I Corintios 11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1 Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo.
2

El velo de las mujeres

Los alabo porque siempre se acuerdan de mí y mantienen mis enseñanzas tal como yo se las transmití.
3 Pero quiero que comprendan que Cristo es cabeza de todo varón, el varón es cabeza de la mujer y Dios es cabeza de Cristo.
4 El varón que reza o profetiza con la cabeza cubierta deshonra su cabeza;
5 en cambio, la mujer que reza o profetiza con la cabeza descubierta deshonra su cabeza: es lo mismo que si la llevara rapada.
6 Así que, si una mujer no se cubre, que se rape la cabeza; y si es vergonzoso cortarse el pelo al rape, pues que se cubra.
7 El varón no tiene que cubrirse la cabeza, siendo imagen de la gloria de Dios; mientras que la mujer es gloria del varón.
8 Pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón.
9 Y no fue creado el varón para la mujer, sino la mujer para el varón.
10 Por eso debe la mujer llevar en la cabeza la señal de la autoridad, en atención a los ángeles.
11 Si bien, para el Señor, no hay mujer sin varón ni varón sin mujer.
12 Pues si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios.
13 Juzguen ustedes mismos: ¿es apropiado que una mujer rece a Dios con la cabeza descubierta?
14 ¿No les enseña la naturaleza que es una deshonra para el hombre llevar melena,
15 mientras que es honra de la mujer llevarla? Pues la melena se le da a la mujer a manera de velo.
16 Y si alguien quiere discutir, nosotros no tenemos esa costumbre ni tampoco las Iglesias de Dios.
17

Ágape y Eucaristía

Siguiendo con mis advertencias, hay algo que no alabo: que sus reuniones traen más perjuicio que beneficio.
18 En primer lugar, he oído que cuando se reúnen en asamblea, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo;
19 porque es inevitable que haya divisiones entre ustedes, para que se muestre quiénes son los auténticos.
20 Y así resulta que, cuando se reúnen, no comen la cena del Señor.
21 Porque cada uno se adelanta a consumir su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha.
22 ¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que desprecian la asamblea de Dios y quieren avergonzar a los que nada poseen? ¿Qué puedo decirles?, ¿voy a alabarlos? En esto no puedo alabarlos.
23 Porque yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan,
24 dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.
25 De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que la beban háganlo en memoria mía.
26 Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor, hasta que vuelva.
27 Por tanto, quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente, comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor.
28 En consecuencia, que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la copa.
29 Quien come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena.
30 Ésta es la causa de que haya entre ustedes muchos enfermos y débiles y que mueran tantos.
31 Si nos examinamos nosotros mismos, no seremos juzgados.
32 Y si nos juzga el Señor, es para corregirnos, a fin de que no seamos condenados con el mundo.
33 Así, hermanos míos, cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros.
34 Si uno tiene hambre, coma en su casa; así no se reunirán para ser condenados. Los asuntos restantes los resolveré cuando vaya.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 11,2-16El velo de las mujeres. He aquí un problema que nos resulta culturalmente lejano. En la antigüedad, tanto entre los judíos como en el mundo griego, la mujer llevaba pañuelo en la cabeza como signo de pudor. Según Núm_5:18, se priva de dicho pañuelo a la mujer sospechosa de adulterio. ¿Por qué algunas mujeres cristianas de Corinto tomaron la iniciativa de quitarse el velo en las reuniones y asambleas religiosas? Con toda probabilidad fue la nueva libertad de que estaban gozando en las comunidades cristianas de entonces y que el mismo Pablo favorecía y animaba lo que llevó a aquellas mujeres a efectuar este gesto de desafío a las costumbres establecidas. De hecho, las mujeres de las comunidades de Pablo tenían mucha más libertad y protagonismo que nuestras mujeres en las asambleas cristianas de hoy. Dirigían la oración, predicaban, profetizaban y enseñaban. Eran líderes reconocidas y respetadas. Algo totalmente nuevo e inaudito para las costumbres de entonces, incluso para nuestros días. Las cartas del Apóstol están salpicadas de nombres de mujeres líderes y colaboradoras de primera línea en su apostolado.
¿Quisieron expresar, quitándose el velo, su igualdad con los hombres que dirigían la oración y profetizaban a cabeza descubierta? ¿Fueron, quizás, demasiado lejos provocando así la reacción de los elementos conservadores de la comunidad? Así pensaba Pablo y por tanto critica el gesto. Otra cosa son los argumentos de antropología (14) y de Escritura que invoca el Apóstol para reforzar su rechazo, apuntando a la dependencia de la mujer con respecto al hombre y por tanto a cierta inferioridad del sexo femenino. Aquí Pablo se muestra como lo que era: un hombre de su tiempo, influido por corrientes machistas de interpretación bíblica, muy en boga en ámbitos judíos de entonces y que hoy ciertamente están fuera de lugar. Lo curioso es que «el Pablo cristiano» no parece estar muy convencido de sus propios argumentos, por eso echa marcha atrás en mitad de su reflexión: «Si bien, para el Señor, no hay mujer sin varón ni varón sin mujer» (11) y que, al fin y al cabo, «si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios» (12). Queden, pues, estas opiniones del Apóstol con respecto a la mujer como testimonio de la tensión entre la cultura tradicional y la novedad evangélica en que se debatía la Iglesia primitiva, sin excluir al mismo Apóstol. Una tensión que sigue hoy día y que seguirá hasta que la completa igualdad de derechos y oportunidades del hombre y la mujer sea una realidad no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia.


I Corintios 11,17-34Ágape y Eucaristía. Pablo se enfrenta ahora con un problema mucho más serio, el escándalo de las celebraciones eucarísticas de los corintios. La «cena del Señor» o eucaristía solía celebrarse al atardecer en las casas privadas -no había iglesias aún- de los más ricos de la comunidad, las únicas que tenían capacidad para acoger a 50 ó 60 personas. Antes de comenzar la «cena del Señor» propiamente dicha, se tenía una comida de hermandad a la cual los pudientes traían sus provisiones que supuestamente tenían que ser compartidas entre todos. Sin esperar a que llegaran los más necesitados y rezagados que solían ser los trabajadores y esclavos a causa de su larga jornada de trabajo, los ricos comían y bebían a sus anchas, de modo que cuando llegaban los pobres, a éstos les tocaba las sobras, si es que algo sobraba. Inmediatamente después, ricos y pobres, los unos satisfechos y hasta borrachos y los otros medio hambrientos, procedían a celebrar la eucaristía.
Al saberlo, Pablo estalla lleno de indignación. ¿Hasta ese extremo llegan las divisiones entre los ricos y pobres de la comunidad? ¿Qué clase de eucaristía celebran ustedes?, viene a decir el Apóstol a aquellos ricos. Para comer y emborracharse, coman y emborráchense en sus casas. Hacerlo donde lo hacen menosprecian la Asamblea de Dios y avergüenzan a los que nada poseen (22) y que son supuestamente hermanos y hermanas suyos.
Ante esta situación, Pablo expone a los corintios el relato de la Institución Eucarística, su sentido y consecuencias, en una bella catequesis que al mismo tiempo que enseña, denuncia y amonesta. Se trata del documento más antiguo del Nuevo Testamento sobre la Institución de la Eucaristía, dado que esta carta fue escrita hacia el año 55 ó 56, bastante tiempo antes que los evangelios. El Apóstol dice que les trasmite una tradición que él mismo ha recibido, probablemente en Antioquía, y que se remonta hasta el Señor. En tiempos de Pablo dicha tradición se había ya concretado en una celebración litúrgica donde se realizaban las dos acciones eucarísticas (23-25), una a continuación de la otra -exactamente como en nuestras eucaristías de hoy, donde a la bendición del pan sigue la bendición del cáliz-, y no espaciadas de acuerdo con el ritmo de la cena judía de la Pascua, tal como ocurrió en la «última cena del Señor». La comida de hermandad se tenía antes y estaba íntimamente ligada al sentido mismo de la eucaristía, es decir la unión y solidaridad.
Pablo sitúa la celebración eucarística entre dos horizontes, ambos referidos a Jesús. Uno histórico: «la noche que era entregado» (23). Otro, futuro: «hasta que vuelva» (26). Entre ambos horizontes trascurre el «aquí y ahora» de la vida y misión de la comunidad cristiana que tiene su corazón y su centro en la Eucaristía. El pan y el vino consagrados recuerdan, actualizan, hacen presente en el seno de la comunidad «la memoria de Jesús», es decir, toda su vida entregada a los pobres, los marginados y pecadores que culmina con la muerte en la cruz y la resurrección. Ahora bien, esta «memoria de Jesús», a través de la invocación y presencia del Espíritu Santo, libera, transforma y salva, pues «siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que vuelva» (26). Así, el «cuerpo eucarístico» de Jesús no es ya solamente su cuerpo muerto y resucitado, presente en el pan y en el vino, sino que abarca a toda la comunidad de creyentes que queda transformada en el «cuerpo de Cristo» según la metáfora favorita de Pablo para referirse a la comunidad cristiana.
El Apóstol saca las consecuencias. ¿Se puede participar en la eucaristía, oír la palabra de Dios, comulgar el cuerpo y la sangre del Señor y después ignorar al pobre y al oprimido? El Apóstol es durísimo: quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor, se come y bebe su propia condena porque desprecia el «cuerpo» de Cristo en sus miembros más débiles, oprimidos y marginados. El compromiso por la justicia y la liberación no es ya mera exigencia ética para Pablo, sino que surge de la misma entraña del ser cristiano, es decir, de pertenecer al «cuerpo» de Aquel que dio su vida por la liberación de todos en una clara opción por los más desprotegidos y marginados de la sociedad. Ésta es la misión de la Iglesia, cuerpo de Cristo, «hasta que Él venga» y haga definitiva y universal la salvación ya comenzada.