II Corintios 8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

La colecta para Jerusalén

Quiero informarles, hermanos, de la gracia que Dios concedió a las Iglesias de Macedonia.
2 En medio de una prueba grave desbordaban de alegría; en su extrema pobreza derrocharon generosidad.
3 Hicieron todo lo que podían, lo atestiguo, incluso más de lo que podían.
4 Espontáneamente y con insistencia nos pedían el favor de participar en este servicio a los consagrados.
5 Superando mis esperanzas, ofrecieron sus personas primero a Dios y después a nosotros, según la voluntad de Dios.
6 Así que hemos pedido a Tito que, ya que comenzó, termine entre ustedes esta generosa tarea.
7 Y como tienen abundancia de todo, de fe, elocuencia, conocimiento, fervor para todo, afecto a nosotros, tengan también abundancia de esta generosidad.
8 No lo digo como una orden, sino que, viendo el entusiasmo de otros, quiero comprobar si el amor de ustedes es genuino.
9

El ejemplo de Cristo pobre

Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza.
10 Les doy mi opinión en este asunto: ya que el año pasado tomaron la iniciativa del proyecto y de su ejecución,
11 ahora les conviene llevarlo a término. Así al entusiasmo por proyectarlo responderá el realizarlo, según sus posibilidades.
12 Porque donde hay entusiasmo, se acepta lo que sea, no se pide imposibles.
13 No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia sino de lograr la igualdad.
14 Que la abundancia de ustedes remedie por ahora la escasez de ellos, de modo que un día la abundancia de ellos remedie la escasez de ustedes. Así habrá igualdad.
15 Como está escrito:
A quien recogía mucho no le sobraba,
a quien recogía poco no le faltaba.
16 Doy gracias a Dios, que inspiró a Tito la misma solicitud que yo tengo por ustedes.
17 Él, no solamente respondió a mi ruego, sino que de buena gana y con toda diligencia se puso en camino hacia ustedes.
18 Enviamos con él al hermano que se ha hecho famoso en todas las Iglesias como predicador de la Buena Noticia.
19 Más aún, ha sido designado por las Iglesias como nuestro compañero de viaje en esta colecta que administramos a gloria del Señor y con nuestro mejor deseo.
20 Queremos evitar cualquier crítica a nuestra gestión de la abundante colecta que tenemos a nuestro cuidado.
21 Por eso procuramos agradar no sólo a Dios, sino también a los hombres.
22 Enviamos con ellos otro hermano cuya diligencia hemos comprobado en muchas ocasiones, y mucho más ahora, por su confianza en ustedes.
23 Ya se trate de Tito, compañero y colaborador nuestro al servicio de ustedes, ya de nuestros hermanos, delegados de las Iglesias y gloria de Cristo,
24 denles pruebas de su amor y demuestren ante ellos y ante las Iglesias el orgullo que siento por ustedes.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 8,1-8La colecta para Jerusalén. «Colecta», en nuestro lenguaje de hoy, no va más allá de una limosna puntual y esporádica que no implica necesariamente la solidaridad radical con los pobres, tan estrechamente ligada al Evangelio de Cristo. Por eso, la palabra «colecta» no traduce en toda su dimensión este servicio a los pobres del que va a hablar Pablo, y que forma parte del mensaje de la carta. El Apóstol comienza llamando «gracia» a este servicio a los pobres. Poder dar y dar generosamente es «gracia de Dios». Dios es el gran «dador», que da a los hombres y mujeres el ejemplo de dar y de qué dar (cfr. Sal_136:25; Sal_145:16).
Macedonia fue la primera zona europea misionada por Pablo; allí se encontraban los primeros enclaves cristianos a los que Pablo presenta como ejemplo. Aunque algunas ciudades de Macedonia eran ricas, no así los cristianos y cristianas. Eran pobres de medios, pero ricos en generosidad (cfr. Luc_21:1-4). Es además una generosidad que toma la iniciativa, pide, insiste, considera un favor poder contribuir (cfr. Hch_11:29). También con sus personas, que es el tipo más valioso de prestación. El servicio al pobre necesitado coincide con el servicio a Dios. Después de esta especie de introducción sobre la solidaridad, Pablo entra en el asunto de la colecta de los corintios, que seguramente fue interrumpida por las desavenencias entre la comunidad y el Apóstol. ¿Quién mejor, pues, que Tito, para hacer nuevamente de intermediario? Con tacto y diplomacia, el Apóstol presenta su mandato como la oferta de un beneficio. A las cualidades ya reconocidas y demostradas de la comunidad -fe, elocuencia, conocimiento, fervor-, ¿por qué no hacer patente y efectiva la cualidad más importante, que seguramente también tienen: la abundancia de su generosidad?


II Corintios 8,9-24El ejemplo de Cristo pobre. Pablo continúa con una serie de argumentos que estarían a la base de todo servicio de la comunidad cristiana a los pobres, o de la «opción por los pobres», como diríamos hoy. El primero es el ejemplo de Cristo, su generosidad que funda y da sentido a la caridad y solidaridad cristianas: «siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza» (9). No sería hacer justicia al argumento de Pablo si nos fijáramos «solamente» en el «empobrecimiento existencial» de Cristo, que siendo Dios asumió la «pobre» condición humana.
Con toda probabilidad, el Apóstol está insistiendo aquí en que esa pobreza «existencial» de Cristo se manifestó también en la pobreza «económica y social» con que Jesús de Nazaret se identificó y solidarizó con los marginados y económicamente pobres (cfr. Flp_2:5-11). De ahí que la «riqueza» que nos trajo la «pobreza» asumida y voluntaria del Señor, argumenta Pablo, deba ser no sólo «riqueza espiritual» sino también eliminación de la pobreza económica a través de la solidaria redistribución de bienes. Más adelante, y desde otro ángulo, el Apóstol insiste en lo mismo: en el logro de la igualdad, la eliminación de la pobreza. En los Hechos de los Apóstoles se dice que no había indigentes entre ellos (Hch_4:34). ¿Está Pablo proponiendo la misma «utopía»? Sin duda alguna. Es una utopía cristiana que se va realizando a través de hechos concretos, como éste de la contribución económica de los corintios.