Romanos  8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 39 versitos |
1

Vida por el Espíritu

En conclusión, no hay condena para los que pertenecen a Cristo Jesús.
2 Porque la ley del Espíritu que da la vida, por medio de Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
3 Lo que no podía hacer la ley, por la debilidad de la condición carnal, lo ha hecho Dios enviando a su Hijo, en condición semejante a la del hombre pecador para entendérselas con el pecado; en su carne ha condenado al pecado,
4 para que la justa exigencia de la ley la cumpliéramos los que no procedemos movidos por bajos instintos, sino por el Espíritu.
5 En efecto, los que se dejan guiar por los bajos instintos tienden a lo bajo; los que se dejan guiar por el Espíritu tienden a lo espiritual.
6 Los bajos instintos tienden a la muerte, el Espíritu tiende a la vida y la paz.
7 Porque la tendencia de los bajos instintos se opone a Dios; ya que no se someten a la ley de Dios ni pueden hacerlo;
8 y los que se dejan arrastrar por ellos no pueden agradar a Dios.
9 Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino por el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece.
10 Pero si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo muera por el pecado, el espíritu vivirá por la justicia.
11 Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el que resucitó a Cristo de la muerte dará vida a sus cuerpos mortales, por el Espíritu suyo que habita en ustedes.
12 Hermanos, no somos deudores de los bajos instintos para vivir a su manera.
13 Porque, si viven de ese modo, morirán; pero, si con el Espíritu dan muerte a las bajas acciones, entonces vivirán.
14 Todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
15 Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abba, Padre.
16 El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
17 Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si compartimos su pasión, compartiremos su gloria.
18

Esperanza de gloria

Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros.
19 La humanidad aguarda ansiosamente que se revelen los hijos de Dios.
20 Ella fue sometida al fracaso, no voluntariamente, sino por imposición de otro; pero esta humanidad, tiene la esperanza
21 de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
22 Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto.
23 Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo.
24 Con esa esperanza nos han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; porque, lo que uno ve no necesita esperarlo.
25 Pero, si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia.
26 De ese modo el Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad. Aunque no sabemos pedir como es debido, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar.
27 Y el que sondea los corazones sabe lo que pretende el Espíritu cuando suplica por los consagrados de acuerdo con la voluntad de Dios.
28

El amor de Dios

Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio.
29 A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos.
30 A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó.
31 Teniendo todo esto en cuenta, ¿qué podemos decir? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?
32 El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él?
33 ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve,
34 ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros?
35 ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?
36 Como dice el texto: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas al matadero.
37 En todas esas circunstancias salimos más que vencedores gracias al que nos amó.
38 Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes
39 ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

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Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Romanos  8,1-17Vida por el Espíritu. «¿Quién me librará de esta condición mortal?» (7,24), se preguntaba Pablo. Y ahora responde: Cristo, regalándome su Espíritu. Este nuevo poder lo describe en oposición a la ley del pecado y de la muerte.
La persona humana, abandonada a sus propias fuerzas, no puede medirse con un enemigo tan poderoso como la «ley del pecado». La derrota significa la muerte total, la ausencia de Dios. Pero ahora contamos con un aliado formidable: el Espíritu Santo que nos está poniendo la victoria al alcance de la mano. La batalla continúa, las fuerzas del pecado siguen amenazando con su capacidad destructiva, pero la situación ha cambiado. Todos los temas fundamentales de la predicación de Pablo se dan cita en este capítulo para presentarnos una grandiosa visión de la fe cristiana como camino de vida y esperanza, contemplada bajo la revelación del misterio de amor de Dios en sus tres protagonistas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La persona humana ya no está sola en la lucha. Dios Padre se ha comprometido a fondo en ella, enviando a su Hijo al mundo «en condición semejante a la del hombre pecador» (3), afirma Pablo con el más atrevido realismo que le permite la lengua griega en un intento de expresar lo inefable, es decir, que es Cristo, «verdadero hombre», el que se enfrenta con el pecado en el propio terreno de éste, la pecadora condición humana, para derrotarlo sin contaminarse.
La muerte y resurrección de Jesús abren las puertas del mundo al Espíritu. Así entra en la escena de nuestra lucha contra el «instinto» que nos arrastra al pecado y a la muerte, el tercer protagonista del «misterio de salvación», el Espíritu Santo, a quien Pablo nombrará veintinueve veces en este capítulo. El Apóstol presenta al Espíritu Santo con un dinamismo de arrolladora actividad: inspira (5), tiende a la vida y a la paz (6), habita en los cristianos (9), dará vida a nuestros cuerpos mortales (11), ayuda a mortificar las acciones del cuerpo (13), hasta culminar en la gran revelación del supremo don que resume e incluye a todos los demás: nos hace hijos de Dios, nos permite clamar Abba, Padre (15), atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (16), herederos de Dios, coherederos con Cristo (17). Termina el Apóstol diciendo que, ahora, esta «filiación y herencia» (cfr. Mar_14:36; Gál_4:6), es compartir su pasión, a través de la cual compartiremos también su gloria (cfr. Flp_3:10s).


Romanos  8,18-27Esperanza de gloria. Pablo comienza hablando de la gloria de los que sufren con Cristo y que se manifestará en nosotros (18). A continuación, coloca en este «horizonte de la esperanza» a toda «la humanidad», a toda «la creación», pues ambas traducciones del término griego usado son posibles e incluso complementarias. Esta grandiosa visión del Apóstol encontrará, seguramente, en nuestra generación más empatía que en generaciones anteriores. Para el hombre y la mujer de hoy, el destino de la humanidad y el de la creación se han hecho inseparables. Justicia, paz e integridad de la creación se ha convertido en el «credo» no sólo de ecologistas, sino de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes o no creyentes.
Pablo, por supuesto, no habla como ecologista ni solamente como hombre de buena voluntad. Su visión es más profunda. Su cultura bíblica no le permite separar al «Dios creador» del «Dios salvador», ni a la «creación del hombre y de la mujer» de la «creación de la tierra y del cosmos». Si la caída del hombre ha arrastrado en ella a toda la creación, «maldito el suelo por tu culpa: con fatiga sacarás de él tu alimento mientras vivas» (Gén_3:17; cfr. Sal_102:27), la salvación del hombre y de la mujer afectará también a toda la creación, «voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva» (Isa_65:17; cfr. 2Pe_3:13). El Apóstol contempla a la humanidad y a la creación en el camino de la salvación -ya realizada en Cristo, pero aún no concluida- con la mirada expectante y tendida hacia ese futuro de liberación que se hace ya presente en la esperanza: «la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto» (22).
Dentro de esta humanidad expectante, Pablo se dirige a los cristianos, «también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo» (23), en clara alusión a la función fundamental de la comunidad creyente: anunciar el Evangelio de salvación universal, en solidaridad de sufrimientos y de expectación con la comunidad humana, dando testimonio de nuestra esperanza (cfr. 1Pe_3:15). El Espíritu Santo, que es dinamismo de acción como también dinamismo de oración, es el mediador eficaz de este anuncio y testimonio cristiano, convirtiendo los dolores de parto de la creación entera, en gemidos inefables de plegaria (26s).
Romanos  8,28-39El amor de Dios. Pablo cierra el capítulo con esta especie de canto triunfal al amor que Dios y Cristo nos tienen. Gracias a él saldremos triunfadores de todas las tribulaciones que la vida nos depare. Aunque el párrafo comienza con el amor del hombre a Dios, no es de aquel la iniciativa, pues fue Dios quien comenzó escogiendo, destinando, llamando, haciendo justos, glorificando (29s). El Apóstol no habla de «predestinados» como si se refiriera a «nosotros» frente a «los demás», sino todo lo contrario. El acento está en la iniciativa divina de salvación que es universal, por eso Jesucristo es el «primogénito de muchos» (29) sin excepción. Este proceso de salvación consiste en reproducir en cada uno de nosotros la imagen de su Hijo. La imagen de Dios (cfr. Gén_1:27) deformada por el pecado, se renueva así como imagen y semejanza de nuestro hermano mayor.
Si la comunidad cristiana, a la que se dirige el Apóstol con el repetido «nosotros», vive ya en la fe y en la esperanza esta realidad de salvación, lo debe hacer «en referencia» a toda la humanidad, como símbolo y anuncio de lo que el Espíritu está realizando misteriosamente en todos los hombres y mujeres de todas las religiones. Esto es lo que queremos decir cuando llamamos a la Iglesia «sacramento de salvación». A esto se refiere Pablo cuando exclama en un grito de victoria: «Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?» (31). No es éste un «grito de cruzada» contra nadie, como tantas veces ha sido deformado a lo largo de la historia cristiana. Dios ha tomado partido por el hombre y la mujer de toda nación, raza o religión, en un acto de amor del que nada ni nadie podrán ya separarnos, y que va más allá de la muerte, pues es prenda de resurrección.