I Corintios 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 33 versitos |
1

Peligro de idolatría

No quiero que ignoren, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube y atravesaron el mar;
2 todos se bautizaron en la nube y el mar uniéndose a Moisés;
3 todos comieron el mismo alimento espiritual
4 y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que les seguía, roca que es Cristo.
5 Pero la mayoría no agradó a Dios y quedaron tendidos en el desierto.
6 Esos sucesos nos sirven de ejemplo para que no nos abandonemos a malos deseos como ellos lo hicieron.
7 No sean idólatras como algunos de ellos, de quienes está escrito:
Se sentó el pueblo
a comer y beber
y se levantó a danzar.
8 No nos abandonemos a la inmoralidad sexual como hicieron algunos de ellos, y en un solo día cayeron veintitrés mil.
9 No pongamos a prueba al Señor como hicieron algunos de ellos y perecieron mordidos por serpientes.
10 No se rebelen como algunos se rebelaron y perecieron a manos del ángel destructor.
11 Todo esto les sucedía a ellos como figura, y se escribió para advertirnos a los que hemos alcanzado la etapa final.
12 Por consiguiente, quien crea estar firme, tenga cuidado y no caiga.
13 Ustedes no han tenido hasta ahora ninguna prueba que supere sus fuerzas humanas. Dios es fiel y no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas, al contrario, con la prueba les abrirá una salida para que puedan soportarla.
14

Comidas idolátricas y libertad cristiana

Por esto, queridos míos, huyan de la idolatría.
15 Hablo a gente entendida, juzguen por ustedes mismos.
16 La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
17 Uno es el pan y uno es el cuerpo que todos formamos porque todos compartimos el único pan.
18 Miren a los israelitas de raza: los que comen las víctimas sacrificadas, ¿no están en comunión con el altar?
19 ¿Qué intento decir? ¿Que la carne sacrificada a los ídolos tiene algún valor o que los ídolos son algo?
20 No, en absoluto. Pero, como los sacrificios de los paganos se ofrecen a demonios y no a Dios, no quiero que entren en comunión con los demonios.
21 No pueden beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no pueden compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios.
22 ¿Acaso queremos provocar celos al Señor?, ¿somos acaso, más fuertes que él?
23 Todo está permitido, dicen; pero no todo conviene. Todo está permitido. Pero no todo edifica.
24 Nadie busque su interés, sino el del prójimo.
25 Coman todo lo que se vende en la carnicería sin hacer problema de conciencia,
26 porque del Señor es la tierra y cuanto contiene.
27 Si un pagano los invita a comer y ustedes aceptan, coman de todo lo que les sirva sin hacer problema de conciencia.
28 Pero si alguien les avisa: es carne sacrificada, no coman: en atención al que les avisó y a su conciencia.
29 No me refiero a la propia conciencia, sino a la del otro. ¿Cómo?, ¿va a ser juzgada mi libertad por la conciencia ajena?
30 Si yo doy gracias a Dios por lo que como, ¿por qué me van a criticar por comerlo?
31 Entonces, ya coman o beban o hagan lo que sea, háganlo todo para gloria de Dios.
32 No sean motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios.
33 Como yo, que intento agradar a todos, no buscando mi ventaja, sino la de todos, para que se salven.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 10,1-13Peligro de idolatría. Pablo ilustra la necesidad de perseverar hasta el final, haciendo desfilar ante los ojos de los corintios varios episodios escalonados de los israelitas en el desierto, comentándolos no como un predicador fundamentalista, sino con la libertad de interpretación de la tradición rabínica, para aplicarlos al momento presente de la comunidad. El tema del Éxodo era uno de los más explotados por dicha tradición en la que se había educado el judío Pablo. Los episodios ejemplares recogidos son: el paso del mar (cfr. Éx 14), el maná (cfr. Éx 16), el agua de la roca (cfr. Nm 20), la cobardía ante el peligro (cfr. Nm 14), el ternero de oro (cfr. Éx 32), la prostitución sagrada (cfr. Nm 25), las serpientes (cfr. Nm 21), la protesta (cfr. Nm 17).
Los israelitas fueron un pueblo favorecido y mimado por Dios, sin embargo muchos de ellos prevaricaron, se prostituyeron, se hicieron idólatras, fornicaron, protestaron, se rebelaron a la hora de la tentación en el desierto. El desierto es la etapa tradicional de «la prueba» (cfr. Éxo_16:4; Éxo_20:20; Deu_8:2.16) que es parte integrante de la existencia humana y cristiana. En el Padrenuestro pedimos superarla, no eliminarla.
Pablo, simple y llanamente, hace un llamamiento a eliminar de nuestras vidas toda presunción y autosuficiencia. Humilde y a la vez preparado como un atleta, es como quiere ver el Apóstol al cristiano frente a la tentación que continuamente ronda nuestras vidas. No estamos, sin embargo, solos o solas ante el peligro: «Dios es fiel y no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas» (13).


I Corintios 10,14-33Comidas idolátricas y libertad cristiana. Las tentaciones concretas y algunas de las caídas de los corintios ya han aparecido en la carta. Pablo va a juzgar ahora un caso particular: la participación en los banquetes cúlticos paganos. Ante la posible objeción de que los ídolos son nada y que por tanto esos banquetes son neutros (8,4), Pablo responde con dureza: «no quiero que entren en comunión con los demonios» (20). Esos «demonios», viene a decirles, son hoy los «rivales» de nuestro único Dios, que es un «Dios celoso» (cfr. Éxo_20:5; Éxo_34:14; Deu_4:24; Deu_5:9; Deu_6:15).
Cometeríamos un error si atribuyéramos a las palabras de Pablo un sentido de condenación o menosprecio de las religiones paganas sin más. Lógicamente, el Apóstol no llama divinidades y demonios a aquellos ídolos de madera o mármol de las ceremonias cúlticas. No era tonto. Pero sabía muy bien que aquellos banquetes no eran inocentes reuniones cívicas o folclóricas a las que un cristiano convencido y «liberado» podía atender sin peligro de su fe. Los «verdaderos demonios» a los que allí se daba culto, simbolizados en las imágenes e ídolos que presidían los banquetes, eran la hegemonía y el poder de la clase dominante que estaban a la base de la ideología política del imperio con sus secuelas de discriminación y explotación.
Los demonios de la injusticia y de la explotación del pobre no conocen fronteras. Se anidan y camuflan en sistemas políticos o económicos, en consejos de administración, incluso en prácticas e ideologías religiosas. Estos «demonios» son los que hacen la competencia y desencadenan los celos de Dios. En resumidas cuentas, Pablo está diciendo a la élite rica y «liberada» de los cristianos de la comunidad que se abstengan de esos banquetes aun a riesgo de perder conexiones, amistades y oportunidades económicas. La razón profunda de este comportamiento cristiano nos la ofrece Pablo presentando la eucaristía, centro y eje de la comunidad de creyentes, como la expresión y afianzamiento de una especie de parentesco «carnal», de misteriosa «consanguinidad» con el Señor. Ahí se efectúa la comunión con Dios y con los hermanos y hermanas. El pan único que comemos lo simboliza y la comida en común lo realiza. «No pueden beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no pueden compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios» (21), concluye Pablo. Sobre este tema volverá después.
Finalmente, retomando el asunto de la libertad (Deu_6:12), el Apóstol repite otra vez que la caridad impone un limite a la libertad y que el uso de ésta ha de ser «constructivo». Sólo lo será si damos preferencia al prójimo, especialmente al prójimo necesitado.