II Corintios 5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1 Sabemos que, si esta tienda de campaña, nuestra morada terrenal, es destruida, tenemos una vivienda eterna en el cielo, no construida por manos humanas, sino por Dios.
2 Entre tanto suspiramos con el deseo de revestirnos de aquella morada celestial;
3 porque una vez revestidos de ella, ya no estaremos desnudos.
4 Mientras vivimos en esta tienda de campaña suspiramos afligidos, porque no querríamos desvestirnos, sino revestirnos, de modo que lo mortal fuera absorbido por la vida.
5 Y quien nos preparó precisamente para ello es Dios, que nos dio como garantía el Espíritu.
6 Por eso tenemos siempre confianza y sabemos que mientras el cuerpo sea nuestra patria, estaremos en el destierro, lejos del Señor.
7 Porque ahora no podemos verlo, sino que vivimos sostenidos por la fe.
8 Pero tenemos confianza, y preferiríamos salir de este cuerpo para residir junto al Señor.
9 En cualquier caso, en la patria o desterrados, nuestro único deseo es serle agradables.
10 Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos, el bien o el mal mientras estábamos en el cuerpo.
11

El criterio de la fe

Por eso, conscientes del respeto que le debemos al Señor, procuramos convencer a los hombres. Dios ya nos conoce plenamente y espero que también ustedes nos conozcan de la misma manera.
12 Y no intentamos otra vez recomendarnos ante ustedes; deseamos más bien darles ocasión de estar orgullosos de nosotros frente a los que presumen de apariencias y no de lo que hay en el interior.
13 Si perdemos la cordura, es por Dios, si nos controlamos, es por ustedes.
14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos murieron.
15 Y murió por todos para que los que viven no vivan para sí, sino para quien por ellos murió y resucitó.
16 De modo que nosotros de ahora en adelante no consideramos a nadie con criterios humanos; y si un tiempo consideramos a Cristo con criterios humanos, ahora ya no lo hacemos.
17

El mensaje de la reconciliación

Si uno es cristiano, es una criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo.
18 Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación.
19 Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos el mensaje de la reconciliación.
20 Somos embajadores de Cristo y es como si Dios hablase por nosotros. Por Cristo les suplicamos: Déjense reconciliar con Dios.
21 A aquel que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros como un pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 5,1-10Esperanza de la gloria. Pablo se siente sometido a un movimiento doble y opuesto: de decadencia física y aun mental, por una parte, y de crecimiento diario espiritual, por otra. Es como si actuaran en él dos fuerzas contrarias, una de «corrupción» y otra de «renovación». La una afectando al hombre exterior y visible, la otra al interior o invisible. El Apóstol no se acobarda ni se desanima, sino todo lo contrario, pues no existe proporción entre la corrupción y la renovación, ya que la tribulación presente nos produce una carga incalculable de gloria perpetua (4,17s). Esta desproporción entre sufrimiento y gloria esperada la aplica Pablo a todo cristiano en Rom_8:18.
Continúa en el capítulo 5 con la comparación entre los bienes futuros y los presentes. Recordando la vida en «tiendas de campaña» de los israelitas durante su travesía del desierto, aplica la imagen a nuestro cuerpo mortal que es como una «tienda» que se monta y se desmonta (cfr. Isa_38:12; Job_4:19-21), en contraste con las casas «permanentes» que se encuentran en la tierra prometida (cfr. Deu_6:11; Jos_24:13), construidas por Dios, en alusión a la resurrección. La vida del cristiano en este mundo transcurre en esta tensión escatológica entre lo provisional que experimentamos y lo permanente que nos espera. Esta situación produce en el Apóstol un anhelo apasionado por estar y vivir con Cristo definitivamente. A la imagen de la morada definitiva con la que ha venido jugando, el Apóstol superpone otra imagen bíblica, la de vestirse y re-vestirse, para darnos una frase densa, preñada de contenido simbólico: «suspiramos con el deseo de revestirnos aquella morada celestial» (2). Los hebreos consideraban afrentosa la desnudez, recuerdo permanente del pecado (cfr. Gén_9:18-24). La persona justa, por el contrario, está vestida de ropas de salvación y del manto de la justicia (cfr. Isa_61:10). Tomando la imagen y refiriéndose al cristiano, Pablo dirá que tiene que estar vestido con la armadura luminosa (Rom_13:12), con la coraza de la fe y del amor (1Ts_5:8) y de la justicia (Efe_6:14). O sea, revestidos de Cristo.
Vivir en «tiendas» es para el Apóstol un «sinvivir», un destierro que atravesamos agarrados a la fe, pero animosos y esperanzados como desea y espera el orante iluminado (cfr. Sal_65:5; Sal_84:2s). Al final, sin embargo, el Apóstol aterriza de nuevo en la realidad cotidiana de su ministerio. Lo importante, ya sea viviendo en «tiendas» o en la «habitación definitiva», es agradar al Señor, hacer su voluntad tal y como él, Pablo, lo intenta hacer en su vida misionera de la que deberá rendir cuentas al final de la jornada.


II Corintios 5,11-16El criterio de la fe. Pablo sigue defendiendo su ministerio frente a ataques y reticencias. Se puede leer entre líneas lo que sus enemigos le achacaban, ser un visionario y un exaltado. ¿Pretendían socavar por ahí su autoridad como apóstol? La línea de defensa de Pablo es el respeto debido al Señor (11), que le hace estar siempre como al desnudo ante su presencia. De ahí la sinceridad y la franqueza con que siempre ha procedido en su ministerio. Espera que los corintios reconozcan también esta transparencia de su actuar. Es más, por lo que vale y porque lo manifiesta con sinceridad y modestia, los corintios pueden estar orgullosos de su apóstol y enfrentarse con los que aparentan sin tener sustancia. Hay que entender esta frase en su contexto polémico. Había gente en Corinto que negaba los méritos de Pablo para afirmar su propia valía y autoridad. A la luz de 11,19-22 podría decirse que se trata de líderes cristianos judaizantes que se jactaban de algo externo como la circuncisión. Frente a ellos, ¿qué deben hacer los corintios? Cerrar filas y afirmar el valor y la autoridad de su apóstol. Por lo demás, Pablo en todo procede con respeto a Dios y amor a Cristo; un amor que corresponde al amor sacrificado del Señor. Vivir para Cristo es vivir sin egoísmo el amor a los hermanos y hermanas (cfr. Gál_5:13-15; Rom_14:15). Para el Apóstol esto es amar y comprender a Cristo superando criterios puramente humanos. En su primera época, Saulo juzgaba a Jesús con criterios inadecuados y lo perseguía. Hasta que se le reveló en el camino de Damasco. Desde aquel momento, Pablo empezó a comprender de otra manera. Esta nueva manera de juzgar es la que él quiere que usen los corintios, no solamente con él mismo sino con todos sin excepción.

II Corintios 5,17-21El mensaje de la reconciliación. Llegamos a la parte exhortativa de esta sección de la carta. Pablo ha defendido la autenticidad de su misión entre los corintios contra los oportunistas y falsos apóstoles que la estaban socavando con críticas y difamaciones. El Apóstol desea la reconciliación, y no solamente a título privado, sino como mediador de la fe de su querida comunidad. Es decir, lo que está verdaderamente en juego no son sus relaciones estrictamente personales con los corintios, sino la comprensión y aceptación por parte de éstos del Evangelio que les ha anunciado.
El asunto es grave, afecta nada menos que a la salvación de la comunidad. ¿Cómo podrán reconciliarse con Dios sin que esta reconciliación pase por la reconciliación con el enviado y embajador de Cristo, cuyo servicio es justamente el «ministerio de reconciliación»? La lógica de Pablo es aplastante. El Apóstol comienza señalando la consecuencia fundamental para el cristiano de la muerte y resurrección de Cristo: la creación de una nueva humanidad integrada por criaturas nuevas (cfr. Sal_51:12). Este paso de lo «antiguo» a lo «nuevo» es concebido por Pablo como una «reconciliación radical con Dios» que afecta no solamente a las conductas individuales «antiguas», sino que está inaugurando la fase definitiva de la historia de la salvación. Es la vuelta del destierro (cfr. Isa_43:18) a un cielo nuevo y a una tierra nueva (cfr. Isa_65:17).
El ser humano, por sí mismo, es incapaz de reconciliarse con Dios. Es Dios, en su gran amor, quien decide hacerlo, y lo hace por medio de Cristo que carga con las culpas ajenas (cfr. Isa_53:12). El ser humano simplemente se deja reconciliar, responde a la oferta removiendo obstáculos y aceptando. Para explicar cómo se realiza esta reconciliación, el Apóstol usa una de esas frases en que apura la expresión hasta los límites del lenguaje. Dice literalmente en griego: «A aquel que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros como un pecador, para que... fuéramos inocentes ante Dios» (21). Sopesa, mide y calcula cada palabra (cfr. Rom_8:3).
En realidad, con esta frase Pablo no explica nada, ni lo pretende, ni quiere hacer teología alguna sobre la redención. ¿Cómo se puede explicar lo inexplicable? El Apóstol sólo intenta verter en estas expresiones torturadas -en Gál_3:13 dirá que Cristo se hizo por nosotros «maldición»- su asombro ante la locura del amor infinito y sin condiciones de Dios por todos nosotros, manifestado en la muerte en la cruz de su hijo Jesús. Pablo lo experimentó en Damasco y quiere transmitir su experiencia a los corintios.