Hebreos 13 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

Exhortaciones finales:
el sacerdocio de los cristianos

Que el amor fraterno sea duradero.
2 No olviden la hospitalidad, por la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles.
3 Acuérdense de los presos como si ustedes estuvieran presos con ellos; y de los maltratados, como si ustedes estuvieran en sus cuerpos.
4 Que el matrimonio sea respetado por todos y el lecho matrimonial esté sin mancha; porque Dios juzgará a lujuriosos y adúlteros.
5 Sean desinteresados en su conducta y conténtense con lo que tienen; porque él dijo: no te dejaré ni te abandonaré.
6 Por lo cual podemos decir confiados: El Señor me auxilia y no temo: ¿qué podrá hacerme un hombre?
7 Acuérdense de quienes los dirigían, ellos les transmitieron la Palabra de Dios; miren cómo acabaron sus vidas e imiten su fe.
8 Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
9 No se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. Conviene fortalecer el corazón con la gracia, no con reglas sobre alimentos que no aprovecharon a los que las observaban.
10 Tenemos un altar del que no están autorizados a comer los ministros de la antigua alianza.
11 Porque el sumo sacerdote introduce la sangre de los animales sacrificados en el santuario como ofrenda para expiar los pecados y los cuerpos se queman fuera del campamento.
12 Por eso Jesús, para consagrar con su sangre al pueblo, padeció fuera de las puertas.
13 Salgamos, también nosotros fuera del campamento, para ir hacia él, cargando con sus afrentas;
14 porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura.
15 Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre.
16 No se olviden de hacer el bien y de ser solidarios: ésos son los sacrificios que agradan a Dios.
17 Obedezcan y sométanse a sus guías, porque ellos cuidan constantemente de ustedes como quien tiene que dar cuenta; así lo harán contentos y sin lamentarse, porque lamentarse no les traería ningún provecho.
18 Recen por nosotros. Creemos tener la conciencia limpia y deseos de proceder en todo honradamente.
19 Pero insisto en rogarles que recen, para que me devuelvan a ustedes cuanto antes.
20 El Dios de la paz, que sacó de la muerte al gran pastor del rebaño, a Jesús nuestro Señor, por la sangre de una alianza eterna,
21 los haga a ustedes buenos en todo para que cumplan su voluntad. Que él haga en nosotros lo que le agrada, por medio de Jesucristo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
22 Les encargo, hermanos, que reciban con paciencia estas palabras de aliento.
23 Sepan que nuestro hermano Timoteo ha sido puesto en libertad. Si llega pronto, me acompañará cuando los visite.
24 Saluden a todos sus dirigentes y a todos los consagrados. Los hermanos de Italia les envían saludos.
25 La gracia los acompañe a todos.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 13,1-25Exhortaciones finales: El sacerdocio de los cristianos. En estas últimas exhortaciones de su carta, el predicador baja al detalle de lo que debe ser la vida de los cristianos entendida como culto auténtico a Dios. No se trata solamente de consejos morales que encajarían bien al final de cualquier tipo de sermón. El predicador ha estado hablando a lo largo de toda su homilía del sacerdocio único y definitivo de Cristo como entrega obediente de toda su persona a Dios hasta la muerte, en solidaridad con el pecado y sufrimiento humano, especialmente el de los más pobres y marginados. Ahora exhorta a sus oyentes nada menos que a ser sacerdotes como Jesús, es decir, a participar en su sacerdocio de entrega incondicional a Dios y a los hermanos con nuestra propia entrega personal. El culto verdadero que Dios quiere es este tipo de sacrificio: el don de la propia vida. De ahí que la espiritualidad cristiana que propone la carta sea «un amor fraterno... duradero» (1) que considere a los perseguidos y a los «presos como si ustedes estuvieran presos con ellos» (3), a los maltratados como si nos estuvieran maltratando a nosotros mismos, «como si ustedes estuvieran en sus cuerpos» (3); una hospitalidad hacia los más pobres como si estuviéramos hospedando a ángeles, «sin saberlo, hospedaron a ángeles» (2); una entrega fiel y generosa de amor en el matrimonio sin atrapar sexo para sí, es decir, «el lecho matrimonial... sin mancha» (4); una conducta honesta que nos aleje de la corrupción y del robo para medrar en la vida, pues «yo no te dejaré ni te abandonaré» (5). Por tanto, los deberes de este sacerdocio de los fieles miran a la vida más que al culto. Más adelante lo dirá con una bella frase: «no se olviden de hacer el bien y de ser solidarios: ésos son los sacrificios que agradan a Dios» (16).
Existe un pueblo permanentemente crucificado por las circunstancias que le toca vivir, excluido por razones económicas, políticas, sociales o religiosas. Son los destinados a morir antes de tiempo y que suelen estar en un permanente éxodo social, político, económico y religioso. Todos ellos se dan cita en «las afueras» de la gran ciudad. Es en medio de este pueblo donde Jesús ejerció su sacerdocio de entrega hasta la muerte.
El predicador lo explica hablando simbólicamente de tres éxodos: el éxodo de las víctimas animales que el pueblo judío sacrificaba fuera del campamento «para expiar los pecados» (11); el éxodo de Jesús que fue crucificado «fuera de las puertas» de la ciudad «para consagrar con su sangre al pueblo» (12); y el éxodo de los cristianos que, siguiendo a Jesús, debemos ir a las afueras «cargando con sus afrentas» (13), que son los oprobios de todos los crucificados de la tierra. Es, pues, un sacerdocio que se ejerce en la periferia de la marginación, del sufrimiento y de la muerte, que rompe todos los esquemas por su novedad y por su radicalidad.
El predicador viene a decir a continuación que este sacerdocio de los cristianos debe ejercerse en obediencia y sometimiento a nuestros guías (17), en alusión a los líderes de la comunidad. Éstos son ya los de la segunda generación, los que han heredado la responsabilidad de los apóstoles que «les transmitieron la Palabra de Dios» (7) y dieron ejemplo con su fe hasta su muerte. ¿Estaban entrando en la comunidad falsas doctrinas que ponían en peligro la memoria de Jesús transmitida por la tradición apostólica?
El predicador ve la obediencia a los líderes de la comunidad como fidelidad a Jesús quien, «aunque era Hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer» (5,8). El criterio para el ejercicio de la autoridad de los líderes y para la obediencia a éstos es la memoria de Jesús que «es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (8). Así lo percibe el predicador cuando se refiere al «Dios de la paz, que sacó de la muerte al gran pastor del rebaño, a Jesús nuestro Señor, por la sangre de una alianza eterna» (20).
La despedida (22-25) es una especie de posdata que define a la carta como un discurso de exhortación, «palabras de aliento», aunque esté llena de reflexiones doctrinales. Sobre la prisión de Timoteo, ésta es la única noticia que tenemos.