2ª CORINTIOS
Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.
Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.
Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.
II Corintios 11,1-15Finge ser necio polemizando. Lo que va a decir a continuación puede sonar a desatino propio de un necio. Al asumirlo y declararlo necedad, Pablo lo exorciza, lo purifica y lo convierte en un arma polémica contra sus contrincantes. No en vano se ha llamado a esta parte de la carta: «discurso de locura». A todo está dispuesto el Apóstol para defender el Evangelio que predica, incluso a hacerse pasar por un «necio» gloriándose a sí mismo.
Tenemos aquí a un Pablo consumido por los celos. Los compara con los «celos» de Dios (cfr. Éxo_20:5; Éxo_34:14) de los que se hicieron portavoces los profetas de la Biblia para defender la alianza de bodas entre Dios y su pueblo (cfr. Isa_54:5; Ez 16). Dios quiere ser el amor único de sus elegidos (cfr. Zac_1:14; Zac_8:2) y no tolera amoríos con otros dioses. Se compara después con un padre que da su hija a un novio y se compromete a que permanezca virgen hasta el día de la boda. Encargado de protegerla, vive solícito y vigilante y carga, por así decirlo, con los celos del futuro marido (cfr. Efe_5:26). La desposada es la Iglesia de Corinto. Cristo es el esposo. Pablo el guardián.
El peligro de seducción existe, por eso al Apóstol le viene a la mente la imagen del paraíso (cfr. Gén_3:4; Apo_14:4). La serpiente quiere que Eva, la esposa, sea infiel. Los corintios están en peligro se ser seducidos por agentes de la serpiente que presentan un Jesús, un Espíritu y un Evangelio extraños, que no son los que el Apóstol les anunció. Se vuelve después -¿todavía en clave de necio?- a retorcer argumentos y pretensiones de los rivales que predican «un evangelio distinto», alegando ser superiores a Pablo. Los marca primero con una expresión irónica: «esos superapóstoles» (5); los desenmascara con frases durísimas: «obreros fingidos, disfrazados de apóstoles» (13), para amenazarles con que «su final responderá a sus obras» (15).
Un apóstol que se estime -parecen decir sus rivales- se hace pagar dignamente sus servicios, como hacían los sacerdotes y algunos profetas del Antiguo Testamento (cfr. 1Sa_9:7s). Pablo, en cambio, es un pobretón que no estima a sus oyentes ni a su ministerio. El Apóstol se gloría precisamente de lo contrario, de su desinterés, de su predicación gratuita que no es desprecio sino amor, el cual a la larga acreditará la autenticidad de su misión.