Josué 22 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

reparto de la tierra: CONCLUSIÓN
El altar de Transjordania

Entonces Josué llamó a los de Rubén, a los de Gad y a la mitad de la tribu de Manasés,
2 y les dijo:
– Ustedes han obedecido las órdenes de Moisés, siervo del Señor, y también me han obedecido a mí en todo lo que yo les he mandado;
3 no han abandonado a sus hermanos desde hace muchos años; han cumplido las órdenes que les dio el Señor, su Dios.
4 Ahora bien, el Señor, su Dios, ha dado ya el descanso a sus hermanos, como les había prometido. Así que ustedes márchense a casa, a la tierra de su propiedad, la que les dio Moisés, siervo del Señor, en Transjordania.
5 Cumplan a la letra los mandatos y leyes que les dio Moisés, siervo del Señor: amar al Señor, su Dios, caminar por sus sendas, cumplir sus mandamientos y mantenerse fieles a él, sirviéndolo con todo el corazón y toda el alma.
6 Josué los bendijo y los despidió. Ellos marcharon a sus casas.
7 Moisés había dado tierras en Basán a media tribu de Manasés; a la otra media tribu Josué le dio tierras en medio de sus hermanos, en Cisjordania. También a éstos los bendijo y los despidió diciéndoles:
8 – Vuelvan a casa llenos de riquezas, con rebaños abundantes, con plata y oro, con bronce y hierro y ropa abundante. Repartan con sus hermanos el botín tomado al enemigo.
9 Los de Rubén, los de Gad y los de la media tribu de Manasés dejaron a los israelitas en Siló de Canaán y emprendieron la marcha hacia el país de Galaad, la tierra de su propiedad, que Moisés les había entregado por orden del Señor.
10 Fueron a la zona del Jordán, en Canaán, y levantaron allí un altar junto al Jordán, un altar grande, bien visible.
11 Los israelitas se enteraron de que los de Rubén, los de Gad y los de la media tribu de Manasés habían levantado un altar frente al país de Canaán, en la zona del Jordán, al margen del territorio israelita,
12 y reunieron la asamblea en Siló, para ir a luchar contra ellos.
13 Los israelitas les enviaron a los de Rubén, a los de Gad y a los de la media tribu de Manasés, que estaban en el país de Galaad, a Fineés, hijo del sacerdote Eleazar,
14 con diez notables, uno por cada tribu de Israel, jefes de familia.
15 Se presentaron a los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés, del país de Galaad, y les dijeron:
16 – Así dice la asamblea del Señor: ¿Qué pecado es ése que han cometido contra el Dios de Israel, apostatando hoy del Señor, haciéndose un altar, rebelándose contra el Señor?
17 ¡Como si no nos bastara el crimen de Fegor, que no hemos logrado borrar de nosotros hasta hoy, y eso que vino un castigo a la comunidad del Señor!
18 ¡Ustedes se han apartado hoy del Señor! Y si ustedes se rebelan hoy contra el Señor, mañana él estará encolerizado contra toda la comunidad de Israel.
19 Si la tierra que les ha tocado está contaminada, vengan a la tierra del Señor, en la que está su santuario, y elijan una propiedad entre nosotros. Pero ¡no se rebelen contra el Señor, no nos hagan cómplices de su rebeldía levantando otro altar además del altar oficial del Señor, nuestro Dios!
20 Cuando Acán, hijo de Zéraj, pecó con lo consagrado, él pereció por su pecado; pero la ira de Dios alcanzó a toda la comunidad de Israel, y eso que se trataba de uno sólo.
21 Los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés respondieron a los jefes de familia de Israel:
22 –¡El Señor, Dios de los dioses; el Señor, Dios de los dioses, lo sabe bien, y que Israel lo sepa! Si ha habido rebelión o pecado contra el Señor, que nos castigue hoy mismo.
23 Si hemos hecho un altar para apostatar del Señor, para ofrecer en él holocaustos, presentar ofrendas y hacer sacrificios de comunión, que el Señor nos pida cuentas.
24 Pero no. Nosotros lo hicimos con esta preocupación: el día de mañana sus hijos dirán a los nuestros: ¿Qué tienen que ver ustedes con el Señor, Dios de Israel?
25 El Señor puso el Jordán como frontera entre nosotros y ustedes, los de Rubén y los de Gad. ¡Ustedes no tienen nada que ver con el Señor! Y así sus hijos alejarán a los nuestros del culto del Señor.
26 Entonces nos dijimos: Vamos a hacernos un altar no para ofrecer holocaustos ni sacrificios de comunión,
27 sino como testimonio entre ustedes y nosotros con nuestros sucesores de que seguiremos dando culto al Señor en su templo con nuestros holocaustos y sacrificios de comunión. Que el día de mañana no digan sus hijos a los nuestros: Ustedes no tienen nada que ver con el Señor.
28 Nos dijimos: Si el día de mañana nos dicen algo a nosotros y a nuestros sucesores, les diremos: Fíjense en la forma de ese altar del Señor que hicieron nuestros padres: no sirve para holocaustos ni sacrificios de comunión, sino como testimonio entre ustedes y nosotros.
29 Ni pensar en rebelarnos contra el Señor ni en apostatar hoy del Señor levantando un altar para ofrecer holocaustos, presentar ofrendas y sacrificios de comunión fuera del altar del Señor, nuestro Dios, que está en su santuario.
30 Cuando el sacerdote Fineés, los notables de la comunidad y los cabezas de familia israelitas que lo acompañaban oyeron la explicación de los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés, les pareció bien.
31 Y Fineés, hijo del sacerdote Eleazar, dijo a los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés:
– Ahora sabemos que el Señor está entre nosotros, porque no han cometido ese pecado contra él. Han librado a los israelitas del castigo del Señor.
32 Luego el sacerdote Fineés, hijo de Eleazar, y los notables dejaron a los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés en el país de Galaad, y se volvieron al país de Canaán, a los israelitas, y les informaron de lo ocurrido.
33 El informe convenció a los israelitas. Bendijeron al Señor, Dios de Israel, y no se habló más de subir contra ellos en plan de guerra para destruir la zona donde se habían instalado los rubenitas y los gaditas.
34 Éstos últimos llamaron a aquel altar Altar del Testimonio, explicando:
– Nos servirá de testimonio de que el Señor es Dios.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Josué 22,1-34El altar de Transjordania. Una vez terminadas las actividades de la conquista y del reparto de los territorios, Josué despide a los hombres de las tribus de Rubén y Gad y de la media tribu de Manasés para que regresen al oriente del Jordán donde Moisés los había instalado, ya que habían cumplido con la promesa/exigencia de cruzar el Jordán para ayudar al resto de sus hermanos en la conquista de Canaán (cfr. Nm 32). Es probable que esta separación territorial haya sido mal vista en algún momento, incluso se pueden haber dado intentos de separación definitiva; el hecho es que nos encontramos con el relato de la construcción de un altar por parte de esos mismos hombres apenas vuelven a cruzar el Jordán (10-34), lo cual es interpretado por el resto de tribus como un acto separatista. El altar que unificaba a las doce tribus ya había sido construido en Siló, y por tanto no había por qué construir ningún otro. Con todo, una vez hechas las aclaraciones, las relaciones intertribales continúan su curso normal. Este suceso podría aludir a la necesidad de centralización del culto que la misma corriente deuteronomista (D) había promovido ya en el s. VII a.C. y que Josías había respaldado con su autoridad real, pero también podría tratarse de un aviso a la comunidad contemporánea del libro de Josué para que rechazara cualquier lugar de culto que no fuera Jerusalén -recordemos que en la época de la edición de Josué hay muchos judíos que viven en la dispersión, tanto en Mesopotamia como en Egipto-.