Hebreos 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
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Cristo, Hijo de Dios y hombre glorificado

Por tanto, para no ir a la deriva, debemos prestar más atención a lo que hemos oído.
2 Porque si la ley promulgada por medio de los ángeles tuvo vigencia, de modo que cualquier transgresión o desobediencia recibió el castigo merecido,
3 ¿cómo nos libraremos nosotros si rechazamos semejante salvación? Fue anunciada primero por el Señor, nos lo confirmaron los que la habían escuchado
4 y Dios añadió su testimonio con señales y portentos, con toda clase de milagros y dones del Espíritu repartidos según su voluntad.
5 Porque Dios no sometió a los ángeles el mundo futuro del que hablamos,
6 como atestigua alguien cuando dice: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él o el ser humano para que te ocupes de él?
7 Lo hiciste poco menos que los ángeles, lo coronaste de gloria y honor,
8 todo lo sometiste bajo sus pies. Al someterle todo, no deja nada sin someter. De hecho, ahora no vemos aún que todo le esté sometido.
9 Vemos, en cambio, a Jesús, que por la pasión y muerte fue algo inferior a los ángeles, coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, padeció la muerte por todos.
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Pionero de la salvación y Sumo Sacerdote

En efecto, convenía que Dios, por quien y para quien todo existe, queriendo conducir a la gloria a muchos hijos, llevara a la perfección por el sufrimiento al jefe y salvador de todos ellos.
11 El que consagra y los consagrados tienen todos un mismo origen por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,
12 cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré,
13 y también: He puesto en él mi confianza, yo y los hijos que Dios me dio.
14 Así como los hijos de una familia tienen una misma carne y sangre, también Jesús participó de esa condición, para anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir, al Diablo,
15 y para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos.
16 Está claro que no vino en auxilio de los ángeles, sino de los descendientes de Abrahán.
17 Por eso tenía que ser en todo semejante a sus hermanos: para poder ser un sumo sacerdote compasivo y fiel en el servicio de Dios para expiar los pecados del pueblo.
18 Como él mismo sufrió la prueba, puede ayudar a los que son probados.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 2,1-9Cristo, Hijo de Dios y hombre glorificado. El discurso se interrumpe con una breve exhortación, donde se anima a la comunidad a conocer y a cumplir la palabra salvadora expresada en el Hijo. Esta palabra, la Buena Noticia, es mucho más importante que la Ley «promulgada por medio de los ángeles...» (2), en referencia a la tradición rabínica que decía que Moisés había recibido la Ley por medio de ángeles, como mediadores entre Dios y su pueblo (cfr. Gál_3:19). A esa Ley contrapone la salvación que hemos recibido nosotros. Es el «Señor» el que comienza a anunciarla (cfr. Mar_1:15; Mat_4:17); los que primero la «oyeron» y se convirtieron en sus testigos son los apóstoles y discípulos; Dios confirma el mensaje con milagros (cfr. Mar_16:20; Hch_14:3; Rom_15:19) y con los dones del Espíritu. Todo esto ha sido posible porque el «Señor» es «Jesús», afirma el predicador, mencionando así su nombre por primera vez para referirse a su condición humana. Es el «Señor Jesús» quien, estando al mismo nivel que Dios, se ha rebajado a nuestro nivel y se ha hecho hombre como nosotros. Y así, durante el período de su vida en la tierra, sobre todo durante su pasión y muerte, fue inferior a los ángeles. Pero sólo temporalmente, pues por su resurrección y glorificación «lo coronaste de gloria y honor, todo lo sometiste bajo sus pies» (7s) -incluso a los ángeles-, aplicando a Cristo las palabras de Sal_8:5-7. En Jesús todo ha sido ya sometido (cfr. Efe_1:20-22), pero antes «por la gracia de Dios, padeció la muerte por todos» (9).


Hebreos 2,10-18Pionero de la salvación y Sumo Sacerdote. La solidaridad es la característica fundamental de este pionero de la salvación: «tenía que ser en todo semejante a sus hermanos» (17) para hacernos semejantes a Él. Esta solidaridad le llevó a la muerte y, al aceptar la muerte controlada por el Diablo, venció al Diablo (cfr. Jua_12:31) y a la muerte (cfr. 1Co_15:55) «para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos» (15). Así queda Cristo constituido en Sumo Sacerdote, «mediador» entre Dios y la humanidad.
El predicador deduce este nuevo título de Cristo de todo lo anterior. Su vinculación de igualdad con Dios, de la que ha hablado en la introducción, sólo era una de las dimensiones de la función sacerdotal de mediador; le faltaba la otra, su vinculación de igualdad con los seres humanos en todo, hasta en la muerte. «Sumo Sacerdote» es el título favorito que aplica el predicador a Jesucristo, y será de aquí en adelante el tema central de esta gran homilía a los Hebreos. De todo el Nuevo Testamento, sólo se llama «Sacerdote» a Jesús en esta carta, de ahí la gran importancia que tienen estas reflexiones de nuestro predicador. Por ahora, nos dice que este Sumo Sacerdote es compasivo (17), como queriendo concentrar en esta palabra toda la «memoria de Jesús»: su inmensa ternura y amor por los pecadores, por los pobres y marginados (cfr. Mat_9:36). Y es justamente esta compasión la que le hace ser un sacerdote «fiel en el servicio de Dios» (17), pues ese amor compasivo de Jesús sólo podía venir del mismo Dios.