I Pedro 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

Saludos

Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos que residen fuera de su patria, dispersos en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
2 elegidos según el designio de Dios Padre, y consagrados por el Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz en abundancia a ustedes.
3

Esperanza cristiana

Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva,
4 a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo.
5 Porque gracias a la fe, el poder de Dios los protege para que alcancen la salvación dispuesta a revelarse el último día.
6 Por eso alégrense, aunque por el momento tengan que soportar pruebas diversas.
7 Así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más preciosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo.
8 Ustedes lo aman sin haberlo visto y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con gozo indecible y glorioso,
9 ya que van a recibir, como término de [su] fe, la salvación personal.
10 Esta salvación ya fue objeto de la búsqueda y de las investigaciones de los profetas que profetizaron la gracia que ustedes iban a recibir.
11 Investigaban para averiguar el tiempo y las circunstancias que indicaba el Espíritu de Cristo, que habitaba en ellos, y anunciaba anticipadamente la pasión de Cristo y su posterior glorificación.
12 A ellos les fue revelado que aquello que anunciaban no era para ellos mismos, sino para el bien de ustedes, y ahora han recibido el anuncio de ese mensaje por obra de quienes, inspirados por el Espíritu Santo enviado desde el cielo les transmitieron la Buena Noticia que los ángeles querrían presenciar.
13

Conducta cristiana

Por lo tanto, tengan listo su espíritu, vivan sobriamente y confiadamente esa gracia que se les concederá cuando se revele Jesucristo.
14 Como hijos obedientes no vivan de acuerdo a los deseos de antes, cuando vivían en la ignorancia;
15 por el contrario como el que los llamó es santo, sean también ustedes santos en toda su conducta;
16 porque así está escrito: Sean santos, porque yo soy santo.
17 Y si llaman Padre al que no hace diferencia entre las personas y juzga cada uno según sus obras, vivan con respeto durante su permanencia en la tierra.
18 No olviden que han sido liberados de la vida inútil que llevaban antes, imitando a sus padres, no con algún rescate material de oro y plata
19 sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni defecto,
20 predestinado antes de la creación del mundo y revelado al final de los tiempos, en favor de ustedes.
21 Por medio de él creen en Dios, que lo resucitó de la muerte y lo glorificó; de ese modo la fe y la esperanza de ustedes se dirigen a Dios.
22 Al hacerse discípulos de la verdad ustedes se han purificado para amar sinceramente a los hermanos; ámense intensamente unos a otros, de corazón
23 porque han vuelto a nacer, no de semilla corruptible, sino por la palabra incorruptible y permanente del Dios vivo.
24 Porque toda carne es hierba y su belleza como flor del campo; la hierba se seca, la flor se marchita,
25 pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Esa palabra es la Buena Noticia que se les ha anunciado.

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Introducción a I Pedro

1ª PEDRO

Autor, fecha de composición y destinatarios de la carta. El autor se introduce en el saludo como «Pedro, apóstol de Jesucristo»; al final, dice que escribe desde Babilonia, denominación intencionada de Roma. A lo largo de la carta se presenta como anciano, testigo presencial de la pasión y gloria de Cristo (5,1); cita, aunque no verbalmente, enseñanzas de Cristo.
La tradición antigua ha atribuido la carta a Pedro desde muy pronto. Hoy no estamos tan seguros de esto por una serie de razones. He aquí algunas: ante todo, el lenguaje y estilo griegos, impropios de un pescador galileo; la carta cita el Antiguo Testamento en la versión de los Setenta, no en hebreo, y lo teje suavemente con su pensamiento. Faltan los recuerdos personales de un compañero íntimo de Jesús. Y así, otras objeciones a las que los partidarios de la autoría de Pedro responden con respectivas aclaraciones. El balance de la argumentación deja, por ahora, la solución indecisa.
Una posibilidad: el autor es Pedro, anciano y quizás prisionero, cercano a la muerte. Escribe una especie de testamento, cordial y muy sentido. Su argumento principal es la necesidad y el valor de la pasión del cristiano a ejemplo y en unión con Cristo. Encarga la redacción a Silvano (5,12). La escribió antes del año 67, fecha límite de su martirio, a los cristianos que sufrían la persecución de Nerón.
Otra posibilidad: la carta es de un autor desconocido perteneciente al círculo de Pedro, que, en tiempos difíciles, quiere llevar una palabra de aliento a otros fieles, y para ello se vale del nombre y de la autoridad del apóstol. La escribiría a mitad de la década de los 90, para comunidades cristianas que atraviesan tiempos difíciles y quizás también de persecución bajo el emperador Domiciano.

Contenido de la carta. Aunque tenga más apariencia de carta que, por ejemplo, la de Santiago, como lo demuestra el saludo, la acción de gracias y el final, en realidad se parece más a una homilía, al estilo de la Carta a los Hebreos.
El tema dominante del escrito es la pasión de Cristo, en referencia constante a los sufrimientos de los destinatarios, comunidades pobres y aisladas que estaban experimentando una doble marginación; por una parte, el ostracismo y la incomprensión de un ambiente hostil, y por otra, el aislamiento a que les conducía su mismo estilo de vida cristiano, incompatible con el modo de vivir pagano.
Aquellos hombres y mujeres sabían lo que les esperaba cuando, por medio del bautismo, se convirtieron en seguidores de Jesús. De ahí que el autor haga referencia constante a la catequesis y a la liturgia bautismal, que marcaron sus vidas para siempre. Ahora se las recuerda para que en la fe y en la esperanza se mantengan firmes en medio de la tribulación.
El autor pone insistentemente ante sus ojos el futuro que les aguarda si permanecen fieles, es decir: «una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo» (1,4), pero no para que se desentiendan de los deberes de la vida presente, sino todo lo contrario, para que con una conducta intachable: «Estén siempre dispuestos a defenderse si alguien les pide explicaciones de su esperanza» (3,15). Esta vida de compromiso cristiano viene comparada en la carta a un «sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (2,5).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Pedro 1,1-2Saludos. El apóstol Pedro o, con seguridad, el autor posterior desconocido que pertenece al círculo de Pedro y en cuyo nombre escribe, se presenta con el mismo título de autoridad apostólica que leemos en las epístolas de Pablo. Los destinatarios son designados con dos calificativos que, ya desde el principio de esta carta circular, dejan sentados el tono y el contenido de la misma: «elegidos» y residentes «fuera de su patria».
La expresión «que residen fuera de su patria», alude a una doble marginación. Una, social y económica a causa de la política de dominación del imperio romano, que obligó a una gran masa humana de los territorios conquistados a una forzada emigración. Los cristianos a los que se dirige esta carta pertenecían a esta ola de emigrantes pobres y desarraigados, agrupados en pequeñas comunidades rurales esparcidas a finales del s. I por las mencionadas cinco provincias de Asia. La otra marginación es la que les imponía su misma vida de cristianos, incompatible con muchas de las costumbres y modos de vivir paganos (4,3), razón por la cual se convertían en sospechosos y, con frecuencia, en perseguidos (4,14). Es esta situación la que pone de relieve el hecho de haber sido precisamente ellos, los pobres y marginados, los «elegidos» por Dios Padre, los «consagrados» por el Espíritu y los «rociados» con la sangre de Jesús.
Hoy es difícil imaginarnos la emoción y la sorpresa agradecida que debían sentir aquellos cristianos y cristianas al reflexionar sobre esta elección gratuita de Dios, que los había convertido en su nuevo pueblo. Una elección divina que era, al mismo tiempo, fuente de exigencias y compromisos a los que el autor alude con la frase «obedecer a Jesucristo» (2), y a imitación de Él enfrentarse con el sufrimiento y la tribulación. A ellos les desea: «Gracia y paz en abundancia» (2).


I Pedro 1,3-12Esperanza cristiana. Después del saludo, se abre la carta con una bendición solemne al estilo de las bendiciones judías (cfr. 2Co_1:3). Bendecir a Dios equivale a darle gracias. El autor o discípulo de Pedro, lo hace por la salvación que han recibido las comunidades al renacer a una nueva vida. El himno es como una profesión de fe, recitada en un clima de oración, en la que toca los principales temas de la catequesis bautismal en que ya han sido iniciados sus oyentes (cfr. Tit_3:5). Esta vida nueva del cristiano tiene su fuente en el designio misericordioso de Dios Padre realizado en la muerte y resurrección de Jesucristo (3) y está alimentada por la fe, custodiada por Dios y animada por la esperanza de «una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo» (4). Estos pobres emigrantes, despreciados y perseguidos, no habían conocido ni visto personalmente a Jesús, y sin embargo «lo aman... creyendo en él... con gozo indecible y glorioso» (8), de acuerdo con las palabras del Evangelio: «dichosos los que sin ver creyeron» (Jua_20:29). La situación en que viven ahora es dura y difícil, «aunque por el momento» (6), por eso el discípulo compara su fe con «el oro... purificado por el fuego» (7), tomando la imagen bíblica de Sab_3:5s: «Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él, los probó como oro en crisol» (cfr. Sal_66:10).
Esta «pasión de Cristo y su posterior glorificación» (11) es la que barruntaron y vieron en lontananza los profetas del Antiguo Testamento (cfr. Is 53) y la que cantaron los Salmos (cfr. Sal 22) guiados por el Espíritu. Y es la que, al cumplirse ahora el tiempo de la promesa, han recibido los destinatarios de esta carta (12). Hasta los ángeles, dice el discípulo, se asoman desde el cielo para contemplar maravillados la Buena Noticia hecha realidad en la vida de aquellos cristianos, gente pobre y sencilla.
Así termina el himno de alabanza en el que el discípulo de Pedro establece ya el tema fundamental de la carta, que se repite continuamente en cada sesión y en cada argumento, quizás como en ningún otro escrito del Nuevo Testamento: la pasión de Cristo y su glorificación, que continúa en la pasión del cristiano y en su futura y definitiva liberación.
Sería un error, sin embargo, leer en clave puramente espiritualista todo lo que nos va a decir a continuación, ya que «el cielo futuro» no es la única respuesta a los sufrimientos de una comunidad sumida en la marginación y tentada por el desaliento. Por el contrario, el cielo futuro debe hacerse ya realidad presente a través del compromiso cotidiano de los creyentes. Su tarea es construir en el mundo hostil que los rodea una «sociedad alternativa» o «casa de Dios», a la que el autor se va a referir constantemente y con variedad de expresiones.

I Pedro 1,13-25Conducta cristiana. La seguridad del bien prometido hace que el cristiano viva el tiempo de la espera como tiempo ya de salvación y, por tanto, tiempo de alegría, de «sentirse uno ya como en la gloria», como se dice en nuestro lenguaje popular. Y esto no sólo a pesar de los sufrimientos presentes, sino justamente a causa de ellos. Es la paradójica alegría de los perseguidos de que hablan las Bienaventuranzas (cfr. Mat_5:12).
«Vivan sobriamente» (13), así ve el discípulo la conducta de sus oyentes para este tiempo de espera. Los caminantes son ya hijos de Dios por el bautismo, por eso apela a la obediencia filial (cfr. Isa_63:8) que no es otra cosa que una llamada a asemejarse a Dios, según el mandato de Lev_11:44 : «sean santos, porque yo soy santo». El Dios que exigía la santidad en el Antiguo Testamento se ha revelado en Jesucristo como Padre y un día se revelará como Juez, por lo cual es necesario proceder siempre con «respeto durante su permanencia en la tierra» (17). Hay que tomarse la vida cristiana en serio, como seria fue la prueba del amor que nos trajo la salvación.
La pasión y la gloria de Cristo es «la Buena Noticia que se les ha anunciado» (25), de la que el discípulo de Pedro afirma que es «palabra incorruptible y permanente del Dios vivo» (23), la que purifica las conciencias abriéndolas a la verdad, la que produce el amor mutuo entre los hermanos, un amor intenso y sin fingimientos. La Palabra de Dios, en definitiva, regenera y da nueva vida al que la escucha y obedece, construyendo así la comunidad.