Gálatas 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Saludo

Pablo, apóstol, no enviado por hombres ni nombrado por un hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de la muerte,
2 y de los hermanos que están conmigo, a las Iglesias de Galacia:
3 Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo,
4 que se entregó por nuestros pecados, para sacarnos de la perversa situación presente, según el deseo de Dios nuestro Padre;
5 a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
6

No hay más que una Buena Noticia

Me maravilla que tan pronto hayan dejado al que los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a una Buena Noticia diversa.
7 No es que haya otra, sino que algunos los están turbando para reformar la Buena Noticia de Cristo.
8 Pero si nosotros o un ángel del cielo [les] anunciara una Buena Noticia diversa de la que les hemos anunciado, sea maldito.
9 Como ya se lo he dicho y ahora se lo repito, si alguien les anuncia una Buena Noticia diversa de la que recibieron, sea maldito.
10 ¿Busco acaso la aprobación de los hombres? ¿O la de Dios? ¿Intento agradar a hombres? Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería servidor de Cristo.
11

La vocación de Pablo

Les hago saber, hermanos, que la Buena Noticia que les anuncié no es de origen humano;
12 yo no la recibí ni aprendí de un hombre, sino que me la reveló Jesucristo.
13 Sin duda han oído hablar de mi anterior conducta en el judaísmo: Violentamente perseguía a la Iglesia de Dios intentando destruirla;
14 en el judaísmo superaba a todos los compatriotas de mi generación en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados.
15 Pero cuando [Dios,] quien me apartó desde el vientre materno y me llamó por su mucho amor, quiso
16 revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos, inmediatamente, en vez de consultar a hombre alguno
17 o de subir a Jerusalén a visitar a los apóstoles más antiguos que yo, me alejé a Arabia y después volví a Damasco.
18 Pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y me quedé quince días con él.
19 De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el pariente del Señor.
20 En esto que les escribo Dios es testigo que no miento.
21 Más tarde me dirigí a la región de Siria y de Cilicia.
22 Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente;
23 sólo habían oído contar: el que antes nos perseguía ahora anuncia la Buena Noticia de la fe que en otro tiempo intentaba destruir;
24 y por mi causa daban gloria a Dios.

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Introducción a Gálatas

GÁLATAS

Pablo en Galacia. Según los Hechos de los Apóstoles Pablo estuvo o atravesó «la región gálata» (más o menos lo que hoy abarca la moderna Turquía) en tres ocasiones: 13,13-14,27; 16,1-5; y 18,23. En la parte meridional parece que fundó algunas Iglesias en las que predominaban los paganos convertidos, pues los judíos de la zona rechazaron su predicación.

Ocasión de la carta. En las comunidades de Galacia se presentaron unos judaizantes predicando que los cristianos, para salvarse, tenían que circuncidarse y observar ciertas prescripciones de la Ley de Moisés. Correlativamente intentaban desacreditar a Pablo, cuestionaban su condición de apóstol y su doctrina. Semejantes enseñanzas provocaron una grave crisis en aquellas Iglesias jóvenes en las que no pocos se dejaban convencer por las razones de los advenedizos. Es posible que entre los convertidos hubiese algunos judíos y prosélitos del judaísmo. Las discordias en el seno de la comunidad no tardaron en llegar.
Al recibir las noticias en Éfeso, Pablo se alarma y se indigna, porque aquello va frontalmente contra la esencia de su mensaje y su misión. Los judaizantes no sólo pretendían que los judeo-cristianos siguieran observando la Ley, sino que también los paganos convertidos la adaptasen como requisito de salvación. En otras palabras, los cristianos tenían que pasar por el judaísmo para incorporarse al cristianismo. Sin tardanza, el Apóstol les escribe una carta enérgica (hacia el año 57), con la dureza y ternura de quien ama y sufre: «¡insensatos!» (3,1); «¡hijos míos!» (4,19); «¡hermanos!» (1,11; 3,15; 4,12.28.31; 5,11.13; 6,1.18).

Todos iguales ante Dios. La carta es un alegato vibrante en pro de la libertad cristiana. En las cartas a los Tesalonicenses, el problema era la «parusía» o la venida definitiva del Señor. En la Primera a los Corintios (¿anterior a Gálatas?), los problemas eran de conducta ética y de unidad. Ahora, Pablo se enfrenta por primera vez con el dilema: Ley o fe, Ley o Espíritu. A la Ley no se opone el libertinaje, sino el Espíritu; al instinto de la carne no lo vence la Ley, sino el Espíritu; la Ley esclaviza, la fe emancipa y hace libres. Para obtener al principio el don de la justicia -salvación- no valen las obras -cumplimiento de la Ley-, sólo vale la fe en Jesucristo. Pero una vez obtenida la justicia y con ella la condición de hijos e hijas de Dios, el cristiano debe ordenar su conducta para alcanzar la salvación plena. Las buenas obras no son requisitos para entrar en el camino de la salvación, sino efecto del dinamismo del Espíritu.
La carta es al mismo tiempo una defensa apasionada de la misión que Pablo recibió del mismo Jesucristo y no de hombre alguno. No estaba en juego su prestigio personal, sino la veracidad del Evangelio de libertad en Cristo que él anunciaba. El Apóstol se defiende y defiende a la vez su Evangelio, recurriendo a datos y anécdotas autobiográficos: formación, conversión-vocación, visita a los jefes de Jerusalén, enfrentamiento hasta con el mismo Pedro, ofreciendo una síntesis de su pensamiento sobre la salvación del hombre por la fe y no por las obras. Empeñarse en conseguir la salvación por méritos propios es hacer inútil e inválida la muerte de Cristo.

Actualidad de la carta. La sensibilidad y el rechazo generalizado contra toda discriminación, ya sea por motivos raciales, políticos, económicos o religiosos, quizás sea uno de los logros de la sociedad de nuestros días. En esta lucha por la igualdad, las palabras de Pablo, «ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno con Cristo Jesús» (3,28), deben resonar en nuestros oídos con la misma apasionada urgencia con la que el Apóstol las dirigió a los cristianos de Galacia. Sus palabras y la convicción de fe de la que brotaron, la muerte y resurrección de Cristo, ha puesto a todos los hombres y mujeres en pie de igualdad. Iguales en el pecado que esclaviza, pero iguales también ante el ofrecimiento gratuito de la salvación que nos trae la libertad.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Gálatas 1,1-5Saludo. Ésta es la carta más dura y seria de Pablo. Escribe a las Iglesias de la región de Galacia que están cuestionando la legitimidad de su apostolado y convirtiéndose a un evangelio distinto del que él les ha predicado. El problema es muy grave. El Apóstol sabía que sus cartas se leían solemnemente ante toda la comunidad reunida en la asamblea litúrgica de la celebración eucarística, de ahí que el tono del saludo sea solemne y enfático.
Parece que ha medido y calculado cada palabra para hacer notar a la comunidad, ya desde el principio, toda la autoridad e indignación con que les escribe. Se dirige a ellos con un frío «a las Iglesias de Galacia» (2) sin las acostumbradas expresiones de «Iglesia de Dios» (cfr. 2Co_1:1) o «amados de Dios» (cfr. Rom_1:7). Escribe en nombre, también, «de los hermanos que están conmigo» (2), señalando así que las comunidades que han permanecido fieles al Evangelio confirman lo que les va a decir y están tan indignadas como él frente a la actitud de los gálatas. Se presenta con su título oficial de «apóstol» y añade con rotundidad que su apostolado se lo debe a Jesucristo y a Dios Padre y no a ningún hombre, aludiendo ya al problema que ha motivado la presente carta. Agrega, además, que el que le envía, Jesucristo, ha muerto y resucitado para nuestra liberación, tema central de lo que va a hablar. El saludo cristiano de «gracia y paz» debió resonar en la asamblea reunida como una seria llamada al arrepentimiento y a la unidad de la fe.


Gálatas 1,6-10No hay más que una Buena Noticia. Hacía algo más de un año que Pablo había predicado el Evangelio a los gálatas, así que no sale de su asombro al comprobar que en tan poco tiempo se han dejado embaucar por unos advenedizos. Sin dilaciones, omitiendo la acostumbrada acción de gracias, va derecho al asunto que considera capital: el Evangelio que les predicó no tiene alternativa y quien intente suplantarlo merece la condena sacra del anatema. El asunto es tan grave, que el Apóstol llega a decir: «si nosotros o un ángel del cielo les anunciara una Buena Noticia diversa de la que les hemos anunciado, sea maldito» (8). Aludiendo a los rumores esparcidos por los advenedizos de que él, Pablo, predicaba a las Iglesias de Galacia un evangelio poco exigente -que ya no les obligaba a la circuncisión y demás prácticas judías- con la intención de ganarse a la gente, se dirige a los gálatas preguntándoles retóricamente, si está tratando, ahora también, de captarse su benevolencia con esta carta tan dura y tan directa.
Mantener intacta la «memoria de Jesús» o la «tradición apostólica», transmitida por los testigos de la resurrección fue ya desde el principio el gran reto de la comunidad cristiana. Lo fue entonces y lo sigue siendo hoy. En tiempos de Pablo eran los judaizantes o cristianos ultra-conservadores, procedentes del judaísmo, los que ponían en peligro la «memoria de Jesús» al pretender imponer la circuncisión y las prácticas de la ley judía a los paganos, como condición necesaria para ser cristianos y así alcanzar la salvación. Esto era lo que estaba ocurriendo entre los gálatas.
No era una simple cuestión de ritos religiosos. Estaba en juego el significado mismo de la vida, muerte y resurrección de Jesús, es decir, su oferta gratuita de salvación y liberación que abolía toda clase de división y de discriminación impuestas por cualquier ley humana. En realidad, Pablo era tolerante con los judeo-cristianos moderados que continuaban con muchas de las prácticas judías, ya fuera por viejos escrúpulos o por falta de formación. Incluso los defendió cuando eran criticados y juzgados por los que se habían liberado ya de esas prácticas (cfr. Rom_14:1-6). Es más, hizo circuncidar a su discípulo Timoteo por conveniencias del apostolado (cfr. Hch_16:3). Pero cuando la circuncisión y las prácticas de la ley ponían en peligro la fe y la libertad del cristiano, el Apóstol reacciona con la máxima energía.
La «memoria de Jesús» no era para el Apóstol una doctrina abstracta, sino la praxis liberadora del oprimido y del débil que exige la verdadera fe en Jesucristo. Cuando hoy recitamos en el Credo: «creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», es esta «memoria de Jesús» la que confesamos creer y defender. Hoy, los enemigos de la «memoria» no son ya los judeo-cristianos extremistas, sino todos aquellos que con sus leyes, doctrinas o comportamientos olvidan, oprimen y marginan al pobre. Éste es el «anti-evangelio» contra el que se indigna el Apóstol en esta carta a los gálatas.
Gálatas 1,11-24La vocación de Pablo. Pablo es apóstol sola y únicamente por elección de Dios y de su hijo Jesucristo. Por tanto, «la Buena Noticia que les anuncié... me la reveló Jesucristo» (11s), afirma aludiendo a su conversión en el camino de Damasco. No describe el acontecimiento, ni aquí ni en ninguna otra carta. Es probable que las comunidades evangelizadas por él conocieran ya todos los detalles que nos da Lucas en Hch 9. Si menciona, pues, su propia historia de «conversión» es para resaltar la «llamada» a ser apóstol que supuso ese encuentro con Jesús a las puertas de Damasco. Y así, habla de ella (15) con términos tomados de la vocación de Jeremías (cfr. Jer_1:5) y del siervo de Yahvé (cfr. Isa_50:4), que son justamente los únicos profetas de Israel que fueron a predicar a los paganos. En Pablo, conversión personal y vocación misionera son inseparables: «quiso revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos» (15s).
En cuanto a su autoridad apostólica, Pablo quiere dejar claro que actúa en pie de igualdad con los apóstoles de primera hora y que por eso no corrió inmediatamente a Jerusalén, la «Iglesia madre», en busca de una autoridad para predicar el Evangelio que ya se la había dado Jesús resucitado en persona. Así pues, en vez de dirigirse a la Ciudad Santa, se marchó a Arabia donde permaneció tres años. Sin embargo, el Apóstol no es un francotirador del Evangelio. Sabe muy bien que su conversión-vocación tuvo lugar en el seno de una «comunidad» donde recobró la vista y se llenó del Espíritu (cfr. Hch_9:17-19). Y así, a su debido tiempo -tres años después- viajó a Jerusalén. Que no se inquieten, pues, los gálatas, parece insinuar Pablo, pues él es portavoz de la misma «tradición apostólica» que Cefas y Santiago. A propósito de su viaje a Jerusalén, a Lucas le parece, por lo visto, que tres años son demasiados para ver reunidos a Pablo con los demás apóstoles en una misma comunión eclesial, y así nos narra un viaje relámpago del Apóstol a la Ciudad Santa después de su conversión (cfr. Hch_9:26-30). Posiblemente, más que un «viaje físico», el evangelista de la unidad de la Iglesia esté creando literariamente un «viaje espiritual» de comunión en la misma fe y en el mismo testimonio. La fe va a ser el concepto central de la carta.