Apocalipsis  19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1 Después escuché en el cielo un rumor como de una gran multitud que decía: ¡Aleluya! A nuestro Dios corresponden la victoria y la gloria y el poder,
2 porque son justas y acertadas sus sentencias. Porque ha condenado a la gran prostituta que corrompió al mundo con sus inmoralidades y le ha exigido cuentas de la sangre de sus servidores.
3 Y repitieron: ¡Aleluya! El humo de ella asciende por los siglos de los siglos.
4 Los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes se postraron y adoraron al Dios sentado en el trono y dijeron: ¡Amén, aleluya!
5

La boda del Cordero

Del trono salió una voz que decía: Alaben a nuestro Dios, todos sus siervos y fieles, pequeños y grandes.
6 Y escuché un rumor como de una gran multitud, como ruido de aguas torrenciales, como fragor de truenos muy fuertes: ¡Aleluya ya reina el Señor, Dios [nuestro] Todopoderoso!
7 Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada.
8 La han vestido de lino puro, resplandeciente – el lino son las obras buenas de los santos– .
9 Me dijo: Escribe: Dichosos los convidados a las bodas del Cordero y añadió: Son palabras auténticas de Dios.
10 Caí a sus pies en adoración. Pero me dijo: ¡No lo hagas! Soy siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. A Dios has de adorar. – El testimonio de Jesús es el espíritu profético– .
11

El jinete victorioso
Is 63

Vi el cielo abierto y allí un caballo blanco. Su jinete [se llama] Fiel y Verdadero, Justo en el gobierno y en la guerra.
12 Sus ojos son llama de fuego, en la cabeza lleva muchas diademas. Lleva grabado un nombre que solamente él conoce.
13 Se envuelve en un manto empapado en sangre. Su nombre es la Palabra de Dios.
14 Las tropas celestes lo siguen cabalgando blancos caballos, vestidos de lino blanco limpio.
15 De su boca sale una espada afilada para herir a las naciones. Los apacentará con vara de hierro y pisará la cuba del vino de la ardiente ira de Dios Todopoderoso.
16 En el manto y sobre el muslo lleva escrito un título: Rey de reyes y Señor de señores.
17 Vi un ángel de pie sobre el sol, que gritaba a todas las aves que vuelan por el cielo: Vengan, reúnanse para el gran banquete de Dios.
18 Comerán carne de reyes, carne de generales, carne de poderosos, carne de caballos con sus jinetes, carne de libres y esclavos, de pequeños y grandes.
19 Vi que la fiera y los reyes del mundo con sus tropas se reunían para luchar contra el jinete y su tropa.
20 Cayó prisionera la fiera y con ella el falso profeta que, haciendo señales ante ella, engañaba a los que aceptaban la marca de la fiera y a los que adoraban su imagen. Los dos fueron arrojados vivos al foso de fuego y azufre ardiente.
21 Los demás fueron ejecutados con la espada del jinete, la que sale de su boca. Y todas las aves se cebaron en sus carnes.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  19,1-4Caída de Babilonia. El anuncio de la caída de Roma y del final de las persecuciones está narrado en estilo épico. Las puertas del infierno no van a prevalecer contra la Iglesia. El autor canta la caída de Roma con una lamentación parecida a las que se usaban en las tragedias griegas de la antigüedad; los amigos de Roma -reyes, príncipes, comerciantes, ricos, pilotos, navegantes y marineros- cada cual por su turno, pronuncian una estrofa de lamentación. Roma quedará como la Jerusalén destruida cantada en las Lamentaciones de Jeremías (Jer_25:10). El Apocalipsis contrasta el llanto de los ricos y poderosos con la alegría de los pobres, santos, apóstoles y profetas. Los cristianos con su oración pueden acelerar la caída de los poderes del mal.


Apocalipsis  19,5-10La boda del Cordero. Una vez más se anuncia el establecimiento del reinado de Dios como una realidad en la historia (11,17; 19,5). El símbolo matrimonial del Señor con Jerusalén (Comunidad) es frecuente en el Antiguo Testamento. Dos textos nos interesan especialmente porque cantan la boda por amor de un rey vencedor: Isa_62:1-9 y Sal 45: éste es el esquema que sigue nuestro autor. Mat_22:1 propone la parábola de un «rey que celebraba la boda de su hijo»; Luc_15:1 llama dichosos a los invitados al banquete del Reino. En la Iglesia, todos están invitados a la alegría porque forman parte del cortejo de bodas de Jesús, el Cordero de Dios.
Apocalipsis  19,11-21El jinete victorioso. Dejando pendiente la boda, pasa a describir la guerra, de la cual sólo nos presenta al ejército vencedor y las consecuencias de la derrota. La guerra de este párrafo es trasposición metafórica con la cual quiere el autor conjurar la violencia de la persecución y la seguridad de la victoria. Esa colosal batalla de valores y proyectos, librada en lo más profundo de hombres y sociedades, en el escenario de la historia, toma en la superficie poética la figura de una victoria militar.
La victoria de Cristo a lo largo y al final de la historia está asegurada; los poderes del mal serán eliminados. El jinete se describe con detalles que hacen resaltar el poder y la gloria del Cristo triunfador. Se describen primero sus cualidades internas (11), y luego su figura exterior (12-16). El nombre que Él sólo conoce (12) es el Nombre sobre todo Nombre (Flp_2:9). Es el Rey de reyes y Señor de señores, con un título cuyas letras suman 777, el número perfecto que proclama la grandeza de Cristo a todas las naciones. En su primera venida, Jesús llegó como de incógnito, casi como un extranjero indocumentado, débil y humilde; unos pocos lo reconocieron y creyeron. Su segunda venida, que en la teología joánica sigue sucediendo a lo largo de la historia, no puede ser ignorada. Cristo es el triunfador sobre el pecado y la muerte que asegura el triunfo de los que ponen su fe en Él.