Romanos  14 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1

Libertad y caridad

Comprendan al que es débil en la fe sin discutir sus razonamientos.
2 Uno tiene fe, y come de todo; otro es débil, y come verduras.
3 Quien come no desprecie al que no come, quien no come no critique al que come, porque Dios también lo ha recibido a éste.
4 Y tú, ¿quién eres para criticar a un empleado ajeno? Que esté en pie o caído es asunto de su amo. Pero no se caerá, porque el Señor tiene poder para mantenerlo en pie.
5 Éste da más importancia a un día que a otro, mientras que aquél los considera a todos iguales: cada cual que siga su convicción.
6 El que distingue un día del otro lo hace por el Señor, el que come también lo hace por el Señor, ya que da gracias a Dios. Y el que no come también lo hace por el Señor y le da gracias.
7

Somos del Señor

Ninguno vive para sí,
ninguno muere para sí.
8 Si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el Señor;
en la vida y en la muerte
somos del Señor.
9 Para eso murió Cristo y resucitó:
para ser Señor de muertos y vivos.
10 Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios,
11 como está escrito: Juro – dice el Señor– , ante mí se doblará toda rodilla, toda boca confesará a Dios.
12 Por tanto, cada uno de nosotros tendrá que rendir cuenta de sí mismo ante Dios.
13

No escandalizar

Dejemos de juzgarnos mutuamente. Procuren más bien no provocar el tropiezo o la caída del hermano.
14 Por la enseñanza del Señor Jesús lo sé y estoy convencido de ello: nada es impuro en sí, solamente lo es para quien lo considera impuro.
15 Pero si lo que tú comes hace sufrir a tu hermano, ya no obras de acuerdo con el amor. No destruyas por lo que comes a uno por quién Cristo murió.
16 No den lugar a que se hable mal de la libertad que ustedes tienen.
17 El reino de Dios no consiste en comidas ni bebidas, sino en la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo.
18 Quien sirve así a Cristo agrada a Dios y es estimado de los hombres.
19 Por tanto, busquemos lo que fomenta la paz mutua y es constructivo.
20 Por un alimento no destruyas la obra de Dios. Todo es puro, pero es malo comer algo que provoque la caída de otro.
21 Lo mejor es abstenerse de carne, de vino o de cualquier cosa que provoque la caída del hermano.
22 Guarda para ti, delante de Dios, tu propia convicción. Feliz quién elige sin sentirse culpable;
23 pero quien come dudando es culpable, porque no obra de acuerdo con lo que cree. Y todo lo que no hacemos de acuerdo con lo que creemos, es pecado.

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Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Romanos  14,1-6Libertad y caridad. Pablo se detiene ahora a comentar con detalle un problema concreto que causaba tensiones en las comunidades compuestas por cristianos procedentes del judaísmo y del paganismo, como la comunidad de Roma. Se trataba de la observancia de las leyes judías, como ayunos y prohibiciones culinarias, o de creencias paganas referentes a días de buen o mal augurio. Algunos cristianos, los «débiles», no acababan de desprenderse de tales prácticas, ya fuese por escrúpulos, miedos supersticiosos o por falta de formación. Otros, en cambio, «los fuertes», se sentían liberados de todo eso y miraban con desprecio a los «débiles». Pablo ya había tratado el tema en 1 Cor 8 y 10,14-33 y dado una solución de principio, a saber: la fe en Cristo libera al creyente de semejantes miedos y observancias. ¿Cuál era entonces el problema? El problema era los prejuicios, descalificaciones y condenas mutuas, sobre todo por parte de los «fuertes», que ponían en peligro la unidad y convivencia de la comunidad.
Pablo trata el asunto con la máxima seriedad y sale en defensa decidida de los «débiles». No es que todas las opiniones tengan para él el mismo valor o que la actitud de los «débiles» sea correcta. Son las personas y sus conciencias delante de Dios las que tienen el mismo valor. Por eso pide mutuo respeto y tolerancia, que no es lo mismo que indiferencia. En definitiva está pidiendo a la comunidad de Roma que practique el «diálogo presidido por la caridad», para que «los fuertes» sepan que la libertad del cristiano tiene que estar siempre al servicio del amor, y para que los que flaquean descubran que deben cambiar sus conductas.


Romanos  14,7-12Somos del Señor. La exhortación de Pablo se convierte ahora en oración. Es como si invitara a todos a recitar el himno litúrgico de confesión de fe en uso de las comunidades de entonces (7-9), para expresar que lo único importante en la vida del cristiano es el Señor: «si vivimos es para Él, si morimos es para Él... en la vida y en la muerte somos del Señor» (8). El tema del señorío de Cristo es constante en el pensamiento y en la enseñanza del Apóstol. Si Él es el Señor, a Él corresponde el último juicio. Parafraseando a Isa_45:23 : «ante mí se doblará toda rodilla, toda boca confesará a Dios» (11), el Apóstol contempla a la comunidad cristiana en la única actitud donde todas las diferencias y todos los prejuicios quedan superados: de rodillas ante el Señor confesando su nombre. ¿Quién se atreverá, de rodillas, en constituirse en juez de sus hermanos y hermanas?
Romanos  14,13-23No escandalizar. Pablo vuelve de nuevo en defensa del «débil». Lo ha defendido en Corinto, desde donde escribe, en la persona del «pobre» discriminado en las celebraciones de la eucaristía (1Co_11:21) y del «explotado» en los pleitos entre hermanos (1Co_6:8). Ahora defiende al débil «escandalizado» por la provocación del fuerte. Si el reinado de Dios no consiste en comidas ni bebidas, sino en la justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo (17), esto se lleva a cabo compartiendo la fe y el amor entre hermanos y hermanas. Y compartir la fe es respetar la conciencia del otro que le lleva a actuar de la manera que lo hace.
Viene a decirle al fuerte: si tu fe -tus convicciones, tu conciencia- te permite comer vino y carne, en buena hora. Pero si está en juego el amor al hermano a causa del escándalo que le das, deja el vino y la carne para otra ocasión. Si no lo haces, ya no estás compartiendo la fe de tu hermano, porque tu hermano actúa también por fe al comer sólo aquello que su conciencia le permite comer.