I Corintios 16 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Colecta para los fieles de Jerusalén
y saludos finales

En cuanto a la colecta en favor de los consagrados sigan las mismas instrucciones que di a las Iglesias de Galacia.
2 Todos los domingos cada uno de ustedes aparte y deposite lo que haya logrado ahorrar; así, cuando yo llegue, no hará falta hacer la colecta.
3 Cuando llegue, enviaré con cartas a los que ustedes hayan elegido para que lleven su donativo a Jerusalén.
4 Si conviene que yo también vaya, ellos me acompañarán.
5 Los visitaré cuando atraviese Macedonia, ya que tengo que pasar por allí.
6 Es posible que permanezca algún tiempo o incluso pase el invierno con ustedes, para que me ayuden a continuar mi camino.
7 En esa ocasión no quiero verlos de pasada, sino que espero estar una temporada con ustedes, si el Señor lo permite.
8 Estaré en Éfeso hasta Pentecostés,
9 ya que se me ha abierto una puerta grande y favorable, aunque los adversarios son muchos.
10 Cuando llegue Timoteo, procuren que no se sienta incómodo entre ustedes, ya que como yo trabaja en la obra del Señor.
11 Nadie lo desprecie. Ofrézcanle los medios necesarios para proseguir su camino y así pueda juntarse conmigo, porque lo estamos esperando con los hermanos.
12 Al hermano Apolo le he insistido que vaya a visitarlos con los hermanos; pero él se niega rotundamente a ir ahora; ya irá cuando sea oportuno.
13 Estén despiertos, permanezcan firmes en la fe, sean valientes y animosos.
14 Todo lo que hagan, háganlo con amor.
15 Tengo que hacerles una recomendación: conocen a la familia de Esteban: son los primeros que abrazaron la fe en Acaya y se dedicaron a servir a los consagrados.
16 Les pido que también ustedes se pongan a disposición de gente como ellos y de cuantos colaboran en sus trabajos y esfuerzos.
17 Estoy muy contento con la llegada de Esteban, Fortunato y Acaico: ellos han llenado el vacío que ustedes habían dejado
18 y han serenado mi espíritu y el de ustedes.
19 Los saludan las Iglesias de Asia. También les envían muchos saludos en el Señor Áquila, Prisca y toda la comunidad que se reúne en su casa.
20 Los saludan todos los hermanos. Salúdense mutuamente con el beso santo.
21 El saludo es de mi puño y letra: Pablo.
22 Quien no ame al Señor sea maldito. ¡Ven, Señor!
23 La gracia del Señor Jesús esté con ustedes.
24 Los amo a todos en Cristo Jesús.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 16,1-24Colecta para los fieles de Jerusalén y saludos finales. La colecta en favor de la Iglesia Madre de Jerusalén, ampliamente comentada en 2 Cor 8s y mencionada también en Rom_15:25-31 expresa la solidaridad de los cristianos procedentes del paganismo con los judeo-cristianos residentes en Palestina, zona periódicamente azotada por la carestía y el hambre. Pablo la entiende, sobre todo, como signo de comunión eclesial. La colecta se hacía en la reunión litúrgica dominical.
El compartir los bienes en la celebración eucarística subrayaba el compromiso fraterno que debe acompañar el culto a Dios. Es un signo de delicadeza por parte del Apóstol el aconsejar que las colectas no se hagan en su presencia. Por el momento no ve la necesidad de ir él en persona a entregar los donativos a la Iglesia Madre. Cuando las relaciones con Jerusalén empeoren lo verá imprescindible (cfr. Rom_15:25.31); pero no irá solo, sino acompañado de representantes de la comunidad (cfr. Hch_20:4).
Al final de la carta, el Apóstol vuelve al estilo familiar con el anuncio de una futura visita, saludos, recomendaciones y avisos. Es de notar su aprecio a Timoteo (cfr. Flp_2:19-22; 1Ts_3:2), su colaborador más fiel, y la interesante recomendación que hace de él a los Corintios: «procuren que no se sienta incómodo entre ustedes» (10).
La mención de «las Iglesias» (en plural) de Asia, cuyos saludos les transmite, es reflejo de la organización de los cristianos de Pablo reunidos en pequeñas comunidades domésticas. Una de estas tiene su sede en la casa de Prisca y Áquila, el conocido matrimonio judeo-cristiano que se desplazó con Pablo de Corinto a Éfeso (cfr. Hch_18:2.18.26).
Aunque las cartas se dictaban a un escriba, el remitente firmaba de su puño y letra (cfr. Col_4:18; 2Ts_3:17). Las últimas palabras de Pablo, la invitación a darse la paz y el saludo «Ven, Señor» o «Maranatha» parecen aludir a un contexto litúrgico de celebración eucarística, donde probablemente se leían las cartas del Apóstol que poco a poco se iban situando al nivel de las sagradas Escrituras de Israel (cfr. 2Pe_3:16). La maldición o anatema suena como aviso a permanecer fiel al amor de Dios.
El saludo «Maranatha» refleja el sentido de tensión escatológica que tenía la eucaristía en aquellas comunidades, donde, al mismo tiempo que se experimentaba al Señor ya presente, se anunciaba y se pedía apasionadamente su venida gloriosa y definitiva. De hecho, el saludo «Maranatha» se convirtió en una de las maneras de saludarse entre cristianos (cfr. Apo_22:20) completando así al saludo tradicional judío de «shalom» (paz). La carta termina con lo más importante que Pablo quiere decirles: «los amo a todos en Cristo Jesús» (24).