DEUTERONOMIO
El Deuteronomio que nosotros leemos hoy tiene algo de final de sinfonía, de conclusión solemne; pero, posee a la vez algo de roto, de violentamente interrumpido, como si el final no pudiera llegar a su cadencia tonal.
Moisés va a culminar su misión liberadora y el pueblo su largo peregrinar por el desierto. En cierto sentido, el movimiento del Pentateuco se remansa y se aquieta aquí, en la planicie de Moab: silencio contenido para escuchar largos discursos de un hombre que se dispone a morir. Al mismo tiempo, la historia se rompe. Moisés ha de morir antes de completar toda su empresa, el pueblo se queda a las puertas de la tierra prometida, ante la aduana geográfica del Jordán. ¿Qué será del pueblo? ¿Cómo ha de organizarse? ¿Quién lo ha de guiar?
Y porque se rompe bruscamente la historia, se advierte una agitación extraña: tribus impacientes por empezar ya la conquista y ocupación, Rubén, Gad, parte de Manasés; a la que Moisés sanciona. Se anticipa la vida del pueblo en un código que prevé y resuelve las situaciones más importantes de la historia: monarquía, sacerdocio, profetismo, culto, justicia, guerra y paz, familia y sociedad. Moisés lucha desesperadamente por inculcar tal ley, por meter en las entrañas la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, a las exigencias de la historia; lucha contra el olvido, el cansancio, la desesperanza. Y sintiendo que no va a vencer, Moisés deja un poema de testimonio que le sobreviva. Renueva la Alianza, compila sus leyes, encara al pueblo con la gran decisión de su existencia.
Esto es a grandes rasgos el Deuteronomio. También nosotros tenemos que sentarnos con calma para escuchar la conclusión del Pentateuco.
Historia del libro. Parece ser que el Deuteronomio se leyó en otros tiempos de otro modo; no como final del Pentateuco, sino como comienzo de una gran obra histórica que abarcaba el tiempo de la tierra prometida desde la entrada, cruzando el Jordán, hasta la salida, camino del destierro.
Según esta teoría, el autor de la gran construcción y compilación histórica introdujo los capítulos autobiográficos (1-3), que le permitían ofrecer un resumen histórico con nueva perspectiva, y añadió el paso de poderes a Josué, como preparación para lo siguiente. Esta obra se extendía hasta el último capítulo del Segundo libro de los Reyes.
En tal posición, el Deuteronomio era un código de alianza que organizaba la vida en la tierra, previendo y sancionando la lealtad y la deslealtad del pueblo. Y como la historia terminaba en el destierro, el Deuteronomio justifica por adelantado el castigo de Dios. Moisés prevé dolorido ese desenlace y pronuncia una última palabra de esperanza.
La alianza en Moab adquiere así importancia capital. Empalma con la alianza del Sinaí, que recoge en la memoria. Pero asigna a dicha alianza solamente el decálogo como ley promulgada; el resto lo escucha sólo Moisés, se lo guarda, lo promulga antes de morir.
Las instituciones, la legislación y el mensaje del Deuteronomio acompañan al lector desde el comienzo de la obra histórica: como lo que pudo ser y no fue, pero puede y debe volver a ser si el pueblo se convierte. Como un punto de arranque que coloca toda la historia subsiguiente bajo el signo de la libertad responsable ante Dios.
En esta perspectiva, el sentido del libro cambia notablemente. Es muy difícil la paciencia para escuchar tantos sermones al comienzo de una historia. La ficción retrospectiva se hace más patente, las referencias a los Patriarcas se vuelven borrosas en la lejanía. El libro es un homenaje a la personalidad apasionada de Moisés, capaz de dejar tan gravemente preñada la historia que le sucede.
El Deuteronomio ya existía antes de las dos lecturas descritas. No íntegro, sino aproximadamente desde 4,44 hasta el final del capítulo 28. Tiene la forma de un código legal preparado y entreverado de discursos o frases parenéticas, rematado en la serie paralela de bendiciones y maldiciones. La breve justificación histórica de 4,45 y 5,6, las alusiones históricas esparcidas en 6-11, las indicaciones rituales del capítulo 27 confieren al libro la forma aproximada de un documento o protocolo de alianza.
Es bastante probable que, prescindiendo de adiciones, este libro sea el documento encontrado en el Templo en tiempos de Josías (2 Re 22), que sirvió de impulso y base para la reforma del rey. No es probable que el libro se fabricase «ad hoc» en aquella época, pero sí lo es que fuera obra de círculos reformadores, quizá durante el reinado de Manasés. Esto no pasa de conjetura. Es probable que parte del material legal se remonte a tiempos antiguos, mientras que la exhortación sobre la Ley también puede tener raíces seculares.
Mensaje religioso. El Deuteronomio es un libro de gran riqueza teológica; su teología mana de una preocupación pastoral. Deseando inculcar al pueblo la fidelidad al Señor y a sus leyes, el autor recoge la historia y la comenta, sacando de ella unas cuantas directrices grandes y fecundas, afianza la ley en la historia, apela a la conciencia lúcida y responsable.
A primera lectura, puede llamar la atención la insistencia en la centralización del culto. En la superficie, eso es una medida restrictiva para cortar los abusos de los santuarios locales; en el fondo, es una convicción radical, que el Señor es uno sólo, el Dios único de Israel. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor o lealtad a Dios; Israel es un pueblo de hermanos que han de ser unánimes en la lealtad a su Dios; cada israelita tiene que darse entero a ese compromiso.
Dios ha elegido al pueblo por puro amor, sin méritos previos le va a regalar una tierra y le exige una tarea. Si el pueblo la cumple, obtendrá nuevos beneficios de su Dios, sobre todo el beneficio supremo de la convivencia con Él; si no la cumple, Dios lo castigará sin abandonarlo del todo, llamándolo a la conversión. La tarea no es puramente cúltica, es ante todo una tarea de justicia social y de amor fraterno.
Deuteronomio 15,1-11Ley sobre el perdón de las deudas. Este capítulo puede dividirse en tres partes. La primera, ley sobre el perdón de las deudas (1-11); la segunda, ley sobre los esclavos y las esclavas (12-18); y la tercera, ley sobre la consagración de los primogénitos machos de los animales (19-23). Los versículos 1-11 son, según el concepto de muchos especialistas, una de las leyes más revolucionarias de todo el Antiguo Testamento que no tiene paralelo con ningún otro pasaje del Pentateuco ni del resto de escritos veterotestamentarios. Es probable que el perdón de las deudas no sea una idea completamente original de Israel; al parecer, cuando en Mesopotamia se producía la ascensión de un nuevo rey, éste condonaba las deudas de sus súbditos como una manera de congraciarse con el pueblo. Lo que sí es completamente genuino y auténticamente exclusivo de Israel es la reglamentación como tal del perdón de las deudas cada séptimo año como norma obligatoria para todo israelita. Esta ley evoca la época tribal, cuando aún no se había presentado el fenómeno de acumulación de bienes por parte de unos a costa del empobrecimiento de otros. Como ideal de sociedad igualitaria y solidaria, esa antigua práctica hace sentir la necesidad de volver a ella en la época de la monarquía, cuando se aceleró el surgimiento de diferencias sociales entre ricos y empobrecidos. Basta leer los pasajes que el libro de los Reyes dedica a Salomón, a la época del reino unido, o a Jeroboán II, por ejemplo.
Pues bien, en ese contexto surge esta ley que tiene por objeto principal nivelar cada siete años a toda la comunidad israelita, con el fin de que no hubiera pobres permanentes en Israel. Parte de una constatación en futuro, porque se supone que fue dada al pueblo antes de la conquista de la tierra: «es verdad no habrá pobres entre los tuyos» (4), a condición de cumplir los mandatos y preceptos ordenados por el Señor, los únicos que podían garantizar la realización de ese ideal de justicia. No obstante, esta ley concluye con otra constatación, citada incluso por el mismo Jesús: «nunca dejará de haber pobres» (11; cfr. Mar_14:7).
¿Cómo conciliar estas dos afirmaciones aparentemente contradictorias? La primera afirmación (4) cobra un carácter de denuncia para la época en que fue escrita; no tenía por qué haber pobres en la tierra de promisión; pero como las cosas resultaron así, el compromiso más inmediato y urgente es condonar las deudas cada siete años como una manera de remediar el mal que la misma nación se buscó. La denuncia proyecta la solución, el elemento programático para salir de la encrucijada.
La segunda afirmación (11) es una constatación real, «siempre habrá pobres», pero no es un elemento necesario en el proyecto de Dios, ni algo querido por Él. Se trata más bien de una realidad incontrolable: de un día para otro, cualquiera de la comunidad puede caer en la pobreza, ya sea por algún fenómeno natural -un terremoto, una inundación, un huracán...- o por problemas de salud. Hay muchas causas naturales incontrolables por las cuales alguien puede empobrecerse; mas esa pobreza no puede hacerse permanente según el espíritu de la norma que tenemos aquí. Hay que ayudar al hermano emprobrecido a salir de su situación, hay que «abrirle la mano» (8.10.11b), pero no para hacer negocio de ella. Así pues, ambas afirmaciones son en realidad el punto de partida para la construcción de una sociedad solidaria y justa a la medida del plan de Dios. Este pasaje cobra cada vez mayor actualidad y se vuelve más revolucionario y exigente, especialmente en nuestra época marcada por el neoliberalismo salvaje, última expresión inhumana fruto del culto idolátrico a la ideología del capitalismo. ¿Cómo lograr que esta ley se convierta de verdad en el eje fundamental de la sociedad que soñamos?