Apocalipsis  17 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1

El juicio de la gran prostituta

Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas se acercó a mí y me dirigió la palabra: Ven que te muestre el castigo de la gran prostituta, sentada a la orilla de los grandes ríos
2 con la que fornicaron los reyes del mundo, y con el vino de su prostitución se embriagaron los habitantes del mundo.
3 Me trasladó en éxtasis a un desierto. Allí vi una mujer cabalgando una fiera color escarlata, cubierta de títulos blasfemos, con siete cabezas y diez cuernos.
4 La mujer vestía de púrpura y escarlata, enjoyada de oro, piedras preciosas y perlas. En la mano sostenía una copa de oro llena de las obscenidades e impurezas de su fornicación.
5 En la frente llevaba un título secreto: Babilonia la Grande, madre de las prostitutas y las obscenidades de la tierra.
6 Vi a la mujer emborrachada con la sangre de los santos y la sangre de los testigos de Jesús. Me llené de estupor a su vista.
7 El ángel me dijo: ¿De qué te admiras? Te explicaré el secreto de la mujer y de la fiera que la soporta, la de las siete cabezas y los diez cuernos.
8 La fiera que viste existió y ya no existe, pero va a subir del abismo para ser aniquilada. Los habitantes del mundo cuyos nombres no están escritos desde el principio del mundo en el libro de la vida se asombrarán al ver que la fiera existió y no existe y se va a presentar.
9 ¡Aquí se pondrá a prueba el talento del perspicaz! Las siete cabezas son siete colinas, donde está entronizada la mujer. Son también siete reyes:
10 Cinco han caído, uno está reinando, otro no ha llegado aún; cuando venga, durará poco.
11 La fiera que existía y no existe ocupa el octavo puesto, aunque es uno de los siete, y será destruido.
12 Los diez cuernos que viste son diez reyes que todavía no reinan; pero durante una hora compartirán con la fiera la autoridad.
13 Tienen un solo propósito y someten su poder y autoridad a la fiera.
14 Lucharán contra el Cordero, pero el Cordero los derrotará, porque es señor de señores y rey de reyes, y los que él ha llamado son elegidos y leales.
15 Añadió: los ríos que viste, donde está sentada la prostituta, son pueblos, multitudes, naciones y lenguas.
16 Los diez cuernos que viste y la fiera aborrecerán a la prostituta, la dejarán arrasada y desnuda, se comerán su carne y la quemarán.
17 Porque Dios los ha movido a ejecutar su designio, aunando propósitos y sometiendo sus reinos a la fiera, hasta que se cumplan los planes de Dios.
18 La mujer que viste es la gran capital, soberana de los reyes del mundo.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  17,1-18El Juicio de la gran prostituta. Por su apertura a la idolatría, el imperio romano era la gran prostituta religiosa que todo lo contaminaba. Los romanos se creían salvadores del mundo. Para el autor del Apocalipsis eran los opresores y sus pervertidores. Roma, cabeza y encarnación del imperio, era conocida como la ciudad de las siete colinas (9), y gozaba de un poderío inmenso. Los siete reyes parecen ser los siete primeros emperadores: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Vespasiano y Tito; el octavo, que se dice es uno de los siete, designa al emperador Domiciano, un nuevo Nerón que persiguió a los cristianos con gran crueldad.
El autor escribe en tiempos de Domiciano, pero aparenta vivir en tiempos de Vespasiano, el sexto emperador; así puede anunciar la brevedad del reinado de Tito -dos años-, y dar más credibilidad a sus predicciones. Algo semejante hizo el autor del libro de Daniel aparentando vivir durante la cautividad de Babilonia. En el Apocalipsis, el autor anuncia con seguridad la caída del poderoso imperio romano porque sabe por la historia bíblica que los poderes e imperios que oprimen al Pueblo de Dios acaban en la ruina.