Apocalipsis  1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Introducción

Revelación que Dios confió a Jesucristo para que mostrase a sus siervos lo que va a suceder pronto. Él envió a su ángel para transmitírsela a su siervo Juan,
2 quien atestigua que cuanto vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.
3 Feliz el que lea y felices los que escuchen las palabras de esta profecía y observen lo escrito en ella, porque el tiempo está cerca.
4

Mensaje a las siete Iglesias: saludo

De Juan a las siete Iglesias de Asia: les deseo el favor y la paz de parte de Aquel que es, que era y que será, de parte de los siete espíritus que están ante su trono
5 y de parte de Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, el Señor de los reyes del mundo.
Al que nos ama y nos libró con su sangre de nuestros pecados,
6 e hizo de nosotros un reino, sacerdotes de su Padre Dios, a él la gloria y el poder por los siglos [de los siglos] amén.
7 Mira que llega entre las nubes:
todos los ojos lo verán,
también los que lo atravesaron;
y todas las razas del mundo
se darán golpes de pecho por él.
Así es, amén.
8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que será, el Todopoderoso.
9

Visión de Jesucristo

Yo Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las pruebas, el reino y la paciencia por Jesús, me encontraba exilado en la isla de Patmos a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
10 Un domingo, se apoderó de mí el Espíritu, y escuché detrás de mí una voz potente, como de trompeta,
11 que decía: Lo que ves escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
12 Me volví para ver de quién era la voz que me hablaba y al volverme vi siete lámparas de oro
13 y en medio de las lámparas una figura humana, vestida de larga túnica, el pecho ceñido de un cinturón de oro;
14 cabeza y cabello blancos como la lana blanca o como nieve, los ojos como llama de fuego,
15 los pies como de bronce brillante y acrisolado, la voz como el estruendo de aguas torrenciales.
16 En su mano derecha sujetaba siete estrellas, de su boca salía una espada afilada de doble filo; su aspecto como el sol brillando con toda su fuerza.
17 Al ver esto, caí a sus pies como muerto; pero él, poniéndome encima la mano derecha, me dijo:
– No temas. Yo soy el primero y el último,
18 el que vive; estuve muerto y ahora ves que estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y el abismo.
19 Escribe lo que viste: lo de ahora y lo que sucederá después.
20 Éste es el símbolo de las siete estrellas que viste en mi mano derecha y de las siete lámparas de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete Iglesias, las siete lámparas son las siete Iglesias.

Patrocinio

 
 

Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Apocalipsis  1,1-3Introducción. La palabra griega «Apocalipsis» se traduce al latín como «Revelación». Con estos dos nombres es conocido el último libro del Nuevo Testamento. El estilo apocalíptico comprendía una manera de pensar, escribir e interpretar los acontecimientos de la historia, en un período cuando los creyentes estaban amenazados por los poderes del mal, en medio de persecuciones y tribulaciones. El autor del Apocalipsis quiere levantar y afianzar la fe de sus lectores porque Dios está a cargo de la historia, y los poderes del mal no pueden prevalecer contra su Iglesia. El inmenso poder del imperio romano -perseguidor de la Iglesia- va a caer como ya cayeron en el pasado los enemigos del Pueblo de Dios. Este Juan es constituido testigo de cuanto ha visto y oído: visiones y anuncios. Desde el principio afirma solemnemente que su escrito es «palabra de Dios», es decir, profecía, y testimonio de Jesucristo. Con el mismo tema cerrará el libro (22,20).


Apocalipsis  1,4-8Mensaje a las siete Iglesias: saludo. El libro comienza y acaba como si fuera una carta; se considera como una profecía, aunque en realidad miraba al presente de la Iglesia perseguida mucho más que a un futuro lejano. Los títulos que se dan a Jesús en esta introducción lo presentan como el glorioso triunfador de la muerte que asegura el triunfo de los cristianos perseguidos. Jesús es el Alfa y la Omega -la primera y la última letra del alfabeto griego- porque lo abarca todo. Nada se escapa a su acción y poder.
Apocalipsis  1,9-20Visión de Jesucristo. Esta visión sirve de introducción a todo el libro. Jesús es el Señor de la gloria y de la historia, como aparecerá en cada capítulo. La grandeza de Cristo es descrita con alusiones al Éxodo (Éxo_19:16) y a Daniel (Dan_7:13s). Jesús es el Mesías sacerdotal -túnica-, con la franja o cinturón real (13); es sabio y eterno -cabellos-, juez -mirada penetrante, espada-, estable y seguro -firmeza en los pies-, que tiene en sus manos el destino de los pueblos -siete estrellas-. Jesús está en medio de su comunidad, las Iglesias, representadas por los siete candelabros que nos recuerdan a la «Menorah» o gran candelabro de siete brazos usado en la liturgia judía.