Deuteronomio  2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 37 versitos |
1

Los años en el desierto

Después dimos la vuelta y fuimos al desierto en dirección al Mar Rojo, como me había mandado el Señor, y pasamos mucho tiempo dando vueltas por la serranía de Seír.
2 Hasta que el Señor me dijo:
3 Basta de dar vueltas por esta serranía, diríjanse al Norte.
4 Pero advierte al pueblo: Van a cruzar la frontera de Seír, donde habitan sus hermanos, los descendientes de Esaú; aunque ellos les tienen miedo,
5 mucho cuidado con atacarlos porque no pienso darles ni un pie de su territorio. La sierra de Seír se la he entregado a Esaú.
6 La comida que coman, se la pagarán, el agua que beban se la comprarán.
7 Porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido en todas tus empresas, los ha atendido en el viaje por ese inmenso desierto; durante los últimos cuarenta años el Señor, tu Dios, ha estado contigo y no te ha faltado nada.
8 De este modo, cruzamos junto a nuestros hermanos, los descendientes de Esaú, que habitaban en Seír, seguimos por el camino de la estepa que arranca de Eilat y Esion Gueber, y torciendo cruzamos hacia el desierto de Moab.
9 El Señor me dijo: No provoques a los moabitas ni te enfrentes en combate con ellos; no te daré posesiones en su territorio, porque he dado Ar en posesión a los descendientes de Lot.
10 Antiguamente habitaban allí los emitas, pueblo grande, numeroso y corpulento, como los anaquitas.
11 Comúnmente se los creía refaítas, como a los anaquitas, pero los moabitas los llamaban emitas.
12 En Seír habitaban antiguamente los hurritas, pero los descendientes de Esaú los desalojaron y aniquilaron, instalándose en su lugar, lo mismo que hizo Israel con el territorio de su propiedad que les dio el Señor.
13 Ahora, ordenó el Señor: ¡En marcha y a cruzar el torrente Zared! Y cruzamos el torrente Zared.
14 Desde Cades Barne hasta cruzar el torrente Zared anduvimos caminando treinta y ocho años, hasta que desapareció del campamento toda aquella generación de guerreros, como les había jurado el Señor:
15 La mano del Señor pesó sobre ellos hasta que los hizo desaparecer del campamento.
16 Y cuando por fin murieron los últimos guerreros del pueblo,
17 el Señor me dijo:
18 Hoy vas a cruzar la frontera de Moab por Ar.
19 Cuando establezcas contacto con los amonitas, no los provoques ni te enfrentes con ellos, porque no pienso darte posesiones en territorio amonita, porque se lo di en posesión a los descendientes de Lot.
20 »También esta región se consideraba de refaítas, porque antiguamente la habitaban refaítas, si bien los amonitas los llamaban sansumitas.
21 Eran un pueblo grande, numeroso y corpulento, como los anaquitas. El Señor los aniquiló y los amonitas los desalojaron y se instalaron en su lugar.
22 Lo mismo sucedió con los habitantes de Seír, descendientes de Esaú; el Señor aniquiló a los hurritas, y ellos los desalojaron y se instalaron en su lugar, y allí viven hoy.
23 En cuanto a los heveos que habitaban los pueblos de Gaza, los aniquilaron los cretenses venidos de Creta y se instalaron en su lugar.
24 Ahora, dijo el Señor, pónganse en camino para cruzar el río Arnón. Te entrego a Sijón, el rey amorreo de Jesbón, y su territorio. Atácale y empieza la conquista.
25 Hoy comienzo a sembrar pánico y terror por todos los pueblos bajo el cielo; al oír tu fama, temblarán y se estremecerán ante ti.
26

Israel derrota a Sijón, rey de Jesbón

Desde el desierto de oriente despaché mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con propuestas de paz:
27 Déjame cruzar por tu territorio. Iré camino adelante, sin desviarme a derecha ni a izquierda.
28 Te pagaremos la comida que nos des y el agua que bebamos; déjanos cruzar a pie,
29 como han hecho los descendientes de Esaú, que habitan en Seír, y los moabitas, que habitan en Ar, hasta que crucemos el Jordán para entrar en la tierra que nos va a dar el Señor, nuestro Dios.
30 Pero Sijón, rey de Jesbón, no quiso dejarnos pasar; el Señor lo puso reacio y terco para entregarlo en tu poder. Hoy es un hecho.
31 El Señor me dijo: Mira, comienzo por entregarte Sijón y su territorio; comienza la conquista de su territorio.
32 Sijón nos salió al encuentro con todas sus tropas en Yahsá.
33 Y como el Señor, nuestro Dios, nos lo entregó, lo derrotamos a él, a sus hijos y a todo el ejército.
34 Entonces conquistamos sus ciudades y consagramos al exterminio a los vecinos, con mujeres y niños, sin dejar a nadie con vida.
35 Sólo nos reservamos como botín el ganado y los despojos de las ciudades conquistadas.
36 Desde Aroer, a orillas del Arnón, la ciudad que da sobre el río, hasta Galaad no hubo villa que se nos resistiera. Todo nos lo fue entregando a nuestro paso el Señor, nuestro Dios.
37 Sólo evitaste el territorio amonita, la cuenca del Yaboc y los pueblos de la montaña, como te había mandado el Señor, nuestro Dios.

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Introducción a Deuteronomio 

DEUTERONOMIO

El Deuteronomio que nosotros leemos hoy tiene algo de final de sinfonía, de conclusión solemne; pero, posee a la vez algo de roto, de violentamente interrumpido, como si el final no pudiera llegar a su cadencia tonal.
Moisés va a culminar su misión liberadora y el pueblo su largo peregrinar por el desierto. En cierto sentido, el movimiento del Pentateuco se remansa y se aquieta aquí, en la planicie de Moab: silencio contenido para escuchar largos discursos de un hombre que se dispone a morir. Al mismo tiempo, la historia se rompe. Moisés ha de morir antes de completar toda su empresa, el pueblo se queda a las puertas de la tierra prometida, ante la aduana geográfica del Jordán. ¿Qué será del pueblo? ¿Cómo ha de organizarse? ¿Quién lo ha de guiar?
Y porque se rompe bruscamente la historia, se advierte una agitación extraña: tribus impacientes por empezar ya la conquista y ocupación, Rubén, Gad, parte de Manasés; a la que Moisés sanciona. Se anticipa la vida del pueblo en un código que prevé y resuelve las situaciones más importantes de la historia: monarquía, sacerdocio, profetismo, culto, justicia, guerra y paz, familia y sociedad. Moisés lucha desesperadamente por inculcar tal ley, por meter en las entrañas la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, a las exigencias de la historia; lucha contra el olvido, el cansancio, la desesperanza. Y sintiendo que no va a vencer, Moisés deja un poema de testimonio que le sobreviva. Renueva la Alianza, compila sus leyes, encara al pueblo con la gran decisión de su existencia.
Esto es a grandes rasgos el Deuteronomio. También nosotros tenemos que sentarnos con calma para escuchar la conclusión del Pentateuco.

Historia del libro. Parece ser que el Deuteronomio se leyó en otros tiempos de otro modo; no como final del Pentateuco, sino como comienzo de una gran obra histórica que abarcaba el tiempo de la tierra prometida desde la entrada, cruzando el Jordán, hasta la salida, camino del destierro.
Según esta teoría, el autor de la gran construcción y compilación histórica introdujo los capítulos autobiográficos (1-3), que le permitían ofrecer un resumen histórico con nueva perspectiva, y añadió el paso de poderes a Josué, como preparación para lo siguiente. Esta obra se extendía hasta el último capítulo del Segundo libro de los Reyes.
En tal posición, el Deuteronomio era un código de alianza que organizaba la vida en la tierra, previendo y sancionando la lealtad y la deslealtad del pueblo. Y como la historia terminaba en el destierro, el Deuteronomio justifica por adelantado el castigo de Dios. Moisés prevé dolorido ese desenlace y pronuncia una última palabra de esperanza.
La alianza en Moab adquiere así importancia capital. Empalma con la alianza del Sinaí, que recoge en la memoria. Pero asigna a dicha alianza solamente el decálogo como ley promulgada; el resto lo escucha sólo Moisés, se lo guarda, lo promulga antes de morir.
Las instituciones, la legislación y el mensaje del Deuteronomio acompañan al lector desde el comienzo de la obra histórica: como lo que pudo ser y no fue, pero puede y debe volver a ser si el pueblo se convierte. Como un punto de arranque que coloca toda la historia subsiguiente bajo el signo de la libertad responsable ante Dios.
En esta perspectiva, el sentido del libro cambia notablemente. Es muy difícil la paciencia para escuchar tantos sermones al comienzo de una historia. La ficción retrospectiva se hace más patente, las referencias a los Patriarcas se vuelven borrosas en la lejanía. El libro es un homenaje a la personalidad apasionada de Moisés, capaz de dejar tan gravemente preñada la historia que le sucede.
El Deuteronomio ya existía antes de las dos lecturas descritas. No íntegro, sino aproximadamente desde 4,44 hasta el final del capítulo 28. Tiene la forma de un código legal preparado y entreverado de discursos o frases parenéticas, rematado en la serie paralela de bendiciones y maldiciones. La breve justificación histórica de 4,45 y 5,6, las alusiones históricas esparcidas en 6-11, las indicaciones rituales del capítulo 27 confieren al libro la forma aproximada de un documento o protocolo de alianza.
Es bastante probable que, prescindiendo de adiciones, este libro sea el documento encontrado en el Templo en tiempos de Josías (2 Re 22), que sirvió de impulso y base para la reforma del rey. No es probable que el libro se fabricase «ad hoc» en aquella época, pero sí lo es que fuera obra de círculos reformadores, quizá durante el reinado de Manasés. Esto no pasa de conjetura. Es probable que parte del material legal se remonte a tiempos antiguos, mientras que la exhortación sobre la Ley también puede tener raíces seculares.

Mensaje religioso. El Deuteronomio es un libro de gran riqueza teológica; su teología mana de una preocupación pastoral. Deseando inculcar al pueblo la fidelidad al Señor y a sus leyes, el autor recoge la historia y la comenta, sacando de ella unas cuantas directrices grandes y fecundas, afianza la ley en la historia, apela a la conciencia lúcida y responsable.
A primera lectura, puede llamar la atención la insistencia en la centralización del culto. En la superficie, eso es una medida restrictiva para cortar los abusos de los santuarios locales; en el fondo, es una convicción radical, que el Señor es uno sólo, el Dios único de Israel. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor o lealtad a Dios; Israel es un pueblo de hermanos que han de ser unánimes en la lealtad a su Dios; cada israelita tiene que darse entero a ese compromiso.
Dios ha elegido al pueblo por puro amor, sin méritos previos le va a regalar una tierra y le exige una tarea. Si el pueblo la cumple, obtendrá nuevos beneficios de su Dios, sobre todo el beneficio supremo de la convivencia con Él; si no la cumple, Dios lo castigará sin abandonarlo del todo, llamándolo a la conversión. La tarea no es puramente cúltica, es ante todo una tarea de justicia social y de amor fraterno.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Deuteronomio  2,1-25Los años en el desierto. La rebelión había traído como consecuencia la derrota de Israel a manos de los amorreos y la sentencia de permanecer en el desierto hasta que desapareciera aquella generación, como en efecto constatan los versículos 14-16. Pues bien: ese castigo comienza a ser levantado por el Señor al dar la orden de terminar ya de dar vueltas por aquellas montañas y de dirigirse al norte (3). Pero antes hay una serie de advertencias que tienen que ver con el trato respecto a algunos pueblos y sus territorios que van a encontrar en el camino. Se menciona entonces el territorio de Seír, otorgado antiguamente a Esaú (5; cfr. Gén_36:8) y el territorio moabita, habitado por los descendientes de Lot, lo mismo que el territorio de los amonitas. Los largos paréntesis de los versículos 10-12 y 20-23 intentan dar razón de los antiguos habitantes de los territorios que aquí se mencionan. Sin embargo, las explicaciones no son exactas; el sentido es más bien ir demostrando cómo el Señor, único dueño de la tierra, puede darla a quien quiera, pero también puede quitarla.


Deuteronomio  2,26-37Israel derrota a Sijón, rey de Jesbón. Conforme a lo prometido por el Señor, el pueblo, una vez que ha purgado su falta de fe y de obediencia, está en condiciones de enfrentarse en batalla con quienes obstaculicen su camino. Bien visto, los pueblos que se mencionan en los versículos 1-25 no oponen resistencia al avance de Israel y, en consecuencia, conservan sus tierras y posesiones como signo de bendición para ellos también. Pero aquellos que se atreven a oponer resistencia, obstaculizando el avance de Israel, son eliminados; tal es el caso de Sijón, rey de Jesbón. La victoria y el exterminio de todo aquel pueblo indica el comienzo de la conquista de la tierra prometida, por lo menos en lo que respecta a los territorios de la Transjordania, esto es, la margen oriental del Jordán.