II Tesalonicenses  3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1 Por último, hermanos, oren por nosotros, para que la Palabra del Señor se difunda y sea recibida con honor, como sucedió entre ustedes;
2 y para que nos veamos libres de gente malvada y perversa ya que no todos tienen fe.
3 El Señor, que es fiel, los fortalecerá y protegerá del Maligno.
4 Por lo demás, tenemos en el Señor absoluta confianza que ustedes seguirán haciendo lo que les mandamos como ya lo hacen.
5 El Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la paciencia de Cristo.
6

Contra la ociosidad

Hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo les recomendamos que se aparten de cualquier hermano de conducta desordenada y en desacuerdo con las instrucciones recibidas de nosotros.
7 Ustedes saben cómo deben vivir para imitarnos: no hemos vivido entre ustedes sin trabajar;
8 no pedimos a nadie un pan sin haberlo ganado, sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser una carga para ninguno de ustedes.
9 Y no es que no tuviéramos derecho; pero quisimos darles un ejemplo para imitar.
10 Cuando estábamos con ustedes, les dimos esta regla: el que no quiera trabajar que no coma.
11 Ahora nos hemos enterado de que algunos de ustedes viven sin trabajar, muy atareados en no hacer nada.
12 A ésos les recomendamos y aconsejamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen tranquilamente y se ganen el pan que comen.
13 Ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien.
14 Si alguien no obedece las instrucciones de mi carta, señálenlo y no se junten con él, para que recapacite.
15 Pero no lo traten como enemigo, sino aconséjenlo como a hermano.
16 Que el Señor de la paz les dé siempre y en todo la paz. El Señor esté con todos ustedes.
17 El saludo es de mi puño y letra y es la contraseña en todas mis cartas: Pablo.
18 La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.

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Introducción a II Tesalonicenses 

2ª TESALONICENSES

Tesalónica. Tesalónica, la actual Salónica -Grecia- era la capital de la provincia romana de Macedonia desde el año 146 a.C., y en la ordenación jurídica del imperio, ciudad libre desde el 44 a.C. Ciudad portuaria, comercial, reina del Egeo, próxima a la vía Ignacia que unía el sur de Italia con Asia. Ciudad cosmopolita, próspera y, como tantas ciudades importantes, ofrecida al sincretismo religioso: cultos orientales, egipcios, griegos y también el culto imperial.

Circunstancias de las cartas. Sus circunstancias se pueden reconstruir combinando la relación, bastante esquematizada de Hch 17s con datos directos o implicados de las mismas cartas. Expulsado de Filipos, Pablo se dirigió a Tesalónica donde fundó una comunidad. Huido pronto de allí, pasó a Berea hasta donde lo persiguieron, y marchó a Atenas. Fracasado en la Capital cultural, se asentó con relativa estabilidad en Corinto. Le asaltó el recuerdo de los tesalonicenses y la preocupación por aquella comunidad joven y amenazada. Les envió a su fiel colaborador Timoteo para que los alentara y volviera con noticias. Timoteo trajo muy buenas noticias y también un problema teológico.

El problema teológico. Éste versa sobre la parusía o venida/retorno del Señor. El término griego «parousia» designaba la visita que el emperador o legado hacía a una provincia o ciudad de su reino. Llegaba acompañado de su séquito, desplegando su magnificencia, y era recibido por las autoridades y el pueblo con festejos y solemnidades.
Esta actividad imperial, muy conocida en la antigüedad, sirve para traducir a la lengua y cultura griegas el tema bíblico de la «venida del Señor» para juzgar o gobernar el mundo (cfr. Sal 96 y 98; Isa_62:10 s y otros muchos textos). Donde el Antiguo Testamento dice Dios = Yahvé, Pablo pone Kyrios (Señor Jesús): el que vino por medio de la encarnación, volverá en la parusía. Su séquito serán ángeles y santos; su magnificencia, la gloria del Padre; su función, juzgar y regir. Al encuentro le saldrán los suyos, para quienes su retorno será un día de gozo y de triunfo.

¿Cuándo sucederá eso? ¿Cuándo llegará ese día feliz? Aquí entra otro tema teológico importante del Antiguo Testamento: «el día del Señor». Puede ser cualquier día a lo largo de la historia humana en que Dios interviene de modo especial, juzgando o liberando. Será por antonomasia «aquel día» en que el Señor establezca definitivamente su reinado sobre el mundo. También se usan fórmulas como «vendrán días» o «al final de los días».
Pero, ¿cuándo? ¿En qué fecha se cumplirá? Imposible saberlo. Está próximo y será repentino, dice la Primera Carta a los Tesalonicenses (4,16; 5,1-6). Se difiere y se anunciará con signos previos, dice la Segunda Carta. ¿Qué ha provocado el cambio? Algunos piensan que ha evolucionado el pensamiento de Pablo; otros sostienen que son dos aspectos complementarios de una misma realidad. La primera visión transforma la esperanza en expectación, manteniendo tensa la vida cristiana; la segunda, traduce la expectación en esperanza serena y perseverancia. Nunca da cabida el Nuevo Testamento a una especulación sobre fechas precisas.

¿Quiénes saldrán a recibir al Señor? Queda pendiente el problema si miramos a los que saldrán a recibir al Señor: ¿Sólo aquellos a los que la «venida» los encuentre aún vivos?, ¿no participarán los muertos en el acontecimiento? La preocupación delata la solidaridad con los hermanos difuntos y una concepción bastante burda. Pablo responde que para ellos habrá resurrección y serán arrebatados al encuentro del Señor (4,16s).

Segunda carta. Sucedió que algunos fieles sacaron consecuencias abusivas de la recomendada expectación: no valía la pena trabajar ni ocuparse de los asuntos de la vida terrena. Estemos quietos y a la espera. Pablo escribe una segunda Carta poco tiempo después y también desde Corinto, puntualizando su doctrina sobre la parusía y haciendo una lectura teológica de la historia. Llegará por etapas: ahora ya está actuando el rival, Satanás, provocando persecuciones y difundiendo impiedad; llegarán después el Anticristo y una apostasía; finalmente, sucederá la venida triunfal de Jesucristo. Por tanto, el cristiano debe trabajar y esperar.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Tesalonicenses  3,6-18Contra la ociosidad. La exhortación se abre con gran solemnidad, como asunto grave, apelando a instrucciones precedentes. Si antes les habló de las fuerzas del mal que han inducido a algunos a la apostasía y sembrado la confusión, el punto de mira del autor de la carta se centra ahora en el desorden que causan ciertos individuos en la comunidad con su conducta irresponsable. Una consecuencia absurda y peligrosa de pensar que la parusía era inminente -ya apuntada en 1 Tes 4,11- consistía en la ociosidad, en el cruzarse de brazos esperando «el santo advenimiento», como se dice en nuestro lenguaje popular. Su amonestación es dura y realista: «el que no quiera trabajar, que no coma» (10), o lo que es lo mismo, si creen que la inminente venida del Señor les exime de trabajar, también les debe eximir del comer.
Pablo les pone por delante su testimonio personal, el de un trabajador que se gana la vida con el sudor de su frente. Es probable que para las fechas en que se escribió la carta el ejemplo de laboriosidad del Apóstol, humilde tejedor de toldos y tiendas de campaña (cfr. Hch_18:3), fuera ya legendario entre los cristianos de una sociedad como la griega que despreciaba el trabajo manual como cosa de esclavos y que, por tanto, producía gran cantidad de parásitos sociales. Es, pues, a los «parásitos cristianos» a los que pide «que trabajen tranquilamente y se ganen el pan que comen» (12) y que se dejen de dar vueltas «muy atareados en no hacer nada» (11), a no llevar rumores de un sitio a otro. Es más, aconseja a la comunidad que los amonesten como a hermanos, pero que si no cambian de conducta, que no se junten con ellos.
El saludo final pone una nota de paz en una carta necesariamente dura: el deseo de que la gracia del Señor les acompañe.