Romanos  2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 29 versitos |
1

El juicio de Dios

Por tanto no tienes excusa, tú que juzgas, seas quien seas; pues al juzgar al otro, tú te condenas; ya que tú haces lo mismo que condenas.
2 Sabemos que la sentencia de Dios contra los que obran así es justa.
3 Y tú, que juzgas a los que obran así y haces lo mismo, ¿piensas librarte del juicio de Dios?
4 ¿O desprecias su tesoro de bondad, su paciencia y aguante, olvidando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento?
5 Con tu cerrazón de mente y tu corazón impenitente estás juntando castigo para el día del castigo, cuando se pronuncie la justa sentencia de Dios,
6 que pagará a cada uno según sus obras:
7 Él dará vida eterna a los que perseverando en las buenas obras buscan la gloria, el honor y la inmortalidad.
8 En cambio castigará con la ira y la violencia a los que por egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a la injusticia.
9 Habrá angustia y tribulación para todo el que obre mal – primero para el judío, después para el griego– .
10 Habrá gloria y honor para todo el que obre bien – primero para el judío, después para el griego– .
11 Porque Dios no hace diferencia entre unos y otros.
12 Los que pecaron sin tener la ley, sin la ley perecerán; los que pecaron bajo la ley, según la ley serán juzgados.
13 Porque Dios no perdona a los que escuchan la ley, sino a los que la cumplen.
14 Cuando los paganos, que no tienen la ley, cumplen espontáneamente lo que exige la ley, no teniendo ley, ellos son su ley,
15 y así demuestran que llevan la exigencia de la ley grabada en el corazón. Lo demuestra también el testimonio de su propia conciencia que unas veces los acusa y otras los disculpa
16 hasta el día en que, de acuerdo con mi Buena Noticia y por medio de Cristo Jesús, Dios juzgará lo oculto del hombre.
17

Los judíos y la Ley

Pero tú, que te llamas judío, tú, que te apoyas en la ley, y te glorías de Dios,
18 tú que dices conocer su voluntad, e instruido por la ley pretendes discernir lo que es mejor,
19 estás convencido de ser guía de ciegos, luz de los que están a oscuras,
20 maestro de necios, instructor de ignorantes, porque tienes en la ley la suma del conocimiento de la verdad.
21 Tú, que enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti? Tú, que predicas que no se robe, ¿por qué robas?
22 Tú, que prohíbes el adulterio, ¿por qué lo cometes? Tú, que aborreces los ídolos, ¿por qué saqueas sus templos?
23 Si pones tu orgullo en la ley, ¿por qué deshonras a Dios quebrantando la ley?
24 Porque como está escrito: Por culpa de ustedes el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones.
25 La circuncisión es útil si cumples la ley; si la quebrantas, tu circuncisión te deja incircunciso.
26 En cambio, el que no está circuncidado pero guarda los preceptos de la ley, será tenido por un verdadero circunciso.
27 Uno físicamente incircunciso que cumpla la ley te juzgará a ti que, con tu código y tu circuncisión, quebrantas la ley.
28 Ser judío no consiste en tener señales visibles; la circuncisión no consiste en una señal en la carne.
29 El verdadero judío lo es interiormente: la verdadera circuncisión es del corazón, según el Espíritu y no según la ley escrita. A ése le corresponde la alabanza, no de los hombres, sino de Dios.

Patrocinio

 
 

Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Romanos  2,1-16El juicio de Dios. Pablo se vuelve ahora hacia su pueblo. Antes, se ha dirigido a los paganos en tercerapersona; a continuación lo hace en segunda persona, en forma de controversia o estilo de diatriba, es decir, imaginando un rival judío cuyas objeciones se citan para refutarlas. Parece como si este judío hubiera estado escuchando, con aire de autosuficiencia y aprobación, las condenas anteriores de Pablo contra el paganismo. Sustituyamos nosotros al «judío imaginario» del Apóstol por el «cristiano autosuficiente» que juzga a los paganos y seguidores de otras religiones y tendremos el cuadro completo. Pablo discute con este «sujeto orgulloso», y le anuncia también a él el Evangelio de la ira de Dios. Para empezar, le recuerda la imagen bíblica del «juez juzgado» (cfr. Natán y David en 2 Sm 12; la canción de la viña de Isa_5:1-7; o los jueces de la adúltera en Jua_8:7) y lo invita a que se aplique las consecuencias. Le viene a decir que también él participa de la condición humana y que es tan pecador como los demás. Toda actitud religiosa, de la tradición que sea, si no nos lleva al reconocimiento de nuestro pecado, al arrepentimiento y a la conversión, es falsa e hipócrita. Pablo lo va a resumir lapidariamente al final de su alegato: «no hay uno honrado, ni uno sensato» (Jua_3:10s).
El Apóstol quiere desmantelar esa falsa seguridad de la que alardea su imaginario interlocutor quien se ve a sí mismo «justificado» -salvado- ante Dios, gracias al cumplimiento de la Ley (cfr. Luc_18:11). ¿Está apuntando Pablo a una de las características del judaísmo de su tiempo? Lo que intenta es llevar a este sujeto a reconocer que no goza de privilegio ni de ventaja alguna a la hora del juicio de Dios, pues cada uno, pagano o judío, será juzgado según sus obras. Al fin de cuentas, la ley de la que alardean los judíos la lleva grabada toda persona en su corazón, sea de la religión que sea. La conciencia humana es la que funciona como ley (cfr. Pro_6:23). La intención final del Apóstol es poner en pie de igualdad a ambos, al pagano y al judío, ante el juicio de Dios que se lleva a cabo por medio de Jesucristo; un juicio que ya está en marcha porque llega con el Evangelio. Es el juicio de la ira, etapa que nos dispone para aceptar el «juicio de salvación». Sólo desde el convencimiento de nuestra realidad de pecadores es posible abrirse a la iniciativa de salvación de Dios por Jesucristo. Este reconocimiento de nuestro pecado no sólo atañe al individuo, sino también a la colectividad, a la «institución». La Iglesia no está solamente formada por «pecadores individuales», sino que ha pecado y sigue pecando como colectividad, como institución. ¿Cuántos siglos ha tardado nuestra «institución eclesial» en reconocer pública y oficialmente su pecado colectivo contra otras razas, religiones y pueblos?


Romanos  2,17-29Los judíos y la Ley. Pablo continúa su discusión imaginaria con el judío, pasando ahora, en concreto, a sus pretensiones y supuestos privilegios religiosos. El estilo se vuelve polémico, incluso agresivo. Sin embargo, es posible imaginar el desgarro interior que sentiría el Apóstol, judío también él, al tener que escribir estas líneas a los hombres y mujeres de su pueblo a quienes tanto ama y por quienes militaba en el pasado como fanático perseguidor de Cristo en cuyo nombre les habla ahora.
Pablo va a mencionar los tres privilegios fundamentales que, como muros de protección contra los demás pueblos, convertían a los judíos en gente especial, escogida, exclusiva, intachable... según ellos, por supuesto. El primero, el privilegio de sangre y de raza: «tú, que te llamas judío» (17); el segundo, la Ley, o «la suma del conocimiento de la verdad» (20); el tercero, la marca de exclusividad: «la circuncisión» (25). A continuación, procede a desmantelar cada uno de estos bastiones de autosegregación y privilegio. Lo hace confrontando a su interlocutor imaginario con su pasado histórico de transgresiones y pecados, a pesar de la Ley, de la circuncisión y de todo el montaje religioso-ideológico de que se han rodeado. El resultado no puede ser más patético. Al fin y al cabo, Pablo viene a decirles que son tan ignorantes, tan ladrones, tan adúlteros y tan saqueadores de templos como los incircuncisos y los paganos. Es más, añade que hay paganos decentes y honestos que podrían muy bien actuar como sus jueces (27). ¿Se ha convertido Pablo de fanático judío en fanático anti-judío? No es ésta, ni mucho menos, su intención. Sustituyamos a los «judíos» por todos aquellos que hacen de su religión, del color de su piel, de su raza o nacionalidad, de su dinero, de su posición social, de su cargo eclesiástico o civil un instrumento de privilegio, discriminación u opresión y habremos entendido la intención del Apóstol. A todos ellos, simbolizados en su imaginario interlocutor judío, les está predicando el Evangelio de la ira de Dios.