Apocalipsis  16 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Las copas de la ira

Oí una voz potente que salía del templo y decía a los siete ángeles: Vayan a derramar a la tierra las siete copas de la ira de Dios.
2 Salió el primero y derramó su copa en la tierra: a los que llevaban la marca de la fiera les salieron úlceras malignas y graves.
3 El segundo derramó su copa en el mar: Se convirtió en sangre como de muerto, y murieron todos los seres vivientes del mar.
4 El tercero derramó su copa en los ríos y manantiales y se convirtieron en sangre.
5 Oí que el ángel de las aguas decía: Justa es tu sentencia, oh Santo, el que eres y el que eras,
6 porque derramaron la sangre de santos y profetas; les darás a beber sangre como se merecen.
7 Y oí decir al altar: Sí, Señor, Dios Todopoderoso, tus sentencias son justas y acertadas.
8 El cuarto derramó su copa en el sol, y le permitieron quemar a los hombres con fuego.
9 Los hombres se quemaron terriblemente y blasfemaron del nombre de Dios, que controla estas plagas; pero no se arrepintieron dando gloria a Dios.
10 El quinto derramó su copa sobre el trono de la fiera: su reino quedó en tinieblas, y se mordían la lengua de dolor.
11 Blasfemaron del Dios del cielo por sus úlceras y dolores; pero no se arrepintieron de sus acciones.
12 El sexto derramó su copa en el río Grande – el Éufrates– : su agua se secó para abrir paso a los reyes de oriente.
13 Vi salir de la boca del dragón, de la boca de la fiera y de la boca del falso profeta tres espíritus inmundos como sapos.
14 Son los espíritus de demonios que hacen señales y se dirigen a los reyes del mundo y los reúnen para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso.
15 ¡Atención, que llego como ladrón! Dichoso el que vela y guarda sus vestidos; así no tendrá que pasear desnudo enseñando sus vergüenzas.
16 Los reunió en un lugar llamado en hebreo Har-Maggedon.
17 El séptimo derramó su copa en el aire. Del templo y del trono salió una voz potente que decía: ¡Se terminó!
18 Hubo relámpagos, estampidos y truenos; hubo un gran terremoto como no lo ha habido desde que hay hombres en la tierra; así de violento era el terremoto.
19 La Gran Ciudad se partió en tres y se derrumbaron las ciudades de las naciones. Dios se acordó de Babilonia la Grande y le hizo beber la copa de la ira de su cólera.
20 Huyeron todas las islas y no quedaron montañas.
21 Granizo gigantesco como talentos cayó del cielo sobre los hombres. Los hombres blasfemaron de Dios por la plaga de granizo, que era una plaga terrible.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  16,1-21Las copas de la ira. Las copas, como antes los sellos, son las últimas llamadas urgentes a la penitencia y a la conversión. Las plagas de las copas no tienen limitaciones de cantidad o espacio, y afectan a todo el universo; su finalidad es quitar los obstáculos para el establecimiento del reinado de Dios. Todas ellas son una reinterpretación escatológica de las plagas de Egipto del Éx 7-10. Las cuatro primeras plagas afectan a los elementos principales de la naturaleza y de la creación: tierra, mar, agua potable y el sol; las tres últimas plagas contienen alusiones a hechos históricos y políticos que estaban sucediendo o que se esperaba que iban a suceder pronto. La séptima plaga de las tres series es idéntica: mira hacia el futuro (8,1-5; 11,15-19; 16,17-21).
Desde los días del Éxodo, el pueblo oprimido ve un poder liberador en las calamidades de la historia; después de ellas se espera un futuro de libertad y felicidad. Los malos que no tienen nada que esperar se desesperan; lo que debía servirles de medicina se les convierte en castigo. «Har-Maggedon» (16) es literalmente el Monte de Meguiddó; era una ciudad fortificada del norte de Israel, cerca del Monte Carmelo, que guardaba la entrada a la fértil llanura de Esdrelón. Por su emplazamiento estratégico se convirtió en campo de batalla obligado y en lugar de desastres históricos (2Re_9:27; 2Re_23:29; Zac_12:11). Los malos van a sufrir un desastre definitivo.