II Corintios 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1

Defensa polémica de Pablo

Por la bondad y mansedumbre de Cristo les ruego yo, Pablo, el tímido cuando estoy cerca y el audaz cuando estoy lejos de ustedes.
2 Les pido que cuando llegue no me vea obligado a actuar con severidad, porque me siento seguro para hacerlo, con aquellos que me acusan de proceder con criterios humanos.
3 Aunque procedo como hombre que soy, no estoy bajo las órdenes del instinto;
4 porque las armas de mi combate no son humanas, sino son el poder de Dios para demoler fortalezas, destruir teorías
5 y todo tipo de soberbia que se levante contra el reconocimiento de Dios. Hacemos prisionero a todo razonamiento, sometiéndolo a Cristo,
6 y estamos dispuestos a castigar cualquier rebeldía, una vez que ustedes lleguen a obedecer perfectamente.
7 Ustedes se fijan solamente en las apariencias. Quien esté convencido de ser cristiano debe caer en la cuenta de que cristianos también lo somos nosotros.
8 Y aunque me gloriara más de la cuenta de la autoridad que me confirió el Señor sobre ustedes, para construir y no para destruir, no sentiría vergüenza.
9 No quiero dar la impresión de que pretendo atemorizarlos con mis cartas. – Algunos dicen–
10 las cartas sí, son graves y enérgicas, pero cuando está es un hombre de presencia insignificante y su palabra es despreciable.
11 Sepa quien tal cosa dice que lo que soy a distancia y de palabra, lo seré de cerca y de obra.
12

El poder del apóstol

No nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos con algunos que se elogian a sí mismos. Ellos en cambio, al tomarse como medida de sí mismos, demuestran que proceden neciamente.
13 Nosotros no alardeamos más allá de lo debido, sino que aceptando la medida del sector que Dios nos ha asignado, llegamos hasta ustedes.
14 No nos extralimitamos como si nuestra competencia no alcanzara hasta ustedes, ya que fuimos nosotros los primeros en llegar para anunciarles la Buena Noticia de Cristo.
15 No nos excedemos alardeando de trabajos ajenos pero esperamos que, al aumentar entre ustedes los creyentes, podamos ampliar mucho nuestro campo de acción
16 y aun predicar la Buena Noticia más allá, aunque sin alardear de campos ajenos ya cultivados.
17 Quien se gloría que se gloríe del Señor,
18 ya que no queda aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien recomienda el Señor.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 10,1-11Defensa polémica de Pablo. El cambio brusco de tema y de tono respecto a los capítulos precedentes hace pensar a no pocos expertos, que se trata del fragmento de otra carta, quizás escrita antes de 7,5-16 y antes de los capítulos 8s. Si no fuera así, ¿cómo explicar lógicamente que en los capítulos 8s espere Pablo la contribución económica de la comunidad en un contexto de reconciliación y armonía y a renglón seguido (10-13) se lance a la defensa de su apostolado descargando contra sus enemigos invectivas tan vehementes? Quede la cuestión para los estudiosos.
Sea lo que sea, estos capítulos finales de la carta nos regalan la rica y apasionada humanidad de un Pablo que sabe ser agresivo y desafiante, irónico y sincero como el que más. La cuestión era de vital importancia porque estaba en juego la legitimidad de su misión, o lo que es lo mismo, la legitimidad del Evangelio que había anunciado a los corintios y que estaba en peligro ante los ataques de algunos advenedizos.
Es un texto apasionado que fluye sin aparente arquitectura. La cólera del Apóstol se derrama en frases irónicas, incluso sarcásticas. Lanza ataques frontales, finge hacer teatro para hablar de sí más libremente. Como siempre, entremezcla principios doctrinales. Al trasluz de su apología podemos vislumbrar las actitudes y los ataques de sus rivales a los que el Apóstol no duda en llamar «superapóstoles», «falsos apóstoles», «ministros de Satanás», «locos» y otros calificativos por el estilo. Las acusaciones se centraban en su persona y en el proceder de su ministerio. ¿Qué clase de apóstol podría ser un pobre hombre sin recomendaciones ni prestigio que ni siquiera había conocido personalmente al Señor, desmedrado físicamente, sin elocuencia ni sabiduría, que se empeñaba en trabajar con sus manos para su sustento sin aceptar la ayuda de la comunidad, «fuerte» con los corintios «de lejos y por carta», pero débil, cobarde y falto de energía cara a cara? Dicho de otra manera: ¿Qué se podía esperar de un pobre loco con tales credenciales?
Pablo se defiende presentando «la bondad y mansedumbre de Cristo» (1) como su inspiración, su modelo (cfr. Flp_2:6-8) y sus armas de combate. Ya antes se ha referido a la misión del apóstol como a la lucha de un soldado de Cristo (Flp_6:7) cuyas armas, dice ahora, tienen un poder que viene de Dios y está destinado a destruir baluartes y torreones que se subleven contra el reconocimiento de Dios. El Apóstol alude claramente a la Palabra de Dios que él anuncia en la humildad y la pobreza, frente a los sofismas, la prepotencia y los falsos razonamientos con que los falsos apóstoles pretenden desviar a los corintios del Evangelio que ellos aceptaron. La paz de la comunidad será reestablecida. Toda sabiduría humana que se oponga a Cristo será sometida a la obediencia de la fe (Rom_1:5).


II Corintios 10,12-18El poder del apóstol. Parece ser que sus enemigos llegados a Corinto achacaban a Pablo el no ser un apóstol en sentido completo y, por consiguiente, que carecía de la auténtica autoridad apostólica frente a la comunidad. Ellos en cambio, sí que se consideraban apóstoles y alardeaban de «ser de Cristo», implicando quizás con esta frase casi técnica ya sea el haber conocido a Jesús personalmente ya sean las conexiones que tenían con los apóstoles de la Iglesia de Jerusalén. Es decir, consideraban el apostolado como un club exclusivo al que Pablo no podía pertenecer.
Pablo pasa al ataque. Venciendo el pudor y el malestar que le causa alardear y hablar de sí mismo, las circunstancias le obligan a hacerlo. Y lo hace recordándoles que él fundó la Iglesia de Corinto y que esa comunidad viva es el testimonio de la presencia y del poder de Dios en su apostolado. Es un poder constructivo y no de destrucción, como lo estarían haciendo esos «superapóstoles». Y que, por lo tanto, por carta o cara a cara, él ejercita el mismo poder de Dios, como lo podrán comprobar cuando les visite. Refiriéndose a su labor misionera por la que fundó la comunidad de Corinto, el Apóstol no se gloría, lo considera sencillamente un acto de obediencia a lo que el Señor le ha encomendado: llevar el Evangelio a las naciones (cfr. Hch_9:15; Rom_15:15-20). Ha cumplido su misión en Corinto y piensa seguir cumpliéndola más allá de Corinto y de Grecia (cfr. Rom_15:24-28). La política de Pablo es clara: no meterse en terreno ya evangelizado por otros. Pide asimismo que los otros no invadan el campo que el Señor le ha asignado.
¿Tenía celos el Apóstol celo de estos misioneros itinerantes -«los superapóstoles»- que habían fascinado con su elocuencia, credenciales y prepotencia a sus queridos corintios, desacreditándole a él, el fundador de la comunidad? No hay que descartar esta posibilidad en una persona tan apasionada y afectuosa. Sin embargo, los verdaderos celos de Pablo son por el Evangelio que les ha anunciado y que, con el instinto de un padre, ve que es eso lo que está en peligro (cfr. 1Co_4:15). Esta paternidad es su «gloria» y está dispuesto a defenderla a toda costa porque sabe muy bien que toda «gloria» proviene del Señor y a Él le pertenece (cfr. 1Co_4:7; Flp_3:3; Gál_6:14). Gloriarse del Señor es gloriarse de tener por Dios al Señor y de haber recibido todo de Él. Es un orgullo paradójico.