I Corintios 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

El ejemplo de Pablo

Pero, ¿no soy libre?, ¿no soy apóstol?, ¿no he visto a Jesús Señor nuestro?, ¿no son ustedes mi obra de apóstol al servicio del Señor?
2 Si para otros no soy apóstol, para ustedes lo soy. El sello de mi apostolado para el Señor son ustedes.
3 Mi defensa ante los que me juzgan es ésta:
4 ¿No tenemos derecho a comer y beber?,
5 ¿no tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa cristiana como los demás apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas?,
6 ¿o somos Bernabé y yo los únicos que no tenemos derecho a dejar de lado otros trabajos?
7 ¿Quién ha servido como soldado pagando sus propios gastos?, ¿quién planta una viña y no come sus frutos?, ¿quién cuida de un rebaño y no se alimenta de su leche?
8 Mi argumento no es puramente humano, también la ley lo dice;
9 en la ley de Moisés está escrito:
No pondrás bozal al buey que trilla.
¿Acaso se ocupa Dios de los bueyes?,
10 ¿no lo dice más bien para nosotros? Así es, por nosotros está escrito, porque el que ara tiene que arar con esperanza y el trillador, debe hacerlo con la esperanza de cosechar.
11 Si nosotros sembramos en ustedes lo espiritual, ¿será excesivo que cosechemos algo material?
12 Si otros disfrutan de ese derecho sobre ustedes, ¿por qué no lo vamos a tener nosotros? Sin embargo, no hicimos uso de tal derecho, antes bien aguantamos todo para no poner obstáculos a la Buena Noticia de Cristo.
13 ¿No saben que los ministros del culto comen de los dones del templo y los que atienden al altar participan de los dones del altar?
14 Del mismo modo el Señor dispuso que los que anuncian la Buena Noticia vivan de su predicación.
15 Pero yo no he usado ninguno de esos derechos, y no lo escribo ahora para que me los reconozcan –¡más me valdría morir!– : nadie me quitará esta gloria.
16 Anunciar la Buena Noticia no es para mí motivo de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia!
17 Si lo hiciera por propia iniciativa, recibiría mi salario; pero si no lo hago por propia voluntad, es que me han confiado una administración.
18 ¿Cuál será, entonces, mi salario? Anunciar gratuitamente la Buena Noticia sin hacer uso del derecho que su anuncio me confiere.
19 Siendo del todo libre, me hice esclavo de todos para ganar al mayor número posible.
20 Con los judíos me hice judío para ganar a los judíos; me sometí a la ley con los que están sometidos a ella, como si yo lo estuviera, aunque no lo estoy, para ganar a los sometidos a la ley.
21 Con los que no tienen ley, yo, que no rechazo la ley de Dios, porque estoy sometido a la ley de Cristo, me hice como uno de ellos para ganar a los que no tienen ley.
22 Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a todos para salvar por lo menos a algunos.
23 Y todo lo hago por la Buena Noticia, para participar de ella.
24 ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corran entonces para conseguirlo.
25 Los que compiten se controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar una corona corruptible, nosotros una incorruptible.
26 Por mi parte, yo corro, pero no sin conocer el rumbo; lucho, pero no dando golpes al aire.
27 Sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros, quede yo descalificado.

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Introducción a I Corintios

1ª CORINTIOS

Corinto. Capital de la provincia romana de Acaya desde el año 27 a.C. Era por su posición geográfica estratégica, sus dos puertos de mar y sus edificios suntuosos una ciudad cosmopolita, la tercera más grande del imperio con una población de casi medio millón de habitantes, entre los que se encontraban gran número de esclavos y una importante minoría de judíos. A la prosperidad económica se unía la vida licenciosa: su templo principal estaba dedicado a Afrodita, la diosa del amor, y en él se practicaba la prostitución sagrada (a ello alude 6,15-20), haciendo de Corinto la ciudad del placer. Era también confluencia de religiones y cultos dispares acarreados por pobladores heterogéneos y por predicadores itinerantes. En la ciudad se celebraban periódicamente importantes acontecimientos deportivos llamados «Juegos Ístmicos».

La comunidad cristiana de Corinto. A Corinto llegó Pablo, después de su aparente fracaso en Atenas (Hch 17s), para entrar inerme, solo con su evangelio, en aquel hervidero humano de culturas. Un predicador más de otro culto oriental aún más extraño. Lo acogieron Áquila y Priscila, un matrimonio de judíos convertidos al cristianismo, desterrados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49). Allí se quedó el Apóstol año y medio. Rechazado por los judíos, reclutó conversos sobre todo entre los plebeyos y esclavos de la ciudad y los cuidó para formar con ellos una comunidad cristiana. El mensaje de Pablo era para ellos la «Buena Noticia» que les devolvía dignidad humana y les infundía esperanza.
A juzgar por los documentos, a ninguna comunidad dedicó Pablo tanta atención y tantos desvelos. En cierto sentido, Corinto fue la comunidad paulina por excelencia. Evangelizar en Corinto era anunciar la «Buena Nueva» a todas las naciones, congregadas y revueltas; era experimentar el encuentro o choque entre cristianismo y paganismo; era seguir de cerca, con ansiedad y celo apostólico, el rápido y azaroso crecimiento de una comunidad de neófitos, plantas tiernas expuestas al paganismo envolvente con sus doctrinas y costumbres decadentes y que, aunque bautizados, aún no se habían desprendido del lastre de un pasado pagano reciente.

Ocasión, lugar y fecha de composición de la carta. La ocasión de la carta la conocemos por la carta misma. Pablo se encontraba en Éfeso (año 54-57) evangelizando la gran capital marina de Asia, cuando le llegaron malas noticias de Corinto. Les escribió una primera carta, hoy perdida (5,9); se sumaron otras noticias alarmantes de divisiones internas y de escándalos en la comunidad. A las noticias acompañaban consultas sobre puntos de doctrina y comportamientos a seguir. Pablo contestó a todas estas inquietudes de la comunidad con la que hoy llamamos Primera Carta a los Corintios.

Carácter y contenido de la carta. Aunque la carta pretende ser una respuesta a la variedad de problemas y cuestiones planteadas, Pablo, atacando abusos y respondiendo a dudas, nos va dejando las líneas maestras del Evangelio que predica, rescatando la auténtica y completa «memoria de Jesús» para una comunidad que estaba olvidando una parte esencial de la misma, quizás a consecuencia de la euforia propia de recién convertidos: la cruz de Cristo, que es la otra cara inseparable de su resurrección gloriosa. Y así, con la fuerza y sabiduría de Dios manifestada en un Mesías crucificado, el apóstol amonesta, corrige y anima a su comunidad favorita a dar un testimonio diario de unión, de solidaridad con los más pobres y necesitados, con los débiles y menos favorecidos, y el ejemplo de una vida moral intachable en medio de aquella sociedad corrompida.
Esta vida de compromiso cristiano sólo es posible desde la abnegación y el sacrificio gozosos, propios del creyente que sabe y acepta su condición de peregrino que debe cargar con la cruz de Cristo mientras se encamina a participar de su resurrección. Si hay que buscarle un tema unificador a la carta, la cruz de Cristo sería este tema.
Sin pretender, sin alardear, Pablo compone un texto de calidad literaria excepcional que nos desvela la extraordinaria riqueza humana de un hombre que se sabe mostrar sereno y conciliador, pero también mordaz, irónico, escandalizado, herido, para terminar siendo afectuoso y tierno con la comunidad que más quería.

Actualidad de la carta. Pocas comunidades cristianas del tiempo de Pablo las conocemos tan bien como la comunidad de Corinto: sus problemas de convivencia entre ricos y pobres, los fallos graves y públicos de algunos de sus miembros, la tentación constante de dejarse arrastrar por las costumbres de una sociedad decadente y bastante corrompida, es decir, toda aquella fragilidad humana en la que podemos ver reflejada nuestra fragilidad. Pero ésta era solo una cara de la realidad, la otra muestra a una comunidad entusiasta y comprometida en la que tanto los hombres como las mujeres son conscientes de los carismas y dones recibidos que ponen al servicio de los demás, aunque a veces de manera tumultuosa y desordenada. Conocemos sus asambleas eucarísticas y la preocupación de los dirigentes (de ahí el informe que le llega a Pablo) cuando la celebración del la «Cena del Señor» se divorcia del compromiso de servicio y solidaridad con los más pobres. Es decir, una comunidad viva que sirve de ejemplo y cuestiona la pasividad y apatía de muchos de nuestros cristianos y cristianas de hoy.
El contexto social en que viven los corintios es casi el reflejo exacto del contexto de gran parte de nuestras comunidades: los suburbios pobres de las grandes ciudades, el desarraigo de emigrantes en busca de trabajo, la convivencia con personas de culturas y creencias diferentes, la seducción casi irresistible que ejerce un medio ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo, lo duro que es luchar contra corriente. Por eso, los consejos, amonestaciones y la palabra evangélica de Pablo resuenan hoy en nuestros oídos con la misma actualidad, urgencia y, sobre todo, con el mismo poder transformador del Espíritu que hace dos mil años.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Corintios 9,1-27El ejemplo de Pablo. Es justamente la defensa de esta libertad que él ejerce lo que hace a Pablo lanzarse a este discurso polémico, apasionado y vehemente. En él se recogen algunas de las expresiones más memorables que hayan salido de la literatura paulina. Comienza diciendo que es libre y Apóstol como el que más, pues, «¿no he visto a Jesús Señor nuestro?» (1). Prueba de ello: «el sello de mi apostolado para el Señor son ustedes» (2). Enumera después los derechos de los que podría estar disfrutando en su calidad de apóstol y a los que ha renunciado libremente por el bien de la comunidad como comer y beber (4) a expensas de la misma comunidad o ser acompañado en sus correrías apostólicas por «una esposa cristiana como los demás apóstoles» (5), etc.
A Pablo le indigna, sobre todo, que le critiquen el derecho y la libertad de trabajar con sus manos para su propio sustento y no ser gravoso a nadie. Esto del trabajo manual de Pablo, humilde tejedor de tiendas y toldos, no iba muy de acuerdo con la cultura greco-romana que consideraba todo trabajo manual como quehacer de esclavos y por tanto, en este caso, indigno de un Apóstol y fundador de comunidades cristianas.
Pablo es reiterativo, repite una y otra vez con toda una serie de comparaciones y referencias bíblicas que el Apóstol como el soldado, el labrador o el pastor tiene derecho a gozar de los frutos de su trabajo, para terminar enfáticamente: «Pero yo no he usado ninguno de esos derechos» (15). ¿Está pidiendo Pablo el reconocimiento o la admiración de los Corintios? «¡Más me valdría morir!» (15), exclama con orgullo.
A partir de aquí, el Apóstol se remonta a describir el sentido de su misión de anunciar la Buena Noticia con una de las expresiones más fascinantes que han salido de su boca: «¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia!» (16). Se siente como un profeta, forzado a predicar. Nos recuerda el ejemplo de Jeremías (Jer_15:17); arrollado por el fuego interior del mensaje, «hacía esfuerzos por contenerla y no podía» (Jer_20:9).
Sólo fuertes contrastes de palabras como éstos pueden expresar la nueva realidad existencial con que fue agraciado Pablo en su encuentro con el resucitado en el camino de Damasco, que hizo de él un hombre libre y gozosamente encadenado por Jesús (cfr. Hch 9). Esa fuerza que le encadena desde dentro es el amor, expresión suprema de la libertad.
La «memoria» de este Jesús, grabada en lo más profundo de su ser, le llevará a elegir e identificarse con los débiles y marginados en una vida de continuo riesgo evangélico. En Antioquía (cfr. Gál_2:11-15) se puso de parte de los pagano-cristianos, cuya causa vio amenazada. Ahora en Corinto sale en defensa de los «débiles» judeocristianos. Se siente judío con los judíos, sin ley con los sin ley, débil con los débiles. En una palabra: «Me hice todo a todos para salvar por lo menos a algunos» (22). ¿Qué paga espera Pablo? No otra que participar en la misma Buena Noticia que anuncia.
Termina con una imagen deportiva de carrera y pugilato, sugerida por los «juegos ítsmicos» que se celebraban en Corinto, para ilustrar el modo de ser libre que él ha escogido: entrenamiento, disciplina y renuncia para conseguir el premio. Si en el estadio uno solo consigue la medalla deportiva, en el terreno cristiano todos y todas conseguirán el premio con tal de que corran y se esfuercen con perseverancia y tesón.