Hebreos 3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 19 versitos |
1

Jesús y Moisés

Por tanto, hermanos, ustedes que han sido consagrados y participan de una misma vocación celestial, piensen en Jesús el apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión.
2 Él es fiel ante Dios que lo nombró para este servicio, como lo fue Moisés entre [todos] los de su casa.
3 Más digno de gloria que Moisés, como es más estimado el constructor que la casa.
4 Toda casa es construida por alguien, pero el constructor de todo es Dios.
5 Entre todos los de su casa, Moisés era un servidor fiel, para garantizar lo que Dios iba a decir.
6 Cristo, en cambio, como Hijo, está a cargo de la casa; y esa casa somos nosotros si mantenemos la confianza y nos gloriamos de la esperanza.
7

El hoy de Dios
Sal 95,7-11

En consecuencia, como dice el Espíritu Santo: Si hoy escuchan su voz,
8 no endurezcan el corazón como cuando lo irritaron, el día de la prueba en el desierto,
9 cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis acciones
10 durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Su mente siempre se extravía y no reconoce mis caminos.
11 Por eso, airado, juré: No entrarán en mi descanso.
12 Cuidado, hermanos: que ninguno de ustedes tenga un corazón perverso e incrédulo, que lo haga desertar del Dios vivo.
13 Antes bien, anímense unos a otros cada día, mientras dura este hoy, para que nadie se endurezca seducido por el pecado.
14 Porque, si mantenemos firme hasta el fin nuestra posición del principio, seremos compañeros de Cristo.
15 Cuando dice: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón, como cuando lo irritaron.
16 ¿Quiénes, aunque oyeron, lo irritaron? Ciertamente, todos los que salieron de Egipto guiados por Moisés.
17 ¿Con quiénes se indignó durante cuarenta años? Ciertamente, con los pecadores, cuyos cadáveres cayeron en el desierto.
18 ¿A quiénes juró que no entrarían en su descanso? Ciertamente a los rebeldes;
19 y así vemos que por su incredulidad no pudieron entrar.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 3,1-6Jesús y Moisés. El predicador dirige ahora su mirada a los cristianos y las cristianas a quienes llama «consagrados», es decir, los que han experimentado la salvación por medio de la muerte de Cristo y que probablemente expresaban ya en la liturgia de sus asambleas la fe en el «Sacerdote Mediador» de esta salvación. Los invita a comparar la autoridad de la Palabra de salvación traída por este Apóstol (cfr. Sal_22:23; Mal_2:7) y Sumo Sacerdote con la del mediador más importante del pueblo de Israel, Moisés. Ambos, Moisés y Cristo son fieles y gozan de la comunicación íntima con Dios. Pero una es la intimidad del siervo y otra la del Hijo. Moisés presta sus servicios como «siervo» y administrador en la casa de Dios que él no fundó. Jesús, en cambio, es «Hijo», fundador con Dios de la «nueva casa» y directo administrador de ella. Y esa casa, que se sostiene en la confianza en Dios y en la esperaza del premio, «somos nosotros» (6).


Hebreos 3,7-19El hoy de Dios. Toda la carta a los Hebreos es una exhortación a la comunidad cristiana a mantener su fidelidad a Cristo. Parece que el entusiasmo y la vitalidad cristiana de las primeras generaciones había decaído, dando paso al desaliento, al cansancio y quizás a la duda. ¿Pensaban algunos de los Hebreos volver a la ley judía que habían abandonado, añorando quizás el culto, los sacrificios y el sacerdocio del Templo de Jerusalén? Posiblemente por ello, el tono de la homilía se vuelve duro y premonitorio.
En lugar de exhortar con sus propias palabras hace que les hable directamente el Espíritu Santo a través del Sal_95:7-11 : si «hoy escuchan su voz» (7); el mismo Espíritu es el que les dice lo que sucedió en el desierto a los israelitas que fueron infieles. Invitados por Dios para entrar en posesión de la tierra prometida, muchos de ellos se acobardaron, desconfiaron y se rebelaron, por lo cual fueron castigados a vagar por el desierto hasta morir, sin alcanzar el descanso de la promesa.
El tema del Éxodo era frecuente en la catequesis de la Iglesia primitiva (cfr. 1Co_10:1-7). La comunidad cristiana era considerada como el nuevo pueblo de Dios, caminando como en un nuevo éxodo hacia el descanso definitivo en el reino de Dios. El predicador ve este éxodo de la comunidad cristiana en el «hoy de Dios», con todo lo que tiene de oportunidad y de urgencia para perseverar en el camino hasta el final, con el mismo entusiasmo y la misma firmeza con que comenzó la marcha. Solo así «seremos compañeros del Mesías» (14). Los que murieron por el desierto, continúa el predicador, también fueron guiados por Moisés, también oyeron su voz, pero «por su incredulidad no pudieron entrar» (19) en el descanso de Dios.