II Corintios 13 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 14 versitos |
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Últimas exhortaciones

Es la tercera vez que voy a visitarlos, y toda causa debe decidirse por el testimonio de dos o tres testigos.
2 A cuantos siguen en sus pecados y a todos los demás se lo dije ya en mi segunda visita y se lo aviso ahora aún ausente: que cuando vuelva no tendré consideraciones;
3 ésta será la prueba de que por mí habla Cristo, que para ustedes no es débil, sino poderoso.
4 Porque, aunque por su debilidad fue crucificado, por el poder de Dios está vivo. Lo mismo nosotros, si compartimos su debilidad, compartiremos frente a ustedes su vida por el poder de Dios.
5 Examínense para comprobar si se mantienen en la fe. ¿No logran descubrir a Jesucristo en ustedes? Señal de que no han superado la prueba.
6 Pero espero que reconozcan que yo sí la he superado.
7 Pido a Dios que no hagan nada malo: no para quedar bien nosotros, sino para que ustedes obren el bien, aunque yo quede descalificado.
8 Nada podemos contra la verdad, sí a favor de la verdad.
9 Nos alegramos de ser débiles, con tal de que ustedes sean fuertes. Es lo que pedimos, que lleguen a ser perfectos.
10 Con este fin les escribo en mi ausencia, para que, cuando esté presente, no tenga que usar con severidad el poder que el Señor me ha concedido para edificar y no para destruir.
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Saludos finales

Por lo demás, hermanos, estén alegres, alcancen la perfección, anímense, vivan en armonía y en paz; y el Dios del amor y la paz estará con ustedes.
12 Salúdense mutuamente con el beso santo.
13 Los saludan todos los consagrados.
14 La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 13,1-10Últimas exhortaciones. Los corintios reconocen el poder de Cristo, probablemente en los signos y prodigios realizados en su nombre. En Pablo sólo ven la debilidad: o porque desean un jefe dominador o porque se burlan de su ineficacia.
El Apóstol se verá forzado a hacer una demostración del poder de gobierno recibido que actúa en y por su aparente debilidad. Irá dispuesto a entablar un juicio. Antes, sin embargo, les ofrece la posibilidad de evitarlo haciendo un examen de conciencia y manifestando su conversión. De ese modo serán sus propios jueces. El criterio de este auto-examen deberá ser la presencia activa, experimentada, de Cristo en sus vidas (cfr. Rom_2:15-16).
Pablo aprovecha la ocasión para retomar una constante de su teología y espiritualidad: el misterio pascual de muerte y resurrección, consumado por Cristo y participado por el Apóstol. Cristo pudo sufrir en cuanto «hombre débil» (cfr. Flp,Rom_2:5-8), pero resucitó por el poder de Dios (cfr. Rom_1:4; 1Co_6:14). Si en la segunda visita el Apóstol apareció como «débil», ahora está decidido a mostrarse como «fuerte», si fuera necesario. Quiere evitarlo invitando a los corintios a examinarse sinceramente para comprobar si Jesucristo vive en ellos. Si experimentan en ellos el poder y señorío de Cristo, tendrán que reconocer su palabra eficaz en la de Pablo. Concluye reafirmando el cometido que se le ha asignado: edificar y no destruir (cfr. 10,8).


II Corintios 13,11-13Saludos finales. La despedida es excepcionalmente breve, impersonal, sin mencionar a nadie. La «alegría» para Pablo tiene siempre un sentido cristiano, ligado a la vida en Cristo que se manifiesta después en la unión, paz y armonía comunitarias. Las circunstancias por la que atravesaban los corintios hacen de este saludo algo más que una formula común de despedida. Las últimas palabras del Apóstol contienen una de las formulas trinitarias más claras de todo el Nuevo Testamento, que ha entrado como saludo en la liturgia eucarística: «la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes» (13).