I Corintios 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 40 versitos |
1

Matrimonio y celibato

En cuanto a las preguntas que me hicieron en su carta contesto: es mejor que el hombre no tenga relaciones con la mujer,
2 sin embargo, para evitar la inmoralidad, cada hombre tenga su mujer y cada mujer su marido.
3 Cumpla el marido su deber con la mujer y lo mismo la mujer con el marido.
4 La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido; lo mismo el marido no es dueño de su cuerpo, sino la mujer.
5 No se nieguen el uno al otro, si no es de común acuerdo y por un tiempo, para dedicarse a la oración. Después únanse de nuevo no sea que Satanás los tiente aprovechándose de que no pueden contenerse.
6 Esto lo digo como una concesión, no como obligación,
7 porque desearía que todos fueran como yo; sólo que cada uno recibe de Dios un don particular, a unos éste, a otros aquél.
8 A los solteros y a las viudas les digo que es mejor que se queden como yo;
9 pero si no pueden contenerse, que se casen: más vale casarse que vivir consumido en malos deseos.
10 A los casados les ordeno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido;
11 pero si se separa, que no se case con otro o se reconcilie con el marido, y que el marido no se divorcie de su mujer.
12 A los demás les digo yo, no el Señor: si un hermano tiene una mujer no cristiana y ella consiente en vivir con él, no debe divorciarse de ella;
13 si una mujer tiene un marido no cristiano y éste consiente en vivir con ella, no debe divorciarse de él.
14 Pues el marido no cristiano queda consagrado por la mujer y la mujer no cristiana queda consagrada por el marido; de lo contrario los hijos de ustedes serían impuros mientras que ahora están consagrados.
15 Ahora bien, si el esposo o la esposa no cristianos quieren separarse, que se separen: en tal caso, ni el hermano ni la hermana permanecen vinculados. El Señor nos ha llamado para vivir en paz.
16 Tú, mujer, quizás salves a tu marido; tú, hombre, quizás salves a tu mujer.
17

No cambiar de condición

En cualquier caso, cada uno siga viviendo en la situación que le asignó el Señor, tal como vivía cuando lo llamó Dios. Ésta es mi norma en todas las Iglesias.
18 ¿Te llamaron estando circuncidado? No lo disimules. ¿Te llamaron estando sin circuncidar? No te circuncides.
19 Ser circunciso o incircunciso no cuenta; lo que cuenta es cumplir los mandamientos de Dios.
20 Cada uno permanezca en el estado en que fue llamado.
21 ¿Te llamaron siendo esclavo? No te importe, aunque si puedes conseguir la libertad, no dejes pasar la oportunidad.
22 El que fue llamado siendo esclavo es hombre libre en el Señor; el que fue llamado por el Señor siendo libre es esclavo de Cristo.
23 Ustedes han sido comprados por Dios a un precio: no sean esclavos de los hombres.
24 Cada uno, hermanos, permanezca ante Dios en el estado en que fue llamado.
25

Matrimonio y virginidad

Respecto a los que no piensan casarse no tengo órdenes del Señor, pero les doy mi opinión como persona de fiar por la misericordia del Señor.
26 Pienso que, teniendo presente los tiempos difíciles en que vivimos, lo mejor es eso, que el hombre se quede como está.
27 ¿Estás unido a una mujer? No busques separarte. ¿No tienes mujer? No la busques.
28 No obstante, si te casas no pecas, y la soltera, si se casa, no peca; pero tendrán problemas en la vida presente, y yo quiero evitárselos.
29 En una palabra, hermanos, queda poco tiempo: en adelante los que tengan mujer vivan como si no la tuvieran,
30 los que lloran como si no lloraran, los que se alegran como si no se alegraran, los que compran como si no poseyeran,
31 los que usan del mundo como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo se está acabando.
32 Quiero que estén libres de preocupaciones, mientras el soltero se preocupa de los asuntos del Señor y procura agradar al Señor,
33 el casado se preocupa de los asuntos del mundo y procura agradar a su mujer,
34 y está dividido. La mujer soltera y la virgen se preocupan de los asuntos del Señor para estar consagradas en cuerpo y espíritu. La casada se preocupa de los asuntos del mundo y procura agradar al marido.
35 Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un tropiezo, sino para que su dedicación al Señor sea digna y constante, sin distracciones.
36 Si uno siente que se porta incorrectamente con su compañera virgen, que está en edad de casarse, de modo que hay que hacer algo, haga lo que crea conveniente y cásense, que no pecan.
37 En cambio, el que decide no casarse con ella, porque se siente interiormente seguro y puede contenerse con pleno dominio de su voluntad, también obra correctamente.
38 En conclusión, quien se casa con su compañera virgen hace bien, quien no se casa hace mejor.
39 Una mujer está ligada a su marido mientras éste vive; si muere el marido, queda libre para casarse con quien quiera, siempre que sea cristiano.
40 Pero será más feliz si no se casa, a mi parecer. Y pienso que también yo poseo el Espíritu de Dios.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 7,1-16Matrimonio y celibato. Aquí comienza Pablo a responder a las consultas de los corintios. Primero se refiere a los casados (2-7). En el extremo opuesto de los que declaran el «amor libre» se encuentran los que excluyen el matrimonio o las relaciones sexuales dentro de él, de acuerdo con filosofías sectarias de corte ascético. Había de todo en aquella comunidad tan pluralista.
Pablo respalda la pareja. Reconoce, ante todo, la normal inclinación sexual de todo ser humano, también de los creyentes de Corinto, y considera el matrimonio como el cauce concreto de vivir dicha inclinación. Posee como trasfondo el mandato bíblico de dejar la propia familia, vivir con la esposa o el esposo y multiplicarse en los hijos (cfr. Gén_1:28; Gén_2:24). Es claro el reconocimiento por parte de Pablo de la igualdad de los cónyuges en cuanto a sus derechos sobre el otro. La mujer no es mera posesión del marido. En cuanto a la sexualidad compartida, es taxativo: «no se nieguen el uno del otro si no es de común acuerdo y por un tiempo, para dedicarse a la oración» (5). El Apóstol conoce bien la tradición bíblica que ha cantado y ensalzado con tanto realismo y poesía el goce de la entrega sexual mutua. Pablo acepta, no obstante, ciertos períodos de continencia sexual temporal para dedicarlos a la oración, pero a continuación viene a decir a los casados que no exageren, no sea que el remedio sea peor que la enfermedad. En resumidas cuentas, el matrimonio para Pablo es un don -carisma- de Dios que lleva consigo una misión fundamental dentro de la sociedad.
Al final de estas consideraciones dirigidas a los casados, el Apóstol deja caer una frase que ha sido manipulada y mal interpretada por muchos: «porque desearía que todos fueran como yo» (7), es decir: célibe, soltero y sin compromiso. ¿Qué intentaba decir Pablo a los corintios? ¿Está proponiendo el celibato como ideal supremo del los que siguen a Jesús? Ciertamente no. Pablo no concibe el celibato como proeza del esfuerzo y control humano sino que, al igual que el matrimonio, se trata de un carisma -su palabra favorita-, un don gratuito de Dios. Entre los diversos dones y carismas que Dios nos da, no hay categorías de inferior y superior. Dicho de otro modo, el religioso o la religiosa que vive su voto de castidad por el reino de Dios no ha sido llamado o llamada a ningún «estado de perfección» -expresión técnica que ha sido ya borrada de la teología de la Vida Consagrada- superior al «estado de casado».
Pablo, pues, se dirige a los solteros y las viudas de la comunidad y viene a decirles que permanezcan como están, es decir célibes, si ése es su carisma. Si no, «más vale casarse que vivir consumidos en malos deseos» (9). Volverá de nuevo sobre el tema del celibato y matrimonio. Ahora, el Apóstol se dirige otra vez a los casados recordándoles como ley del Señor Jesús (cfr. Mar_10:1-12) la indisolubilidad del matrimonio, al menos como ideal a conseguir. Esta ley del Señor no es absoluta sin más. De hecho, establece a continuación una excepción a la regla en el caso concreto de los matrimonios mixtos tan comunes, al parecer, en la comunidad de Corinto. Detalla los casos posibles con minuciosidad, refiriéndose al poder de santificación de que son portadores tanto el marido como la esposa cristiana capaz de trasformar al cónyuge no cristiano y a los hijos e hijas de ambos, realizando así un matrimonio indisoluble y feliz. Pero si la convivencia es imposible y el cónyuge no cristiano se separa, la parte cristiana queda libre y puede volver a casarse. Aquí radica el llamado «privilegio paulino», reconocido siempre en la Iglesia como caso particular en que puede disolverse el matrimonio.
Sea lo que sea, Pablo concluye que el «Señor nos ha llamado para vivir en paz» (15). He aquí el criterio último del Apóstol para decidir sobre situaciones matrimoniales insostenibles, caigan o no bajo el «privilegio paulino». En definitiva, la ley de la indisolubilidad matrimonial tendrá que someterse siempre a la ley suprema de la caridad.


I Corintios 7,17-24No cambiar de condición. Estos versículos parecen ser una especie de resumen: como regla general, que los casados permanezcan como tales, las viudas como viudas y los solteros en su estado de soltería. Pero Pablo aplica ahora esta regla general a otras situaciones socio-religiosas: el estar circuncidado o no, el ser esclavo o libre. La llamada de Cristo, viene a decir, no está vinculada a ninguna clase o condición social. Las asume todas y al mismo tiempo las relativiza todas. En un plano superior, la distinción entre esclavo y libre queda invertida con ganancia para ambos; ser cristiano es una «emancipación» para el esclavo (cfr. Gál_5:1). Ser siervo de Cristo es un honor para el libre. Lo importante es pertenecer a Cristo que nos compró a un gran precio, el de su sangre. No obstante, dice Pablo, los esclavos que puedan obtener la libertad, que lo hagan.
¿Se muestra aquí el Apóstol indiferente ante la esclavitud o, en general, ante la situación social de los corintios? Sería injusto achacar esto a Pablo. El horizonte desde el que habla es el de los acontecimientos finales de la historia que ya están llamando a las puertas. Desde esta perspectiva, lo absolutamente necesario, que es pertenecer a Cristo, relativiza todo lo demás.
I Corintios 7,25-40Matrimonio y virginidad. Estamos ante un pasaje que ha generado gran diversidad de interpretaciones. Además, algunas palabras de Pablo pueden ser traducidas de diferente manera. La pregunta a la que el Apóstol intenta dar una respuesta sería esta: ¿matrimonio o celibato, qué es lo mejor? La pregunta no se referiría al matrimonio en general, pues ya fue contestada anteriormente. Parece ser que los que proponían esta cuestión eran jóvenes solteros de ambos sexos -no muchos, seguramente- quienes ante el ejemplo del celibato de Pablo estaban ponderando adoptar esa posible opción de vida. ¿Se trataba de jóvenes que se habían comprometido más a fondo con la tarea de evangelización en Corinto y a los que Pablo consideraba como colaboradores suyos más directos? Es lo más probable.
El Apóstol parece sentirse como perplejo ante la respuesta que dar. Por eso comienza diciendo que no tiene mandato del Señor sobre el tema. Sólo puede ofrecer un consejo. Eso sí, basado en la experiencia de su misión apostólica y como hombre de fiar que es, por la misericordia de Dios. Más adelante dirá que también él tiene el Espíritu del Señor. Se trata pues de un consejo apostólico orientado a la misión. Supuesta la posible existencia de ese carisma del celibato misionero (7,7) en los jóvenes en cuestión, Pablo les dice que entre dos bienes a elegir, matrimonio y celibato, para ellos es mejor el celibato. Apoya este consejo, en primer lugar, en las tribulaciones que le estaba acarreando su dedicación total al Evangelio y que antes mencionó (4,11-13). ¿Sería compatible esto con la necesarias preocupaciones que exige la vida matrimonial?
Pablo no está negando en absoluto ni relativizando la vocación de los casados a trabajar por el evangelio. Nada más lejos de su intención. El Apóstol se refiere a un carisma nuevo que estaba surgiendo en las comunidades cristianas y, en concreto, también en la de Corinto: la opción por una vida célibe para preocuparse «de los asuntos del Señor para estar consagradas en cuerpo y espíritu» (34). A ese carisma del celibato por el reino de Dios, a imitación de Jesús y de él mismo, quiere darle el Apóstol carta de legitimidad en la Iglesia (cfr. Mat_19:21). Es más, lo cree necesario dentro de la comunidad cristiana, sin comparaciones de superioridad o inferioridad con respecto al matrimonio. El carisma o don vocacional que Dios da a cada persona es el mejor para él o para ella y cada cual tiene derecho a referir las ventajas del camino elegido. Esto es lo que hace el Apóstol aquí, ni más ni menos.
De todas formas, el horizonte en que se mueve el Apóstol es el futuro reino de Dios que ya ha irrumpido en nuestro presente cotidiano, relativizando y orientando toda situación humana hacia ese «después» que será el destino de todos y de todas. Es desde esta perspectiva desde la que juzga la conducta existencial cristiana en este teatro del mundo: «los que tengan mujer vivan como si no la tuvieran, los que lloran como si no lloraran», etc. (29-31). Nada de desprecio del mundo, sus afanes y sus conquistas, sino orientación de todo a lo único absolutamente necesario: la salvación definitiva. Es justamente ésta la función del carisma del celibato por el reino de Dios: ser parábola y símbolo ya ahora, para la Iglesia y para el mundo, de las realidades futuras.