II Corintios 11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 33 versitos |
1

Finge ser necio polemizando

Ojalá aguantaran ustedes un poco de locura de mi parte. Sé que me aguantarán.
2 Tengo celos de ustedes, celos de Dios: porque los he prometido a un solo marido, Cristo, para presentarlos a él como virgen intacta.
3 Me temo que, así como la serpiente sedujo a Eva con astucia, también ustedes se dejen corromper abandonando la sinceridad y fidelidad a Cristo.
4 Porque si se presentara alguien anunciando un Jesús que yo no anuncié, o recibieran un espíritu diverso del que han recibido, o una Buena Noticia diversa de la que han aceptado, ciertamente lo tolerarían.
5 Pienso no ser inferior en nada a esos superapóstoles.
6 Aunque no tengo preparación para hablar, no me falta el conocimiento, y esto lo he demostrado siempre y en todo.
7 ¿Hice mal en humillarme para elevarlos a ustedes, predicando gratuitamente la Buena Noticia de Dios?
8 He despojado otras Iglesias aceptando su ayuda para servirlos a ustedes.
9 Mientras viví con ustedes, aunque pasé apuros, no fui carga para nadie ya que los hermanos venidos de Macedonia me socorrieron en mis necesidades. Siempre me mantuve y me mantendré sin ser una carga para nadie.
10 Por Cristo les aseguro que nadie en Acaya me privará de este honor.
11 ¿Será acaso porque no los amo? Dios sabe cuánto.
12 Y lo que hago lo seguiré haciendo para quitar de raíz todo apoyo a los que buscan un pretexto para presumir de ser como yo.
13 Ésos tales son falsos apóstoles, obreros fingidos, disfrazados de apóstoles de Cristo.
14 Su táctica no debe sorprendernos: si el mismo Satanás se disfraza de ángel de la luz,
15 no es de extrañar que sus ministros se disfracen de agentes de la justicia. Pero su final responderá a sus obras.
16

Alardes de un necio fingido
Hch 13– 28

Lo repito: que nadie me tome por insensato; y si me toman por tal, sopórtenme para que también yo pueda gloriarme un poco.
17 Lo que voy a decir, no me lo dicta el Señor, sino la necedad.
18 Ya que muchos se glorían de méritos humanos, yo también me gloriaré.
19 Porque ustedes, tan sensatos, soportan de buena gana a los insensatos.
20 Soportan que uno los esclavice, los explote, les robe, los desprecie, los abofetee.
21 Confieso avergonzado que fui blando con ustedes. Pues bien, de lo mismo que otros se glorían – lo digo como necio– yo también me gloriaré.
22 ¿Que son hebreos? Yo también. ¿Que son israelitas? Yo también. ¿Que son descendientes de Abrahán? Yo también.
23 ¿Que son ministros de Cristo? – hablo como demente– , yo lo soy más que ellos. Les gano en fatigas, les gano en prisiones, aún más en golpes, con frecuencia estuve al borde de la muerte.
24 Cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes,
25 tres veces me azotaron con varas, una vez me apedrearon; tres veces naufragué y pasé un día y una noche en alta mar.
26 Cuántos viajes, con peligros de ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los extranjeros, peligros en ciudades, peligros en descampado, peligros en el mar, peligros por falsos hermanos.
27 Con fatiga y angustia, sin dormir muchas noches, con hambre y con sed, en frecuentes ayunos, con frío y sin ropa.
28 Y además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí la carga cotidiana, la preocupación por todas las Iglesias.
29 ¿Alguien enferma sin que yo enferme? ¿Alguien cae sin que a mí me dé fiebre?
30 Si hay que gloriarse, me gloriaré de mi debilidad.
31 El Dios Padre del Señor Jesús – sea bendito por siempre– sabe que no miento.
32 En Damasco el gobernador del rey Aretas custodiaba la ciudad para prenderme.
33 Por una ventana y en una canasta me descolgaron muralla abajo y así escapé de sus manos.

Patrocinio

 
 

Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

II Corintios 11,1-15Finge ser necio polemizando. Lo que va a decir a continuación puede sonar a desatino propio de un necio. Al asumirlo y declararlo necedad, Pablo lo exorciza, lo purifica y lo convierte en un arma polémica contra sus contrincantes. No en vano se ha llamado a esta parte de la carta: «discurso de locura». A todo está dispuesto el Apóstol para defender el Evangelio que predica, incluso a hacerse pasar por un «necio» gloriándose a sí mismo.
Tenemos aquí a un Pablo consumido por los celos. Los compara con los «celos» de Dios (cfr. Éxo_20:5; Éxo_34:14) de los que se hicieron portavoces los profetas de la Biblia para defender la alianza de bodas entre Dios y su pueblo (cfr. Isa_54:5; Ez 16). Dios quiere ser el amor único de sus elegidos (cfr. Zac_1:14; Zac_8:2) y no tolera amoríos con otros dioses. Se compara después con un padre que da su hija a un novio y se compromete a que permanezca virgen hasta el día de la boda. Encargado de protegerla, vive solícito y vigilante y carga, por así decirlo, con los celos del futuro marido (cfr. Efe_5:26). La desposada es la Iglesia de Corinto. Cristo es el esposo. Pablo el guardián.
El peligro de seducción existe, por eso al Apóstol le viene a la mente la imagen del paraíso (cfr. Gén_3:4; Apo_14:4). La serpiente quiere que Eva, la esposa, sea infiel. Los corintios están en peligro se ser seducidos por agentes de la serpiente que presentan un Jesús, un Espíritu y un Evangelio extraños, que no son los que el Apóstol les anunció. Se vuelve después -¿todavía en clave de necio?- a retorcer argumentos y pretensiones de los rivales que predican «un evangelio distinto», alegando ser superiores a Pablo. Los marca primero con una expresión irónica: «esos superapóstoles» (5); los desenmascara con frases durísimas: «obreros fingidos, disfrazados de apóstoles» (13), para amenazarles con que «su final responderá a sus obras» (15).
Un apóstol que se estime -parecen decir sus rivales- se hace pagar dignamente sus servicios, como hacían los sacerdotes y algunos profetas del Antiguo Testamento (cfr. 1Sa_9:7s). Pablo, en cambio, es un pobretón que no estima a sus oyentes ni a su ministerio. El Apóstol se gloría precisamente de lo contrario, de su desinterés, de su predicación gratuita que no es desprecio sino amor, el cual a la larga acreditará la autenticidad de su misión.


II Corintios 11,16-33Alardes de un necio fingido. Retoma el papel de necio para recitar gozos y penas, méritos y flaquezas de su ministerio. En realidad, enumera más flaquezas que méritos. Esta fingida necedad nos permite asistir a la semblanza impresionante de un modelo perpetuo de apóstoles y líderes cristianos. Pero si cuanto dice se lo dicta la necedad -recurso literario-, la fingida necedad se la inspira Dios.
Comienza reprochándoles a los corintios -tan sensatos ellos, ironiza Pablo- que se dejen devorar, despojar y despreciar por los «superapóstoles». Con esta dureza interpreta el Apóstol la predicación de un falso evangelio. Deberían haber mostrado más sentido común frente a tales predicaciones, y retóricamente dice a sus lectores que se arrepiente de haber sido blando con ellos.
Pues bien, si sus adversarios se atreven a alardear y jactarse de los propios méritos, Pablo los va a superar a todos. De nuevo insiste en que lo que va a decir lo dice como necio. Comienza recordándoles que él es tan hebreo, tan israelita y tan del linaje de Abrahán como lo puedan ser sus contrincantes. En ese terreno, no lo superan en nada. Sin embargo, si de lo que verdaderamente se enorgullecen sus rivales es de sus méritos apostólicos, Pablo los supera cómodamente. Y a continuación, enumera una paradójica lista, no precisamente de éxitos, no de comunidades fundadas o viajes realizados, conversiones, bautismos, etc., de los que podría presumir, sino de su largo camino misionero recorrido a la sombra de la cruz de Cristo: sufrimientos, privaciones, fatigas, persecuciones, castigos, peligros de muerte, etc.
Sólo la «cruz de Cristo» que lleva a cuestas un apóstol confirma su legitimidad y el poder de su apostolado. Ésta es la lección fundamental que nos da aquí Pablo. El Apóstol nos tiene acostumbrados en sus cartas a listas de sufrimientos semejantes (cfr. Rom_8:35; 1Co_4:9-13), pero ésta es la más larga y detallada. Las circunstancias la hacen necesaria.
Alude, por fin, al sufrimiento quizás más intenso y evangélico que el Apóstol está viviendo justamente mientras escribe: su preocupación por las Iglesias que ha fundado y que le hace estar en ascuas, enfermo de ansiedad como lo está ahora, a causa de los corintios. Termina poniendo a Dios por testigo de que todo lo dicho es verdad y que si de algo tiene que presumir, es de su debilidad.