Romanos  4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

El ejemplo de Abrahán

¿Y qué diremos de Abrahán, nuestro padre según la carne?
2 Si Abrahán fue justificado por las obras, podía estar orgulloso; pero no delante de Dios.
3 ¿Qué dice la Escritura? Creyó Abrahán a Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación.
4 Al que trabaja le dan el salario como paga, no como regalo.
5 Al que no hace nada, sino que se fía en el que hace justo al malvado, se le tiene en cuenta la fe para su justificación.
6 Por eso David proclama la bienaventuranza del hombre a quien Dios tiene como justo sin tomarle en cuenta las obras:
7 Dichoso aquél a quien le han perdonado el delito y le han sepultado sus pecados;
8 dichoso aquél a quien el Señor no le tiene en cuenta su pecado.
9 Pero, esa bienaventuranza, ¿vale sólo para el circunciso o también para el incircunciso? Hemos afirmado que a Abrahán la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
10 ¿En qué situación? ¿Antes o después de circuncidado? Evidentemente antes y no después.
11 Y como señal de la justicia que, sin estar circuncidado, había recibido por creer, recibió la circuncisión. De ese modo quedó constituido padre de ambos: de los incircuncisos que tienen la fe que les es tenida en cuenta para su justificación
12 y de los circuncisos que, no contentos con serlo, siguen las huellas de nuestro padre Abrahán, que creyó sin estar circuncidado.
13

La promesa de descendencia

No por la ley le prometieron a Abrahán o a su descendencia que heredarían el mundo, sino por el mérito de la fe.
14 Porque, si los herederos lo son en virtud de la ley, la fe no tiene objeto y la promesa es nula.
15 Porque la ley provoca la condena: donde no hay ley, no hay trasgresión.
16 Por eso la promesa ha de basarse en la fe, como don; y de este modo la promesa será válida para todos los descendientes de Abrahán, tanto para sus hijos reconocidos por la ley como para sus hijos por la fe. Porque Abrahán es el padre de todos nosotros
17 como está escrito: Te haré padre de muchas naciones; es padre de todos nosotros a los ojos de Dios, en quien creyó, Aquel que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.
18 Por la fe, Abrahán siguió esperando cuando ya no había ninguna esperanza y así se convirtió en padre de muchos pueblos, según el dicho: así será tu descendencia.
19 No vaciló su fe, aun considerando su cuerpo ya sin vigor – era un centenario– y el seno estéril de Sara.
20 No dudó con desconfianza de la promesa de Dios, sino que robustecido por la fe, glorificó a Dios,
21 convencido de que podía cumplir lo prometido.
22 Por eso la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
23 Y cuando dice la Escritura que Dios tuvo en cuenta su fe, no se escribió sólo por él,
24 sino también por nosotros, que tenemos fe en el que resucitó de la muerte a Jesús, Señor nuestro,
25 que se entregó por nuestros pecados y resucitó para hacernos justos.

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Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Romanos  4,1-12El ejemplo de Abrahán. En este diálogo imaginario con el «judaísmo de su tiempo», queda pendiente una pregunta: ¿para qué sirvieron, entonces, la circuncisión y la ley de Moisés? ¿Ha sido todo en vano? De ninguna manera, parece responder Pablo. Es precisamente la «ley de la fe» revelada ahora en la persona de Jesús, muerto y resucitado, la clave que interpreta y da validez a la «ley de Moisés» y a la circuncisión. El Apóstol, Escritura en mano, pasa a probarlo remontándose hasta Abrahán, la figura central del pueblo judío. Pone su mirada en el momento más crucial y significativo de la vida del Patriarca: Dios le promete, en su vejez, una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo. Sin embargo, contra toda esperanza humana (18) el Patriarca se fió de Dios: «creyó al Señor y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (Gén_15:6), es decir: recibió la fe de forma gratuita, fue justificado, recibió la salvación. La circuncisión del Patriarca (Gén_17:20) vino después, «como señal de la justicia... que había recibido por creer» (11). Siglos después llegó la Ley de Moisés. Así, la circuncisión y la Ley tenían un valor de referencia. Eran «memoria activa» del momento fundacional del pueblo judío que tuvo su origen en el acto de fe de Abrahán por el que se convirtió en «Patriarca» -en lugar de «ancestro»- de Israel gracias al cumplimiento de la promesa que le hizo Dios.


Romanos  4,13-25La promesa de descendencia. Pablo quiere rescatar la «paternidad» de Abrahán de los estrechos límites nacionalistas a que había sido reducida por el pueblo judío en razón de la Ley y la circuncisión -los judíos le daban a Abrahán el título de «nuestro padre»-. Pablo le otorga una dimensión universal, de «patriarca de Israel» pasa a ser «padre de todos los que creen». El don de la fe y la respuesta creyente, que definieron las relaciones entre Dios y Abrahán, serán también los elementos que marcarán el rumbo de las relaciones entre Dios y la prometida descendencia del Patriarca.
El Apóstol desvela toda la riqueza que lleva consigo el acto de fe de Abrahán. Fiándose de Dios, el Patriarca creyó que Dios, otorgando su perdón, puede transformar a una persona culpable en «justa» -salvada-, que puede convertir a dos ancianos estériles en portadores de vida. Todo lo que creyó el Patriarca se cumplió en su persona, es decir «le fue tenido en cuenta para su justificación» (4,3). Pablo señala que esto fue escrito para que nosotros creamos que Dios resucitó a Jesucristo de entre los muertos. El tema de la resurrección de Jesús, anunciado en 1,4, se afirma con fuerza al final de esta sección de la carta. En realidad, ha estado latente en todo el recorrido de Pablo por las Escrituras como una luz que ha iluminado el verdadero sentido de la historia del pueblo judío narrada en la «Ley y en los Profetas». Al final (24s), lo resume así: a nosotros nos acreditará el creer «en el que resucitó de la muerte a Jesús, Señor nuestro, que se entregó por nuestros pecados y resucitó para hacernos justos» -para otorgarnos la salvación-.