I Corintios 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 31 versitos |
1

Saludo y acción de gracias

Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y el hermano Sóstenes,
2 a la Iglesia de Dios de Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús con una vocación santa, y a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro:
3 Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
4 Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús.
5 En efecto, por él han recibido todas las riquezas, las de la palabra y las del conocimiento.
6 El testimonio sobre Cristo se ha confirmado en ustedes,
7 por eso mientras aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesu[cristo], no les falta ningún don espiritual.
8 Él los mantendrá firmes hasta el final para que en el día de nuestro Señor Jesucristo sean irreprochables.
9 Porque Dios es fiel y Él los llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo Señor nuestro.
10

Discordias en Corinto

Hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo les ruego que se pongan de acuerdo y que no haya divisiones entre ustedes, sino que vivan en perfecta armonía de pensamiento y opinión.
11 Porque me he enterado, hermanos míos, por la familia de Cloe, que existen discordias entre ustedes.
12 Me refiero a lo que anda diciendo cada uno: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo.
13 ¿Está dividido Cristo? ¿Ha sido crucificado Pablo por ustedes o han sido bautizados invocando el nombre de Pablo?
14 Gracias a Dios no bauticé más que a Crispo y Cayo;
15 así que nadie diga que fue bautizado invocando mi nombre.
16 Bueno, bauticé también a la familia de Esteban; pero, que yo sepa, no bauticé a nadie más.
17 Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, sin elocuencia alguna, para que no pierda su eficacia la cruz de Cristo.
18

El mensaje de la cruz

Porque el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que nos salvaremos es fuerza de Dios.
19 Como está escrito:
Acabaré
con la sabiduría de los sabios
y confundiré
la inteligencia de los inteligentes.
20 ¿Dónde hay un sabio, dónde un letrado, dónde un investigador de este mundo? ¿Acaso no ha demostrado Dios que la sabiduría del mundo es una locura?
21 Como el mundo con su sabiduría no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, dispuso Dios salvar a los creyentes por la locura de la cruz.
22 Porque los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría,
23 mientras que nosotros anunciamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos;
24 pero para los llamados, tanto judíos como griegos, un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios.
25 Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios más fuerte que la fortaleza de los hombres.
26 Miren, hermanos, quiénes han sido llamados: entre ustedes no hay muchos sabios humanamente hablando, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;
27 por el contrario, Dios ha elegido los locos del mundo para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes,
28 Dios ha elegido a gente sin importancia, a los despreciados del mundo y a los que no valen nada, para anular a los que valen algo.
29 Y así nadie podrá gloriarse frente a Dios.
30 Gracias a Él ustedes son de Cristo Jesús, que se ha convertido para ustedes en sabiduría de Dios y justicia, en consagración y redención.
31 Así se cumple lo escrito:
El que se gloría
que se gloríe en el Señor.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 1,1-9Saludo y acción de gracias. La introducción a la carta consta, como de costumbre, de saludo y de acción de gracias. Lo primero que llama la atención en esta breve introducción es la mención del nombre de Jesucristo, nueve veces en nueve versos. Es, pues, esta referencia constante a Jesús la que califica al que escribe la carta, a los destinatarios, y al contenido de la misma. Pablo necesita, ya de entrada, presentar sus credenciales como «llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús» (1). Su autoridad había sido cuestionada entre los corintios y el Apóstol tendrá que acreditarla.
El Apóstol se dirige después a los destinatarios como a la «Iglesia de Dios de Corinto» (2). La intención es clara: los corintios no están solos, son miembros de la gran asamblea convocada por Dios a la que pertenecen todos los hombres y mujeres de cualquier raza o nación que han sido «consagrados a Cristo Jesús con una vocación santa» (2) y que, por tanto, invocan el nombre de Jesús sea donde sea.
Es interesante resaltar el altísimo concepto que Pablo tiene de los cristianos. Naturalmente, el Apóstol no los canoniza, como después se verá cuando ponga el dedo en la llaga y denuncie los problemas concretos de aquella comunidad de Corinto. Pablo se refiere a la acción salvadora de Dios por medio de Jesús que se derramó gratuitamente sobre aquellos hombres y mujeres, como también sobre nosotros, elevándolos a la dignidad de hijos e hijas de Dios. Este don gratuito de Dios, sin embargo, no es estático, sino dinámico. Pablo lo llama «vocación santa» (2). En nuestro lenguaje de hoy diríamos que se trata de la «misión» de todo cristiano y cristiana, recibida en el bautismo, de transformar el mundo en que vivimos haciéndolo más justo y equitativo, menos pobre y corrupto, más ecológico y pacífico. Es decir, la misión de construir, ya ahora, el reino de Dios. Ser hijos e hijas de Dios es lo mismo que ser misioneros y misioneras de su reino. Para realizar esta labor no estamos con las manos vacías. Dios nos regala dones, aptitudes y carismas. Pablo reconoce esta realidad en la comunidad de Corinto. Se congratula por ello y les anima a seguir fieles dando testimonio y confiando en la fidelidad de Dios que completará lo comenzado.
Entre los dones que la comunidad ha recibido, Pablo menciona la elocuencia y la sabiduría, cualidades muy estimadas en el mundo griego; al valorarlas positivamente, el Apóstol se gana la benevolencia de sus lectores. Estos carismas tienen una función en el presente, pero están orientados a la manifestación última de Jesucristo, cuando llegue «su día». Al escribir la carta, Pablo estaba convencido de que la segunda y definitiva venida del Señor era inminente.


I Corintios 1,10-17Discordias en Corinto. Después de esta introducción densa y programática, Pablo va enseguida al grano, es decir, al problema fundamental de la comunidad de Corinto: las divisiones y las rivalidades, pecados constantes de la Iglesia de Dios de todos los tiempos. La exhortación a la unidad es solemne y enérgica, hecha en nombre de Jesús y apelando a sus títulos de Cristo y Señor. Pablo no entra ahora en detalles sobre las divisiones y rivalidades pero, por el tenor de toda la carta, la alusión es clara: la discriminación y las diferencias entre cristianos ricos -algunos- y pobres -la mayoría-; esclavos y libres; mujeres y hombres; cultos -algunos- y sin estudios -la mayoría-; carismáticos y conservadores; judíos y griegos; pecadores públicos y personas honestas.
De todo esto había en aquella comunidad cristiana tan compleja, conflictiva, cosmopolita y pluralista de Corinto, reflejo casi exacto de muchas de nuestras comunidades de hoy. Es posible que cada grupo se identificara con un personaje de la Iglesia como Pablo, Cefas o Apolo sin que estos personajes fueran en realidad los jefes de fila de los diversos bandos. Ante situación tan compleja, el Apóstol lanza, de momento, una poderosa llamada de atención a la conciencia de todos en favor de la concordia, que termina con preguntas tan incisivas como éstas: «¿Está dividido Cristo? ¿Ha sido crucificado Pablo por ustedes?» (13). Cristo y la Iglesia se identifican de tal modo (cfr. 12,27) que las divisiones en la Iglesia son tan absurdas como si Cristo estuviese dividido.
I Corintios 1,18-31El mensaje de la cruz. Entramos en la sección más importante de la carta donde Pablo, quien antes nos ha dicho que su misión principal es evangelizar, nos va a comunicar en qué consiste su evangelio, el mensaje que anuncia como embajador de Cristo. No es exagerado afirmar que estamos ante uno de los textos claves de todo el Nuevo Testamento, que ya en adelante va a legitimar o desacreditar todo lo que pensemos, escribamos, hablemos o practiquemos en nombre de Dios a lo largo de la historia. Su mensaje es la cruz de Jesús.
A través de una serie de contrastes audaces y contundentes, Pablo nos acerca al misterio de Cristo crucificado: es un «escándalo», dice, para los judíos que esperan a un Cristo triunfador. Es una «locura», añade, para los griegos que buscan y se apoyan en la razón y la sabiduría. El misterio de la cruz sólo puede expresarse ante los ojos de la sabiduría y razón humanas como «locura y debilidad de Dios», y precisamente por eso, es «fuerza y sabiduría de Dios» (24) para los creyentes. Pablo ciertamente no es un fanático anti-intelectual que desprecia la razón, la ciencia o el progreso. A lo que el Apóstol se opone decididamente es a todo proyecto humano de la índole que sea -incluso religiosa- que, dejando de lado al Dios que se revela en la cruz de Jesús, termina siempre por construir una sociedad basada en la injusticia, la discriminación, la opresión y la violencia.
Esta paradoja, la fuerza de la debilidad de Dios, se prolonga y manifiesta en la comunidad de Corinto, compuesta de gente socialmente sin importancia (cfr. Stg_2:5; Mat_11:25). No abundan los intelectuales, los ricos, los poderosos, la nobleza. Como en otro tiempo a unos esclavos en Egipto (cfr. Deu_7:7s; Isa_49:7), así ahora elige a gente sin estudios, sin influjos y sin títulos. Es interesante resaltar la insistencia de Pablo en poner de relieve en estos versículos (26-29), por una parte, la iniciativa de la elección de Dios, repitiendo cuatro veces el termino «elegir» o «llamar», y por otra, la condición social de los destinatarios de su elección: los locos del mundo, los débiles, los plebeyos, los despreciados, los que nada son. Ellos serán, sigue afirmado Pablo, los que humillarán -lo dice dos veces- a los sabios y poderosos y anularán a los que se creen que son algo.
Esta iniciativa de salvación de Dios, absolutamente sorprendente, se hace realidad en Jesús que comunica a los suyos, los débiles de este mundo, la sabiduría, la justicia, la consagración y el rescate. Estas expresiones densas de teología paulina, podrían resumirse en una palabra: «liberación», comenzando ya aquí y ahora. En definitiva, Pablo no hace sino presentar a los corintios -y a nosotros- el proyecto que Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret (cfr. Luc_4:14-21). Pablo escribe con la pasión y la lúcida percepción de quien ha comprendido la esencia del Evangelio, es decir, la «memoria» de Jesús, que el Apóstol quiere dejar clara para la Iglesia de Corinto y para todos los que leemos hoy su carta.