Deuteronomio  17 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1 »No sacrificarás al Señor, tu Dios, toros o corderos mutilados o deformes: eso sería una abominación para el Señor, tu Dios.
2 »Si en una de las ciudades que va a darte el Señor, tu Dios, se encuentra un hombre o una mujer que hace lo que es malo a los ojos del Señor, tu Dios, quebrantando su alianza,
3 porque va a dar culto a dioses extranjeros y se postra ante ellos o ante el sol, la luna o el ejército entero del cielo, haciendo lo que yo prohibí,
4 y te los denuncian o te enteras, primero investigarás a fondo, y si resulta cierto que se ha cometido tal abominación en Israel,
5 sacarás a las puertas al hombre o a la mujer que cometió el delito y lo apedrearás hasta que muera.
6 »Sólo con el testimonio de dos o tres testigos se declarará la sentencia de muerte; nadie será condenado a muerte por el testimonio de un solo testigo.
7 La mano de los testigos será la primera en la ejecución y seguirá todo el pueblo. Así extirparás de ti la maldad.
8 »Si una causa te parece demasiado difícil de sentenciar, causas dudosas de homicidio, pleitos, lesiones, que surjan en tus ciudades, subirás al lugar elegido por el Señor,
9 acudirás a los sacerdotes levitas, al juez que esté en funciones y les consultarás; ellos te comunicarán sentencia.
10 Lo que ellos te digan en el lugar elegido por el Señor, tú lo harás y cumplirás su decisión.
11 Cumplirás su decisión y pondrás en práctica su sentencia, sin apartarte a derecha ni a izquierda.
12 El que por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá. Así extirparás de Israel la maldad
13 y el pueblo escarmentará al enterarse y nadie volverá a obrar con arrogancia.
14

Ley del rey
1 Sm 8; 12

»Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, la tomes en posesión, habites en ella y te digas: Voy a nombrarme un rey, como los pueblos vecinos,
15 nombrarás rey tuyo al que elija el Señor, tu Dios, nombrarás rey tuyo a uno de tus hermanos, no podrás nombrar a un extranjero que no sea hermano tuyo.
16 »Pero él no aumentará su caballería, no enviará tropa a Egipto para aumentar su caballería, porque el Señor les ha dicho: No volverán jamás por ese camino.
17 No tendrá muchas mujeres, para que no se extravíe su corazón, ni acumulará plata y oro.
18 Cuando suba al trono se hará escribir en un libro una copia de esta ley, según original de los sacerdotes levitas.
19 La llevará siempre consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a respetar al Señor, su Dios, poniendo por obra las palabras de esta ley y estos mandatos.
20 Que no se alce orgulloso sobre sus hermanos ni se aparte de este precepto a derecha ni a izquierda; así alargarán los años de su reinado él y sus hijos en medio de Israel.

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Introducción a Deuteronomio 

DEUTERONOMIO

El Deuteronomio que nosotros leemos hoy tiene algo de final de sinfonía, de conclusión solemne; pero, posee a la vez algo de roto, de violentamente interrumpido, como si el final no pudiera llegar a su cadencia tonal.
Moisés va a culminar su misión liberadora y el pueblo su largo peregrinar por el desierto. En cierto sentido, el movimiento del Pentateuco se remansa y se aquieta aquí, en la planicie de Moab: silencio contenido para escuchar largos discursos de un hombre que se dispone a morir. Al mismo tiempo, la historia se rompe. Moisés ha de morir antes de completar toda su empresa, el pueblo se queda a las puertas de la tierra prometida, ante la aduana geográfica del Jordán. ¿Qué será del pueblo? ¿Cómo ha de organizarse? ¿Quién lo ha de guiar?
Y porque se rompe bruscamente la historia, se advierte una agitación extraña: tribus impacientes por empezar ya la conquista y ocupación, Rubén, Gad, parte de Manasés; a la que Moisés sanciona. Se anticipa la vida del pueblo en un código que prevé y resuelve las situaciones más importantes de la historia: monarquía, sacerdocio, profetismo, culto, justicia, guerra y paz, familia y sociedad. Moisés lucha desesperadamente por inculcar tal ley, por meter en las entrañas la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, a las exigencias de la historia; lucha contra el olvido, el cansancio, la desesperanza. Y sintiendo que no va a vencer, Moisés deja un poema de testimonio que le sobreviva. Renueva la Alianza, compila sus leyes, encara al pueblo con la gran decisión de su existencia.
Esto es a grandes rasgos el Deuteronomio. También nosotros tenemos que sentarnos con calma para escuchar la conclusión del Pentateuco.

Historia del libro. Parece ser que el Deuteronomio se leyó en otros tiempos de otro modo; no como final del Pentateuco, sino como comienzo de una gran obra histórica que abarcaba el tiempo de la tierra prometida desde la entrada, cruzando el Jordán, hasta la salida, camino del destierro.
Según esta teoría, el autor de la gran construcción y compilación histórica introdujo los capítulos autobiográficos (1-3), que le permitían ofrecer un resumen histórico con nueva perspectiva, y añadió el paso de poderes a Josué, como preparación para lo siguiente. Esta obra se extendía hasta el último capítulo del Segundo libro de los Reyes.
En tal posición, el Deuteronomio era un código de alianza que organizaba la vida en la tierra, previendo y sancionando la lealtad y la deslealtad del pueblo. Y como la historia terminaba en el destierro, el Deuteronomio justifica por adelantado el castigo de Dios. Moisés prevé dolorido ese desenlace y pronuncia una última palabra de esperanza.
La alianza en Moab adquiere así importancia capital. Empalma con la alianza del Sinaí, que recoge en la memoria. Pero asigna a dicha alianza solamente el decálogo como ley promulgada; el resto lo escucha sólo Moisés, se lo guarda, lo promulga antes de morir.
Las instituciones, la legislación y el mensaje del Deuteronomio acompañan al lector desde el comienzo de la obra histórica: como lo que pudo ser y no fue, pero puede y debe volver a ser si el pueblo se convierte. Como un punto de arranque que coloca toda la historia subsiguiente bajo el signo de la libertad responsable ante Dios.
En esta perspectiva, el sentido del libro cambia notablemente. Es muy difícil la paciencia para escuchar tantos sermones al comienzo de una historia. La ficción retrospectiva se hace más patente, las referencias a los Patriarcas se vuelven borrosas en la lejanía. El libro es un homenaje a la personalidad apasionada de Moisés, capaz de dejar tan gravemente preñada la historia que le sucede.
El Deuteronomio ya existía antes de las dos lecturas descritas. No íntegro, sino aproximadamente desde 4,44 hasta el final del capítulo 28. Tiene la forma de un código legal preparado y entreverado de discursos o frases parenéticas, rematado en la serie paralela de bendiciones y maldiciones. La breve justificación histórica de 4,45 y 5,6, las alusiones históricas esparcidas en 6-11, las indicaciones rituales del capítulo 27 confieren al libro la forma aproximada de un documento o protocolo de alianza.
Es bastante probable que, prescindiendo de adiciones, este libro sea el documento encontrado en el Templo en tiempos de Josías (2 Re 22), que sirvió de impulso y base para la reforma del rey. No es probable que el libro se fabricase «ad hoc» en aquella época, pero sí lo es que fuera obra de círculos reformadores, quizá durante el reinado de Manasés. Esto no pasa de conjetura. Es probable que parte del material legal se remonte a tiempos antiguos, mientras que la exhortación sobre la Ley también puede tener raíces seculares.

Mensaje religioso. El Deuteronomio es un libro de gran riqueza teológica; su teología mana de una preocupación pastoral. Deseando inculcar al pueblo la fidelidad al Señor y a sus leyes, el autor recoge la historia y la comenta, sacando de ella unas cuantas directrices grandes y fecundas, afianza la ley en la historia, apela a la conciencia lúcida y responsable.
A primera lectura, puede llamar la atención la insistencia en la centralización del culto. En la superficie, eso es una medida restrictiva para cortar los abusos de los santuarios locales; en el fondo, es una convicción radical, que el Señor es uno sólo, el Dios único de Israel. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor o lealtad a Dios; Israel es un pueblo de hermanos que han de ser unánimes en la lealtad a su Dios; cada israelita tiene que darse entero a ese compromiso.
Dios ha elegido al pueblo por puro amor, sin méritos previos le va a regalar una tierra y le exige una tarea. Si el pueblo la cumple, obtendrá nuevos beneficios de su Dios, sobre todo el beneficio supremo de la convivencia con Él; si no la cumple, Dios lo castigará sin abandonarlo del todo, llamándolo a la conversión. La tarea no es puramente cúltica, es ante todo una tarea de justicia social y de amor fraterno.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Deuteronomio  17,1-13Los jueces: administración de la justicia. Los versículos finales del capítulo 16 (18-20), establecen el criterio fundamental para la administración de la justicia por parte de los jueces y oficiales que se supone hubo en el período tribal. Las tradiciones más antiguas sobre el Éxodo nos hablan de la decisión de Moisés de repartir entre setenta ancianos la responsabilidad de gobernar y juzgar los pleitos del pueblo. Esa misma tradición aparece en el discurso introductorio de 1,15-18 y aquí se hace de nuevo alusión a ella. La autoridad del pueblo reposa en jueces y oficiales que no pueden actuar según su parecer, sino de acuerdo con un criterio de justicia que es único de Dios y que el juez y el magistrado tienen que reproducir en el pueblo.
Recordemos que este texto surge también como una necesidad de poner remedio a la corrupción de los jueces y al descuido y desprecio por la causa de los débiles y empobrecidos (cfr. 1Sa_8:1-3). Aunque la norma aparece como un programa de futuro: «cuando entres en la tierra...», en realidad el pueblo ha pasado ya por el período de decadencia de sus instituciones. El texto obedece, por tanto, a una lectura del pasado y al reconocimiento de que dicha decadencia y la injusticia entraron precisamente por la falta de un mayor compromiso con los términos de la Alianza, que incluía la rectitud en el juicio (cfr. Éxo_23:6-8). De este modo, cuando Israel decida volver a sus orígenes para «refundarse» como nación especialmente elegida, no tiene más que hacer que retomar estos compromisos que fueron los que en sus orígenes le dieron vida.
Una de las principales infracciones que el juez debía juzgar era la que tenía que ver con el aspecto religioso, cuya principal manifestación era el culto dado a divinidades extrañas. Aquí se previene de manera especial el culto dado a los astros, una práctica muy común entre los pueblos cananeos y mesopotámicos y que muy seguramente atrajo varias veces la atención de los israelitas. La sentencia contra esta infracción es la lapidación del culpable. En consonancia con el criterio de justicia, dicha sentencia no podía realizarse sin el testimonio veraz de dos ó tres testigos (Éxo_17:2-7); éstos debían ser conscientes de la gravedad de su testimonio, puesto que siempre había una vida humana de por medio. Los versículos 8-13 establecen la posibilidad de acudir a instancias superiores cuando el caso no tuviera la claridad suficiente, todo con el mismo fin: buscar sólo la justicia (Éxo_16:20).
Es válido, entonces, reclamar siempre una mayor justicia de parte de quienes están encargados de administrarla en nuestros países y regiones; no es ni siquiera necesario ser creyentes para saber que donde no se practica la justicia con los criterios que establece el Deuteronomio, las demás instituciones y las mismas relaciones sociales se van deteriorando y la vida humana pierde mucho de su valor.


Deuteronomio  17,14-20Ley del rey. Por 1Sa_8:1-5 sabemos que la época de la organización tribal en Israel fue perdiendo calidad de vida y decayendo poco a poco, hasta que se hizo necesario asumir otra forma de organización. También nos narra 1Sa_8:6-22 cómo el pueblo, representado en sus dirigentes, solicita al último juez popular y carismático, Samuel, que le nombre un rey. Samuel les advierte de que esta nueva institución cambiaría para siempre las relaciones sociopolíticas, económicas y religiosas del pueblo. Pero los dirigentes insisten en que tener un rey sería la única solución a las amenazas internas y externas a las que estaba sometido Israel. Se inaugura así una nueva era para Israel, la época de la monarquía, con lo cual, en el fondo, lo que se logró fue «volver a Egipto», esto es, volvieron a organizarse política y socialmente como no tenían que hacerlo, pues el compromiso de Alianza era ser «el pueblo del Señor», absolutamente contrario a lo que era el «pueblo del faraón».
Obviamente, la decisión de la monarquía no fue en realidad una decisión del Señor, sino de quienes representaban al pueblo. Éstos supieron presentarla como si fuera voluntad divina. No hay que olvidar que ésta es una tendencia humana de la cual está llena la Biblia: poner bajo la autoridad y autoría divina aquello que en un momento dado se cree lo más conveniente, a veces para un individuo o para determinado grupo. Uno de esos casos es justo el de la monarquía presentada como aprobada por Dios (1Sa_8:7-9.22; 12), cuando en realidad era la forma más clara y contundente de quebrantar la Alianza. La corriente teológico-literaria deuteronomista (D) se caracteriza por su posición crítica respecto a la gran mayoría de reyes, pero no alcanza a descubrir que el problema era estructural, no simplemente coyuntural; era la estructura monárquica con todo lo que representaba, lo que abrió las puertas a la injusticia, a la división entre ricos y pobres, a la división entre ciudad y campo. Por eso, 17,14-20 no es en realidad una advertencia «para cuando entres en la tierra...», sino la dolorosa constatación de todo ya cuanto había propiciado la monarquía como estructura de poder e instrumento de injusticia. Todos los reyes, tanto del reino unido (David y Salomón) como los que habían regido los destinos del Norte y del Sur, hasta la época de composición de este pasaje, no habían hecho otra cosa que arrastrar al pueblo al mismo punto de donde habían partido, a la esclavitud.
Los versículos 18-20, que serían un llamado a la santidad del rey, son la prueba de que por más santo que sea un dirigente -político, económico, religioso- no cambia para nada la raíz misma de la estructura hasta que ésta no sea completamente transformada. Eso lo entendió perfectamente Jesús, y en esa clave habría que leer el pasaje de las tentaciones que nos presentan los sinópticos (cfr. Mar_1:12s; Mat_4:1-11; Luc_4:1-13), su abierto rechazo a ser proclamado rey (Jua_6:15) y sus duras palabras contra Pedro cuando se opone a que realice su función mesiánica desde la entrega y el servicio, aunque para ello tenga que experimentar la persecución y el dolor (Mar_8:32s). Ese mismo criterio, esa misma intuición y ese mismo descubrimiento que hace Jesús es el camino de realización de nuestro proyecto cristiano en el mundo. ¿No será acaso necesario redescubrirlo?