Deuteronomio  3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 29 versitos |
1

Israel derrota a Og, rey de Basán

Torcimos, y comenzamos a subir hacia Basán cuando en Edrey nos salió al encuentro Og, rey de Basán, con todo su ejército.
2 El Señor me dijo: No le tengas miedo, que te lo entrego con todo su ejército y su territorio. Trátalo como a Sijón, el rey amorreo que residía en Jesbón.
3 »El Señor, nuestro Dios, nos entregó también a Og, rey de Basán, con todo su ejército, y los derrotamos sin dejar uno con vida.
4 Entonces conquistamos todas sus ciudades sin dejar de arrebatarles una sola. En total, sesenta ciudades en la zona de Argob, dominios de Og de Basán;
5 todas ellas fortificadas con imponentes murallas y portones con trancas. Sin contar muchísimos pueblos de campesinos.
6 Como habíamos hecho con Sijón, rey de Jesbón, consagramos al exterminio todos los vecinos, con mujeres y niños.
7 Nos reservamos como botín el ganado y los despojos de las ciudades.
8 Así, conquistamos los territorios de los dos reyes amorreos al otro lado del Jordán: desde el río Arnón hasta el monte Hermón.
9 Los sidonios llaman Sirión al Hermón, los amorreos lo llaman Senir.
10 Todos los poblados de la planicie, todo Galaad y Basán, hasta Salcá y Edrey, dominios del rey de Basán.
11 Og, rey de Basán, era el único superviviente de los refaítas. En la capital, Amán, se puede visitar su sarcófago de hierro; mide cuatro metros y medio de largo y dos metros de ancho, según la medida común
12

Primer reparto al oriente del Jordán

Los territorios que conquistamos entonces los repartí así: a los rubenitas y gaditas les asigné la mitad de la sierra de Galaad con sus poblados, a partir de Aroer, junto al Arnón;
13 a la media tribu de Manasés le asigné el resto de Galaad y todo Basán, dominio de Og, la zona de Argob. Basán es lo que llaman tierra de refaítas.
14 Yaír, hijo de Manasés, escogió el Argob, hasta la frontera de Guesur y Maacá, y dio a Basán su nombre, que subsiste hasta hoy: Pueblos de Yaír.
15 A Maquir le asigné Galaad.
16 A los rubenitas y gaditas les asigné una parte de Galaad: por un lado, hasta el Arnón, con frontera en medio del río; por otro lado, hasta el Yaboc, frontera de los amonitas;
17 además, la estepa, con el Jordán de frontera, desde Genesaret al Mar Muerto o Mar Salado, en las laderas orientales del Fasga.
18 Entonces les di estas instrucciones: El Señor, su Dios, les ha dado esta tierra en propiedad. Todos los militares tomarán sus armas y avanzarán delante de sus hermanos.
19 En las ciudades que les he asignado se quedarán sólo las mujeres, los niños y los rebaños – sé que tienen mucho ganado– ,
20 hasta que el Señor conceda a sus hermanos el descanso como a ustedes, y también ellos tomen posesión de la tierra que el Señor, su Dios, va a darles al otro lado del Jordán. Después cada uno volverá a la posesión que le he asignado.
21 Entonces di instrucciones a Josué: Con tus ojos has visto todo lo que el Señor, tu Dios, ha hecho a esos dos reyes. Lo mismo hará el Señor a todos los reinos adonde vas a entrar.
22 No los temas, que el Señor, su Dios, lucha a favor de ustedes.
23

Moisés no entrará en Canaán

Entonces recé así al Señor:
24 Señor mío, tú has comenzado a mostrar a tu servidor tu grandeza y la fuerza de tu mano. ¿Qué dios hay en el cielo o en la tierra que pueda realizar las hazañas y proezas que tú realizas?
25 Déjame pasar a ver esa tierra hermosa que está del otro lado del Jordán, esas hermosas montañas y el Líbano.
26 Pero el Señor estaba irritado conmigo por culpa de ustedes y no accedió, sino que me dijo: ¡Basta! No sigas hablando de ese asunto.
27 Sube a la cumbre del Fasga, pasea la vista al oeste y al este, al norte y al sur, y mírala con los ojos, porque no has de cruzar el Jordán.
28 Da instrucciones a Josué, infúndele ánimo y valor, porque él pasará al frente de ese pueblo y él les repartirá la tierra que estás viendo.
29 Y nos quedamos en la hondonada, frente a Bet Fegor.

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Introducción a Deuteronomio 

DEUTERONOMIO

El Deuteronomio que nosotros leemos hoy tiene algo de final de sinfonía, de conclusión solemne; pero, posee a la vez algo de roto, de violentamente interrumpido, como si el final no pudiera llegar a su cadencia tonal.
Moisés va a culminar su misión liberadora y el pueblo su largo peregrinar por el desierto. En cierto sentido, el movimiento del Pentateuco se remansa y se aquieta aquí, en la planicie de Moab: silencio contenido para escuchar largos discursos de un hombre que se dispone a morir. Al mismo tiempo, la historia se rompe. Moisés ha de morir antes de completar toda su empresa, el pueblo se queda a las puertas de la tierra prometida, ante la aduana geográfica del Jordán. ¿Qué será del pueblo? ¿Cómo ha de organizarse? ¿Quién lo ha de guiar?
Y porque se rompe bruscamente la historia, se advierte una agitación extraña: tribus impacientes por empezar ya la conquista y ocupación, Rubén, Gad, parte de Manasés; a la que Moisés sanciona. Se anticipa la vida del pueblo en un código que prevé y resuelve las situaciones más importantes de la historia: monarquía, sacerdocio, profetismo, culto, justicia, guerra y paz, familia y sociedad. Moisés lucha desesperadamente por inculcar tal ley, por meter en las entrañas la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, a las exigencias de la historia; lucha contra el olvido, el cansancio, la desesperanza. Y sintiendo que no va a vencer, Moisés deja un poema de testimonio que le sobreviva. Renueva la Alianza, compila sus leyes, encara al pueblo con la gran decisión de su existencia.
Esto es a grandes rasgos el Deuteronomio. También nosotros tenemos que sentarnos con calma para escuchar la conclusión del Pentateuco.

Historia del libro. Parece ser que el Deuteronomio se leyó en otros tiempos de otro modo; no como final del Pentateuco, sino como comienzo de una gran obra histórica que abarcaba el tiempo de la tierra prometida desde la entrada, cruzando el Jordán, hasta la salida, camino del destierro.
Según esta teoría, el autor de la gran construcción y compilación histórica introdujo los capítulos autobiográficos (1-3), que le permitían ofrecer un resumen histórico con nueva perspectiva, y añadió el paso de poderes a Josué, como preparación para lo siguiente. Esta obra se extendía hasta el último capítulo del Segundo libro de los Reyes.
En tal posición, el Deuteronomio era un código de alianza que organizaba la vida en la tierra, previendo y sancionando la lealtad y la deslealtad del pueblo. Y como la historia terminaba en el destierro, el Deuteronomio justifica por adelantado el castigo de Dios. Moisés prevé dolorido ese desenlace y pronuncia una última palabra de esperanza.
La alianza en Moab adquiere así importancia capital. Empalma con la alianza del Sinaí, que recoge en la memoria. Pero asigna a dicha alianza solamente el decálogo como ley promulgada; el resto lo escucha sólo Moisés, se lo guarda, lo promulga antes de morir.
Las instituciones, la legislación y el mensaje del Deuteronomio acompañan al lector desde el comienzo de la obra histórica: como lo que pudo ser y no fue, pero puede y debe volver a ser si el pueblo se convierte. Como un punto de arranque que coloca toda la historia subsiguiente bajo el signo de la libertad responsable ante Dios.
En esta perspectiva, el sentido del libro cambia notablemente. Es muy difícil la paciencia para escuchar tantos sermones al comienzo de una historia. La ficción retrospectiva se hace más patente, las referencias a los Patriarcas se vuelven borrosas en la lejanía. El libro es un homenaje a la personalidad apasionada de Moisés, capaz de dejar tan gravemente preñada la historia que le sucede.
El Deuteronomio ya existía antes de las dos lecturas descritas. No íntegro, sino aproximadamente desde 4,44 hasta el final del capítulo 28. Tiene la forma de un código legal preparado y entreverado de discursos o frases parenéticas, rematado en la serie paralela de bendiciones y maldiciones. La breve justificación histórica de 4,45 y 5,6, las alusiones históricas esparcidas en 6-11, las indicaciones rituales del capítulo 27 confieren al libro la forma aproximada de un documento o protocolo de alianza.
Es bastante probable que, prescindiendo de adiciones, este libro sea el documento encontrado en el Templo en tiempos de Josías (2 Re 22), que sirvió de impulso y base para la reforma del rey. No es probable que el libro se fabricase «ad hoc» en aquella época, pero sí lo es que fuera obra de círculos reformadores, quizá durante el reinado de Manasés. Esto no pasa de conjetura. Es probable que parte del material legal se remonte a tiempos antiguos, mientras que la exhortación sobre la Ley también puede tener raíces seculares.

Mensaje religioso. El Deuteronomio es un libro de gran riqueza teológica; su teología mana de una preocupación pastoral. Deseando inculcar al pueblo la fidelidad al Señor y a sus leyes, el autor recoge la historia y la comenta, sacando de ella unas cuantas directrices grandes y fecundas, afianza la ley en la historia, apela a la conciencia lúcida y responsable.
A primera lectura, puede llamar la atención la insistencia en la centralización del culto. En la superficie, eso es una medida restrictiva para cortar los abusos de los santuarios locales; en el fondo, es una convicción radical, que el Señor es uno sólo, el Dios único de Israel. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor o lealtad a Dios; Israel es un pueblo de hermanos que han de ser unánimes en la lealtad a su Dios; cada israelita tiene que darse entero a ese compromiso.
Dios ha elegido al pueblo por puro amor, sin méritos previos le va a regalar una tierra y le exige una tarea. Si el pueblo la cumple, obtendrá nuevos beneficios de su Dios, sobre todo el beneficio supremo de la convivencia con Él; si no la cumple, Dios lo castigará sin abandonarlo del todo, llamándolo a la conversión. La tarea no es puramente cúltica, es ante todo una tarea de justicia social y de amor fraterno.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Deuteronomio  3,1-11Israel derrota a Og, rey de Basán. Israel procede contra Og del mismo modo que ha procedido contra Sijón, todo lo ha consagrado al exterminio. Así queda completada la primera parte de la conquista. La conciencia de Israel es que en estas empresas militares no fue su fuerza ni su poderío militar lo que les otorgó la victoria contra estos dos reyes amorreos; todo eso fue obra del Señor que «puso en manos de Israel» a sus enemigos. Por tanto, la victoria no es de Israel, es del Señor. Hemos de tomar las expresiones «guerra del Señor», «victoria del Señor», etc., siempre en sentido simbólico; no hay que darles ningún valor literal, porque no hay guerras «santas», ni guerras «malas». Siempre que haya violencia, intolerancia o intransigencia contra quienes piensan o actúan distinto, hay un absoluto rechazo al plan de Dios, que no es otra cosa que justicia, tolerancia, diálogo constante, acogida a lo diverso para construir en la diversidad y así lograr una sociedad más plural, una religión más enriquecida con todas las facetas posibles sobre Dios, sus atributos, sus gestos y acciones en el mundo y en cada ser humano.


Deuteronomio  3,12-22Primer reparto al oriente del Jordán. La discusión entre los principales dueños de ganado, que coinciden con los descendientes de las tribus de Rubén, Gad y Manasés, que nos narra Nm 32 se omite aquí y aparece como una decisión espontánea de Moisés. De todos modos, se mantiene una tradición: los que se han establecido en estos territorios al oriente del Jordán deberán atravesar el río con el resto del pueblo para ayudar a sus hermanos en las tareas de la conquista del país cananeo (18-20). Estas dos primeras conquistas serán el paradigma para la conquista del territorio que habrá de habitar el resto de tribus (21s).
Deuteronomio  3,23-29Moisés no entrará en Canaán. Aparece de nuevo la tradición que intenta explicar por qué Moisés no cruzó el Jordán. Según él mismo explica en este primer discurso, fue a consecuencia del pecado del pueblo, no por su propio pecado (cfr. Núm_20:12). Al final del libro volverá a recalcar lo mismo (cfr. 32,51). Con todo, el Señor le permite echar una mirada al futuro territorio de Israel desde la cima del monte Fasga, lo cual es una forma de poseer el territorio. Otro tanto había hecho el Señor con Abrahán (cfr. Gén_13:14s).