Hebreos 5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 14 versitos |
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Jesús, Sacerdote sufriente

Todo sumo sacerdote es elegido entre los hombres y nombrado su representante ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
2 Puede ser indulgente con ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a la debilidad humana,
3 y a causa de ella tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, lo mismo que por los del pueblo.
4 Y nadie puede tomar tal dignidad para sí mismo si no es llamado por Dios, como Aarón.
5 Del mismo modo Cristo no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy;
6 y en otro pasaje: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
7 Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue escuchado.
8 Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo lo que es obedecer,
9 así alcanzó la perfección y llegó a ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna,
10 y Dios lo proclamó sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
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Una llamada a la madurez y a la perseverancia

Sobre este tema tenemos mucho que decir, y es difícil explicarlo porque ustedes son lentos para entender.
12 Después de tanto tiempo ustedes deberían ser maestros, en cambio hace falta que se les enseñe nuevamente las primeras nociones del mensaje de Dios; están necesitados de leche y no de alimento sólido.
13 Quien vive de leche es una criatura y es incapaz de juzgar rectamente.
14 El alimento sólido es para los maduros, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos, saben distinguir el bien del mal.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 5,1-10Jesús, Sacerdote sufriente. Ahora nos va a decir en qué consiste esta mediación sacerdotal de Cristo, y lo hace comparando su sacerdocio con el oficio de sumo sacerdote de Israel, poniendo de relieve sus dos requisitos fundamentales: la vocación-elección y la función de «ofrecer... sacrificios por los pecados» (1), en los que se expresan los dos polos de la mediación: intimidad con Dios y solidaridad con los pecadores. La solidaridad con los pecadores del sumo sacerdote de Israel viene de sus propios pecados, que lo hacen participar de la condición pecadora del pueblo, de tal manera que también él tiene que ofrecer sacrificios por sus transgresiones (cfr. Lev_4:3-12). La experiencia del propio pecado debe hacerle comprensivo e «indulgente con ignorantes y extraviados» (2). En cuanto a la intimidad con Dios que hace del sumo sacerdote su representante ante el pueblo, tiene que venir por elección especial del mismo Dios, que había recaído en Aarón, hermano de Moisés, y en su descendencia (cfr. Éxo_28:1), de donde nació la clase sacerdotal.
Sobre este trasfondo del sacerdocio judío, el autor de la carta nos presenta ahora el sacerdocio de Cristo, no como continuidad, sino como ruptura, como algo radicalmente distinto que redefine y da un nuevo contenido tanto a la palabra «sacerdote» como a la función sacerdotal. Nos está diciendo entre líneas que, en definitiva, el sacerdocio del Templo no funcionó porque fracasó en lo más importante: la solidaridad y la compasión hacia los «ignorantes y extraviados». Fue precisamente la clase sacerdotal la que persiguió a Jesús porque ofrecía la misericordia de Dios a las prostitutas, a los cobradores de impuestos, a los leprosos, a los enfermos, y en general, a todos los considerados impuros por la Ley. ¿Cómo se puede ofrecer a Dios sacrificios por los pecados cuando se lleva en el corazón el desprecio por los pecadores?
La primera diferencia radical de Jesús como sacerdote fue no tener pecado; la segunda, ser elegido y nombrado sumo sacerdote sin provenir de una familia sacerdotal, ya que Jesús era de la tribu de Judá, no de Leví. Así introduce el autor la cita del Sal_110:4, que le va a servir para desarrollar después el tema de su intimidad con Dios. Insiste en mostrar toda la vida de Jesús como una ofrenda sacerdotal vivida en solidaridad con el sufrimiento y la debilidad humana, como anunció Isaías: «un hombre hecho a sufrir, curtido en el dolor... soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores... con sus cicatrices nos hemos sanado» (Isa_53:3-5). En su pasión se dirigió con «clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte» (7); su oración fue escuchada (cfr. Sal_22:25), aunque no le libró del sacrificio último, sino que hizo que su muerte terminara en resurrección. La oración y el sufrimiento solidario hicieron de su vida un camino de obediencia a Dios, haciendo así posible el encuentro obediente de los seres humanos con Dios.