Josué 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 43 versitos |
1

La campaña del Sur

Cuando Adoni-Sedec, rey de Jerusalén, oyó que Josué había tomado Ay y la había arrasado y que había hecho con ella y con su rey lo mismo que con Jericó y su rey y que los de Gabaón habían hecho las paces con Israel y vivían con los israelitas,
2 se asustó enormemente. Porque Gabaón era toda una ciudad, como una de las capitales reales, mayor que Ay, y todos sus hombres eran valientes.
3 Entonces envió este mensaje a Ohán, rey de Hebrón; a Pirán, rey de Yarmut; a Yafía, rey de Laquis, y a Debir, rey de Eglón:
4 – Vengan con refuerzos para derrotar a Gabaón, que ha hecho las paces con Josué y los israelitas.
5 Entonces se aliaron los cinco reyes amorreos – el de Jerusalén, el de Hebrón, el de Yarmut, el de Laquis y el de Eglón– subieron con sus ejércitos, acamparon frente a Gabaón y la atacaron.
6 Los de Gabaón despacharon emisarios a Josué, al campamento de Guilgal, con este ruego:
– No dejes solos a tus vasallos. Ven en seguida a salvarnos. Ayúdanos, porque se han aliado contra nosotros los reyes amorreos de la montaña.
7 Entonces Josué subió desde Guilgal con todo su ejército, todos sus guerreros,
8 y el Señor le dijo:
– No les tengas miedo, que yo te los entrego; ni uno de ellos podrá resistirte.
9 Josué caminó toda la noche desde Guilgal y cayó sobre ellos de repente;
10 el Señor los desbarató ante Israel, que les infligió una gran derrota junto a Gabaón, y los persiguió por la Cuesta de Bet-Jorón, destrozándolos hasta Azecá y Maqueda.
11 Y cuando iban huyendo de los israelitas por la cuesta de Bet-Jorón, el Señor les lanzó desde el cielo un pedrisco fuerte y mortífero en el camino hasta Azecá; murieron más por la granizada que por la espada de los israelitas.
12 Cuando el Señor puso en manos de los israelitas a los amorreos, Josué habló al Señor y gritó en presencia de Israel:
–¡Sol, quieto en Gabaón! ¡Y tú, luna, en el valle de Ayalón!
13 Y el sol quedó quieto y la luna inmóvil, hasta que se vengó el pueblo de sus enemigos.
Así consta en el libro de Yasar:
El sol se detuvo en medio del cielo
y tardó un día entero en ponerse.
14 Ni antes ni después ha habido
un día como aquél,
cuando el Señor obedeció
a la voz de un hombre,
porque el Señor luchaba por Israel.
15 Josué y los israelitas se volvieron al campamento de Guilgal.
16 Los cinco reyes lograron huir y se escondieron en la cueva de Maqueda.
17 Avisaron a Josué:
– Los cinco reyes están escondidos en la cueva de Maqueda.
18 Josué ordenó:
– Hagan rodar piedras grandes hasta la entrada de la cueva y dejen allí apostados algunos centinelas para que los vigilen.
19 Ustedes no dejen de perseguir al enemigo, córtenles la retirada; no los dejen llegar a sus poblados, porque el Señor, su Dios, se los entrega.
20 Cuando Josué y los israelitas los derrotaron hasta acabar con ellos – fue una gran derrota– , los que lograron salvarse huyendo se refugiaron en las ciudades fortificadas.
21 Todo el ejército volvió victorioso al campamento de Josué, en Maqueda. Nadie se atrevió a hablar mal de los israelitas.
22 Josué ordenó:
– Destapen la entrada de la cueva y saquen a esos cinco reyes.
23 Cumpliendo sus órdenes, sacaron de la cueva a los cinco reyes: el de Jerusalén, el de Hebrón, el de Yarmut, el de Laquis y el de Eglón.
24 Cuando se los presentaron, Josué convocó a todos los israelitas y dijo a sus oficiales:
– Acérquense y pisen la nuca a esos reyes.
Ellos se acercaron y pusieron el pie en la nuca de los reyes.
25 Josué les dijo:
– No teman ni se acobarden. ¡Sean fuertes y valientes!, que así tratará el Señor a todos los enemigos con los que van a luchar.
26 Dicho esto, los ajustició y los colgó de cinco árboles; allí estuvieron colgados hasta la tarde.
27 A la puesta del sol mandó bajarlos de los árboles y tirarlos a la cueva donde se habían escondido; después colocaron grandes piedras a la entrada de la cueva, y allí están todavía hoy.
28 Aquel día Josué tomó Maqueda. La pasó a cuchillo, consagrando al exterminio a su rey y a todos sus habitantes. No quedó un superviviente; trató al rey de Maqueda como al de Jericó.
29 Desde Maqueda Josué y los israelitas pasaron a Libná y la atacaron.
30 El Señor les entregó también Libna y a su rey, y pasaron a cuchillo a todos los habitantes. No quedó en ella un superviviente; a su rey lo trató Josué como al de Jericó.
31 Desde Libna Josué y los israelitas pasaron a Laquis, acamparon frente a ella y la atacaron.
32 El Señor se la entregó: tomaron Laquis al segundo día y pasaron a cuchillo a todos los habitantes, lo mismo que habían hecho en Libna.
33 Horán, rey de Guézer, subió en auxilio de Laquis, pero Josué lo derrotó a él y a su ejército, sin dejarle un superviviente.
34 Desde Laquis Josué y los israelitas pasaron a Eglón; acamparon frente a ella y la atacaron.
35 La tomaron aquel mismo día y la pasaron a cuchillo, consagrando al exterminio a todos sus habitantes, lo mismo que habían hecho con Laquis.
36 Desde Eglón, Josué y los israelitas con él, pasaron a Hebrón y la atacaron.
37 La tomaron y pasaron a cuchillo a su rey y a toda la población. No quedó un superviviente, lo mismo que habían hecho en Eglón; la consagraron al exterminio con todos sus habitantes.
38 Después Josué y los israelitas con él se volvieron contra Debir y la atacaron.
39 Se apoderaron de ella, del rey y sus poblados y los pasaron a cuchillo, consagrando al exterminio a todos sus habitantes. No quedó un superviviente; trataron a Debir y a su rey lo mismo que a Hebrón y a su rey, a Libna y a su rey.
40 Así fue como conquistó Josué toda la montaña, el Negueb y la Sefela y las estribaciones de la sierra, con sus reyes. No quedó un superviviente. Consagraron al exterminio a todo ser viviente, como había mandado el Señor, Dios de Israel.
41 Josué conquistó desde Cades Barnea hasta Gaza, y todo el país de Gosén hasta Gabaón.
42 En una sola ofensiva se apoderó de todos aquellos reyes y sus tierras, porque el Señor, Dios de Israel, combatía por Israel.
43 Josué y los israelitas que iban con él se volvieron después al campamento de Guilgal.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Josué 10,1-43La campaña del Sur. La alianza de paz entre gabaonitas e israelitas suscita una coalición de reyes para enfrentar juntos la gran amenaza que supone. Los datos que encontramos aquí son a todas luces exagerados, pues en una sola campaña era absolutamente imposible conquistar un territorio tan extenso como el que se nos describe; esto refuerza todavía más la idea de que el interés del narrador no es tanto histórico cuanto teológico. Recordemos que la tierra que un día habitaron las doce tribus de Israel se encontraba para la época del redactor asolada, y que muchos israelitas se resistían a regresar a ella después del destierro de Babilonia. Todo el relato afirma que el territorio había sido otorgado por Dios a Israel, y que Dios mismo había intervenido obrando prodigios en favor de su pueblo. Como quiera que estas campañas están asistidas y dirigidas por el mismo Dios, hasta detener el sol resulta sencillo. En las tradiciones sobre el éxodo de Egipto no se ahorran imágenes maravillosas, como la del mar que se abre para dar paso a los israelitas y se cierra tragándose al faraón y su ejército; del mismo modo, en esta relectura de la posesión de la tierra se utilizan imágenes portentosas para indicar que era la mano de Dios la que actuaba en favor del pueblo. Aquí debemos entender por pueblo la conjunción de varios grupos, pues a estas alturas los israelitas albergan ya en su seno a otras familias, como la de Rajab de Jericó, y a otros pueblos, como los gabaonitas que pactaron con Israel.