Deuteronomio  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 26 versitos |
1

Advertencias contra la idolatría
Éx 34,11-17

»Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra de la que vas a tomar posesión, él expulsará a tu llegada a naciones más grandes que tú – hititas, guirgaseos, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebuseos– , siete pueblos más numerosos y fuertes que tú;
2 cuando el Señor, tu Dios, los entregue en tu poder y tú los venzas, los consagrarás sin remisión al exterminio. No pactarás con ellos ni les tendrás piedad.
3 No te emparentarás con ellos: no darás tus hijos a sus hijas ni tomarás sus hijas para tus hijos.
4 Porque ellos los apartarán de mí, para que sirvan a dioses extranjeros, y se encenderá la ira del Señor contra ustedes y no tardará en destruirlos.
5 Esto es lo que harán con ellos: demolerán sus altares, destruirán sus piedras conmemorativas, arrancarán sus postes sagrados y quemarán sus imágenes.
6 Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad.
7

Gratuidad divina
y responsabilidad de Israel

»Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió no fue por ser ustedes más numerosos que los demás, porque son el pueblo más pequeño,
8 sino que por puro amor a ustedes, por mantener el juramento que había hecho a sus padres, los sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y los rescató de la esclavitud, del dominio del faraón, rey de Egipto.
9 Así sabrás que el Señor, tu Dios, es Dios, un Dios fiel: a los que aman y guardan sus preceptos, les mantiene su alianza y su favor por mil generaciones;
10 pero al que lo aborrece, le paga en persona sin hacerse esperar, al que lo aborrece le paga en persona.
11 Pon en práctica estos preceptos y los mandatos y decretos que hoy te mando.
12

Beneficios de la obediencia
28,1-14; Lv 26,3-13

»Si escuchas estos decretos y los mantienes y los cumples, también el Señor, tu Dios, te mantendrá la alianza y el favor que prometió a tus padres.
13 Te amará, te bendecirá y te hará crecer; bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tus tierras: tu trigo, tu mosto y tu aceite; las crías de tus vacas y el parto de tus ovejas, en la tierra que te dará como prometió a tus padres.
14 Serás bendito entre todos los pueblos; no habrá estéril ni impotente entre los tuyos ni en tu ganado.
15 El Señor desviará de ti la enfermedad; no te mandará jamás epidemias malignas, como aquellas que conoces de Egipto, sino que afligirá con ellas a los que te odian.
16 »Devora a todos los pueblos que te entregue el Señor. No tengas compasión de ellos ni des culto a sus dioses, porque serán una trampa para ti.
17 »Si alguna vez se te ocurre pensar: Estos pueblos son más numerosos que yo, ¿cómo podré desalojarlos?,
18 no les temas; recuerda lo que hizo el Señor con el faraón y con Egipto entero.
19 Las pruebas tremendas que vieron tus ojos, los signos y prodigios, la mano fuerte y el brazo extendido con que te sacó el Señor, tu Dios; así hará el Señor, tu Dios, con todos los pueblos que te asustan.
20 El Señor mandará pánico contra ellos, hasta aniquilar a los que queden escondiéndose de ti.
21 No les tengas miedo, que el Señor está en medio de ti, tu Dios, un Dios grande y terrible.
22 »El Señor, tu Dios, irá expulsando esos pueblos poco a poco. No podrás terminar con ellos rápidamente, no sea que las bestias feroces se multipliquen contra ti.
23 El Señor, tu Dios, los entregará ante ti, sembrando en sus filas el pánico, hasta destruirlos.
24 Entregará a sus reyes en tu poder, y tú harás desaparecer su nombre bajo el cielo. No habrá quien se te resista, hasta que los destruyas a todos.
25 »Quemarás las imágenes de sus dioses. No codicies el oro ni la plata que los recubre, ni te lo apropies; así no caerás en su trampa. Mira que son abominación para el Señor, tu Dios.
26 No metas en tu casa nada abominable, porque serás consagrado al exterminio como esas cosas. Aborrécelas y detéstalas, porque están consagradas al exterminio.

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Introducción a Deuteronomio 

DEUTERONOMIO

El Deuteronomio que nosotros leemos hoy tiene algo de final de sinfonía, de conclusión solemne; pero, posee a la vez algo de roto, de violentamente interrumpido, como si el final no pudiera llegar a su cadencia tonal.
Moisés va a culminar su misión liberadora y el pueblo su largo peregrinar por el desierto. En cierto sentido, el movimiento del Pentateuco se remansa y se aquieta aquí, en la planicie de Moab: silencio contenido para escuchar largos discursos de un hombre que se dispone a morir. Al mismo tiempo, la historia se rompe. Moisés ha de morir antes de completar toda su empresa, el pueblo se queda a las puertas de la tierra prometida, ante la aduana geográfica del Jordán. ¿Qué será del pueblo? ¿Cómo ha de organizarse? ¿Quién lo ha de guiar?
Y porque se rompe bruscamente la historia, se advierte una agitación extraña: tribus impacientes por empezar ya la conquista y ocupación, Rubén, Gad, parte de Manasés; a la que Moisés sanciona. Se anticipa la vida del pueblo en un código que prevé y resuelve las situaciones más importantes de la historia: monarquía, sacerdocio, profetismo, culto, justicia, guerra y paz, familia y sociedad. Moisés lucha desesperadamente por inculcar tal ley, por meter en las entrañas la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, a las exigencias de la historia; lucha contra el olvido, el cansancio, la desesperanza. Y sintiendo que no va a vencer, Moisés deja un poema de testimonio que le sobreviva. Renueva la Alianza, compila sus leyes, encara al pueblo con la gran decisión de su existencia.
Esto es a grandes rasgos el Deuteronomio. También nosotros tenemos que sentarnos con calma para escuchar la conclusión del Pentateuco.

Historia del libro. Parece ser que el Deuteronomio se leyó en otros tiempos de otro modo; no como final del Pentateuco, sino como comienzo de una gran obra histórica que abarcaba el tiempo de la tierra prometida desde la entrada, cruzando el Jordán, hasta la salida, camino del destierro.
Según esta teoría, el autor de la gran construcción y compilación histórica introdujo los capítulos autobiográficos (1-3), que le permitían ofrecer un resumen histórico con nueva perspectiva, y añadió el paso de poderes a Josué, como preparación para lo siguiente. Esta obra se extendía hasta el último capítulo del Segundo libro de los Reyes.
En tal posición, el Deuteronomio era un código de alianza que organizaba la vida en la tierra, previendo y sancionando la lealtad y la deslealtad del pueblo. Y como la historia terminaba en el destierro, el Deuteronomio justifica por adelantado el castigo de Dios. Moisés prevé dolorido ese desenlace y pronuncia una última palabra de esperanza.
La alianza en Moab adquiere así importancia capital. Empalma con la alianza del Sinaí, que recoge en la memoria. Pero asigna a dicha alianza solamente el decálogo como ley promulgada; el resto lo escucha sólo Moisés, se lo guarda, lo promulga antes de morir.
Las instituciones, la legislación y el mensaje del Deuteronomio acompañan al lector desde el comienzo de la obra histórica: como lo que pudo ser y no fue, pero puede y debe volver a ser si el pueblo se convierte. Como un punto de arranque que coloca toda la historia subsiguiente bajo el signo de la libertad responsable ante Dios.
En esta perspectiva, el sentido del libro cambia notablemente. Es muy difícil la paciencia para escuchar tantos sermones al comienzo de una historia. La ficción retrospectiva se hace más patente, las referencias a los Patriarcas se vuelven borrosas en la lejanía. El libro es un homenaje a la personalidad apasionada de Moisés, capaz de dejar tan gravemente preñada la historia que le sucede.
El Deuteronomio ya existía antes de las dos lecturas descritas. No íntegro, sino aproximadamente desde 4,44 hasta el final del capítulo 28. Tiene la forma de un código legal preparado y entreverado de discursos o frases parenéticas, rematado en la serie paralela de bendiciones y maldiciones. La breve justificación histórica de 4,45 y 5,6, las alusiones históricas esparcidas en 6-11, las indicaciones rituales del capítulo 27 confieren al libro la forma aproximada de un documento o protocolo de alianza.
Es bastante probable que, prescindiendo de adiciones, este libro sea el documento encontrado en el Templo en tiempos de Josías (2 Re 22), que sirvió de impulso y base para la reforma del rey. No es probable que el libro se fabricase «ad hoc» en aquella época, pero sí lo es que fuera obra de círculos reformadores, quizá durante el reinado de Manasés. Esto no pasa de conjetura. Es probable que parte del material legal se remonte a tiempos antiguos, mientras que la exhortación sobre la Ley también puede tener raíces seculares.

Mensaje religioso. El Deuteronomio es un libro de gran riqueza teológica; su teología mana de una preocupación pastoral. Deseando inculcar al pueblo la fidelidad al Señor y a sus leyes, el autor recoge la historia y la comenta, sacando de ella unas cuantas directrices grandes y fecundas, afianza la ley en la historia, apela a la conciencia lúcida y responsable.
A primera lectura, puede llamar la atención la insistencia en la centralización del culto. En la superficie, eso es una medida restrictiva para cortar los abusos de los santuarios locales; en el fondo, es una convicción radical, que el Señor es uno sólo, el Dios único de Israel. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor o lealtad a Dios; Israel es un pueblo de hermanos que han de ser unánimes en la lealtad a su Dios; cada israelita tiene que darse entero a ese compromiso.
Dios ha elegido al pueblo por puro amor, sin méritos previos le va a regalar una tierra y le exige una tarea. Si el pueblo la cumple, obtendrá nuevos beneficios de su Dios, sobre todo el beneficio supremo de la convivencia con Él; si no la cumple, Dios lo castigará sin abandonarlo del todo, llamándolo a la conversión. La tarea no es puramente cúltica, es ante todo una tarea de justicia social y de amor fraterno.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Deuteronomio  7,1-6Advertencias contra la idolatría. Cuando se están redactando estas advertencias, Israel ya ha pasado por todos estos actos de desobediencia. Recordemos que aunque aparentemente se trata de la generación israelita que está a punto de entrar a la tierra prometida y que aparentemente es Moisés quien les habla, en realidad se trata de otra generación, de otro escenario y de otro «predicador» que exhorta al pueblo a poner por obra los mandatos y normas del Señor.
Las exigencias de estos versículos las debían haber cumplido a cabalidad sus antepasados, pero no lo hicieron; ellos no debían haber realizado las mismas prácticas cananeas, y sin embargo las hicieron; no debían haber hecho pactos ni alianzas con pueblos vecinos y, sin embargo las hicieron. Recordemos que Acaz, el padre de Ezequías rey de Judá, hizo un pacto con Asiria para enfrentar a los sirios y a sus propios hermanos del reino del norte (cfr. 2 Re 16). Fue fatal, porque era como dar entrada a prácticas, costumbres y divinidades diferentes al pueblo (2Re_16:1-4), eso sin contar todos los desvíos y desobediencias de los reyes del norte juzgados sin excepción por la corriente deuteronomista como desobedientes y contrarios al querer del Señor. El objeto de estas exigencias es que el pueblo de Israel actúe como pueblo consagrado al Señor, elegido especialmente por Él para ser un pueblo especial entre los demás pueblos (6).


Deuteronomio  7,7-11Gratuidad divina y responsabilidad de Israel. Israel nunca podrá jactarse de tener méritos suficientes para ser un pueblo especialmente elegido, pues no es ni grande ni importante. El motivo de su elección se debe puramente al amor de Dios, a su gracia y su bondad; Israel siempre tendrá que recordar esto. Volver a su pasado de esclavitud y de dominación y acordarse de que ése fue el motivo por el cual Dios lo amó y se comprometió con él; porque no era nada, Dios lo hizo ser; porque estaba sometido y humillado, Dios lo rescató; porque nadie escuchaba sus gemidos y lamentos, Dios los escuchó (cfr. Éxo_3:7-9) y lo elevó al rango de interlocutor suyo, dándole la capacidad de comprometerse en un pacto: el de ser su pueblo, escuchando y obedeciendo todo cuanto el Señor le ordenaba. Así pues, al don gratuito de Dios corresponde una tarea, una responsabilidad muy grave para Israel.
Deuteronomio  7,12-26Beneficios de la obediencia. El efecto benéfico inmediato que sobreviene a la obediencia es que el Señor mantendrá su Alianza con el pueblo (12), y eso se traduce en bendiciones, cuyo efecto es la salud y la prolijidad de hombres, animales y cosechas (13-15; cfr. 8,1). Ahora bien, uno de los términos del compromiso de Israel es «devorar» o «exterminar» a todos los pueblos que vaya encontrando en su camino hacia la tierra prometida y cuando esté en ella jamás sentir miedo porque esos pueblos sean más numerosos y poderosos (17s), pues el Señor que enfrentó a Egipto y lo golpeó hará lo mismo con esos pueblos, siempre y cuando Israel se comprometa a no imitarlos ni introducir en sus casas nada de sus pertenencias ni de sus creencias y costumbres (25s).
Las expresiones «devorar» y «exterminar» suenan hoy para nosotros demasiado fuertes, máxime si somos testigos de movimientos socio-políticos y religiosos que han hecho exactamente eso, sembrando terror y muerte en pueblos enteros en nombre de Dios o de una falsa interpretación religiosa. No hay que olvidar el contexto histórico en que surgen estos textos, ni hay que olvidar tampoco la intencionalidad teológica y catequética de estos pasajes. Ubiquémonos en un contexto de decadencia política y religiosa de Israel y de la subsiguiente reacción de mejoramiento para entender mejor el llamamiento de Ezequías a renovar la Alianza y, por tanto, a reafirmar los antiguos compromisos en torno a la adhesión al único Dios en el que Israel debe basar su fe.
Este sermón de Moisés busca, sobre todo, recordar los términos de esa Alianza y suscitar en el creyente unos propósitos y unos compromisos que se describen con expresiones y términos que son chocantes para nosotros; lo importante es que hoy absolutamente nadie encuentre aquí justificación alguna para desacreditar, desautorizar o perseguir a un semejante por el hecho de que su cultura, su etnia o sus convicciones religiosas sean distintas a las «oficialmente» admitidas.