Gálatas 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Pablo y los otros apóstoles

Pasados catorce años subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé y llevando conmigo a Tito.
2 Subí siguiendo una revelación. En privado expuse a los más respetables la Buena Noticia que predicaba a los paganos, no sea que estuviera trabajando o hubiese trabajado inútilmente.
3 Pero ni siquiera a mi compañero Tito, que era griego, le obligaron a circuncidarse,
4 a pesar de los falsos hermanos, que se infiltraron para coartar la libertad que tenemos gracias a Cristo Jesús, y reducirnos a la esclavitud.
5 Yo no cedí un momento ni me sometí, porque tenía que mantener para ustedes la verdad de la Buena Noticia.
6 En cuanto a los respetables – hasta qué punto lo eran no me importa, porque Dios no hace diferencia entre las personas– , ellos no me impusieron nada.
7 Al contrario, reconocieron que se me había confiado anunciar la Buena Noticia a los paganos, así como a Pedro fue confiado el anuncio a los judíos;
8 porque el mismo Dios que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos.
9 Entonces Santiago, Cefas y Juan, considerados los pilares, reconociendo el don que se me había hecho, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión; para que nosotros nos ocupáramos de los paganos y ellos de los judíos.
10 Sólo pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que siempre he tratado de cumplir.
11

Pablo se enfrenta con Pedro

Cuando Cefas llegó a Antioquía me enfrenté con él abiertamente, porque su conducta era censurable.
12 Ya que antes de la llegada de algunos enviados de Santiago, solía comer con los paganos; en cuanto llegaron, dejó de hacerlo y se apartó por miedo a los judíos.
13 Los otros judíos cristianos se pusieron a disimular como él, hasta el punto que incluso Bernabé se dejó arrastrar a la simulación.
14 Cuando vi que no procedían rectamente según la verdad de la Buena Noticia, dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, que eres judío, vives al modo pagano y no al judío, ¿cómo obligas a los paganos a vivir como judíos?
15

Judíos y paganos se salvan por la fe

Nosotros, judíos de nacimiento, no pecadores venidos del paganismo,
16 sabemos que el hombre no es justificado por observar la ley, sino por creer en Jesucristo; nosotros hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe en Cristo y no por cumplir la ley, porque por cumplir la ley nadie será justificado.
17 Ahora bien, si los que buscamos en Cristo nuestra justificación resulta que también somos pecadores, ¿será entonces Cristo un agente del pecado? De ningún modo.
18 Porque si me pongo a reconstruir lo que había destruido, muestro que soy transgresor.
19 Por medio de la ley he muerto a la ley para vivir para Dios. He quedado crucificado con Cristo,
20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras vivo en carne mortal, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
21 No anulo la gracia de Dios: porque si la justicia se alcanzara por la ley, Cristo habría muerto inútilmente.

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Introducción a Gálatas

GÁLATAS

Pablo en Galacia. Según los Hechos de los Apóstoles Pablo estuvo o atravesó «la región gálata» (más o menos lo que hoy abarca la moderna Turquía) en tres ocasiones: 13,13-14,27; 16,1-5; y 18,23. En la parte meridional parece que fundó algunas Iglesias en las que predominaban los paganos convertidos, pues los judíos de la zona rechazaron su predicación.

Ocasión de la carta. En las comunidades de Galacia se presentaron unos judaizantes predicando que los cristianos, para salvarse, tenían que circuncidarse y observar ciertas prescripciones de la Ley de Moisés. Correlativamente intentaban desacreditar a Pablo, cuestionaban su condición de apóstol y su doctrina. Semejantes enseñanzas provocaron una grave crisis en aquellas Iglesias jóvenes en las que no pocos se dejaban convencer por las razones de los advenedizos. Es posible que entre los convertidos hubiese algunos judíos y prosélitos del judaísmo. Las discordias en el seno de la comunidad no tardaron en llegar.
Al recibir las noticias en Éfeso, Pablo se alarma y se indigna, porque aquello va frontalmente contra la esencia de su mensaje y su misión. Los judaizantes no sólo pretendían que los judeo-cristianos siguieran observando la Ley, sino que también los paganos convertidos la adaptasen como requisito de salvación. En otras palabras, los cristianos tenían que pasar por el judaísmo para incorporarse al cristianismo. Sin tardanza, el Apóstol les escribe una carta enérgica (hacia el año 57), con la dureza y ternura de quien ama y sufre: «¡insensatos!» (3,1); «¡hijos míos!» (4,19); «¡hermanos!» (1,11; 3,15; 4,12.28.31; 5,11.13; 6,1.18).

Todos iguales ante Dios. La carta es un alegato vibrante en pro de la libertad cristiana. En las cartas a los Tesalonicenses, el problema era la «parusía» o la venida definitiva del Señor. En la Primera a los Corintios (¿anterior a Gálatas?), los problemas eran de conducta ética y de unidad. Ahora, Pablo se enfrenta por primera vez con el dilema: Ley o fe, Ley o Espíritu. A la Ley no se opone el libertinaje, sino el Espíritu; al instinto de la carne no lo vence la Ley, sino el Espíritu; la Ley esclaviza, la fe emancipa y hace libres. Para obtener al principio el don de la justicia -salvación- no valen las obras -cumplimiento de la Ley-, sólo vale la fe en Jesucristo. Pero una vez obtenida la justicia y con ella la condición de hijos e hijas de Dios, el cristiano debe ordenar su conducta para alcanzar la salvación plena. Las buenas obras no son requisitos para entrar en el camino de la salvación, sino efecto del dinamismo del Espíritu.
La carta es al mismo tiempo una defensa apasionada de la misión que Pablo recibió del mismo Jesucristo y no de hombre alguno. No estaba en juego su prestigio personal, sino la veracidad del Evangelio de libertad en Cristo que él anunciaba. El Apóstol se defiende y defiende a la vez su Evangelio, recurriendo a datos y anécdotas autobiográficos: formación, conversión-vocación, visita a los jefes de Jerusalén, enfrentamiento hasta con el mismo Pedro, ofreciendo una síntesis de su pensamiento sobre la salvación del hombre por la fe y no por las obras. Empeñarse en conseguir la salvación por méritos propios es hacer inútil e inválida la muerte de Cristo.

Actualidad de la carta. La sensibilidad y el rechazo generalizado contra toda discriminación, ya sea por motivos raciales, políticos, económicos o religiosos, quizás sea uno de los logros de la sociedad de nuestros días. En esta lucha por la igualdad, las palabras de Pablo, «ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno con Cristo Jesús» (3,28), deben resonar en nuestros oídos con la misma apasionada urgencia con la que el Apóstol las dirigió a los cristianos de Galacia. Sus palabras y la convicción de fe de la que brotaron, la muerte y resurrección de Cristo, ha puesto a todos los hombres y mujeres en pie de igualdad. Iguales en el pecado que esclaviza, pero iguales también ante el ofrecimiento gratuito de la salvación que nos trae la libertad.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Gálatas 2,1-10Pablo y los otros apóstoles. El problema que está afectando ahora tan gravemente a los gálatas, viene a decirles Pablo, ya fue zanjado y resuelto al más alto nivel de la Iglesia, tanto en la Asamblea de Jerusalén, como en el incidente posterior de Antioquía. Los hechos a los que se refiere tuvieron lugar catorce años después de su primer viaje a Jerusalén, en un segundo viaje que hizo acompañado por Bernabé y Tito, quien provenía del paganismo y no había sido circuncidado. Para entonces, Pablo llevaba ya muchos años de experiencia misionera entre los paganos y no exigía la circuncisión ni las prácticas de la Ley a los que se convertían. Sin embargo, en sus comunidades se infiltraron judeo-cristianos fanáticos que condenaban el proceder del Apóstol creando tensión y divisiones. Pablo no los menciona por sus nombres, pero no ahorra epítetos para descalificarlos: falsos hermanos, espías que odian la libertad, imponen yugos y esclavizan.
El problema se exacerbó tanto que se hizo necesaria una reunión a alto nivel en Jerusalén. El Apóstol aclara que no fue para rendir cuentas o buscar aprobación, sino «siguiendo una revelación» (2), aludiendo al Espíritu Santo, a quien consideraba siempre el verdadero protagonista de todas sus decisiones apostólicas. Y el Espíritu va a ser el protagonista de este primer Concilio de la Iglesia.
Ya en la ciudad y reunidos en Asamblea, Pablo, de igual a igual, expone su Evangelio con firmeza y decisión a los dirigentes de la Iglesia Madre, los cuales no sólo aprobaron su proceder sino que confirmaron su autoridad como apóstol de los paganos al igual que la autoridad de Pedro entre los judíos. Todo terminó amigablemente, y Santiago, Cefas y Juan -a quienes llama «los pilares»- reconocieron «el don que se me había hecho, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión» (9). Quedó así sancionada la validez de su apostolado entre los paganos y se afirmó la vocación universal cristiana. Más que la reinvindicación de la autoridad del Apóstol, lo verdaderamente importante en aquel encuentro fue la solidaridad, la comunión y la corresponsabilidad que se expresó en el gesto de estrechar la mano. Lucas, al narrar los acontecimientos en Hch 15, quiere resaltar justamente eso, la comunión en medio de la pluralidad. Esto se demostró en la colecta a favor de los hermanos pobres de Jerusalén, decidida por unanimidad. Todos pensaron que el sano pluralismo pedía, de momento, dos comunidades distintas con sus propios dirigentes.


Gálatas 2,11-14Pablo se enfrenta con Pedro. El llamado «incidente de Antioquía» demuestra la insuficiencia de lo acordado en Jerusalén, donde se tomaron decisiones que afectaban a las comunidades judeo-cristianas y a las pagano-cristianas, respectivamente, pero al parecer no se pensó en las comunidades mixtas. En efecto, algunos judeo-cristianos más progresistas frecuentaban las comunidades pagano-cristianas y «comían» con ellos, es decir, celebraban juntos la eucaristía. El mismo apóstol Pedro cuando llegó a Antioquía parece simpatizar con los aperturistas y celebra la eucaristía tanto con cristianos procedentes del judaísmo como con los procedentes del paganismo, en un gesto de libertad evangélica.
Todo iba bien, hasta que llegaron a la ciudad unos visitantes fanáticos de Jerusalén y reprocharon a Pedro su comportamiento por poner en peligro, según ellos, la fidelidad a la Ley de Moisés de los judeo-cristianos si seguían alternando con los pagano-cristianos. El hecho fue que Pedro, ya sea en bien de la paz o por presión de los fanáticos, dejó de frecuentar las comunidades pagano-cristianas. Viniendo de una autoridad como Pedro, el gesto no pasó desapercibido y con el gesto se creó la confusión, con el resultado de que se rompió la comunión entre las dos comunidades. Pablo se da cuenta del peligro, reacciona y se enfrenta abierta y públicamente con Pedro. Estaba en juego nada menos que la verdad del Evangelio, es decir, que la salvación no está vinculada a la Ley judía o a ninguna otra ley, sino que nos llega por la fe y no por las obras.
Gálatas 2,15-21Judíos y paganos se salvan por la fe. Para el lector de hoy, comprender y digerir estos siete versículos de síntesis concisa y apretada en los que Pablo expone su evangelio a los gálatas y anuncia el tema central de la carta, se hace difícil por el estilo de argumentación que usa, a partir de objeciones que formula y que él mismo responde, términos jurídicos, oposiciones, etc. Es como si, mientras escribe, el Apóstol tuviera en mente a Pedro, a quien responde y amonesta, a los judeo-cristianos radicales con los que polemiza, y sobre todo a los gálatas a quienes trata de re-evangelizar.
En primer lugar, Pablo expresa reiteradamente y hablando en plural la más profunda experiencia de fe del cristiano -la suya, la de Pedro, la de la comunidad- con un enfático «nosotros... sabemos... hemos creído» (15s). Su saber y su creer es Cristo, cuyo nombre menciona ocho veces en los siete versículos, y que ocupa el centro del Evangelio de salvación que él anuncia. Frente a este evangelio está el evangelio falso que predican los falsos hermanos: el de la observancia de la Ley -mencionada seis veces- que pretendidamente justifica, y que ahora está poniendo en peligro la fe de los gálatas. Para referirse a «salvación», «salvados», el Apóstol emplea los términos jurídicos de uso en su tiempo: «justicia», «justificación», «justos».
He aquí confrontados, en este drama de la salvación de la humanidad, a Cristo y la Ley; a la fe en Cristo y a la observancia de la Ley; a la vida en Cristo y a la muerte por la Ley. El horizonte de la visión del Apóstol va más allá de la ley judía. Abarca a toda ley, toda ideología socio-política, todo proyecto humano que presente al hombre como centro de su propio destino, como salvador de sí mismo. Pues bien, Pablo recuerda a los gálatas, por activa y por pasiva, dos veces en dos versículos (15 y 16), que sólo la fe en Cristo salva, no la Ley, pues «por cumplir la ley nadie será justificado» (16).
Maravillado y asombrado, el Apóstol no puede disimular lo paradójico de esta realidad gratuita de salvación que está viviendo, pues los que «sabemos» y los que «hemos creído», viene a decir con ironía, somos precisamente «nosotros, judíos de nacimiento, no pecadores venidos del paganismo» (15). Seguramente, esta ironía no pasó desapercibida entre los gálatas, haciéndoles ver lo absurdo de su situación. Si él, Pablo, antes cumplidor y fanático de la Ley como el que más, descubrió por la fe en Cristo la invalidez de la Ley al verse tan pecador como el pagano, ¿qué sentido tiene, entonces, que los gálatas, convertidos del paganismo, quieran ahora someterse a la Ley como condición para salvarse?
Pablo adelanta la posible objeción de los judeo-cristianos y, en definitiva, la de todo aquel que se enfrenta con la sola razón humana al misterio de salvación de Dios revelado en Jesucristo: si la muerte de Cristo desenmascaró la condición pecadora de la humanidad hasta sus últimas consecuencias (cfr. Rom_3:10-20), y su resurrección significó la oferta incondicional y gratuita de la salvación de Dios a esa misma humanidad pecadora, ¿no estaría Dios exigiendo el pecado con el fin de ofrecer la salvación? «¿Será entonces Cristo un agente del pecado? De ningún modo» (17), responde Pablo sin más explicaciones.
En realidad, todo el evangelio del Apóstol es la respuesta. Ya lo hizo en la Carta a los Romanos (cfr. Rom 3) y lo está haciendo ahora a los gálatas: sólo la fe en Cristo es la que nos hace saber y experimentar, por una parte, nuestra condición de pecadores, y por otra, el perdón y la oferta gratuita del amor salvador de Dios. «Soy trasgresor», dice Pablo como personificando a judeo-cristianos fanáticos y a gálatas, «si me pongo a reconstruir lo que había destruido» (18). Finalmente, olvidándose ya de debates y argumentos, Pablo deja que hable la nueva vida que lleva dentro, con una de las expresiones más sublimes y atrevidas que han salido de su escritura: «crucificado con Cristo... ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí» (19s).