Apocalipsis  11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 19 versitos |
1

Los dos testigos

Me entregaron una caña semejante a una vara de medir y me ordenaron: Levántate y mide el templo de Dios y el altar y cuenta a los que adoran en él.
2 El atrio exterior del templo exclúyelo de la medida, porque se entrega a los paganos, que pisotearán la ciudad santa cuarenta y dos meses.
3 Enviaré a mis dos testigos, que, vestidos con hábitos de penitencia, profetizarán mil doscientos sesenta días.
4 Son los olivos y las dos lámparas que están ante el Señor del mundo.
5 Si alguien intenta hacerles daño, echarán por la boca un fuego que consumirá a sus enemigos. Así ha de morir quien intente hacerles daño.
6 Ellos tienen poder para cerrar el cielo, de modo que no llueva mientras ellos profetizan, y poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y poder sobre la tierra para herirla con plagas cuando quieran.
7 Cuando terminen su testimonio, la fiera que sube del abismo les declarará guerra, los derrotará y los matará.
8 Sus cadáveres quedarán tendidos en la calle de la Gran Ciudad que lleva el nombre simbólico de Sodoma y Egipto.
9 Durante tres días y medio, gente de diversos pueblos, razas, lenguas y naciones vigilarán sus cadáveres y no permitirán que los sepulten.
10 Los habitantes del mundo se alegrarán de su derrota, y lo festejarán enviándose mutuamente regalos, porque aquellos dos profetas atormentaban a los habitantes del mundo.
11 Pasados los tres días y medio, el aliento de vida de Dios penetró en ellos, y se pusieron en pie. Los que lo vieron se llenaron de terror
12 y oyeron una voz potente, del cielo, que les decía: Suban acá. Subieron en una nube al cielo mientras sus enemigos los miraban.
13 En aquel momento sobrevino un gran terremoto y la décima parte de la ciudad se derrumbó y murieron en el terremoto siete mil personas. Los restantes se aterrorizaron y confesaron la gloria del Dios del cielo.
14 Pasó el segundo ay; mira que pronto llega el tercero.
15

La séptima trompeta

El séptimo ángel dio un toque de trompeta: voces potentes resonaron enel cielo: Ha llegado el reinado en el mundo de nuestro Señor y de su Mesías y reinará por los siglos de los siglos.
16 Los veinticuatro ancianos sentados en sus tronos delante de Dios se inclinaron hasta el suelo y adoraron a Dios
17 diciendo:
Te damos gracias, Señor, Dios Todopoderoso,
el que es y el que era,
porque has asumido el poder supremo y el reinado.
18 Los paganos se habían enfurecido,
pero llegó el tiempo de tu ira,
la hora de juzgar a los muertos
y de dar el premio a tus siervos los profetas,
a los consagrados, a los que respetan tu Nombre, pequeños y grandes;
la hora de destruir a los que destruyen la tierra.
19

La mujer y el dragón

En ese momento se abrió el templo de Dios que está en el cielo y apareció en el templo el arca de su alianza. Hubo relámpagos, estampidos, truenos, un terremoto y una fuerte granizada.

Patrocinio

 
 

Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Apocalipsis  11,1-14Los dos testigos. La medida del templo es señal de la protección divina de la que goza el lugar santo (Ez 40-43; Zac_2:5-9). Los dos testigos tienen los rasgos de varias figuras bíblicas: como Moisés cambian el agua en sangre (Éxo_7:14-25); como Elías hacen bajar fuego del cielo (2Re_1:9-16); como Zorobabel y Josué (Zac 4) son dos testigos y ungidos que representan la misión sacerdotal y regia de la Iglesia; como Elías y Enoc, son dos personajes que se creía que habían ascendido al cielo sin morir, por lo que se esperaba que volverían al final de los tiempos y sufrirían la muerte. Hay quienes ven en los dos testigos una referencia a los apóstoles Pedro y Pablo, cuya predicación había resonado por todo el imperio, los cuales habían compartido ya la muerte y el triunfo de Cristo.


Apocalipsis  11,15-18La séptima trompeta. La séptima trompeta, en el centro del Apocalipsis, anuncia la llegada del reino de Dios, con un mensaje paralelo al que encontramos en la pasión del evangelio de Juan (,15). El reino llega con la revelación de Jesús como rey y señor de la creación. El santuario y templo de Dios, la nueva «arca de la Alianza» en la que reside la gloria de Dios, de ahora en adelante se encuentra en Jesús.