Apocalipsis  14 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Los salvados

Vi al Cordero que estaba en el monte Sión y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban su nombre y el nombre del Padre grabado en la frente.
2 Oí un ruido en el cielo: como ruido de aguas torrenciales, como ruido de muchos truenos, el ruido que oí era como el de muchos arpistas tocando sus arpas.
3 Cantan un cántico nuevo delante del trono, delante de los cuatro vivientes y de los ancianos. Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra.
4 Son los que no se han contaminado con mujeres y se conservan vírgenes. Éstos acompañan al Cordero por donde vaya. Han sido rescatados de la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero.
5 En su boca no hubo mentira: son intachables.
6

La hora del juicio

Vi otro ángel volando por lo más alto del cielo llevando la Buena Noticia eterna, para anunciarla a los que residen en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo.
7 Él proclamaba con voz potente: Respeten a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales.
8 Un segundo ángel lo acompañaba diciendo: Cayó, cayó la gran Babilonia, la que embriagaba a todas las naciones con el vino furioso de su prostitución.
9 Un tercer ángel los acompañaba diciendo a grandes voces: El que adore a la fiera y a su imagen, el que acepte su marca en la frente o en la mano
10 habrá de beber el vino de la cólera de Dios vertido sin mezcla en la copa de su ira; será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y delante del Cordero.
11 El humo del tormento se eleva por los siglos de los siglos. No tienen descanso de día ni de noche los que adoran a la fiera y a su imagen, los que reciben la marca de su nombre.
12 ¡Aquí está la constancia de los santos, que observan los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!
13 Oí una voz celeste que decía: Escribe: Felices los que en adelante mueran fieles al Señor. Sí – dice el Espíritu– descansarán de sus fatigas porque sus obras los acompañan.
14 Vi una nube blanca y en la nube sentada una figura humana, con una corona de oro en la cabeza y en la mano una hoz afilada.
15 Salió otro ángel del templo y gritó en voz alta al que estaba sentado en la nube: Mete la hoz y siega porque llegó la hora de la siega, cuando la cosecha de la tierra está bien madura.
16 El que estaba sentado en la nube metió la hoz en la tierra y la tierra quedó segada.
17 Salió otro ángel del templo del cielo, también él con una hoz afilada.
18 Salió otro ángel de junto al altar, el que controla el fuego, y dijo a grandes voces al de la hoz afilada: Mete la hoz afilada y vendimia las uvas de la vid de la tierra, porque los racimos están maduros.
19 El ángel metió la hoz en la tierra y vendimió la vid de la tierra y echó las uvas en la cuba grande de la ira de Dios.
20 Pisaron la cuba fuera de la ciudad y se desbordó la sangre de la cuba, que llegó a la altura del freno de los caballos en un radio de trescientos kilómetros.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  14,1-5Los salvados. La visión del Cordero con los elegidos en el Monte Sión recuerda la descripción de la comunidad cristiana en la carta a los Hebreos (Heb_12:22-24). Los 144.000 son los miembros del nuevo Israel de Dios (12x12x1.000), una multitud inmensa. La idolatría es vista en la Biblia como una infidelidad a la relación matrimonial que el pueblo tiene con su Dios. Estos 144.000 son los fieles cristianos que han permanecido fieles a Cristo sin adorar a los ídolos. En el Apocalipsis, todo el mundo recibe un sello; los que adoran la bestia reciben su imagen en sus manos; los elegidos reciben la señal del Cordero, la cruz, en sus frentes.


Apocalipsis  14,6-20La hora del juicio. Los poderes del mal, con el dragón, fueron derrotados en la confrontación con Miguel y los ángeles (12,7-12). Los cristianos no se dejan asustar por las bestias (13,16s; 14,9s). Una vez más, en el versículo 12, como lo hizo anteriormente (13,9.18), el autor piensa en algo que los lectores pueden ver que está sucediendo. La fidelidad a Cristo puede pasar por el martirio (12s). La siega y la vendimia son imágenes tradicionales del juicio (Mar_4:29).