II Corintios 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 15 versitos |
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Insistencia en la colecta

Acerca de este servicio a favor de los consagrados no necesito escribirles más
2 porque conozco la buena disposición de ustedes y presumo de ella ante los macedonios, diciéndoles que Acaya está preparada desde el año pasado y que el entusiasmo de ustedes ha servido de estímulo a muchos más.
3 Les envío a los hermanos para que nuestro orgullo por ustedes no resulte infundado en este asunto. Así que, como les decía, estén preparados.
4 Porque si llegan conmigo los macedonios y los encuentran mal preparados, nosotros, por no decir ustedes, quedaremos defraudados en nuestras esperanzas.
5 Por eso juzgué necesario rogar a los hermanos que se adelanten y vayan preparando su donativo prometido: así preparado parecerá acto de generosidad y no de extorsión.
6 Según aquello: A siembra mezquina cosecha mezquina, a siembra generosa cosecha generosa.
7 Cada uno aporte lo que en conciencia se ha propuesto, no de mala gana ni a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría.
8 Y Dios puede colmarlos de dones, de modo que, teniendo siempre lo necesario, les sobre para hacer toda clase de obras buenas.
9 Como está escrito:
reparte limosna a los pobres,
su limosna es constante, sin falta.
10 Dios que provee la semilla al sembrador y el pan para comer, proveerá y multiplicará la semilla de ustedes y les hará crecer la cosecha de su limosna.
11 Así enriquecidos, la generosidad de ustedes se transformará por nuestro medio en acción de gracias a Dios.
12 Porque este acto de servicio no sólo remedia las necesidades de los consagrados, sino que moverá a muchos a dar gracias a Dios.
13 Apreciando este servicio, ellos darán gloria a Dios por la obediencia con que ustedes confiesan la Buena Noticia de Cristo y por la solidaridad generosa para con ellos y con todos.
14 Y rezarán por ustedes con todo su afecto, al ver la gracia extraordinaria que Dios les ha concedido.
15 Demos gracias a Dios por su don inefable.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 9,1-15Insistencia en la colecta. Lo que sigue, si no es el fragmento de otra carta sobre el mismo asunto, recogida aquí por tratar del mismo tema, equivale a una insistencia templada por la discreción. Pablo quiere impulsar sin forzar; acumula argumentos y los repite. Aunque la mayoría de los corintios, provenientes del paganismo, no captaran las alusiones bíblicas, lo cierto es que las resonancias de la Biblia estructuran todas las reflexiones del Apóstol. Aquí tenemos un buen ejemplo de ello.
A través de citas del Antiguo Testamento nos expone algo así como la gran «lección del dar». Dios es el «dador» por excelencia; da el buen deseo (cfr. Éxo_35:29; Éxo_36:3-7) y los medios con qué dar. La tierra es el don primario de Dios. El que posee, da al necesitado (cfr. Deu_15:1-11; Sal 112; Sir_14:3-6). Unos y otros dan gracias a Dios.
Aunque aparentemente es un asunto económico, el compartir los bienes tiene para el Apóstol una dimensión religiosa fundamental; por eso utiliza los vocablos favoritos que suele usar para describir la auténtica comunidad cristiana. Habla de servicio, «diakonía»; de solidaridad/comunión, «koinonía»; de gracia o don, «jaris». En el pensamiento de Pablo, esta «comunión» se va a realizar de un modo concreto entre sus Iglesias de la diáspora -entre ellas la de Corinto- las que prestarán este servicio de solidaridad y la Iglesia Madre de Jerusalén que dará gloria a Dios por los servicios recibidos. Ambas actitudes, don y gloria a Dios constituyen, para el Apóstol, confesión humilde del Evangelio (13). Así se construye la comunidad cristiana.