Apocalipsis  21 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

Nuevo cielo y nueva tierra

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe.
2 Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio.
3 Oí una voz potente que salía del trono: Mira la morada de Dios entre los hombres: habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos.
4 Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado.
5 El que estaba sentado en el trono dijo: Mira, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, que estas palabras mías son verdaderas y dignas de fe.
6 Y me dijo: Se terminó. Yo [soy] el alfa y la omega, el principio y el fin. Al sediento le daré a beber gratuitamente del manantial de la vida.
7 El vencedor heredará todo esto. Yo seré su Dios y él será mi hijo.
8 En cambio, los cobardes y desconfiados, los depravados y asesinos, los lujuriosos y hechiceros, los idólatras y embusteros de toda clase tendrán su lote en el foso de fuego y azufre ardiente – que es la muerte segunda– .
9

La nueva Jerusalén
Is 54,11s; 60,10-18; Ez 40– 48

Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas plagas y me habló así: Ven que te enseñaré la novia, la esposa del Cordero.
10 Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios,
11 resplandeciente con la gloria de Dios. Brillaba como piedra preciosa, como jaspe cristalino.
12 Tenía una muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las puertas, y grabados [los nombres] de las doce tribus de Israel.
13 A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, a occidente tres puertas.
14 La muralla de la ciudad tiene doce piedras de cimiento, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
15 El que hablaba conmigo tenía una caña de medir de oro, para medir la ciudad y las puertas y la muralla.
16 La ciudad tiene un trazado cuadrangular, igual de ancho que de largo.
17 Midió con la caña la ciudad: doce mil estadios: igual en longitud, anchura y altura. Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, en la medida humana que usaba el ángel.
18 El aparejo de la muralla era de jaspe, la ciudad de oro puro, límpido como cristal.
19 Los cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con piedras preciosas. El primer cimiento de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda,
20 el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisopraso, el undécimo de turquesa, el duodécimo de amatista.
21 Las doce puertas son doce perlas, cada puerta una sola perla. Las calles de la ciudad pavimentadas de oro puro, límpido como cristal.
22 No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo.
23 La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.
24 A su luz caminarán las naciones, y los reyes del mundo le llevarán sus riquezas.
25 Sus puertas no se cerrarán de día. No existirá en ella la noche.
26 Le traerán la riqueza y el esplendor de las naciones.
27 No entrará en ella nada profano, ni depravados ni mentirosos; sólo entrarán los inscritos en el libro de la vida del Cordero.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  21,1-8Nuevo cielo y nueva tierra. Frente a la Babilonia malvada, Dios hace una nueva creación, una nueva humanidad, congregada en su Iglesia. Sus orígenes son divinos. La Nueva Jerusalén es presentada en este texto en su aspecto exterior, como una novia engalanada, una virgen fiel, lo contrario de la gran prostituta romana del capítulo 17. Se está dando una nueva creación que trae a la memoria el primer capítulo del Génesis: se ha creado el mundo nuevo que Dios quiere que exista. Los pecadores quedan excluidos de este nuevo mundo, pero tendrán siempre la puerta abierta para creer y convertirse en los nuevos hijos de Dios, el Israel de Dios.


Apocalipsis  21,9-27La nueva Jerusalén. Una vez más presenta a la novia y esposa del Cordero con sus adornos. La Ciudad Santa tiene figura de cubo de 2 kilómetros de lado, por ser ésta una figura geométrica perfecta. La muralla de 72 metros de altura parece desproporcionada, dadas las dimensiones de la ciudad. Al estar protegida por Dios no necesita defensas humanas; la muralla sirve más como adorno. Ésta es la Ciudad de Dios edificada sobre los doce apóstoles de Jesús. Cada puerta está hecha de una sola perla (21,21). Son puertas de perlas. Todo lo mejor, lo más precioso y bello entra a formar parte de ella. Dentro de esta ciudad se encuentra un nuevo paraíso con árboles de la vida que aseguran una vida eterna para sus moradores (22,2). Sus puertas están siempre abiertas para todo el que quiera aceptar la salvación de Dios por la fe en Jesús (21,25-27).