Josué 5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 15 versitos |
1 Cuando los reyes amorreos de Cisjordania y los reyes cananeos de occidente oyeron que el Señor había secado el agua del Jordán ante los israelitas hasta que ellos pasaron, quedaron llenos de temor y no tuvieron ánimo para oponerles resistencia.
2

Circuncisión
Gn 17,23-27; Éx 12,44-49

En aquella ocasión dijo el Señor a Josué:
– Hazte cuchillos de piedra, siéntate y vuelve a circuncidar a los israelitas.
3 Josué hizo cuchillos de piedra y circuncidó a los israelitas en Guibat Haaralot.
4 El motivo de esta circuncisión fue que todos los varones que habían salido de Egipto, como todos los guerreros, habían muerto en el desierto, en el camino desde Egipto.
5 Y aunque todos los que salieron de Egipto estaban circuncidados, los nacidos en el desierto, en el camino desde Egipto, estaban sin circuncidar.
6 Porque los israelitas anduvieron por el desierto cuarenta años, hasta que la generación de guerreros que habían salido de Egipto y que no obedecieron al Señor se acabó, conforme a su juramento de que no verían la tierra que el Señor había jurado a sus padres que les daría, una tierra que mana leche y miel.
7 Dios les suscitó descendientes; a éstos los circuncidó Josué, porque estaban sin circuncidar, ya que no los habían circuncidado durante el viaje.
8 Cuando todos acabaron de circuncidarse, se quedaron guardando reposo hasta que se sanaron.
9 Entonces el Señor dijo a Josué:
– Hoy les he quitado de encima la vergüenza de Egipto.
Y a aquel sitio le pusieron el nombre de Guilgal, y todavía se llama así.
10

Pascua
Éx 12; 16

Los israelitas estuvieron acampados en Guilgal y celebraron la Pascua el catorce del mismo mes, por la tarde, en la llanura de Jericó.
11 A partir del día siguiente a la Pascua comieron de los productos del país; el día de Pascua comieron panes sin levadura y grano tostado.
12 A partir del día siguiente que comieron de los productos del país, faltó el maná. Los israelitas no volvieron a tener maná; aquel año comieron de los frutos del país de Canaán.
13 Estando ya cerca de Jericó, Josué levantó la vista y vio a un hombre de pie frente a él con la espada desenvainada en la mano. Josué fue hacia él y le preguntó:
–¿Eres de los nuestros o del enemigo?
14 Contestó:
– No. Soy el general del ejército del Señor, y acabo de llegar.
Josué cayó rostro a tierra, adorándolo. Después le preguntó:
–¿Qué orden trae mi señor a su siervo?
15 El general del ejército del Señor le contestó:
– Descálzate, porque el sitio que pisas es sagrado.
Josué se descalzó.

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Introducción a Josué

JOSUÉ

El libro de Josué mira en dos direcciones: hacia atrás, completando la salida de Egipto con la entrada en Canaán; y hacia adelante, inaugurando una nueva etapa en la vida del pueblo con el paso a la vida sedentaria.
Por lo primero, algunos añaden este libro al Pentateuco y hablan de un «Hexateuco». Sin la figura y obra de Josué, la epopeya de Moisés queda violentamente truncada. Con el libro de Josué, el libro del Éxodo alcanza su conclusión natural.
Por lo segundo, otros juntan este libro a los siguientes, para formar una obra que llaman Historia Deuteronomística -Por su parentesco espiritual con el libro del Deuteronomio-. A esta obra pertenecerían varios elementos narrativos del Deuteronomio, que preparan la sucesión de Josué.

Intención del autor. El autor tardío que compuso este libro, valiéndose de materiales existentes, se guió por el principio de simplificar. Lo que, seguramente, fue un proceso lento y diversificado en la tierra prometida, está visto como un esfuerzo colectivo bajo una dirección única: todo el pueblo a las órdenes de Josué.
Como sucesor de Moisés, tendrá que cumplir sus órdenes, llevar a término la empresa, imitar a su jefe. La tarea de Josué es doble: conquistar la tierra y repartirla entre las tribus. En otros términos: el paso de la vida seminómada a la vida sedentaria, de una cultura pastoral y trashumante a una cultura agrícola y urbana. Un proceso lento, secular, se reduce épicamente a un impulso bélico y un reparto único. Una penetración militar, una campaña al sur y otra al norte, y la conquista está concluida en pocos capítulos y en una carrera triunfal.

Historia y arqueología. La simplificación del libro no da garantías de historicidad. El autor no es un historiador sino un teólogo. A la fidelidad a la alianza, Dios responde con su mano poderosa a favor del pueblo, de ahí que todo aparece fácil y prodigioso: el río Jordán se abre para dar paso a Israel y todos los obstáculos van cayendo, hasta las mismas murallas de Jericó que se desploman al estallido de las trompetas.
La historia y la arqueología, sin embargo, nos dan el marco en el que podrían haber sucedido los hechos y relatos narrados. La época en la que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el s. XIII a.C. Un cambio histórico sacudió a los imperios que mantenían un equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, sumiéndolos en la decadencia y abriendo las puertas a nuevos oleajes migratorios. Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.
Por el lado del desierto empujan las tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, con movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fija y segura. Entre estos nómadas vienen los israelitas y van penetrando las zonas de Palestina por infiltración pacífica y asentamientos estables a lo largo de un par de generaciones. Una vez dentro, se alzan en armas y desbancan la hegemonía de las ciudades-estado.

La figura de Josué. El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios. Tiene que cumplir órdenes y encargos de Moisés o contenidos en la Ley. Pero, sobre todo, no goza de la misma intimidad con Dios. Al contrario, la figura de Josué es tan apagada como esquemática.
El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés en el Sinaí, en momentos críticos del desierto, para ser nombrado, finalmente, su sucesor.
Fuera del libro llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas se enumeran en los recuentos clásicos de 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106. Tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80.

Mensaje religioso. El libro de Josué presenta un grave problema ético para el lector de hoy. ¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes, gente inocente y poblaciones enteras, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?
Es probable que no haya existido tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas, sino que los israelitas se hayan infiltrado pacíficamente y defendido, quizás excesivamente, cuando atacados. Si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esta manera? ¿Por qué aureolar a Josué con un cerco de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y asiste a la ejecución.
¿En qué sentido es Dios un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos: ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.
La lectura de este libro y de otros episodios parecidos del Antiguo Testamento deja colgando estas preguntas. Pero, ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronómica son la última palabra. Por encima del «Yehoshuá» (Josué) de este libro, está el «Yehoshuá» (Jesús) de Nazaret, que Dios pronuncia y es la primera y última palabra de toda la historia.
El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio de barbarie cultural en que se encuentra y conducido a un proceso de maduración, dejando actuar la dialéctica de la historia. Acepta, aunque no justifica, la ejecución humana torpe de un designio superior. Y éste es el mensaje del libro: por encima de Moisés y de Josué, garantizando la continuidad de mando y empresa, se alza el protagonismo de Dios. La tierra es promesa de Dios, es decir, ya era palabra antes de ser hecho, y será hecho en virtud de aquella palabra. Jesús de Nazaret ha dado toda su dimensión a esta palabra-promesa de Dios con respecto a la tierra: es de todos, para ser compartida por todos en la paz y solidaridad que produce un amor sin fronteras.

Conquista de la tierra: 1,1-12,24. Esta primera parte del libro narra las campañas conquistadoras de los israelitas al mando de Josué. Por supuesto que no se trata de una historia, en sentido objetivo, de la conquista de Canaán, ni los autores tenían ese propósito. Lo que encontramos aquí es una simplificación ya teologizada de unos hechos -no sabemos cuáles exactamente- que dieron como resultado el asentamiento de unos grupos seminómadas en territorio cananeo, unificados en torno a una fe común el Señor y a un único proyecto socio-político y económico: una sociedad solidaria e igualitaria que hiciera de contrapeso al modelo vigente, el que hemos dado en llamar tributario o faraónico, impuesto por Egipto. Por otra parte, la conquista y el reparto de la tierra, ejes del libro, son la concreción de lo que el Pentateuco deja sin resolver: la posesión de la tierra como cumplimiento de las promesas divinas hechas a los Patriarcas. Este trabajo lo realiza la corriente literario-teológica deuteronomista (D), mediante una monumental obra que intenta responder a varios cuestionamientos: Por qué se debía poseer un territorio (Deuteronomio); cómo se adquirió dicho territorio (Josué); qué se debía realizar en él (Jueces-1 Samuel); en qué terminó el proceso de conquista y cómo evolucionó (2 Samuel-2 Reyes). Por tratarse de una historia que se narra varios siglos después de sucedidos los hechos, los datos son más teológicos que objetivos; por tanto, no hemos de tomar al pie de la letra ninguna de las descripciones de las campañas conquistadoras, sino más bien descubrir la intencionalidad de fondo que mueve al redactor o los redactores. Para ello es necesario tener presentes dos herramientas imprescindibles: 1. El criterio último de justicia, con el que debemos leer cualquier pasaje de la Escritura. 2. El análisis de la situación socio-política, económica y religiosa que están viviendo los primeros destinatarios de la obra a la cual intentan responder los autores, en concreto, la desesperanza, la pérdida de fe. Esta obra trata de ayudar a los oyentes a recuperar todo eso que está a punto de perderse. Para los israelitas de entonces, la obra de la corriente deuteronomista (D) resultó ser toda una profecía; he ahí por qué estos libros son catalogados en la Biblia Hebrea como «Profetas»: no sólo porque muchos años después de su aparición la conciencia israelita creyó que cada libro había sido escrito por el personaje central del libro -Josué, Samuel, etc.-, sino por el contenido mismo, cargado de verdaderas enseñanzas proféticas. Con estas premisas, pues, empecemos la lectura del libro.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Josué 5,1-9Circuncisión. La intencionalidad inmediata de esta exigencia es preparar al pueblo para la celebración de la Pascua que imponía como prerrequisito indispensable la circuncisión. Ésta era una práctica higiénica generalizada en muchas culturas de Mesopotamia y Canaán, que adquirió para los israelitas un valor religioso: era signo de pertenencia exclusiva a Dios. Dejado atrás Egipto, con su carga simbólica de opresión; dejado atrás también el desierto, con su connotación simbólica de maduración y transformación de la conciencia, con los pies ya en la tierra prometida, ahora se hace necesario poner como punto de partida para habitar el territorio de la libertad el signo que recordará a cada uno su compromiso personal de llevar a cabo el proyecto de un pueblo liberado y liberador en esta tierra. Pero, desafortunadamente, la circuncisión se quedó reducida a una simple marca en la carne y casi nunca realizó la ideal original (Deu_10:16); ésta es la denuncia del Señor por medio de Jeremías cuando propone una circuncisión de corazón (Jer_4:4). En cierta forma, aquí también puede percibirse el sabor a denuncia profética; recordemos que estamos ante una relectura de la historia de la corriente deuteronomista (D) que trata de responder a los interrogantes que han suscitado en el pueblo tantos reveses históricos, especialmente los sucedidos en el 587 a.C.: la caída de Judá, la destrucción del templo y la deportación a Babilonia. Quizá los redactores quieran enseñar que esa separación entre circuncisión y compromiso de vida es la causa de las desgracias que ha vivido la nación.


Josué 5,10-15Pascua. Una vez quitada «la vergüenza de Egipto» (9) mediante la circuncisión, el pueblo celebra la Pascua que no había vuelto a celebrarse desde aquella noche en que sus padres salieron de Egipto. No hay aquí intención alguna de instituir la fiesta o de regularla, sino simplemente de constatar que la celebraron una vez dejado atrás el desierto, donde nunca se celebró, y después de atravesar el Jordán, signo del paso definitivo a la libertad. Detrás se encuentra una gran verdad teológica: la Pascua es la celebración de la vida y de la libertad. Junto con la noticia de la celebración de la Pascua se nos dice que al siguiente día el pueblo comenzó a comer de los frutos de la tierra y que ya no hubo más maná, una manera de decir que la Pascua siempre tiene que marcar experiencias vitales nuevas y distintas. Los versículos 13-15 sirven para introducir el relato de la conquista de Jericó y ratifican de nuevo la asistencia y presencia divinas en esta empresa conquistadora.