Josué 15 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 63 versitos |
1

Territorio de Judá

Suerte de la tribu de Judá por clanes. El territorio que recibieron quedaba hacia la frontera de Edom, al sur del desierto de Sin, en el extremo sur.
2 Su límite sur partía de la punta del Mar Muerto, desde el cabo que mira hacia el sur;
3 salía luego frente a Maale Acrabbim, pasaba por Sin, subía al sur de Cades Barnea, pasaba Jesrón, subía a Adar, rodeaba Carcá,
4 pasaba después por Asmón y venía a salir al río de Egipto, para acabar en el mar: Ésa era la frontera por el sur.
5 Su límite oriental era el Mar Muerto, hasta la desembocadura del Jordán.
Su límite norte iba desde el cabo que hay en la desembocadura del Jordán,
6 subía a Bet-Joglá, pasaba por encima de Bet-Arabá, subía por la Piedra de Bohán, hijo de Rubén,
7 hasta Debir, por el Valle de Acor, dirigiéndose luego hacia Guilgal, frente a Maale Adumim, que queda al sur del arroyo; pasaba junto a las aguas de En Semes, para acabar en En-Roguel;
8 después subía por el valle de Ben-Hinón, por la vertiente sur de los jebuseos, o sea, Jerusalén; subía a la cima del monte que hay sobre el valle Hinnón a oeste y que llega por el norte al extremo del valle de Refaín;
9 luego torcía desde la cima del monte hacia la fuente del arroyo Neftoj y venía a salir a los pueblos del monte Efrón, torcía por Baalá, o sea, Quiriat Yearim,
10 rodeaba desde Baalá por el oeste hacia los montes de Seír, y pasando la vertiente norte de Har Yearim, o sea, Quislón, bajaba a Bet-Semes, pasaba Timná,
11 la frontera salía a la vertiente norte de Ecrón, giraba hacia Sicrín, cruzaba el monte Baalá, salía a Yabneel y terminaba en el mar.
12 El Mar Mediterráneo era el límite. Esos eran los límites del territorio de los hijos de Judá, por clanes.
13

Caleb y Otoniel
Jue 1,10-15

Josué, siguiendo la orden del Señor, asignó a Caleb, hijo de Jefoné, un lote en medio de Judá: Quiriat Arbá – el padre de Enac– , o sea, Hebrón.
14 Caleb expulsó de allí a los tres hijos de Anac, descendientes de Enaq: Sesay, Ajimán y Talmay.
15 Desde allí subió contra los de Debir, llamada antiguamente Quiriat Sefer,
16 y prometió:
– Al que tome al asalto Quiriat Sefer le doy por esposa a mi hija Acsá.
17 Otoniel, hijo de Quenaz, pariente de Caleb, tomó la ciudad, y Caleb le dio por esposa a su hija Acsá.
18 Cuando ella llegó, Otoniel la convenció para que pidiera a su padre un terreno de cultivo; ella se bajó del burro, y Caleb le preguntó:
–¿Qué te pasa?
19 Contestó:
– Hazme un regalo. La tierra que me has dado es desértica, dame también tierra con manantiales.
Y Caleb le dio el manantial de Arriba y el manantial de Abajo.
20 Ésa fue la heredad de la tribu de Judá, por clanes.
21

Pueblos de Judá

Poblaciones de la tribu de Judá. En la frontera del sur, junto a Edom: Cabseel, Eder, Yagur,
22 Quina, Dimón, Adadá,
23 Cades, Jasor, Yitnán,
24 Zif, Telán, Baalot,
25 Jasor Jadatá, Quiriat Jesron, o sea Jasor,
26 Amán, Semá, Moladá,
27 Jasar Gadda, Jesmón, Bet-Pelet,
28 Jasar Sual, Berseba, Biziotía,
29 Baalá, Iyim, Esen,
30 Eltolad, Quesil, Jorma,
31 Sicelag, Madmaná, Sansaná,
32 Lebaot, Siljim, En Rimón. Veintinueve ciudades con sus poblados.
33 En la Sefela: Estaol, Sorá, Asená,
34 Zanoj, En Gannim, Tapuj y Enán,
35 Yarmut, Adulán, Socó y Azecá,
36 Saaraym, Aditaym, Guedera, Gederotaym. Catorce ciudades con sus poblados.
37 Sanán, Jadasá, Migdal Gad,
38 Dileán, Hammispè, Yoctael,
39 Laquis, Boscat, Eglón,
40 Cabón, Lajmás, Quitlis,
41 Gederot, Bet-Dagón, Naamá, Maquedá. Dieciséis ciudades con sus poblados.
42 Libná, Eter, Asán,
43 Yiptaj, Esná, Nasib,
44 Queilá, Aczib, Maresa. Nueve ciudades con sus poblados.
45 Ecrón con sus poblados.
46 Y desde Ecrón hasta el mar todas las ciudades que quedan al lado de Asdod, con sus poblados.
47 Asdod y sus poblados, Gaza y sus poblados hasta el río de Egipto. El Mediterráneo era el límite.
48 En la montaña: Samir, Yatir, Socó,
49 Daná, Quiriat Saná – o sea, Debir– ,
50 Anab, Estemó, Anim,
51 Gosén, Jalón, Guiló. Once ciudades con sus poblados.
52 Arab, Rumá, Eseán,
53 Yanim, Bet-Tapúa, Afec,
54 Jumtá, Quiriat Arbá – o sea, Hebrón– y Sior. Nueve ciudades con sus poblados.
55 Maón, Carmel, Zif, Yutá,
56 Yezrael, Yocdeán, Zanoj,
57 Caín, Guibeá, Timná. Diez ciudades con sus poblados.
58 Jaljul, Bet-Sur, Guedor,
59 Maarat, Bet-Anot, Eltecón. Seis ciudades con sus poblados.
Tecua, Efrata – o sea, Belén– , Fegor, Etam, Quilón, Tatam, Sores, Querem, Galim, Beter, Manoc. Once ciudades con sus poblados.
60 Quiriat-Baal – o sea, Quiriat Yearim– , Rabá. Dos ciudades con sus poblados.
61 En el desierto: Bet-Arabá, Medín, Secacá,
62 Nibsán, Ir Hammélaj, Engadí. Seis ciudades con sus poblados.
63 Pero la tribu de Judá no pudo expulsar a los jebuseos que habitaban en Jerusalén; por eso han seguido viviendo en Jerusalén, en medio de Judá, hasta hoy.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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