Josué 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1 Cuando todo el pueblo acabó de pasar el Jordán, dijo el Señor a Josué:
2 – Elige a doce hombres del pueblo, uno de cada tribu,
3 y mándales sacar de aquí, del medio del Jordán, donde han pisado los sacerdotes, doce piedras; que las lleven y las coloquen en el sitio donde van a pasar la noche.
4 Josué llamó a los doce hombres de Israel que había elegido, uno de cada tribu,
5 y les dijo:
– Vayan hasta el medio del Jordán, ante el arca del Señor, su Dios, y cargue cada uno al hombro una piedra, una por cada tribu de Israel,
6 para que queden como monumento entre ustedes. Cuando sus hijos el día de mañana les pregunten qué son esas piedras,
7 ustedes les contestarán: Es que el agua del Jordán dejó de correr frente al arca de la alianza del Señor; cuando el arca atravesaba el Jordán, dejó de correr el agua. Esas piedras se lo recordarán perpetuamente a los israelitas.
8 Los israelitas hicieron lo que mandó Josué: sacaron doce piedras del medio del Jordán, como había dicho el Señor a Josué, una por cada tribu de Israel; las llevaron hasta el sitio donde iban a pasar la noche y las colocaron allí.
9 Después Josué erigió doce piedras en medio del Jordán, en el sitio donde se habían detenido los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza, y todavía hoy están allí.
10 Los sacerdotes que llevaban el arca estuvieron quietos en medio del Jordán hasta que terminaron de hacer todo lo que Josué mandó al pueblo por orden del Señor. La gente se apresuró a pasar.
11 Y cuando acabaron de pasar todos, pasó el arca del Señor, y los sacerdotes se pusieron a la cabeza del pueblo.
12 Los de Rubén, Gad y media tribu de Manasés pasaron bien armados al frente de los israelitas, como les había mandado Moisés.
13 Unos cuarenta mil hombres equipados militarmente desfilaron ante el Señor hacia la llanura de Jericó.
14 Aquel día el Señor engrandeció a Josué ante todo Israel, para que lo respetaran como habían respetado a Moisés mientras vivió.
15 El Señor dijo a Josué:
16 – Manda a los sacerdotes portadores del arca de la Alianza que salgan del Jordán.
17 Josué les mandó:
– Salgan del Jordán.
18 Y cuando los sacerdotes portadores del arca de la alianza del Señor, salieron del Jordán, y pusieron los pies en tierra seca, el agua del Jordán volvió a su cauce y corrió como antes, hasta los bordes.
19 El pueblo salió del Jordán el día diez del mes primero y acampó en Guilgal, al este de Jericó.
20 Josué colocó en Guilgal aquellas doce piedras sacadas del Jordán,
21 y dijo a los israelitas:
– Cuando el día de mañana sus hijos les pregunten qué son esas piedras,
22 les responderán: Israel pasó el Jordán a pie, sin mojarse. El Señor, su Dios, secó el agua del Jordán ante ustedes hasta que pasaron,
23 como hizo con el Mar Rojo, que lo secó ante nosotros hasta que lo pasamos.
24 Para que todas las naciones del mundo sepan que la mano del Señor es poderosa y ustedes respeten siempre al Señor, su Dios.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Josué 4,1-24Paso del Jordán. En la mente de los redactores de la corriente sacerdotal (P), la salida de Egipto no podía darse sin un marco espectacular; del mismo modo, para la corriente deuteronomista (D) era necesario enmarcar el paso del desierto a la tierra fértil, a la tierra de la libertad, en otro hecho maravilloso: las aguas del Jordán se abren para dar paso a un pueblo libre que, se supone, ha superado la prueba del desierto. Hay un especial cuidado en hacer ver que las aguas no se abren para dar paso a la multitud sólo porque ésta se aproxime a la orilla; las aguas se detienen sólo cuando en ellas ha penetrado el arca de la alianza. Si el pueblo no pone por delante su compromiso con Dios, o mejor, si el pueblo no camina detrás del proyecto de la vida que Dios le propone, no puede sobrevivir, los obstáculos no se retirarán de su camino. Las aguas del Jordán se cierran de nuevo una vez que el arca, símbolo de la Presencia, de la Palabra, del Proyecto de Dios se ha retirado de en medio; igualmente se anegará la vida de Israel el día que quite de en medio al Dios vivo. Pero si lo mantiene, tendrá vida y todo el mundo temblará ante Él; es decir, tendrá argumentos y señales concretos para demostrar en qué consiste tener al Dios de la vida en medio del pueblo. Esto lo podían entender a cabalidad los oyentes de la época de la redacción del libro, porque justamente estaban experimentando en carne propia lo que significa apartar al Señor -o apartar al Señor y su propuesta de vida- de su camino.