Hebreos 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 14 versitos |
1

El Hijo

En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas.
2 En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo.
3 Él es reflejo de su gloria, la imagen misma de lo que Dios es, y mantiene el universo con su Palabra poderosa. Él es el que purificó al mundo de sus pecados, y tomó asiento en el cielo a la derecha del trono de Dios;
4 Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor es el Nombre que ha heredado.
5 ¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy? Y en otro lugar: Yo seré para él un padre, él será para mí un hijo.
6 Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: Que todos los ángeles de Dios lo adoren.
7 Hablando de los ángeles dice: Hace de los vientos sus ángeles, de las llamas de fuego sus ministros.
8 Al Hijo, en cambio, le dice: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre, cetro de rectitud es tu cetro real.
9 Amaste la justicia, odiaste la iniquidad; por eso te ha ungido Dios, tu Dios, con perfume de fiesta, prefiriéndote a tus compañeros.
10 Y también dice: Tú al principio, Señor, cimentaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos;
11 ellos perecerán, tú permaneces; todos se gastarán como la ropa,
12 los enrollarás como un manto, se mudarán como ropa. Tú, en cambio, eres el mismo, y tus años no acaban.
13 ¿A cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?
14 ¿Acaso no son todos ellos espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?

Patrocinio

 
 

Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Hebreos 1,1-14El Hijo. La carta a los Hebreos no es en realidad una carta, sino una homilía dirigida a los cristianos de la segunda generación que vivían momentos difíciles de desaliento y confusión. Por eso no comienza con los preámbulos propios de una carta, como la alusión al remitente, destinatarios, saludos, sino con una introducción que adelanta el tema de la homilía que va a comenzar.
De manera breve y solemne, con el estilo distinguido que le da el dominio de la lengua griega, el predicador nos presenta la figura del Hijo de Dios ocupando el centro de la historia de las relaciones entre Dios y la humanidad. Dios ha estado siempre hablando de muchas formas y maneras a los hombres y mujeres de todo el mundo. A los judíos, en concreto, les habló, sobre todo, a través de los profetas de Israel. Siguiendo el pensamiento del autor de la carta, podemos decir que Dios también ha hablado a otros pueblos por medio de hombres y mujeres sabios, los profetas de las otras religiones de la tierra. En esta etapa final de la historia, Dios ha pronunciado su palabra definitiva, pero no ya por medio de cualquier hombre, sino por medio de uno que su Hijo.
El predicador presenta ahora la identidad de este Hijo, que es quien encarna y garantiza la Palabra de la revelación plena de Dios, en contraste con las revelaciones parciales y fragmentarias que han aparecido a lo largo de la historia humana. Y así, recorriendo las Sagradas Escrituras nos ofrece un retrato majestuoso de la identidad del Hijo de Dios antes de que apareciera en la historia como Jesús de Nazaret. Dice que ya era el Mediador en la creación, la Palabra en que todo fue creado (cfr. Gn 1; Sal_33:6 y Jua_1:3); la Sabiduría del proyecto creador-salvador de Dios (cfr. Sab_7:22-30); el Heredero universal de las naciones y de los confines de mundo (cfr. Sal_2:8). En cuanto al misterio de su origen y naturaleza, el predicador emplea una imagen tomada del mundo de la luz para afirmar su igualdad con Dios: «él es reflejo de su gloria» (3). Y en relación con la creación nos dice que el Hijo lo sustenta todo (cfr. Col_1:17), como si la acción creadora estuviera saliendo continuamente de sus manos. De la función creadora del Hijo pasa a su función salvadora, y lo presenta en su estado de exaltación gloriosa (cfr. Flp_2:9-11), sentado a la derecha de Dios (cfr. Sal_110:1), después de la purificación de nuestros pecados por su muerte, según la profecía de Ezequiel (cfr. Eze_36:25-29).
¿Hay alguien comparable con este Hijo de Dios? Nadie, ni siquiera los ángeles, y lo prueba con varias citas de las Escrituras para concluir que los ángeles son solamente «espíritus... enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación» (14).