Colosenses 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1 Quiero que sepan lo que tuve que luchar por ustedes, por los de Laodicea y por tantos que no me conocen personalmente,
2 para que se sientan animados y unidos en el amor; para que se colmen de toda clase de riquezas de conocimiento y así comprendan el secreto de Dios, que es Cristo.
3 En él se encierran todos los tesoros del saber y el conocimiento.
4 Lo digo para que nadie los engañe con argumentos seductores.
5 Porque, si con el cuerpo estoy ausente, en espíritu estoy con ustedes, contento de verlos formados y firmes en su fe en Cristo.
6

Vida cristiana

Así, ya que han aceptado a Cristo Jesús como Señor, vivan unidos con él,
7 enraizados y cimentados en él, apoyados en la fe que les enseñaron, y dando siempre gracias a Dios.
8 ¡Tengan cuidado! No se dejen arrastrar por quienes los quieren engañar con teorías y argumentos falsos, ellos se apoyan en tradiciones humanas y en los poderes que dominan este mundo, y no en Cristo.
9 En él reside corporalmente la plenitud de la divinidad,
10 y de él reciben ustedes su plenitud. Él es la cabeza de todo mando y potestad.
11 Por él han sido circuncidados: no con la circuncisión que practican los hombres, descubriendo la carne del cuerpo, sino con la circuncisión de Cristo,
12 que consiste en ser sepultados con él en el bautismo y en resucitar con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó a él de la muerte.
13 Ustedes estaban muertos por sus pecados y la incircuncisión carnal; pero Cristo los hizo revivir con él, perdonándoles todos los pecados.
14 Canceló el documento de nuestra deuda con sus cláusulas adversas a nosotros, y lo quitó de en medio clavándolo consigo en la cruz.
15 Despojó a los principados y potestades y los humilló, haciéndolos desfilar públicamente como prisioneros en su marcha triunfal.
16 Por tanto, que nadie los juzgue por asuntos de comida o bebida, o por no respetar fiestas, lunas nuevas o el día sábado.
17 Todo eso es sombra de lo venidero; la realidad es la persona de Cristo.
18 No dejen que los condenen esos que se hacen pasar por muy humildes y que dan culto a los ángeles, que pretenden tener visiones, y que se hinchan de orgullo a causa de sus pensamientos humanos;
19 en vez de unirse a la cabeza, de la cual todo el cuerpo, a través de articulaciones y ligamentos, recibe sustento y cohesión y crece conforme al plan de Dios.
20

Nueva vida con Cristo

Si con Cristo han muerto a los poderes del mundo, ¿por qué se someten a los dictados de los que viven en el mundo?
21 No toques eso, no pruebes aquello, no lo tomes con tus manos
22 – cosas destinadas a gastarse con el uso– , no son más que preceptos y enseñanzas humanas.
23 Estas doctrinas tienen apariencia de sabiduría, por su religiosidad afectada, su mortificación y su desprecio del cuerpo; pero no sirven sino para satisfacer la sensualidad.

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Introducción a Colosenses

COLOSENSES

Colosas. Era una pequeña ciudad de Frigia, en la provincia romana de Asia, situada a unos 200 km. al este de Éfeso y habitada por pobladores autóctonos, colonos griegos y judíos de la diáspora. Por lo que dice la carta, Colosas no fue evangelizada por Pablo, sino por Epafras, un discípulo suyo (1,7; 4,12s).

Autor, lugar y fecha de composición de la carta. La carta plantea dos problemas serios y bastante discutidos: ¿Quién la escribió? Y, ¿quiénes son los maestros de errores que se menciona en ella?
Sobre la primera pregunta, los biblistas no se ponen de acuerdo pues todos tienen buenas razones para afirmar o negar la autoría de Pablo. Sobre la segunda, se puede afirmar que son maestros de corte gnóstico, devotos de misterios y sincretistas.
A favor de la autoría de Pablo figurarían, entre otras razones, la coincidencia de nombres y situación en que fue escrita la carta a Filemón y la coherencia con muchas enseñanzas auténticas del Apóstol. En contra, la abundancia de un vocabulario peculiar; el estilo torpe; la falta de conceptos paulinos fundamentales, como fe, ley, justicia, salvación, revelación; y sobre todo, una cristología más avanzada, de signo cósmico, y una eclesiología institucionalizada afín a las cartas pastorales.
Si el autor es Pablo, la carta habría sido escrita en Éfeso, a finales de los años 50 o principios de los 60. Si el que la escribe es un discípulo de la siguiente generación que imita hábilmente la impostación epistolar para abordar con autoridad prestada un problema nuevo, la fecha de composición sería más tardía, hacia el año 80.

Los maestros de errores. Es difícil trazar el perfil de éstos porque reúnen rasgos heterogéneos. La carta alude a ellos y a sus doctrinas en negativo, es decir, refutándolos. De todas formas, y de modo general, habría que hablar de un movimiento sincretista influido por especulaciones religiosas venidas del Cercano Oriente, que se infiltró tanto en el paganismo griego como en el judaísmo.
En las religiones paganas sustituyó las creencias ya desacreditadas sobre los dioses por elementos y potencias cósmicas, convertidas, a su vez, en dioses a los que se tributaba culto en fiestas, rituales y celebraciones. En el judaísmo, muchos adoptaron y acomodaron esta corriente religioso-filosófica a las fiestas y celebraciones judías, dando como resultado un protagonismo excesivo a ángeles y potestades que personificaban tales potencias y elementos cósmicos, y que influían decisivamente sobre el destino de los hombres.
En resumidas cuentas, ese universo gnóstico, esotérico y seudo religioso -algo así como la «Nueva Era» que tanto fascina a nuestro mundo de hoy- estaba también amenazando a las comunidades cristianas expuestas al ambiente que las envolvía, como era el caso de la Iglesia de Colosas. El autor de la carta da tres avisos: que nadie los engañe, que nadie los juzgue, que nadie los condene (2,4.8.16.18).

Contenido de la carta. Frente a todas esas influencias, el autor afirma y desarrolla la centralidad de Jesucristo, no en categorías jurídicas de justicia y liberación, ley y fe, sino en la visión de un Señor de todo lo creado, que incorpora a hombres y mujeres de toda raza o nación a su muerte y resurrección, y que es cabeza de la Iglesia, su cuerpo y sacramento de esta salvación universal. Él es el vencedor de todos los poderes cósmicos o históricos que pretenden señorear el mundo. Él no es «uno de tantos» mediadores a través de los cuales Dios dispensa su poder salvífico, sino el único y definitivo Salvador.
No estaban en juego cuestiones doctrinales abstractas, desligadas de la praxis de cada día, sino todo lo contrario. La carta es, en primer lugar, un alegato a favor de la salvación que Cristo nos ha traído y que nos libera de los temores y las angustias de un universo falsamente sacralizado y misterioso que escapa a nuestra comprensión; y al mismo tiempo, una palabra de aliento y de esperanza para no dejarse embaucar y poder así hacer frente, con nuestro testimonio cristiano, a todas las hegemonías políticas, económicas o religiosas que tratan de imponer su señorío sobre el mundo con falsos mesianismos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Colosenses 2,1-5Ministerio de Pablo. Esta salvación ofrecida a todos y que ya experimentan los colosenses, antes paganos y ahora reconciliados por la sangre de Cristo, es el gran «misterio escondido por siglos y generaciones y ahora revelado a sus consagrados» (1,26). Dios había prometido formalmente un Mesías para los judíos y ellos lo esperaban para sí. Pero, en el proyecto de Dios, el Mesías estaba destinado también para los paganos, es decir, para todos los hombres y las mujeres del mundo, sin distinción de religión, raza o nación. Ahora, Pablo ha sido el confidente a quien se ha comunicado el secreto, y a él le toca anunciarlo y proclamarlo, que no es otro sino «la espléndida riqueza... Cristo... esperanza de gloria» (1,27). En esto consiste su ministerio y el servicio de su misión apostólica. Y para que este proyecto de Dios se vaya cumpliendo, el Apóstol enseña, amonesta, trabaja y lucha con la energía y la eficacia que le da el poder de la Palabra de Dios que anuncia. La revelación de la que es portador no es simple información, sino la riqueza, que se regala y reparte, de la participación en la gloria de Dios.
Este trabajo misionero está marcado, sobre todo, por el sufrimiento, como corresponde a un apóstol que sigue las huellas del Crucificado. A este padecer por el Evangelio se refiere Pablo con una de esas frases geniales y paradójicas, en la que expresa su alegría al poder completar «lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo que es la Iglesia» (1,24). No nos quiere decir que la acción salvadora de Cristo, su muerte y resurrección, haya sido insuficiente, necesitando así del aporte de nuestro sufrimiento, sino que, contemplando la íntima comunión que existe entre Cristo y el cristiano, ve en su propio padecer la continuación del padecimiento salvador de su Señor.
Pablo considera siempre sus penalidades misioneras como la máxima garantía de la veracidad del Evangelio que anuncia (cfr. 2Co_1:5; 2Co_4:8-15; 2Co_11:23-29) y como motivo de consuelo y ánimo para sus evangelizados. Con esta intención les recuerda, ahora, lo que tuvo que luchar por ellos (2Co_2:1) y por todas sus comunidades cristianas, aunque no conozca a todas personalmente, para transmitirles el «secreto de Dios, que es Cristo» (2Co_2:2) y que encierra «todos los tesoros del saber y el conocimiento» (2Co_2:3).


Colosenses 2,6-19Vida cristiana. Es justamente este conocimiento de Cristo, a quien habían recibido ya «como Señor» (6), el que está ahora amenazado por las ideologías sincretistas que se habían introducido en la comunidad. Pablo se enfrenta con el problema exhortándoles en primer lugar a que lleven una vida de acuerdo con las enseñanzas de la fe que han recibido. Después, con un vigoroso toque de atención, les pone en guardia contra las falsas especulaciones y engaños de tradiciones humanas (8). No conocemos el contenido de las especulaciones y prácticas aludidas, pues lo que expone no coincide con la doctrina de los judaizantes ni con alguna escuela filosófica conocida. Es probable que se tratase de creencias en fuerzas cósmicas o angélicas, influencias de los astros o en poderes secretos de la mente humana que ofrecían caminos alternativos de liberación y salvación. Un contexto sincretista parecido al que vivían los colosenses lo estamos experimentando en nuestra sociedad con la progresiva difusión de la llamada «New Age» -Nueva Era-. Hoy, como entonces, se han puesto de moda creencias esotéricas como la reencarnación, la meditación trascendental, las cartas astrales, las prácticas adivinatorias y un sin número de productos de mercadería seudo-religiosa que ofrecen salvaciones a gusto del consumidor.
El rechazo del Apóstol es total; vuelve a repetir lo que ya afirmó al comienzo de la carta: Cristo está por encima de todo, «es la cabeza de todo mando y potestad» (10). Él es la divinidad encarnada y «de él reciben ustedes su plenitud» (10). Seguidamente, les expone con una serie de imágenes hasta qué punto los creyentes encuentran en Cristo la plenitud y el sentido presente y futuro de su vidas: circuncidados en Cristo (11; cfr. Rom_2:29); sepultados por el bautismo en su muerte y resurrección (12; cfr. Rom_6:1-11); muertos por el pecado pero vivificados por el perdón (13); cancelado el documento de nuestra deuda clavado ya en la cruz (14). En cuanto a las «fuerzas del mal» que ejercen su poder a través del pecado de los hombres y las mujeres, Pablo las contempla en la grandiosa visión de la marcha triunfal de Cristo, el vencedor -al estilo del triunfo de los emperadores romanos-, con su séquito de prisioneros subyugados (15; cfr. 2Co_2:14; 1Pe_3:22). Finalmente, arremete con energía contra los que practican mortificaciones y rituales esotéricos que satisfacen engañosamente la mente, y que la hinchan sin llenar. Esta hinchazón mental y vana se opone al crecimiento del cuerpo -la comunidad cristiana-, a través de cuya cabeza, que es Cristo (cfr. Efe_4:15s), «recibe sustento y cohesión» (19).
Colosenses 2,20-23Nueva vida con Cristo. Estamos ante una de las más bellas descripciones de la vida cristiana que encontramos en la literatura paulina, en la que nos va a decir en qué consiste «el sustento y la cohesión» que vienen de Cristo, cabeza de la Iglesia. Primero, sin embargo, vuelve de nuevo sobre el tema que tenía fascinados a los creyentes de Colosas, es decir, a la amalgama de ridículas prácticas ascéticas, prohibiciones culinarias, ritos y creencias esotéricas a las que llama «preceptos y enseñanzas humanas» (2,22) y que se presentaban como salvaciones paralelas. La amonestación no puede ser más realista: nada de «no toques eso, no pruebes aquello, no lo toques con tus manos» (2,21), pues de todo ello ha sido ya liberado el creyente al recibir el bautismo, que ha significado una ruptura total, una muerte «a los poderes del mundo» (2,20), frase con la que el Apóstol resume semejante insensatez.
A continuación, viene a decirnos que si por el bautismo el cristiano ha muerto con Cristo, ha sido para resucitar con Él a una nueva realidad que hay que comenzar a vivirla ya, aquí y ahora, en nuestro diario caminar hacia la meta de su manifestación plena, cuando «ustedes aparecerán con él, llenos de gloria» (3,4). El haber ya muerto y resucitado con Cristo debe convertir al creyente en una persona con los pies bien plantados en la sociedad para transformarla con su compromiso y testimonio. Dicho de otra manera: es la tarea de hacer «presente» en este mundo el «futuro de la nueva humanidad» a la que Dios nos ha destinado en Cristo.
Esto es posible porque el Señor, muerto y resucitado, ha roto ya las limitaciones del espacio y del tiempo, y es el mismo que nos espera glorioso, «allá arriba», «sentado a la derecha de Dios» (3,1), de igual manera que es el mismo que nos acompaña «aquí abajo», oculto y siendo «vida de nuestra vida», mientras caminamos a su encuentro en nuestra terrena peregrinación: «su vida está escondida con Cristo en Dios» (3,3). Por eso, Pablo invita a los colosenses a que «busquen los bienes del cielo» (3,1)... «piensen en las cosas del cielo» (3,2), pero no para escaparse de las tareas de «aquí abajo», sino para que lo que aspiran y buscan se vaya haciendo realidad en un comportamiento verdaderamente cristiano.