idealizada por Lucas en los capítulos precedentes. En realidad, tenía problemas y no pequeños. No podía ser menos, porque se trataba de una comunidad muy compleja. La formaban dos grupos de diversa lengua, mentalidad, cultura y posición social. La división no podía tardar en llegar. Y llegó. Al narrar el episodio, Lucas, hombre conciliador, no hace más que insinuar el conflicto. Era demasiado conocido por todos y no merecía la pena insistir. El interés de Lucas está en presentar la solución pacífica a que se llegó sin que se rompiera la unidad de la comunidad y los frutos tan importantes que un grave conflicto eclesial bien resuelto puede producir. ¡Todo un ejemplo para nuestra Iglesia de hoy!
Ésta era la situación de aquella Iglesia de Jerusalén: por una parte, está el grupo cristiano de lengua aramea y cultura hebrea, grupo de la mayoría, del que forman parte los apóstoles. Sus costumbres y sus prácticas, algunas de ellas discriminatorias, son puramente judías. Un bagaje del que aún no habían sabido desprenderse, aun después de abrazar la fe, porque lo consideraban parte integrante del mensaje cristiano. En términos de hoy diríamos que formaban el ala tradicional y conservadora de aquella Iglesia. Por otra parte, está el grupo cristiano «helenista». El término «helenista», en general, designa a los judíos que habían nacido y vivido fuera de Palestina, en la «diáspora», en contacto sobre todo con la cultura griega, cuya lengua habían adoptado. Un buen número de ellos residía en Jerusalén donde tenían sus propias sinagogas, como grupo aparte. De talante más universal, formaban el ala avanzada, abierta y crítica del judaísmo. Un cierto número de estos judíos helenistas se hizo cristiano y, al convertirse, se afirmó más en ellos su crítica del judaísmo tradicional, sus costumbres, prácticas discriminatorias y prejuicios de los que aún no se había liberado el grupo conservador cristiano.
Son los recién convertidos «helenistas» los que provocan el conflicto dentro y fuera de la comunidad cristiana de Jerusalén. Hacia adentro, el problema aparentemente parece trivial y sin mayor importancia. Se quejan de la discriminación que sufren las viudas de su grupo a la hora del reparto de la comida. En realidad, el problema era mucho más de fondo como se verá después. Esta queja provoca una reunión general. Los doce apóstoles proponen una solución que es aceptada por todos: la elección de siete servidores o diáconos helenistas -todos tienen nombres griegos- para que atendieran a las necesidades materiales de las viudas, porque los apóstoles tenían un ministerio más importante que hacer, como predicar la Palabra de Dios.
Uno de los siete, de nombre Nicolás, era de origen pagano aunque simpatizante -prosélito- judío, natural de Antioquía. La situación de estos «simpatizantes» era muy incómoda. Querían ser judíos de pleno derecho pero no podían. Cuestión racial. Ahí estaba la Ley para impedírselo. Eran tolerados por una parte y discriminados por otra. No podían acudir al templo; no podían sentarse a comer con los judíos de raza, etc. Eran impuros, o sea, ciudadanos de segunda categoría. Cuando estos «simpatizantes» se hacían cristianos, la discriminación continuaba en el seno de la misma comunidad cristiana. ¿Se sentaban a la mesa, como iguales, junto a los cristianos de origen judío para celebrar la eucaristía?
Lucas habla como si la solución hubiera sido inmediata y fácil. Podemos imaginarnos lo que se calla, es decir, la discusión quizás acalorada, el diálogo, el discernimiento, el ceder de unos y de otros y, sobre todo, el clima de oración en que la polémica se resolvió. Con la imposición de las manos, los apóstoles transmiten a los siete elegidos el encargo y la gracia de Dios para cumplirlo. La imposición de las manos en la cultura bíblica venía a significar la comunicación del espíritu del que impone las manos sobre quien le son impuestas. Así se le confiere una misión y un ministerio. Había nacido lo que hoy llamaríamos una «Iglesia local» con su lengua, su cultura y sus líderes nativos.
Lucas nos transmite dos mensajes. Primero: que la unidad de la Iglesia que estaba naciendo no se rompió ante un grave conflicto, sino que como fruto de la unidad surgió la diversidad. Segundo: que el Espíritu Santo no es monopolio de ningún grupo cristiano ni de la jerarquía eclesiástica sin más, sino que actúa donde quiere. De hecho, comenzó a actuar de un modo sorprendente y maravilloso en aquella comunidad local de helenistas cristianos, empujando la Palabra más allá de las fronteras de la cultura y del pueblo judío. Esto se produjo por el problema «hacia fuera» que provocaron los jóvenes helenistas capitaneados por Esteban y del que se va a ocupar a continuación el narrador. De momento, el incidente queda resuelto y Lucas apostilla que la Palabra o el Mensaje (personificado) se difundía y que crecía mucho el número de los discípulos.


Hechos 6,8-15Esteban detenido. Hasta aquí, los apóstoles han acaparado la atención de Lucas como si sólo ellos actuaran en nombre de Jesús. El interés del narrador se centra ahora en los siete diáconos, especialmente en Esteban. El retrato que hace Lucas de este joven cristiano, el primer mártir de la Iglesia, no puede ser más atractivo: está poseído por el Espíritu, es entusiasta y valiente, muy activo en el anuncio del Evangelio, incisivo en la denuncia, grande en los milagros, la dialéctica, los discursos, las visiones. Todo un profeta. Lo que sus rivales, las autoridades judías, no consiguen razonando y discutiendo, lo intentan con una campaña de difamación para desacreditarlo ante el pueblo que se vuelve en su contra. Este dato nuevo cambia la situación. Lo acusan de blasfemia por hablar contra la Ley y el templo, símbolos de la identidad judía. Si ya los helenistas judíos relativizaban la Ley y el templo, este helenista cristiano lleva hasta sus consecuencias más radicales su fe en Jesús de Nazaret. En concreto, viene a decir que la Ley y el templo no han sido abolidos, sino substituidos por la persona de Jesús, cuya venida da cumplimiento justamente a la Ley y al templo. ¿Consecuencias? No más discriminación, sino invitación universal a todos los hombres y mujeres de cualquier raza o cultura a creer en Jesús y a formar parte de la nueva comunidad de sus seguidores.